Capítulo 18:
NATHAN:
—Rachel —saludé, a lo que respondió tomando mi corbata y arrastrándome bajo la sombra de un árbol.
—¿Qué haces aquí?
Sonreí.
—Estoy esperándolas. Pensé que podríamos ir a comer y...
—No —me cortó soltándome—. ¿En qué dimensión en la que comería contigo vives?
Me encogí de hombros arreglando mi camisa.
—Es solo una comida, Rachel. No morirá nadie.
Se cruzó de brazos.
—Definitivamente saliste de un manicomio.
—Te ves linda cuando te enojas. —La diarrea verbal volvió. Me estremecí cuando la mirada enojada en su rostro cambió a una psicótica—. Solo quiero pasar algo de tiempo con Madison, Rachel. Una hora, al menos.
Su barbilla tembló mientras alisaba la tela de su vestido.
—Lo mejor es que te vayas, Nathan, a menos que quieras que llame a la policía y te denuncie por acoso.
—El juez sabrá que solo soy un padre queriendo ver a su hija.
—¡No tiene tu apellido, Nathan!
—¡Porque tú no quieres que se lo ponga! —La señalé con el dedo, obligándome a bajar la voz cuando noté que nos miraban—. Ahora mismo la responsable de que Madison siga siendo solo Van Allen eres tú. Si por mí fuera ya estuviera listo el papeleo. Conseguiré a los mejores abogados. ¡No soy tan imbécil!
—No quisiste formar parte de su vida —siseó—. Ni siquiera sabes su color favorito.
Me froté la frente.
—Eso es sencillo.
Alzó las cejas.
—¿Ah, sí? —Asentí—. ¿Cuál es?
—Tiene seis meses, Rachel —contesté—. Maddie no tiene color favorito.
Negó luciendo exasperada.
—Madison adora el lila.
—¡Es un bebé! ¡No sabe que se llama lila!
—¿Ves a lo que me refiero? —preguntó alzando el mentón y dándose la vuelta para entrar en la guardería—. ¡Tienes una hija superdotada y no lo sabes, Nathan!
La seguí.
—Eres una mentirosa —gruñí.
Se dio la vuelta para fulminarme con la mirada.
—¿Me estás diciendo que nuestra hija no es inteligente?
Nuestra.
Mi pecho se sintió cálido. Rachel había admitido en voz alta que Madison era nuestra. De los dos, no una autofecundación. Eso era un avance. Un paso de hormiga, pero un paso al fin y al cabo.
—Es la más brillante —le dije—. Lamento no conocer su color favorito, Rachel. Lamento no saber eso y todo lo demás. —Me senté en un banco junto a la entrada para darle un respiro—. Las esperaré aquí.
Rachel miró en mi dirección una última vez antes de desaparecer dentro. Al cabo de media hora de espera empecé a preguntarme si habían salido por la puerta trasera. Aún así no me moví. Si ella seguía ahí dentro a propósito que todavía estuviera ahí cuando saliera significaría algo. Tenía que demostrarle que su terquedad no me impediría estar cerca de mi hija.
Finalmente, a las cinco de la tarde, ambas salieron junto a un grupo de maestras a pesar de que la guardería seguía abierta. Se despidieron cuando llegaron a la entrada, incluso Maddie agitó la mano en su dirección, y pasaron caminando rápido junto a mí cuando me levanté para acercarme. Fruncí el ceño y comencé a seguirlas.
No había esperando tanto por nada.
—¿Todavía sigues aquí, Nathan? —me preguntó rachel con exasperación cuando llegamos a la parada de autobuses—. ¿No te rindes?
Quise responder, pero no pude. Estaba demasiado ocupado concentrado en la pequeña persona en sus brazos. Su cara estaba frente a mí ya que me encontraba de espaldas a Rachel. Sonreía mientras me observaba con curiosos ojos grises demasiado grandes para su rostro. Era una belleza. Habían dos hoyuelos en sus mejillas que eran los que veía cuando me observaba a mí mismo en el espejo. Estas estaban sonrosadas sobre su pálida piel. Estaba usando un vestido blanco y un sombrero con una gigantesca flor en la cima. Uno de sus pétalos caía sobre su rostro, molestándola. Hacía muecas mientras luchaba por mirarme. Sus manos se extendían hacia arriba intentando quitarlo de su cabeza, pero cuando estuvo a punto de quitárselo su madre se dio cuenta y lo acomodó.
Sonreí cuando casi escuché a mi hija maldecir por primera vez.
El sonido del teléfono de Rachel sonando me distrajo. Ella soltó un sonido exasperado cuando vio la pantalla. Sacándome de juego, miró de un lado a otro antes de ofrecerme a Madison, sacándome de juego.
