Capítulo 11:
RACHEL:
Andamos por la acera. Loren me seguía sin sacar el tema de regresar a Cornwall, dónde tal vez habían regalado mis cosas a la caridad y convertido mi habitación en un segundo salón de trofeos de golf. No me sorprendería saber que prepararon un velorio ficticio para explicar la ausencia de la hija menor de Lucius Van Allen. Quizás estuviera siendo exagerada, pero no podía simplemente volver como si nada. Estaba segura de que Marie y mis padres sentían lo mismo a estas alturas. Simular que nada pasó sería como ignorar a un elefante en la habitación. Estaba cien por ciento convencida de que, como mínimo, mi padre volvería a intentar emparejarme.
Me estremecí al pensar en tener que soportar a alguien con Thomas.
Él, además de Madison, era algo que le debía al donador. Gracias a mi embarazo no terminé perdonándolo con el tiempo. O, peor, saliendo con su hermano por venganza, lo cual definitivamente combinaba con la chica caprichosa e irracional que dejé atrás.
—¿Es muy lejos?
—No. Es allá. —Tomé su mano para guiarlo a través de la calle, acercándonos al preescolar. Su toque era cálido y fraternal. Me produjo nostalgia—. Aquí.
—¿Aquí? —preguntó con incredulidad cuando llegamos.
La construcción era peculiar. Lápices de colores estaban situados a modo de reja. El camino hacia la entrada estaba diseñado como piezas de puzle. Los salones eran casetas separadas por un pasillo techado, como en un campamento. Desentonaba por completo con el resto de la calle. Construido para atraer a los niños, era todo lo contrario a las escuelas católicas a las que Marie, él y yo asistimos.
—Sí. ¿Me esperas un momento?
Fui en búsqueda de Madison sin detenerme a hablar con otros padres ansiosos de intercambiar información de sus hijos cuando asintió. En el salón mi bebé me recibió con los brazos abiertos. Llevaba su cambio para la tarde. Medias blancas, vestido rojo y zapatitos negros. La colgué en mi cadera y coloqué su mochila sobre mi hombro para marcharnos, apresurando la charla con Sophie.
En la calle mis niveles de sorpresa se dispararon. Frente a mí estaba Loren evaluando el material de los lápices con mirada de arquitecto. Estaba a punto de preguntarle si pensaba copiar el modelo para usarlo en alguna de sus casas cuando me di cuenta de que sus ojos verdaderamente estaban en el patio tras ellos. En la hija de Sophie, Anabelle, la cual cuidaba a un grupo de niños de preescolar. Uno de ellos halaba su cabello, prácticamente colgándose de él, mientras ella regañaba a un par más. Esperé a que el grupo volviera al interior de los pasillos para interrumpir aclarándome la garganta. Batí la mano de Madison cuando obtuve su atención.
—Hola, soy Maddie —la presenté usando tono de bebé.
La expresión de Loren pasó de estar en blanco a contener un montón de emociones. Lo único que reconocí en su rostro fue su típica sonrisa emocionada. Solía usarla cuando compraba un auto nuevo. Sus dedos se movían sin parar.
Quería cargarla, imaginé.
—Rachel...
Le devolví la sonrisa mientras colocaba un sombrero sobre la cabeza de Maddie.
—¿Sí?
—Es adorable —murmuró extendiendo el brazo para tocar su mejilla.
Madison tomó el movimiento como una invitación. Abrió sus palmas en su dirección para que la tomara. Fui testigo de cómo se debatía, preguntándose qué hacer o qué sería lo mejor tomando en cuenta las circunstancias, el pasado y mi opinión. Probablemente se debatía entre molestarme o decepcionarla.
