Capítulo 16:
RACHEL:
—¿Más champagne? —preguntó Diego sosteniendo una botella que resplandecía contra las luces.
Le ofrecí mi copa vacía.
—Por favor.
Era una experta en cuatro cosas. Negocios, la alta sociedad, últimas tendencias y licor. Bebía vino, auspiciado por Loren, desde los trece. No necesité sangre irlandesa o alemana corriendo por mis venas para acercarme a whisky de papá. Mi espíritu era el de un alcohólico. Aunque no bebía en abundancia desde que amamantaba, era lo suficiente experta como para decir que el champagne era más nombre que calidad.
—No es muy bueno —confesó con una mueca como si leyera mis pensamientos.
—No, no lo es. —Mis labios se fruncieron de la misma manera. A pesar de estar de acuerdo con que no sabía tan bien, seguimos bebiéndolo porque era gratis y lo único a nuestro alcance—. ¿Qué planes tienes para esta noche?
Sus pupilas se ampliaron antes de que se masajeara la nuca luciendo nervioso.
—Este... Rachel, yo, eh... como que comprendí que es mejor ser amigos. —Tragó—. Eres un partido excepcional, seguramente encontrarás un buen tipo, pero yo no soy tu príncipe. —Separé los labios para replicar, queriendo decir que mi pregunta no tenía ningún motivo pasional detrás, pero me interrumpió—. No se trata de Madison, si es lo que crees, las dos son impresionantes, pero son demasiado buenas para mí y...
Conteniendo la risa, hice un puchero.
—¿Me estás rechazando? —pregunté intentando sonar herida.
—No lo digas así. —Su expresión se llenó de desesperación. Me pareció adorable. Estos discursos no estaban en su historial. No le daba explicaciones a sus conquistas—. Simplemente actúo conforme me siento porque lo menos que quiero es ilusionarte o herirte. —No lo pude evitar. Una risita escapó de mí. Me cubrí los ojos, lo cual hizo que pareciera que estuviese camuflando un sollozo—. Rachel, lo siento, en verdad. Mereces alguien que te haga estallar en un montón de confeti al verlo, cariño. Eso no es lo que te pasa conmigo o a mí contigo. Eres carismática e inteligente, ¿cómo no me sentiría atraído? —Interiormente agradecí los halagos—. Pero es solo eso. Atracción. Me costó entenderlo, solo podía pensar en cuán hermosa eres, pero ahora...
—¿Quién es la otra? —chillé tras mis palmas.
Suspiró, pero fue tan sincero y directo con su respuesta que dejé de actuar.
—Tu amiga me hizo estallar en confeti a penas la vi.
Esta vez chillé de verdad.
—¿Cleo?
Asintió.
—Es ella. Lo siento en mis entrañas.
Contuve el impulso de decirle que eso podría ser un gas por el mal champagne. .
—¿Cleo en serio te hizo eso?
—Sí, Rachel. —Sonrió como si él tampoco lo creyera—. Lo hizo.
Puse los ojos en blanco.
—Ni siquiera hablaron.
—No necesitas hablar con el amor de tu vida para saber que lo es.
—¿No?
—No. Hay algo dentro de ti que lo grita. Un instinto.
—¿Cómo sabes que esa voz no se equivoca?
—No puedo saberlo. —Se encogió de hombros tomando otro sorbo—. ¿Me importa? No. Supongo la incertidumbre es lo divertido del asunto. No me importa si tiene novio o si está comprometida en matrimonio, solo sé que debo intentarlo o nunca me lo perdonaré. —Relamió sus labios—. Lucía tan bien.
—Ah...
—Te cuento esto porque no quiero que estés incómoda cuando la invite a salir.
Alcé una ceja, escéptica.
—¿Asumes que ella dirá que sí?
Juntó las suyas.
—¿Por qué no lo haría?
Reí.
—Cleo no es una chica fácil.
—Tú tampoco lo eres. —Se irguió con orgullo—. Y si mal no recuerdo, hace un par de minutos me ibas a proponer que fuera tu amante. Te derrites por mí.
Mis ojos casi salen de sus órbitas.
—No es así.