—Tengo que atender esta llamada, ¿puedes tomarla por cinco segundos o no?
Asentí, aceptando su peso con las dos manos. Se alejó de nosotros solo un par de metros frunciendo el ceño. Podía oírla a la perfección, pero estaba más interesado en el pataleo de Madison en el aire ya que no la había atraído a mi pecho.
—No quería llegar a esto, pero no me dejan otra opción. El recibo de compra señala que la entrega es dos días después de efectuar el pago. Si no cumplen con nosotros para la fecha me veré forzada a demandarlos —soltó mientras Madison reía y extendía los brazos para intentar alcanzarme—. Bien, exactamente, sí. Trabajando de esa forma me quitas un peso de encima. En realidad no quería demandarlos, pero no me dejaban otra opción. No podía cancelar todo por su incompetencia. Hasta luego. —Colgó y se giró hacia nosotros—. Dámela.
Se la ofrecí teniendo miedo de que se cayera y se lastimara por mi culpa, pero prometiéndome a mí mismo aprender. En un mes sería capaz de sostenerla de mil maneras. De espaldas. Sobre mi cuello. En un costado. Haciendo flexiones.
Compensaría a Madison de cada manera posible.
—Rachel... —murmuré—. Entiendo que no quieras comer conmigo, ¿pero al menos me dejas llevarlas a casa? Necesito asegurarme de que estén bien.
Tomando un abrigo de la pañalera de Madison y cubriéndola con él, negó.
—No, Nathan, no nos iremos contigo.
Apreté la mandíbula. Estaba haciendo frío. Era evidente que iba a llover.
—Por favor, no seas terca, Madison puede enfermar.
Alzó la barbilla.
—Eso debiste pensarlo antes. De no ser por ti no me habría tardado tanto con la esperanza de que desaparecieras y ya estaríamos en casa.
—No es justo, Rachel.
—No, no lo es. —Se giró completamente para verme—. ¿Crees que para mí es fácil olvidar todo lo que hiciste? Nathan, me encantaría darte una oportunidad con Madison, ¿pero la mereces? No soy feliz sintiendo que le quito a su papá cada vez que te digo que no. —Hizo una mueca—. Pero sé que seré aún más infeliz si te digo que sí y pasas cada día de su vida lastimándola.
—Déjame demostrarte que eso no sucederá —le supliqué—. Déjame llevarlas.
—No —negó mirando su reloj—. Ya el autobús pasará pronto. No necesitamos tu ayuda.
Así era. Cinco minutos después el autobús que las llevaría a casa estaba estacionándose frente a nosotros. El autobús se encontraba casi vacío. Había empezado a llover mientras esperaban por él y la madre de mi hija no tendría protección contra el agua una vez diera un paso fuera de la parada. Madison tenía su impermeable. Sin saber qué me poseyó me quité la chaqueta y la puse sobre ellas. Me aclaré la garganta antes de hablar cuando Rachel me miró con el ceño fruncido.
—Vamos —le dije.
—¿Qué...?
—¡Señorita, no tengo todo la noche! —gritó el chófer.
Gruñendo palabras incomprensibles, Rachel entró conmigo tras ella sosteniendo un improvisado techo sobre su cabeza para que no se mojara mientras Madison despertaba y se divertía mirando cómo la lluvia caía sobre mí.
RACHEL:
Mi vida ya no tenía sentido.
Nathan había vuelto.
Loren había vuelto.
Estaba segura de que el resto de mi familia, al menos mi padre, volvería también.
El donador de esperma, a quién no podía evitar, me había besado.
Ryan me había besado.
¿Cuántas cosas así una persona podía soportar en un estrecho espacio de tiempo? Como si eso no fuera suficiente, Nathan estaba junto a mí ocupando un asiento en el autobús que tomábamos a diario tras protegernos de la lluvia sosteniendo su chaqueta sobre nosotras, corriendo el riesgo de resfriarse.
—¿Te sientes mal? —preguntó.
Cansada de todo, incluso de pelear con él, negué apoyando la cabeza en el cristal de la ventana. No creía poder soportar más. Mi mente era un completo desastre de pros y contras de dejar a Nathan acercarse a Madison. Tenía múltiples razones para no permitirle avanzar en sus planes de fines desconocidos con ella, pero una sola para sí dejarlo continuar y, probablemente, ocasionar un desastre.
Madison merecía conocer a su padre por más desagradable que este fuera.
—No la toques, déjala dormir —gruñí al sentir que alargaba la mano para molestarla interrumpiendo su descanso—. ¿Podrías alejarte un poco? Estás invadiendo mi espacio personal, Nathan.
