Capítulo 13:
RACHEL:
—Esto tiene que ser una broma de mal gusto.
Ryan soltó una carcajada baja.
—Me temo que no, preciosa. —Me enseñó sus dientes en una deslumbrante sonrisa que hizo suspirar a sus alumnas femeninas—. Bienvenida a mi segundo trabajo.
Gruñí cuando me guiñó. Así que aquí venía cuando no estaba en casa. Gary debía saber. Tomando en cuenta su actitud, ciertamente no estaba avergonzado de ser el objeto de fascinación de las mujeres en la habitación y el blanco de la envidia de sus parejas. ¿Por qué nunca me dijeron? Pensé que Ryan solamente trabajaba en la comisaría, a lo que asociaba todas sus ausencias. No era nada de otro mundo tener dos empleos. Saber que era profesor de baile me habría ahorrado la sorpresa.
—¿Es en serio que trabajas aquí? —preguntó Cleo boquiabierta—. Pensé que eras gigoló de medio tiempo, no bailarín. —Arrugó la nariz—. Eso es extraño.
La mirada de Ryan se volvió indiferente.
—¿Por qué?
Cleo se encogió de hombros.
—No sé. Tienes ese cuerpo. Esa actitud.
Ahogué una risita. Madison, mirándome, sonrió y palmeó la cabeza de Ryan.
—Por suerte para ti no lo soy y por eso puedes comprar dos horas de mi tiempo. —Las comisuras de sus labios se extendieron en una sonrisa condescendiente—. Porque estoy seguro de que de serlo no podrías pagarme ni diez minutos.
Después de que mi compañero de piso, quién generalmente evitaba el salón de belleza y permanecía en silencio cuando íbamos, eventos extraños se desarrollaron y terminé bailando con Ryan. Él se portó bien y me hizo sentir en confiada de mí misma, así que me dejé llevar por la música y permití que me manejara a su antojo como su pareja de baile aunque no era nueva en esto. Anastasia también nos hizo tomar clases de baile mientras crecíamos a Marie y a mí. La diferencia entre nosotras estuvo en que ella lo amó y yo no, pero sabía lo básico.
Aún así terminé hiperventilando.
—Eso no estuvo mal —dijo Cleo.
Cogí el termo del suelo. Me moría por quitarle a Madison, quién estaba en sus brazos, y besar sus cachetes, pero el sudor me lo impedía. No quería ensuciarla.
—¿Qué te puedo decir?
—No sabía que bailabas. —Frunció el ceño—. En realidad creo que no sé muchas cosas de ti.
—Claro que sí las sabes.
—No. No lo sé. —Su mirada azul se volvió triste—. Nunca me has hablado del papá de Madison o de tu familia, pequeña perra. Solo sé tu hoy, pero no tu ayer, lo que hace que me ponga paranoica y me pregunte si tienes otra mejor amiga esperándote en alguna parte.
Sonreí como tonta.
—No, Cleo, tú eres la única.
Me devolvió la sonrisa.
—Bien. Eso me deja más tranquila.
Por el tono vacilante de su voz me di cuenta de que seguía resentida. Sabía que no lo arreglaría hasta no contarle mi historia tan abiertamente como ella me había contado la suya, pero aún no estaba lista para hablar de mi familia o de Nathan sin sentirme mal. Como no hallé cómo continuar con nuestra conversación y ella tampoco, me senté a su lado y jugué con Madison a las escondidas con mis palmas. Le hice caras cuando se aburrió y finalmente opté por correr el riesgo y acunarla cuando fue el turno de Cleo de bailar. Sentí compasión por ella. Esos veinte minutos de baile habían acabado conmigo, lo que me llevó a dedicarme el resto de la hora a mirar a los demás bailarines y a ayudar a Maddie a dar pequeños pasitos sobre la alfombra.
Tras la clase nos despedimos de Ryan, que tenía que trabajar con el siguiente grupo, con dos besos y mi promesa de un interrogatorio en casa. Él solo se encogió de hombros con esa engreída sonrisa suya. Ambas nos marchamos arrastrándonos más que caminar en sí. Madison era la única con energía.
Al día siguiente me levanté temprano.
