Capítulo 20:
NATHAN:
Sin saber exactamente lo que me impulsó a hacerlo, apresuré el paso para alcanzar más rápido a mi hija y a su madre. En el camino soporté la visión de la sonrisa engreída del tipo que le robó un beso. Mis puños apretados hormigueaban, el deseo de ponerle fin a la situación superior a cualquier sentimiento que haya tenido antes. Mientras más cerca estaba, sin embargo, la cordura volvía a mí.
Quería matarlo, sí, pero no podía.
Hacerlo sería colocar otro obstáculo entre Madison y yo.
—Hola —solté cuando llegué a ellos.
—Hola, extraño —saludó el rubio con una sonrisa extraña en el rostro.
Algo en la forma en la que el moreno que sostenía a Madison gruñó me dijo que ninguno de los dos representaba peligro. El otro, en cambio, se convirtió en mi centro de atención. No entendía por qué encontraba tan irritante que estuviese besando a la madre de mi hija, pero lo hacía. Quizás prefería a Diego como padrastro de Maddie o simplemente no deseaba compartir el amor de mi hija con otro hombre, uno tal vez mejor que yo. Mi estómago se revolvió.
No quería eso.
Antes de que pudiera hacer algo al respecto para que retrocediera, seguía sosteniendo a rachel entre sus brazos, el moreno del rubio se me adelantó.
—Suéltala —gruñó.
El otro negó.
—No. Vete con Madison y Eduardo. Necesito hablar con Rachel a solas.
La mencionada escogió ese preciso instante para dejar de forcejar y percatarse de mi presencia. Reaccionó abriendo los ojos de par en par y pisando fuertemente al imbécil, quién puso los ojos en blanco y tomó su pie soltando obscenidades. Posteriormente Rachel le pegó una bofetada que hizo que hasta yo me encogiera, recordando lo pesada que era su mano. Eso le dolería por al menos dos días.
Bien.
—Eres un idiota, Ryan. En casa hablaremos. —Miró a los otros dos hombres que permanecían atentos a sus movimientos—. Váyanse. En un momento los alcanzo.
—Rachel, yo no... —habló el de la cresta.
—En casa, Gary.
—Rachel, yo...
—Ahora no, Ryan.
El primero, Gary, siguió su mirada. Sus cejas se alzaron cuando me miró.
—¿Tú eres el tipo de la foto?
Asentí.
—Mucho gusto, mi nombre es Nathan Black...
—Deben irse. —Se giró y le quitó a Madison—. Ahora.
Los tres le hicieron caso con expresiones confundidas, pero el otro, Ryan, le dedicó una última mirada antes de seguir al par.
—Pensé que habías dicho que no tenías una aventura —escupió.
Su tono aumentó mis ganas de golpearlo.
—No es tu problema —replicó a sus espaldas cuando se giró.
Aunque el idiota la oyó, se tensó cuando escuchó lo que dijo, no regresó. Fruncí el ceño cuando me di cuenta de que algo en él me resultaba familiar, pero no pude descifrar el qué. Aguardé a que se alejara lo suficiente para dirigirle la palabra. Me sorprendí con lo feliz que estaba sabiendo que no parecía ser la única persona con la que estaba furiosa.
—Eso fue algo incómodo, ¿no?
—No tienes ni idea —respondió probablemente olvidando que hablaba conmigo.
—¿Necesitas que te ayude con eso?
Frunció el ceño, recordando que era Nathan Blackwood.
—Tampoco es problema tuyo, Nathan. El hecho de que no te esté gritando ahora mismo no significa que quiera tomar el té contigo y hablar sobre mis problemas, sino que estoy cansada de armar escenas por todo Brístol —gruñó—. ¿Por qué no me fui a una ciudad más grande?
—Está bien. No hablemos sobre ti. Hablemos sobre Madison. —La mencionada se agitó entre sus brazos pidiendo ser depositada en el suelo. Dubitativa, Rachel la dejó frente a un banco dónde se apoyó mientras se mantenía de pie y chillaba con emoción—. ¿Cómo está ella?
—No gracias a ti, Madison se encuentra espléndidamente —respondió cruzándose de brazos—. Como tú mismo puedes observar.
—Lo sé. Sé que la cuidas bien —admití—. Eres una buena mamá.