—Es mi hija. Estoy en mi derecho —murmuró, pero aún así bajó la mano y se apartó—. Te guste o no.
Cerré mis ojos con fuerza, exasperada. Lo peor del asunto era que tenía razón. Tenía derecho a estar con Madison. Un juez se lo permitiría a penas confirmara que estaban aparentados biológicamente. Ambos tenían derecho a estar juntos, ¿pero cómo podía confiar en Nathan? Con lo que conocía de él podía elaborar el perfil de lo que exactamente no quería cerca de ella. No solo me dio dinero para abortar sin escuchar lo que tenía que decirle, sino que negó a Madison una y otra vez, me acusó de acostarme con cualquier cosa que pasara frente a mí y un montón de cosas más. No dejaba de preguntarme qué lo había hecho cambiar de opinión. El Nathan de antes del desayuno en casa de Diego y Nathan de ahora parecían dos personas diferentes.
¿Solamente su parecido con Madison lo había hecho recapacitar?
Giré la cabeza al percibir movimiento. Nathan me había hecho caso cesando su acoso a Madison, pero nuestra hija alargaba la mano y exploraba su rostro con los dedos mientras él le sonreía como un idiota. Si las circunstancias fuesen diferentes serían la viva imagen del amor padre—hija, pero la realidad era que no le había cambiado el pañal ni una sola vez y que Madison no llevaba su apellido.
Mi corazón dolió.
¿Existía la posibilidad de que Nathan no fuese tan desagradable como pensaba?
¿De que hubiera algo bueno en él?
Esperaba, por el bien de Madison, que sí.
—Yo no estoy haciendo nada —dijo.
—Madison es amigable con los extraños. —Fruncí el ceño—. Es algo en lo que tenemos que trabajar.
Me sorprendió asintiendo.
—Claro que sí. No queremos que nuestra pequeña flor termine siendo secuestrada del colegio por el cliché de un desconocido ofreciéndole un caramelo. —Madison apretó su nariz—. Se parece a ti.
—No, se parece mucho más a ti —dije enfurruñándome.
Maddie parecía amarlo. Se veía divertida mientras se inclinaba y alzaba más para obtener un mechón de su cabello en los dedos. Cuando lo hizo jaló con fuerza. Nathan soltó una risa suave mientras volvía a invadir mi espacio personal.
—No, definitivamente se parece más a ti.
Aburrida del juego, miré de nuevo por la ventana para descubrir que habíamos llegado. Ajusté su pañalera en mi hombro antes de levantarme y dirigirme a la salida del autobús tras pedir que se detenga. Cuando llegué al suelo y pasaron segundos en el que el chófer no arrancó, me volteé para mirar a Nathan hablando con el señor de mediana edad que conducía, el cual asentía a lo que el donador decía mientras este sacaba su billetera y le entregaba un fajo de dinero.
No entendí de qué se trataba todo hasta que bajó también, el autobús estacionado.
——Rachel, las suposiciones erróneas me impulsaron a actuar como el idiota que conoces. —Tragó—. Sé que me lo advertiste, preciosa, pero te pido que sigas siendo mejor que yo y me des una oportunidad. Así consiga obligarte a que me dejes pasar tiempo con Madison, porque ambos sabemos que puedo hacerlo, para mí es importante que estemos bien. —Sus ojos brillaban—. Por ella.
Apreté la mandíbula.
Yo lo había hecho todo lo mejor que podía. Nathan no había hecho nada. ¿Cómo era posible que a este punto me pudiera hacer sentir culpable? Era tan injusto de su parte ponerme en esta situación. De la vida. Ajusté a Madison en mis brazos para que se pudiera acurrucar mejor. Apoyaba su frente en mi costado. Se veía tan agotada como yo me sentía por dentro. Tenía tantas ganas de
—¿Por qué ni siquiera me escuchaste cuando fui a tu oficina? —le pregunté intentando entender la situación—. ¿Estabas con alguien o algo por el estilo?
Nathan asintió, tenso.
—Estaba comprometido.
—¿Ya no?
—No.
Abracé más a Maddie, entendiendo por qué no la quiso en ese entonces.
—Madison no es segundo plato de nadie, Nathan. —Desvié la mirada hacia la calle—. Estaré esperando a tu abogado o la citación de la corte para discutir su custodia.
Vi la forma en la que sus hombros cayeron, desilusión genuina en su expresión, pero ya no estaba interesada en participar en su falsa. Si él quería estar con Madison, tendría que luchar tan fuerte como yo lo hice.
Les dejé actu doble para que no me odien
Siguiente: mañana (me acuerdan por ig o twitter)
Love u
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