Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 12:

RACHEL:

Estaba un paso de obtener un bronceado naturalmente perfecto mientras Maddie jugaba a mis pies con la arena de mi isla de ensueño, literalmente soñando, cuando el estruendoso sonido del timbre me despertó. Jadeé antes de rodar sobre mí misma e incorporarme. Después de verificar a Maddie, que seguía durmiendo en su cuna como un pequeño oso invernando, me cubrí con un albornoz para ir al baño a echarme un vistazo antes de abrir.

—¡Ya voy! —grité al oírlo de nuevo.

¿Quién podría ser lo suficientemente insensible para despertarme a las siete de la mañana un domingo? No se le hacía eso a una madre soltera. Acomodé un poco mi cabello antes de destrabar la puerta. Fruncí el ceño al encontrarme con Ryan y su bolso militar. Usaba vaqueros ajustados, un suéter ancho y botas de combate. Al entrar depositó un sonoro beso en mi mejilla, raspándome con su barba. A pesar de que lo hizo para enojarme, solo me molestó la baba que dejó en mi cara. La quité con el dorso de mi mano mientras lo seguía. Le había cogido cariño. Los últimos días sin él y Gary fueron solitarios, pero se suponía que serían más.

—¿No se iban a quedar una semana más?

—Yo no. —Agrió el rostro ante lo que sea que pasó por su mente o por el sabor del café de ayer que calentó y bebía de mi taza rosa—. Londres no es para mí.

Sonreí al imaginarme a Gary obligándolo a montarse en un autobús turístico de dos pisos para recorrer la capital o tomándole fotos a bordo del London Eye.

—Eso pensé cuando me dijeron que irían.

—¿Por qué no me advertiste?

—¿Y hacer que te perdieras el tour? —Sonreí con malicia—. No me lo perdonarías.

—Me habrías caído un poco mejor si lo hubieras hecho.

Le saqué la lengua.

—No tengo ganas de caerte mejor.

—Se nota que no.

Me acerqué al refrigerador para sacar los ingredientes de mi sándwich. Mi estómago rugía exigiendo comida.

—¿Por qué no abriste con tus llaves? Pensé que era el lechero.

—Perdí mis llaves en una maldita gasolinera —respondió encogiéndose de hombros como si no le preocupara, pero sabía que cambiaría la cerradura a penas tuviera oportunidad—. Lamento si te desperté o a Maddie, pero estaba cansado de esperar en el piso a que le dieran final a su sueño de belleza. Por cierto, ¿dónde está?

—Dormida —respondí dándole un mordisquito a un trozo de pepino.

—Ajá...

—¿Qué? —pregunté cuando no apartó sus ojos oscuros de mí.

Alzó las cejas.

Bajé la mirada y me ruboricé al darme cuenta de que todavía estaba en albornoz y camisón. No soporté la intensidad de su expresión, por lo que corrí a mi habitación en búsqueda de un conjunto deportivo dos tallas más grandes que usaba los fines de semana. Viéndome más acorde a la situación, regresé a la cocina luego de confirmar que la respiración de Madison seguía siendo suave. Cuando se lo proponía podía dormir aunque el mundo se estuviera acabando.

—¿Qué tal le sentó Londres a Gary?

Tras buscar mi desayuno en la cocina, me senté en el sofá junto a él. Ahora sostenía un tazón lleno de cereal y veía el noticiero. No se había cambiado, pero sí quitado los zapatos. Tenía pies bonitos, pero nunca se lo diría. Probablemente empezaría a imaginarse como modelo de zapatos.

—Él y la abuela se enamoraron de los tours y la mierda capitalista.

—¿Qué cosa capitalista?

—En lo que a mí concierne todo aquello en lo que se gane dinero sin dar algo a cambio es mierda capitalista. Esta noche estarán viendo a hombres semidesnudos en el bar nocturno al que me arrastraban.