Ella parpadeó luciendo desconcertada. Sorprendida de que me hubiera molestado en decirle algo bueno. Me encogí ante su gesto interrogativo, sintiéndome como una mierda por no habérselo dicho antes. Fue lo primero que debió salir de mi boca cuando supe que había seguido adelante con el embarazo por su cuenta.
—Supongo —dijo—. Gracias.
Se mordió el labio y miró de un lado a otro buscando cualquier excusa para alejarse, lo cual tomé como una oportunidad para continuar con la conversación durante la cual ninguno de los dos le quitaba el ojo a nuestra hija.
—¿Vas a hacer ejercicio?
—Sí —contestó con despotismo.
No pude hacer otra cosa salvo sonreír. Me gustaba molestarla porque era la única manera de obtener una reacción de ella, de quebrantar la frialdad, además de que se veía sexy como el infierno sonrojada por la ira.
—¿Quién se queda con Madison mientras tanto? —pregunté sabiendo que, por la manera en la que las venas de su cuello se habían hinchado, estaba llevando mi suerte demasiado lejos.
—En la guardería del gimnasio. Ya se acostumbró a Pearl. Es solo una hora.
La desilusión me golpeó. Tenía la esperanza de que alguno de sus amigos se quedara con ella, excusa que podía usar para quitarle el lugar solo diciéndole que era mi hija.
—¿No podría cuidarla yo?
La rachel normal, la que me arrojaba cosas y mandaba a sus gorilas de seguridad a lanzarme a un callejón lleno de basura, volvió para mirarme con el ceño fruncido.
—Nathan, el hecho de que estemos hablando para que, como ya te dije, no te comportes como un idiota y me obligues a armar una escena no significa que seamos los mejores amigos. Menos que te crea capaz de cuidar a Madison —soltó con tono mordaz—. Si no tienes ningún inconveniente con ello, me gustaría que no te aparecieras por aquí mientras yo esté entrenando. No es tan difícil. A diferencia de ti no te estoy pidiendo que abandones mi ciudad, tan estúpido como eso suena. Ya tengo suficiente viéndote cada en la guardería de Madison y no dejaré de venir por ti.
—Rachel...
—Solo desaparece de una vez por todas.
Dejando esa estaca perforando mi pecho, se dobló sobre sí misma y recogió a Madison. Ella me miró con sus grandes ojos grises antes de sonreír y alargar su mano para apretar mi nariz como había hecho en el autobús. Ante ello algo pasó por la mirada de Rachel y sobresalió por encima de todo lo que ponía entre nosotros. Ella se acercó un poco más para que me alcanzara con más facilidad.
Estaba tan inmerso en su contacto que casi me pierdo la segunda parte del discurso.
—Lo de los sábados va en serio, Nathan. Cuando entreno me encanta inspirarme con la visión de todos estos hermosos cuerpos masculinos y tú... —Arrugó la nariz—. Tú ya estás viejo. Pasado de temporada. Lo siento, pero lejos de motivarme, me das nauseas. Ni siquiera sé cómo pude... —Fingió una arcada—. Qué asco.
Algo en sus palabras no dejó que las tomara en serio. Lejos de ofenderme, tuve que morderme la lengua para evitar reír mientras se daban la vuelta, Madison casi llevándose mi nariz consigo, y se alejaban. Necesitaba que creyera que había ganado. Esperé que se alejara para poder seguirla a lo largo del pasillo junto a la recepción en el que se internaron. La vi llegar a una entrada con un mostrador dónde le tendió a Madison a una joven de cabello dorado y labios rojos tras depositar varios besos sobre su cabeza.
Gruñí cuando empezó a regresar en mi dirección y me vi forzado a entrar en la primera habitación que encontré a la mano. Ya que no cerré la puerta completamente, la vi pasar frente a mí con el ceño fruncido en dirección a las máquinas. Estaba contando hasta diez para salir cuando un toque en el hombro me hizo girar.
—Disculpe, joven, parece que se ha equivocado de baño —me dijo una señora arrugando la frente, sus manos en puños.
—Lo siento —me disculpé antes de salir.
Fuera del baño de señoras me dirigí directamente al mostrador sintiendo miedo a que Rachel volviera en cualquier momento. La sala en la que estaba Madison estaba completamente acolchada, llena de pelotas inflables y máquinas de ejercicios para bebés. Era un mini gimnasio para mini personas. Madison, de pie en una esquina apartada, parecía estarse entrenando a sí misma dando diminutos apoyada en una especie de podadora de plástico. Una banda elástica blanca cubría su frente y su cabello cobrizo estaba amarrado hacia arriba en una coleta. Usaba una un conjunto deportivo negro que iba a juego con el estilo de Rachel. Se veía tan concentrada en avanzar sin caerse. Mi pequeña atleta.