—¿Cómo dormiste? —le pregunté a mi pequeña poniéndole un vestido ciruela del mismo tono que mi traje de falda de tubo—. Me alegra. —Hice soniditos en su estomago que la hicieron reír—. Yo no dormí tan bien.
El ejercicio había hecho que todo mi cuerpo doliera. Cuando Madison y sus cosas estuvieron preparadas me di una rápida ducha y me alisté amarrando mi cabello en una trenza mientras saltaba con Pulpo en el corral. Antes de irnos también domé su melena de león con su nuevo cepillo de cisne. El otro se perdió en la guardería. Según Sophie ninguna de las nanas lo había visto desde principios de la semana pasada, lo mismo que pasaba con su chupón favorito. Él tenía un collar tan lindo. Lástima que estuviera desaparecido. Estaba segura de que había sido yo quién lo perdió en el camino de ida o retorno. Cuando eres madre ese tipo de cosas pasaban.
Por más que quisiera cubrir todo el terreno, siempre habría cabos sueltos.
Con nuestra carga cotidiana, su pañalera y mi bolso, tomamos el primer bus que pasó. Este nos dejó directamente frente a su guardería. Saludé a Matías y a Marco antes de entrar a dejar a Madison gateando con los otros bebés sobre una alfombra con el ABC. Algunos de ellos eran mayores que ella y veían fijamente el pequeño teatro de madera. En él aparecerían los títeres manejados por Sophie y las otras después de que el horario de entrada terminase.
Al igual que la mayoría de los días llegué temprano a la oficina. Como siempre Cristina me esperaba con un café de vainilla con mi nombre. Le di las gracias y entré en mi cueva para beberlo frente a la computadora. La mañana transcurrió tranquila. No fue hasta las diez que la pequeña mujer irrumpió tras llamar tres veces para hacerme saber que era ella. Sonreí cuando la vi. Nunca usaba algo que no fuera rosa, pero si lo hacía algún detalle se hallaba en su conjunto. Era mi versión Barbie de Pepper Potts.
—¿Qué llevarás puesto para la fiesta de Harold Blay?
Chasqueé. Esa era una buena pregunta.
—Si voy tenía pensado usar un traje. Voy por negocios, ¿no?
Aflojó la mandíbula.
—No puedo creerlo.
—¿El qué? —pregunté volviendo mi vista al computador.
Buscaba una compañía de seguridad para mantener a los fans de una banda de rock lejos del cumpleaños de la hermanar del vocalista. Mis chicos no bastarían. Necesitaban refuerzos. Eso me aterraba y me hacía feliz al mismo tiempo. Significaba que cada vez estaba organizando eventos más grandes, pero con ello también crecía la responsabilidad. Un solo error en materia de seguridad y todo se arruinaría.
Cristina, utilizando más seriedad de la habitual, se posicionó frente a mí cruzándose de brazo mirándome como una mamá gallina a punto de regañar a su pollito.
—No puedes faltar.
—¿Por qué? Yo no la organicé.
—No, pero te invitaron porque saben que tienes la ambición de un tiburón y que en poco estarás siendo la reina de las fiestas en lo que organización se refiere. ¿No lo notas? Cada vez tenemos más trabajo. —Sus ojos dejaron la molestia de lado para mirarme con orgullo—. Pronto serás una figura pública, cariño, porque cuando vienen a la agencia preguntan por ti, no por nosotros. Adoran tus ideas.
—¿Y tengo que ir por...?
—Esa fiesta estará colmada de potenciales clientes.
—Todas lo están —repliqué.
Cristina soltó un ruido exasperado.
—Rachel, no me digas que te tengo que decir las razones por las que tienes que ir.
Apreté mis labios, guardándome la verdadera razón por la que no quería ir para mí.
Nathan seguramente estaría ahí.
—Lo sé, Cristina. —Cerré los ojos—. Lo sé.
Oí su pisoteo impaciente.
—¿Entonces?
La miré.
¿Cómo podía explicárselo sin que me llamara inmadura o estúpida por querer atrasar lo inevitable? Solté un suspiro.
—Está bien. Iré.