Reí imaginando su expresión mientras Gary y su abuela metían billetes en las tangas de los bailarines y limpié el bigote de leche que se había formado sobre sus labios con la manga de mi suéter. Al darme cuenta de lo que hacía, dejé caer la mano y me concentré en las noticias mientras Ryan me miraba con la frente arrugada. Estaban pasando la sección de deportes, por lo que mi actuación de estar distraída no era convincente. Siempre apagaba el televisor cuando llegábamos a esa sección. Justo cuando todo a nuestro alrededor se sintió insoportablemente incómodo, el llanto de Madison nos salvó.

Él se echó hacia atrás y cerró los ojos con gesto de felicidad.

—Extrañaba su voz.

La hallé llorando en su cuna. Se aferraba a los barrotes de madera. Instantáneamente me sentí mal al ver su cara de grandes y sonrosadas mejillas deformándose con sollozos. La tomé en brazos y eso me bastó para saber qué sucedía. Madison se calmó cuando cerré los broches de nuevo pañal. Después suplanté su pijama por un pantalón y una camisa blanca, atando su cabello con una goma.

Con ella feliz y sonriente, volví a la sala y la dejé en su alfombra con un beso. Ubiqué a Pulpo lo más lejos posible de ella para que gateara hacia su amigo. Le eché uno que otro vistazo entre mordidas de mi sándwich porque Ryan ya no estaba en el sofá. Imaginé que se encontraba en su cuarto desempacando, por lo que no tenía que preocuparme por más basura incómoda. Realmente tenía suficiente con Nathan conociendo a Madison y Loren entrando de nuevo a mi vida. No necesitaba a ningún otro tipo de estrés que no fuera laboral. Si eso significaba que quería que Ryan siguiera siendo un idiota conmigo, estaba bien con eso.

Aunque Nathan no había generado ningún indicio de peligro porque a pesar de saber de su existencia aún negaba su paternidad, no podía dejar de pensar en ello y en lo que podría suceder en caso de que se diera cuenta de la evidente verdad. Desde aquella visita a la casa de Diego no había aparecido y no sabía si sentirme agradecida o asustada por su silencio. Una chiflada parte de mí, esa que conservaba la personalidad paranoica de la Rachel vieja, estaba decepcionada y molesta, pero no por mí. Lo estaba por Madison.

Ella no merecía ser ignorada.

Negando, me acerqué a dónde estaba y la tomé en brazos para sentarme en la mesa con ella balbuceando sobre mis piernas. Cuando Ryan apareció de nuevo con su atuendo de andar en casa, pantalón de pijama sin camisa, me atraganté con el zumo de naranja y terminé tosiendo en el fregadero por la incasta dirección de mis pensamientos. Madison me haló del cabello y chilló, por lo visto divertida. No importaba que no lo estuviera usando, el recuerdo de sus días laborales estaba fresco en mi mente y siempre había tenido una debilidad por los hombres en uniforme, pero Ryan, ignorando su increíble cuerpo y sus facciones, no era mi tipo.

No. No lo era. No debía serlo. Él no.

En cambio Eric de CSI Miami...

—¿Estás bien? —me interrogó al arrebatarme a Madison luciendo preocupado.

Aproveché su gesto para empezar a recoger los platos.

—Sí.

Usó su cara de póker exclusiva de interrogatorios.

—¿Segura?

Fregando, me giré para verlo y sonreír.

—Cien por cien.

Antes de irme a doblar la ropa que estaba en la secadora desde el día anterior, le di el sándwich que había preparado para él, el que hice más para matar el tiempo que por ser dulce, puse a hervir un par de manzanas y verifiqué que Madison estuviera feliz en su regazo. Lo estaba. Ella sonreía sabiendo que era el centro de su atención mientras comía. En la habitación mi teléfono, descansando de la semana sobre mi mesita de noche, brilló al recibir un mensaje.

No tuve que leer el remitente para saber que se trataba de Cleopatra.

[08:22:03 a.m.] Cleo: ¿Qué haces? :)

[08:23:25 a.m.] Yo: Limpio

[08:23:52 a.m.] Cleo: ¿Un domingo?