—¿Puedo ayudar en algo?
Desvié mi mirada a la cuidadora, quien batía exageradamente las pestañas y trazaba círculos sobre la superficie de madera del mostrador. Inmediatamente la consideré muy lanzada para su evidente corta edad, pero también me di cuenta de que eso tal vez me sería útil. Planeando mandar a elaborar un cinturón de castidad para Madison lo antes posible, le ofrecí mi sonrisa más seductora.
—Sí, mi hermana dejó a nuestra hija aquí y... —mentí.
—¡¿Tu hermana y tú tuvieron una hija?! —chilló, horrorizada, la acusación de incesto en su rostro.
Maldición. Era tan jodidamente malo mintiendo.
—No, él papá de Madison murió y yo me hice cargo.
Esa definitivamente sería una predicción que se cumpliría si no me daba prisa y sacaba su pequeño trasero de ahí pronto. El gesto de la chica se transformó en uno de total tragedia.
—Oh, lo siento tanto —se lamentó parpadeando e intentando retener las lágrimas.
Sintiéndome mal por haberla hecho llorar, le resté importancia agitando mi mano.
—Tranquila. Fue inseminación artificial.
Su frente se arrugó.
—Entonces... ¿cómo se conocieron tu hermana y él? ¿Por qué sabes que se murió si la identidad de los donantes suele mantenerse oculta? ¿Lo conocían o algo? —Una sonrisa ansiosa se hizo presente en su rostro—. ¡Cuéntame más!
—No puedo, es un historia larga, pero....
—¿Cuándo vienes de nuevo? —inquirió.
Sonreí diabólicamente.
—Todos los sábados. Todo el día.
——¡Perfecto! Entonces el próximo sábado traeré galletas y café para que comamos mientras me cuentas toda la historia —exclamó suspirando.
Alcé las cejas por alrededor de veinte segundos hasta que finalmente se acordó de Madison y fue por ella. Tratando de ocultar la emoción, la tomé, esta vez mejor debido a que me había instruido con libros y vídeos el mismo día que Rachel me la dio en la parada y no supe sostenerla, disfrutando de cómo su pequeño cuerpo se ajustó al mío a la perfección. El hueco entre mi hombro y cuello fue rápidamente ocupado por su cabeza. Nunca me había sentido tan bien.
Con la pañalera en mano me dirigí a la zona tras la pila de colchonetas en la sala de máquinas, dónde Rachel se encontraba trotando en una cinta inconsciente de lo que sucedía a su alrededor debido a los audífonos y lo concentrada que estaba ejercitando. Me senté ahí con ella frente a mí metiéndose cuatro dedos en la boca mientras sonría. Registré la pañalera y saqué un pulpo morado. Sus ojos se abrieron de par en par cuando lo agité a escasos centímetros de su rostro y rápidamente extendió ambas manos para alcanzarlo. Lo alejé cuando rozó el material de felpa. Al comprobar que le gustaba el jugo repetí la operación una y otra vez, riendo con ella cuando lo hacía.
En ese momento me di cuenta de que daría todo lo que tenía a cambio de verla así de feliz por el resto de su vida.
Por estar ahí para verlo.
En solo cuarenta minutos entendí que Madison, con su agradable aroma a bebé, era capaz de hacerme sentir bien con tan solo una mirada. A su vez era muy parecida a su mamá cuando algo le molestaba, frunciendo el ceño, pero también a mí cuando alzaba las cejas de manera arrogante. Demasiado pronto para mi gusto, me percaté de que Rachel estaba ralentizando el ritmo para parar. Anhelando más tiempo con mi ella, recogí sus cosas y la tomé en brazos. De camino a la guardería la sentí un poco cansada y comprobé que efectivamente sus ojos se estaban juntando.
Tras el mostrador la chica rubia agitó nuevamente sus pestañas.
—Vine a dejarla de nuevo. Su mamá ya viene y no puede saber que volví de Asia aún. —No sabía qué era peor. Yo mintiendo o ella creyéndome—. La sorprenderé en casa.
—De acuerdo, no diré nada, pero definitivamente me debes un café.
Asentí.