Se acercó para apretarme las mejillas, soltándolas al darse cuenta de lo que hacía. En vez de reaccionar como la ogra que todos creían que era, no hice nada al respecto salvo sonreír aunque estuviera retorciéndome por dentro. Era la primera vez que me lo hacían y eso era suficiente para convencerme de no hacérselo más a Madison. Pobre bebé. Lo que había estado sufriendo.
—Así que... —Se relamió los labios—. ¿Qué usarás?
Mi sonrisa desapareció a medida que recorría mi armario mentalmente. Era una fiesta de gala inspirada en Almack's, uno de los primeros clubes que daba la bienvenida a tanto hombres como mujeres de la alta sociedad. Tenía vestidos hermosos, sí, pero ninguno le hacía justicia a al tema. Sintiéndome de repente inquieta, pensé en lo terrible que sería mi debut en Brístol sin estar al nivel de las demás asistentes. Solía usar los vestidos más hermosos y caros, pero estaba fuera de práctica y segura de que tendría mucha más competencia que en Cornwall.
Competencia.
Mi estómago se revolvió ante la palabra que solía amar.
—Cristina, ¿hoy tenemos algo que no podamos aplazar para mañana? —le pregunté en lugar de responder qué usaría—. Me gustaría que nos tomáramos el día libre.
Sonrió.
—Ya despejé tu agenda, cariño. Podemos ir de compras en paz.
NATHAN:
—Hazlo pasar.
Despresioné el botón del intercomunicador y me eché hacia atrás preguntándome qué saldría de la boca de John esta vez. Desde la semana pasada me presionaba con ideas y formas de pedir clemencia ante Rachel. Por más que fuera un daño a mi ego, admitía que estaba bastante cerca de escucharlo y hacer cada una de ellas. Era oficialmente un tipo desesperado.
Parpadeé cuando la puerta de la oficina se abrió.
—¿John? ¿Qué haces así?
Un puto smoking. Él estaba usando un traje a la medida.
Mi último recuerdo de él utilizando uno era en su graduación del colegio. De primaria, ni siquiera de preparatoria. Los odiaba con su vida.
—He decidido comenzar a trabajar en el negocio familiar.
—Joder —mascullé pellizcando el puente de la nariz.
A pesar de haberlo entendido a la perfección, seguía intentando procesar lo que acababa de decir porque no me lo terminaba de creer. John era una persona extraña e inmadura, pero él nunca bromeaba con asuntos serios. Manejar la compañía para la que cuatro generaciones de nuestra familia trabajaron y se sacrificaron lo era. Por un instante de delirio me permití a mí mismo imaginarlo como un sujeto serio con obligaciones y responsabilidades.
John más trabajo, más empresa, más personas dependiendo de él, más familias dependiendo de las personas que dependerán de él...
Caos, concluí.
Me pellizqué más fuerte antes de verlo.
—¿Puedo saber el la razón de tu decisión?
John asintió.
—Tienes una hija. Ella necesita tiempo que no obtendrá si tú te encuentras encerrado aquí las veinticuatro horas del día.
Su respuesta me hizo considerar su aparición aquí desde otro ángulo. Ahora mismo él era lo más parecido a un apoyo. No podía ser desagradable. Conocía mis problemas. Sabía lo que hice, lo bajo que caí, y aún así intentaba ayudarme. Tampoco le podía negar su derecho legítimo a ocupar un lugar en la embotellador que nos pertenecía.
—¿Y la cafetería?
Se encogió de hombros con despreocupación.
—Me despidieron hace dos días. Se supone que no se debe dormir en los baños durante el almuerzo.
Alcé las cejas.
—¿Se supone?
—No lo sabía.
—Ah... ¿perder ese empleo era parte de tu plan para tener a Luz?
Desencajó la mandíbula. Había dado en el blanco.
Por más que intentara ocultarlo, sabía que en el fondo sí le importaba haber perdido su oportunidad de independencia a pesar de la pobreza a la que ninguno de los dos estábamos acostumbrados. Menos Luz. Pero eso no parecía preocuparle. Estuvo planeando conseguir un empleo fijo en dónde fuera menos en la embotelladora por su capricho de renegar de nuestro padre y de cualquier beneficio que el lazo entre ambos pudiera proporcionarle. Aunque algunas veces me vi tentado a hacer lo mismo, consideré estúpido deshacerme de lo único bueno que nos había dado.