Hice un puchero.

[08:24:31 a.m.] Yo: Sí

Seguí doblando y planchando porque dejó de responder al instante. Seguramente, tomando en cuenta que dormía los fines de semana hasta el mediodía, se habría quedado dormida. Me sorprendí cuando diez minutos después llegó su respuesta.

[08:35:05 a.m.] Cleo: Te espero abajo en media hora. Trae a Madison contigo.

Arrugué la frente, pero no me negué a sus planes. Necesitaba despejarme la mente.

[08:36:05 a.m.] Yo: ¿Ropa?

[08:37:23 a.m.] Cleo: Algo cómodo.

Después de un rápido baño y su desayuno de puré de manzana, la camisa de Madison fue cambiada por otra gris sencilla que decía que su mami era sexy y soltera. Como Ryan se había marchado mientras nos cambiábamos, no tuvimos reparos en colocar Don't Stop The Music de nuestra ídolo favorita. Ya era más que un hábito alistarnos con su música. Madison reía y yo me retorcía para ella. Era divertido.

Mi cosa favorita era verla feliz.

Cuando terminamos ya Cleo nos esperaba en la calle con su jeep amarillo aparcado arriba de la acera. Discutía acaloradamente con Reúsen acerca de ello. Como estaba abierto, Madison y yo esperamos dentro a que acabara. Viéndola en sus zapatillas Nike, shorts y sudadera, estuve feliz de haber elegido un conjunto negro Adidas, el clásico de chaqueta y pantalón, con zapatillas blancas. Tras saludarla con dos besos le hice la pregunta del año.

—¿A dónde vamos?

Sonrió de oreja a oreja antes de hacer rugir el motor.

—Ya verás, mami.

Por más que traté no logré sacarle información acerca de nuestro destino. No fue hasta que estuvimos caminando por el estacionamiento de un galpón que me di cuenta de dónde estábamos o, más bien, de qué estábamos a punto de hacer. Me pregunté si esa era su forma de decirme que el embarazo me sentó peor de lo creía. Gruñí mientras caminábamos dentro. Madison, por el contrario, sonreía a las mujeres y hombres haciendo ejercicio en sus respectivas máquinas.

—¿Haremos pesas? —le pregunté sonando molesta,

Negó, negándose a hablar, mirándome como una niña haciendo una jugarreta. Su cabello rubio se agitó con el movimiento, captando la atención de un grupo de chicos tras nosotras que dejaron clara su admiración soltando silbidos y cumplidos no aptos para Madison. Estaba a punto de irme cuando mi desesperante amiga se acercó a una recepcionista e intercambió frases amistosas con ella. La señora mayor con un cuerpo precioso y bien trabajado que al parecer era la encargada de manejar a la clientela culminó la charla dándome un vistazo y asintiendo. Después le entregó un carnet dorado que Cleo vio como moneda de oro. Ahí fue cuando por fin rompió su voto de silencio.

—Está todo listo. Papacito nos dará clases —ronroneó.

Papacito, ¿qué?

—¿Quién es? ¿Clases de qué?

—Tranquila. No es nada parecido a lo de la vez pasada. —Una expresión macabra se apoderó de su rostro—. Aprendí la lección cuando casi dejas a ese tipo sin posibilidades de tener hijos. Y estás con Madison. —Arrugó la frente visiblemente ofendida—. No soy tan retorcida.

—Espero que no —refunfuñé dejándome guiar por el pasillo.

Lo que había detrás de la puerta frente a la que nos detuvimos terminó siendo un salón de baile con paredes de espejos y no un cuarto de tortura BDSM. Unas cuantas parejas con trajecitos de lentejuelas, bordados y mallas se encontraban esparcidas alrededor de la amplia habitación susurrando entre sí o haciendo ejercicios de estiramiento. Cleopatra se acercó a una pila de colchonetas tras tomar la pañalera de mi hombro y se sentó sobre ellas, balanceando sus pies.