—Sí, lo es, no lo niegues. —No lo hice porque estaba muy ocupada estando consternada. Sonrió entre risas causadas por mi expresión—. Ahora me siento sucio. No sé si Cleo me querrá así, por lo que iré a limpiarme. —Dejó la copa sobre la mesa—. Ya vuelvo. Esa fue mi forma cursi de decir que me sentó mal el champagne.
Arrugué la nariz.
—Los aperitivos no ayudan.
—Mucho picante —dijo.
Solté una débil risa y lo vi desaparecer entre la multitud hacia los servicios. Fue entonces cuando me fijé en la absurda cantidad de rostros mirándome y murmurando. Me sentí inestable. Sabía lo que era estar en su lugar, evaluándome, no siendo la evaluada. En vez de enfrentarlos con una brillante sonrisa, como se suponía que debería haber hecho, opté por tomarme un descanso. Me levanté de mi asiento y recogí la falda de mi vestido para moverme libremente mientras caminaba hacia el mismo lugar al que mi acompañante se había dirigido. El baño de damas me recibió con su usual dosis de acidez.
Estaba lista para salir de mi cubículo cuando un murmullo captó mi atención.
—La imbécil de blanco que acompaña a Diego, ¿tienes alguna idea de quién es?
—No, no la he visto antes —respondió otra voz chillona.
—Se ve tan barata.
Salí cuando caí en cuenta de que hablaban de mí.
—La imbécil de blanco tiene nombre. —Después de limpiarlas le tendí mi mano a la más pelirroja. Ambas lo eran. Ella, evidentemente la líder, la aceptó con una mueca. Sus ojos azules no ocultaban cuán desagradaba estaba. Me erguí. No importaba si yo les gustaba o no, estarían viéndome a menudo—. Me llamo Rachel Van Allen.
Su expresión de superioridad cayó.
—¿Eres hermana de Loren? —preguntó la otra con interés.
—Sí. Él es mi hermano. —Le ofrecí una sonrisa mientras estrechaba su mano también—. Te lo presentaría, seguramente harían buena pareja, pero ha estado comprometido desde los ocho. No soy tan cruel como para arrastrarte a una relación sin futuro. —La mentira que le había dicho a todas las chicas que iban detrás de él desde que era una niña se había vuelto en algún punto real en mi boca—. Eres... —La recorrí de pies a cabeza. No encontré nada impresionante—. Adorable.
Las mejillas de la pelirroja más pequeña se sonrojaron.
—Gracias. Tu vestido es muy bonito. Soy Abby.
—Yo Julia —gruñó la otra.
Al parecer sus apellidos no eran tan buenos como para ser mencionados.
—Lindos nombres. —Seguí trabajando mi encanto—. Fue un placer conocerlas.
—Igual —murmuró Abby mientras me alejaba.
A la distancia sonreí al sonido enojado, más que todo consternado, que le siguió a mi partida. Dejándolas atrás, fui hacia la masa de invitados y me sumergí en ella usando besos en la mejilla, presentaciones y charlas, unas más largas que otras, como salvavidas. Este era un mar de víboras. Para sobrevivir debías arrastrarte y nadar como una. No lo iba a negar. Me gustaba tocar la flauta para ellas. Nací para esto. Mientras ellos fueron lombrices en su infancia, yo vine al mundo como una cascabel.
Me criaron para ser letal.
Para las once ya tenía una docena de nuevos clientes. No potenciales clientes, sino cli—en—tes. Invitados listos para pasar por mi oficina la semana entrante para evitar que su fiesta tuviera los detalles desastroso de esta. Aperitivos extra picantes. Mal champagne. Falta de exclusividad. Fue tan fácil convencerlos que me sentí fuera de liga, como un jugador profesional en un partido de equipos de escuela. Acababa de hacerme una temporada entera de trabajo bien remunerado. Generalmente Cristina se encargaba de supervisar y relacionarse, pero acababa de demostrarme a mí misma que mi presencia era buena para el negocio. Era momento de dejar atrás el miedo a encontrarme con Nathan, después de todo ya lo había visto dos veces y realmente no había ido tan mal, además de que extrañaba arreglarme.
Realmente arreglarme. No solo vestirme para ir al trabajo.