—¿Hablaste con Jack?
—Sí. Dijo que tú podías explicarme cómo funciona este mundo.
Solté un suspiro inclinándome hacia atrás.
—¿Qué crees que debo hacer?
No me refería a él trabajando aquí y ambos lo sabíamos.
—Técnicamente estás jodido. Rachel nunca te permitirá ver a tu hija a menos de que le des una buena razón que la haga decidir apiadarse de ti. —Hizo una mueca—. De lo contrario serás solo el espermatozoide que engendró a Madison y nunca la escucharás llamarte papá.
Aunque me conocía de comienzo a fin el resumen de la situación, oírlo en voz alta me dolió más que escucharlo dentro de mi mente. Cerré los ojos para imaginarme un escenario parecido al que describía John. Uno en el que Rachel era un gigante y yo un pequeño punto en el piso pidiendo una segunda oportunidad. Al final era aplastado.
Pero en el mundo real, ¿qué perdía si lo intentaba?
Nada, me contesté.
Por más triste que sonara, no tenía nada que perder. Lo observé.
—¿Qué planes tienes para hoy?
John se levantó. Se desabrochó el chaleco mientras se dirigía a la puerta.
—Lo bueno de ser tu propio jefe es que tienes vacaciones cuando quieras.
RACHEL:
Cristina hizo un ademán de arcada.
—Definitivamente no.
La dependienta de pie junto a ella nos maldijo mentalmente y se dio la vuelta. Se llevaba una docena de vestidos, además del amarillo fosforescente que llevaba puesto, que no nos habían gustado. Miré el reloj dorado en mi muñeca. Una de la tarde. Todavía tenía dos horas y media para seguir buscando. Lástima. Podría utilizar el tener que recoger a Madison como una excusa para dejar de recorrer calle tras calle en mis tortuosos zapatos. Entrar en eBay empezaba a sonar tentador.
—¿Crees que pueda encontrar algo bonito en esta ciudad? —le pregunté.
Antes de que pudiera contestar la dependienta volvió con una docena más de vestidos. Los evalué antes de probarlos. Eran preciosos. Decidí llevarme dos sin medírmelos porque estaba segura de que me quedarían y estaban en oferta, pero ninguno era para la fiesta. Salimos de nuevo a la calle sin la sonrisa que caracterizó nuestros rostros al inicio de nuestra búsqueda. No solo se trataba de conseguir el vestido perfecto. Era lo fundamental, sí, peo también necesitaba encontrar los zapatos y los accesorios perfectos. Y un bolso. O un sobre, mejor, además de la ropa interior.
—¿Qué tal ahí?
—No es una tienda de diseñador —respondió cuando le señalé una de las pequeñas boutiques independientes al otro lado de la calle—. Aunque... —Nos detuvo—. Si compras un vestido exclusivo las posibilidades de que alguien más lo tenga son nulas.
Sonreí con cansancio.
—¿Entramos?
—Sí —contestó halándome a través del asfalto y luego dentro de la tienda.
El local era pequeño. Era más el espacio que había para los vestidos que para la circulación de los clientes. En el mostrador estaba una campanilla que hicimos sonar con el propósito de ser atendidas por alguien. Casi al instante salió de una puerta al fondo una pequeña mujer con una cinta métrica rodeando su cuello. Su cabello era rosa. Pude ver cómo Cristina y ella conectaron a primera vista.
—¡Hola! —nos saludó con una amplia sonrisa.
—Hola. —Cristina habló por mí—. Estamos aquí buscándole un vestido a ella. Tiene una fiesta inspirada en Almack's el próximo miércoles. Necesitamos algo...
—Inédito —completó con las pupilas dilatadas por la emoción. Tenía la expresión de haberse ganado la lotería—. Pertenecer a Almack's fue el sueño de todo londinense. No bastaba ser rico para entrar. Debías tener clase. Mi madre y yo tenemos enmarcado en nuestra sala uno de los vales de entrada. —Me echó un vistazo—. Eres afortunada de tener el perfil de una condesa. Piel pálida, cabello negro, rostro de ángel... tienes una belleza clásica a la que le sacaremos provecho. —Se apoyó en el mostrador—. ¿Cómo quieres que te ayude a ser la más hermosa? ¿Qué buscas?