—Adiós, Maddie —me despedí dejando un beso sobre su nariz, sus ojos cerrados ya—. Adiós tú.
La chica se despidió de mí agitando los dedos con Madison en brazos. Corrí hacia la entrada después de ver cómo la colocó en una cuna. Para ese entonces Rachel aún no se había detenido y la visión de sus estilizadas piernas trabajando me bloqueó por un segundo. Con el recuerdo de mi hija conmigo y de Rachel dejándose tocar por el idiota, llegué a casa sintiéndome más vivo y en conflictivo que cualquiera. Decidido a hacer algo por resolverlo, tomé una cerveza del refrigerador y llamé a la persona que aseguraría mi próximo encuentro con la madre de mi hija.
Mi siguiente oportunidad de hacerla entrar en razón.
—Dime, Watusi —contestó al primer tono.
—¿Cuándo planeas invitarme a la fiesta de tu futuro sobrino?
RACHEL:
Cuando mis dientes castañearon por el efecto de estar demasiado tiempo bajo el agua fría de la ducha, la cerré y apoyé la frente sobre la baldosa, cerrando los ojos con agotamiento y dolor en cada rincón de mi cuerpo. Con dedos temblorosos y arrugados rocé mis labios.
Me había besado.
Ryan colocó su boca sobre la mía, de nuevo, delante de todos. Lo peor era que yo no me había apartado. No inmediatamente. No sabía por qué. Tal vez por curiosidad. Además de él, solo había besado a Thomas. No tenía ni siquiera que señalar las diferencias entre los dos. Mi ex era la definición de niño mimado mientras que Ryan era la personificación de todo lo que Lucius no aceptaría. No podía negar que fuese atractivo, por otro lado, ya que estaría totalmente ciega de hacerlo.
Si no fuera tan imbécil me sentiría atraída por él.
Lo mismo me sucedía con Nathan.
Si no fuera por toda nuestra historia, lo habría visto de pies a cabeza dos veces cuando me lo encontré en el gimnasio. No me había dado cuenta de lo perfectamente estructurado que era su cuerpo. No era tan trabajado como el de Ryan, pero sí atlético y marcado. Soltando un suspiro, salí de la ducha sin ponerme a pensar en la razón por la que de tantos gimnasios en Brístol asistía al mío. No dormiría si lo hacía.
Madison ya se encontraba dormida en su cuna después de la cena, por lo que me hidraté la piel y me puse el pijama con tranquilidad. Una vez acabé me acosté en mi cama boca abajo, mi mejilla sobre las sábanas. Estaba a punto de quedarme dormida cuando un suave golpe hizo que volviera a la realidad. Ya que no quería que quien fuese que estuviese al otro lado despertase a Madison, me apresuré en abrir.
—¿Ryan? —Salí y cerré tras de mí—. ¿Qué sucede?
—No mentía cuando te lo dije en el gimnasio. —Apoyó su brazo por encima de mí, inclinándose hacia adelante. Tragué cuando el aroma de su shampoo invadió mi nariz, causándome cosquillas ahí y en el vientre. Estaba usando únicamente un pantalón de pijama, su amplio pecho descubierto—. Necesito hablar contigo.
No estaba acostumbrada a esto.
—Espero que no sea nada malo.
Negó.
—No, no lo es, al menos no para mí. —Elevó la mano hasta mi rostro y acarició mi mejilla, sus ojos oscuros fijos en mí—. No debería hacerlo, pero no lo soporto más.
—¿Qué cosa?
—Decirte lo que estoy a punto de soltar.
—¿Por qué no?
—¿Podrías callarte por una puta vez en tu vida y escuchar? —preguntó con una sonrisa extraña, cargada de esa vibra rara que había estado en él desde días atrás, inclinándose más hacia mí. Asentí—. Me gustas, Rachel, más de lo que estoy dispuesto a admitir. —Presionó sus labios contra mi frente, alejándose—. A partir de este momento he terminado de ignorar lo que siento por ti.
Dejándome sin palabras, se dio la vuelta y se metió en su habitación.
Ese fue el momento en el que alguien me frustró tanto o más que a Nathan.
Si tener ni idea de en lo que me metía, lo seguí.
Hola! Disculpen la demora en actualizar, es que me empezó la U y cada vez que me digo para actualizar DE, entre la U y mis otras historias y el trabajo lo olvido
Próxima actualización: mañana
No olviden darle amor a la historia si quieren actus más seguidas
Love u
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