Madison era mi prioridad. Seguía prefiriendo pasar un día acurrucada con ella, Damon y el drama chupasangres con nosotras, pero mi crecimiento profesional era la mejora de la calidad de vida que podría ofrecerle. Quería darle todo, así que estaba dispuesta a mucho para lograrlo. Cuando creí haber tenido suficiente, me despedí del matrimonio que me interrogaba para saber si era la persona correcta para manejar el primer cumpleaños de su niño y empecé a recorrer el salón en búsqueda de Diego. No lo veía desde su confesión. Un vistazo de su abrigo colgado en el cuarto con mostrador para guardar las pertenencias de los invitados me alivió.
No se había ido.
—Buenas noches —susurraron voces a mi espalda, apartándose para dejarme pasar, a medida que volvía al salón, rostros a los cuales asentía y sonreía.
Finalmente lo localicé hablando con una mujer. Ella debía tener unos setenta años. Su pelo blanquecino contrastaba con el azul real de su vestido hasta el suelo. Forzando una sonrisa en mi rostro en un intento de ocultar mi miedo de ser abandonada aquí, me propuse unirme a la conversación hasta que Diego entendiera mis señales de que quería regresar a casa. No aparté mi mirada de ellos mientras me acercaba, así que no hubo forma de que viera venir el impacto.
—Disculpa —murmuró una voz grave cuando su cuerpo se estrelló contra el mío, empujándome hacia atrás y haciéndome perder el equilibrio hasta caer.
Me preparé para el impacto. Cerré los ojos y envié mi mente a su lugar feliz, centrándome en ignorar la dosis de dolor y la vergüenza que se hicieron esperar demasiado. Tanto que me di cuenta de que no vendrían. Lo único que llegó fue olor de su colonia cuando me tomó en brazos. Conté regresivamente desde veinte antes de separar mis parpados, paralizándome al verlo. De no ser por su agarre sobre mí me hubiese vuelto a caer por la impresión.
Nathan.
Donador de esperma.
—¡¿Tú?! —solté separándome de él lo más rápido posible.
Pasó una mano por su cabello viéndose frustrado y genuinamente arrepentido.
—Lo siento, Rachel, no te vi.
No respondí. Seguía indignada por la manera en la que me encontramos. Nathan alzó las cejas y separó los labios para hablar, pero Diego, mi salvador, apareció.
—¡Rachel!
—Gracias a Dios —murmuré refugiándome en su costado.
Él me separó, sin embargo, sosteniéndome con sus manos en mis hombros.
—Casi te das un buen golpe hace un momento. —Me señaló una elevación en el piso con la que me habría golpeado la cabeza de no ser por Nathan. Claro. Habría sido mi héroe si no fuera porque en primer lugar el accidente habría sido causado por él, lo que a su parecer Diego no captó—. Gracias por estar ahí, Nate. —Estrechó la mano de su amigo antes de abrazarme con efusividad—. Lamento haberte dejado sola.
—Estoy bien —conseguí murmurar entre la fuerte presión de sus brazos.
Tardó un rato en soltarme, pero cuando lo hizo su abrazo de oso se deshizo indecisamente. Preguntándome por su anterior acompañante, alcé la vista y di con un par de ojos negros rodeados de arrugas.
—¿Cómo estás, querida? —preguntó la anciana.
—Estoy bien —repetí con una sonrisa menos forzada.
Su preocupación sonaba genuina.
—Me alegro. Hubiera sido horrible que te lastimaras. —Tomó un diminuto sorbo de su copa, a lo que agrió el rostro debido al champagne, y miró a Nathan—. Usted, jovencito, debe estar feliz de ser el héroe de una mujer tan joven y bella.
Hice una mueca.
—Sí, me siento muy satisfecho conmigo mismo —comentó con sarcasmo, su mirada en el candelabro antes de que metiera las manos en sus bolsillos y me mirara con sus ojos marrones—. Debiste haber sabido que salir con Diego traería problemas, Rachel.
Apreté mis manos en puños. ¿Quién era él para decirme con quién o no salir? A mi lado Diego soltó una carcajada, inconsciente de los problemas que tenía con Nathan, y se dispuso a hablar con él. Mientras intercambiaban palabras me concentré en conocer a la agradable anciana. Era la viuda de un importante empresario con muchos nietos. Le di mi tarjeta, haciendo la clienta número trece cuando me comentó que una de ellos pronto se casaría. Después de despedirnos no me quedaban más ganas de hablar, por lo que me dirigí a uno de los balcones con acceso al patio trasero tras enviarle un mensaje a Gary. Allí me incliné sobre la barandilla. Apoyé mi cuerpo en la superficie de cemento para descansar los pies. Me conmoví con la vista. Había una fuente en el centro, decorada con velas, rodeada de circunferencias y circunferencias de arbustos. El clima era agradable. Me gustaba sentir la brisa contra mi piel.