—¿Por qué me traes a clases de baile? —la cuestioné ajustando a Maddie en la curva de mi cadera—. No me has visto bailar. No sabes si lo hago bien o mal.

—No, pero sé que a tu vida le falta sabor.

Tenía razón.

—No. No le falta nada.

—Limpias los domingos y los sábados trabajas, Rachel. Incluso Madison está de acuerdo conmigo. —Le hizo caras hasta causar que sonriera—. ¿Ves? Todos pensamos que necesitas tomar un tiempo para ti misma.

—Pero...

Ignoró mi protesta señalando un objeto tras de mí.

—Supongo que él es papacito, el tipo del que todas las mujeres del gimnasio están hablando. No sabes lo mucho que me costó que entráramos a su clase. —Me miró entrecerrando los ojos—. Si me amas no lo arruinarás.

Me di la vuelta con suma precaución. Al hacerlo dos cosas pasaron.

Uno, mi mandíbula y la de Cleopatra cayeron abiertas.

Y dos, Madison alzó los bracitos y se acurrucó en el pecho de Ryan.

NATHAN:

El jueves en la tarde estaba en mi oficina verificando que todo fuera bien con la presentación del día siguiente cuando John me llamó diciendo que ya tenía los resultados de la prueba de paternidad. No reuní las fuerzas suficientes para abrir el sobre hasta ahora, tres días después, excusándome en la estúpida seguridad de que serían negativos. Estúpida, sí, porque después de haberla visto las posibilidades de que mi sangre no corriera por sus venas eran nulas, pero había cierto alivio ficticio y tortuoso, porque en el fondo conocía la verdad y mentir sobre ello no hacía más que recordarme que iría al infierno, en seguir siendo un idiota. Ese no era más que otro presagio del padre de mierda que sería de no madurar. Podía criticar todo lo que quisiera a John por no tener un rumbo fijo en la vida, pero yo no estaba mejor.

En la mañana me levanté pensando que todo estaría bien. Independiente de los resultados encontraría una solución porque encontrar soluciones era mi trabajo, pero ahora no era más que un manojo de nervios e inseguridades que solo quería hallar una forma de vivir consigo mismo después de verlo con mis propios ojos. El puto rectángulo de papel se sentía más pesado que un lingote de oro.

—¿Vas a abrirlo o no?

Hice ademán de hacerlo.

Después lo dejé caer sobre la mesa del comedor.

—No puedo. —Lo empujé hacia él. Bebía té y comía galletas con elegancia, como si en su lugar fueran caviar y bourbon, al otro extremo. Sus piernas estaban cruzadas y su expresión ansiosa—. Hazlo tú, por favor.

Lo empujó deslizó por la superficie de regreso.

—Esta es tu última oportunidad de darme una razón para no pensar que mi hermano es una mierda sin hombría antes de que me resigne a lo contrario.

—Jódete.

—Te crié mejor que eso —añadió con una mueca llena de decepción mientras daba otro sorbo a su té levantando el meñique.

Tomé el sobre de nuevo.

Lo abrí.

El sonido del papel rasgándose en mis manos fue lo más agudo que había oído. Cerré con fuerza los párpados antes de separarlos de nuevo y empezar a acepar la realidad de que mi hija de alrededor de seis meses no había estado ni una sola vez entre mis brazos. Medio año perdido y nueve meses de embarazo. Medio año que jamás podría recuperar. Medio año siendo una escoria antinatural que rechazó lo que debería atesorar tanto como a mí mismo porque existía un noventa y nueve como noventa y nueve por ciento de posibilidades de que Madison fuera mía.

—Soy tío. —John se levantó de su asiento. Abrazó a Willa—. ¡Soy tío!

Inhalé profundamente antes de decirlo en voz alta.

—Soy padre.

Claro, pensé.

Si es que me puedo llamar así.


Hola. Espero que el capítulo les haya gustado. No olviden votar, comentar y recomendar la novela si quieren que actualice más rápido

Próxima actu: sábado

Love u

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: #amor