—Eh... —murmuré, pensativa—. Quiero verme diferente. Destacar sin nada excesivo.
—No quiere verse vulgar —tradujo Cristina.
—Lo entiendo. En estas fiestas los viejos prejuicios vuelven. Eso es lo que hace que el after sea más divertido. —Soltó una risita—. Esperen aquí. Ignoren todo lo que está afuera. ¡Les traeré mis mejores modelos! —gritó antes de volver a desaparecer.
—No sé tú, pero yo siento que conseguimos algo —murmuró Cristina.
—Yo también —confesé a pesar de que no habíamos visto ningún vestido aún.
Cinco minutos después, cuando empezaba a inquietarme, la misma mujer salió cubierta de tela. Me impresioné cuando los desdobló frente a mí. Eran tres, uno rosa, uno rojo y otro blanco. Dos de ellos tenían falda ancha y fondo.
—No quiero que parezcas una novia —gruñó Cris al ver el vestido blanco.
—No lo hará —contestó ella—. Cuando usas un vestido blanco pueden pasar dos cosas desafortunadas, una es más por descuido que por el vestido en sí... y la otra es parecer una novia. Eso o se puede ver preciosa. Lo traje para probar. Una mujer tiene que ser muy segura de sí misma para llevar uno. —Su sonrisa fue lo último que vi antes de que la cortina se cerrara—. Ya veremos cuál es el caso.
—Bien —oí a Cris contestar con un tono poco seguro.
Diez minutos después salí con el vestido rojo. Era hermoso. Me hacía ver sensual y femenina, pero no era tan sexy como el rosado con corte de sirena, el cual era el único no ancho. Me sentía como una muñeca dentro de él. A ambas les encantó por el color, por supuesto, pero ya había decidido llevarme el rojo. El rosa era demasiado.
O esa era mi elección hasta probar el blanco.
La chica sonrió al verme.
—No. No pareces una novia.
NATHAN:
—No puedo creer que sea una chica vainilla. No encaja con todo lo que me has contado. Una mujer como así optaría por lo exótico —susurró John junto a mí.
—Yo tampoco —admití.
Desde mi posición tras un roble de tronco grueso, a unos cuantos metros de distancia de dónde Rachel se encontraba sentada lamiendo una esfera de helado de una manera que me hacía sentir enfermo, le eché otro vistazo. Usaba un traje color ciruela que realzaba su figura. Bajo el bléiser una camisa de transparencias negra mostraba un poco de escote y dejaba a la piel de su cuello expuesta.
No sería hombre si no estuviera tentado con la imagen que ofrecía.
John me sacó de mi estado de pérdida de la noción del tiempo y el espacio al cabo de unos segundos de preocupante silencio.
— ¿Nathan?
—¿Sí? —respondí sin mirarlo.
—¿Por qué la odias tanto?
Despegué mis ojos de Rachel para enfocarlos en mi hermano y compañero de crimen. Ahora no solo hablábamos de robo, sino que también añadimos acoso a la lista. Esperamos por más de dos horas dentro de un auto con vidrios oscuros a que Rachel viniese por Madison. Maddie. Mi sorpresa fue grande al verla llegar con decenas de bolsas y directo al carrito de helados, no al lugar dónde se suponía que debía de recoger a nuestra hija. No tenía ni idea de cuál era su horario, pero cualquier momento que pudiera pasar con Madison yo lo aprovecharía. No me sentiría en paz hasta tenerla conmigo sabiendo que estaba a solo un paso de mí.
Como ahora, me dije.
—No la odio —susurré.
Yo no odiaba a Rachel.
Yo me odiaba mí mismo por las decisiones que tomé.
Holaaaa. Ay. Nathan ya empieza a entrar en razón. A partir de aquí empezará a buscar su redención. Los años pasan y sigo amando a John
Siguiente actu: jueves
Love u
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