A solas mi mente no pudo evitar desencadenar los recuerdos de mis inusuales encuentros con Nathan. Quise alejarlos, pero no lo logré y menos cuando él, en carne y hueso, apareció a mi lado.
—Te ves hermosa esta noche, Rachel.
Esto era tan surrealista. Quería golpearlo y gritarle, pero no podía hacerlo sin parecer una demente y perder a mis nuevos clientes.
NATHAN:
¿Qué era esa diarrea verbal?
Sintiéndome sin oxígeno en mis pulmones, inhalé y exhalé intentando buscar una explicación racional para mi comportamiento idiota. Ella no me lo ponía fácil. Se veía más preciosa de lo que ya de por sí era. De lo que debería ser permitido.
Me sorprendió riendo.
—¿Gracias?
Solté un suspiro lleno de alivio.
Hablar con ella era agotador. Una montaña rusa de emociones.
—Lo siento por haber reaccionado como lo hice cuando me dijiste que estabas embarazada, Rachel. Créeme. Estaba asustado —empecé—. Yo...
Alzó el mentón antes de interrumpirme.
——Cuando entré en tu oficina... —murmuró con un hilo de voz, sus ojos observándome fijamente. Lucía tan determinada─. Te necesitaba. Necesitaba tu apoyo. Tu oportunidad de ser el príncipe azul ya pasó, Nathan. Encontré la manera de avanzar con Madison sin tu ayuda. —Señalé hacia el interior de la mansión—. Trabajo duro para que estemos bien. Tú mismo te has dado cuenta, ¿no?
Me sentí como la mierda. Mi primer pensamiento cuando la vi hablando con casi todos los invitados fue que estaba buscando un padrastro para Madison. Me sentí como un imbécil cuando me di cuenta de que era más que obvio que buscaba clientes para su agencia. No solo era buena en ello, sino excelente. Como conocía a la mayoría de las personas con las que había hablado sabía que tenían pensado buscarla.
Aclaré mi garganta antes de continuar con la disculpa.
—Yo debí...
Se acercó más.
—Estaba asustada por lo que podía pensar mi familia. Asustada por cómo mi vida se desmoronaría por las consecuencias de algo que no pedí. Por tu reacción. —Su tono se mantuvo firme—. ¿Pero sabes qué fue lo que me dio fuerzas? Darme cuenta que todos esos miedos resultaban estúpidos al lado del temor de no ser lo suficientemente buena para Madison. —De nuevo volvió esa mirada asqueada a su bonito rostro—. No me hables de estar asustado cuando no sabes lo que eso significa.
No importó si ya fuera consciente de sus palabras antes de que las dijera en voz alta. De todas formas cada una de ellas fue como un golpe directo a mis pelotas. Todo lo que había pensado de Rachel era equivocado. Ella no era una arpía, ni una zorra malévola, ni una bruja. Ahora que no estaba ciego admitía que en nuestros actuales encuentros lo único que obtuve de ella fue la visión de una mujer comiéndose el mundo. Alguien que superó los obstáculos que se interpusieron ante ella con gracia.
Sí.
Ese era yo admitiendo lo equivocado que había estado. No era interesada. Buscaba hacerse un sitio en lo alto por sí sola. Si andaba con Diego era porque realmente le gustaba. Mi mejor amigo era el centro de atención de la madre de mi hija, no por su dinero, sino por su encanto y quién sabía qué otra cosa, lo cual lo hacía peor.
No lo decía por celos.
No los sentía. El picor en el fondo de mi mente ante la imagen de Rach y Diego juntos no era más que molestia por la idea de litros de perfume masculino sobre su piel mientras arrullase a Madison, lo cual podría enfermarla, o cosas por el estilo. Él no era material de padrastro. Era solo eso.
¿Yo? ¿Celoso?
Negativo.
Armándome de valor, me incliné sobre ella y la enfrenté.
—Sé que lo jodí, ¿de acuerdo? No tienes que recordármelo siempre. Te aseguro que yo me lo recuerdo lo suficiente cada día. —Acorté aún más la distancia entre nosotros, forzándome a tranquilizarme a no armar una escena, suavizando la voz—. También sé que tuvieron que pasar por mucho sin mí y que será difícil, pero con el tiempo lograré que me perdones y me dejes formar parte. Así de duro me esforzaré.
Al final mi tono flaqueaba. Eso no impidió que me sintiera orgulloso conmigo mismo por haber logrado sacar al menos una parte del discurso que tenía preparado. Rachel se mordió el labio y algo dentro de mí se agitó cuando posteriormente pasó la legua sobre él, mi cuerpo reaccionando ante el gesto. En ese momento me di cuenta de lo cerca que estábamos. Su boca rosada. Las pecas casi indetectables en la superficie de sus mejillas. El lindo hoyuelo en su barbilla. Su cabello negro.
Todo a tan solo a unos centímetros de distancia.
—No lo entiendes, ¿cierto? —preguntó, a lo que negué y chasqueó con la lengua—. Independientemente de lo que haya sucedido después de ese día, el punto está en que yo te presenté dos opciones. Uno, ganar a corto plazo y perder a largo plazo. Dos, perder a corto plazo y ganar a largo plazo. —Apenas podía disimular su desagrado—. Tú elegiste la primera y ahora debes asumir las consecuencias.
Sentí un puñal invisible clavándose en mi pecho.
—¿Incluso si la consecuencia es perder a Madison?
Esta vez fue ella quien negó.
—No puedes perder lo que no te pertenece. Madison nunca fue tuya en primer lugar. Tú no lo quisiste así —siseó—. Te prometí que nunca te molestaría.
—Las cosas cambiaron —murmuré—. Ahora quiero ser molestado. —En medio de un subidón de adrenalina me acerqué más, todavía más, de tal forma que mi aliento impactó contra su sensible piel. Se estremeció. Olía tan bien—. Más pronto que tarde ella va a ser tan mía como tuya. Es nuestra, Rachel, de ambos. No la hiciste sola.
Apretó los dientes.
—Eres un desquiciado, Nathan.
Asentí con una sonrisa, lo que solo la hizo molestar más.
—Puede ser, pero soy muy insistente. Me he cansado de estar solo.
Soltó un bufido burlón.
—¿Qué pretendes que nosotras hagamos? ¿Vivir contigo? ¿Leerte un cuento todas las noches hasta que te quedes dormido? ¿Llenar las sillas de tu estúpido comedor?
Me encogí de hombros.
—Tal vez también podamos tener un perro y darle un her...
No realmente como pensaba, pero sí cumpliendo con mi expectativa principal que era no dejarla ir, su rostro se giró bruscamente hacia mí por la impresión de mis palabras y... mierda.
Rachel abrió los ojos de par en par y comenzó a hiperventilar. Yo, por otro lado, nunca había sentido una sensación tan agradable en mis casi treinta años de vida. No podía estar feliz del todo. Había sido un accidente. No sucedería otra vez. Reconocer que quería más y que el impulso de tomarlo aquí y ahora era más fuerte de lo que podía manejar, me hizo preguntarme si debería disfrutar del accidente o disculparme.
No fue mi intención besarla.
Pero se sintió tan bien.
Después de la conexión se deshiciera, un placentero chispazo fluyó de ella hacía mí. Rachel también lo experimentó. Sé que lo hizo. Su cuerpo se movió del mismo modo que el mío. En shock. Uno que duró medio minuto en el que ninguno de los dos dijo o hizo nada para separarse del otro, nuestros labios sin tocarse, pero sí rozándose. Los ojos de Rachel seguían abiertos, pupilas dilatadas. Respiraba irregularmente.
Siendo un estúpido, levanté mi mano y tomé un mechón de su cabello sin separarme de ella ni un milímetro. Lo coloqué detrás de su oreja con delicadeza y...
... recibí la bofetada que tanto merecía.
Chicas, de verdad lo lamento. Siempre se me olvida o cuando lo voy a hacer me concentro en otra cosa y paso de largo. Tengo muchas historias xc
Hoy tendrán actu doble. Más tarde publico la otra
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