Como no odiaba tanto a Loren, me reservaba el sentimiento para otras personas, y no deseaba que Maddie se sintiera rechazada, se la ofrecí y lo alenté a tomarla. Él lo hizo como si se tratase del objeto más frágil. Madison se acurrucó en su pecho y frotó su carita contra su hombro antes de cerrar los ojos. No la culpaba. La tela de su traje debía ser suave. Ni hablar de su cara colonia. Era mi hermano, pensar en él de esa forma sería incesto, pero no estaba ciega. Sobre él era el lugar dónde muchas mujeres les encantarían estar. Solía ser el ideal de mi príncipe azul. De pequeña prefería colarme en su habitación en vez de en la de mis padres. Él no me regañaba si tenía miedo. Mis ojos se cristalizaron ante los recuerdos que había estado tratando de bloquear durante un año. Le quería tanto, pero no en pasado.
Antes, ahora y siempre.
—Rach...
Alcé la barbilla, por primera vez sintiéndome mal con la decisión que tomé. Tal vez no debí marcharme sin despedirme. Tal vez me hubiese ayudado a buscar una alternativa si hubiese recurrido él. No, me corregí, estaba segura de que lo habría hecho, pero... pero no. Lo mejor que pude hacer fue buscar independizarme. Jamás Rachel Van Allen en Cornwall hubiera sido buena para Madison.
Ella sería una niña cuidando de otra.
Además de que no habría conocido a los chicos, ni a Cleo, ni habría encontrado el empleo de mis sueños. Ni siquiera conocía el significado de la palabra vocación o la satisfacción de ganarme las cosas antes de venir a Brístol. Madison me dio mucho.
—Me siento como una mierda cuando pienso que pasaste por esto sola. —Depositó un beso en la cabeza de Madison—. Lo siento tanto, Rachel. Lo siento tanto que lo sentiré en esta y en la siguiente vida. —Se abrazó a ella—. Te quiero.
Dios. El nudo en mi garganta se hizo más grande. Las lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas. Esto estaba siendo difícil. No había esperado que el duro hombre de negocios en el que se había convertido se desmoronara frente a mí. No lo había visto llorar desde una niña no quiso ser su novia en primaria. Cuando eso pasó yo tenía seis. Después de armar un número de despecho en la sala, mi padre lo golpeó con el cinturón para dejarle claro que no tenía permitido rebajarse de esa forma. Para ese entonces no era ingenua. Intervine preguntándole el significado de la palabra con m, a lo que respondió que era de mala educación meterse en conversaciones ajenas. Como me gritó encontré la excusa perfecta para imitar a mi hermano. A mí no pudo pegarme, por lo que tuvo que calmarme con palabras. También se vio en la obligación de rendirle cuentas a mamá por el escándalo. Salí bien, como la mártir, mientras Loren huía en paz a su habitación.
Yo, a diferencia de mi hermano, tenía vagina y con ello un pase libre para sentir y manifestarlo, pero no a cometer errores que mancharan mi virtud. Definitivamente Lucius Van Allen era un machista. ¿Por qué durante toda nuestra niñez estuvo empeñado en hacerlo un hombre fuerte y a Marie y a mí unas dementes como Anastasia? Loren podía reír, pero no llorar de la risa. Nosotras podíamos sufrir, pero no sufrir por el hombre equivocado. Yo, en especial yo, fui como una cometa para mi padre. Dónde quiera que estuviera, por más cerca o lejos, estaba conectada a su mando por un hilo. Pero, ¿qué sentido tuvo su método de crianza si al final terminamos rompiéndonos? Él estaba llorando frente a mí, abiertamente dónde todo el mundo lo podía ver, y yo corté la cuerda.
Loren no me pudo dar mayor prueba de sus lágrimas.
—¿Qué es lo que quieres, Loren? —pregunté con la voz quebrada por la emoción.
Él se acercó. Me abrazó con Madison entre nosotros.
—Quiero dejar de extrañarte. —Besó la cima de mi cabeza como había besado la de ella segundos atrás—. De preguntarme cada maldito día si estás bien. A salvo. Protegida. —Miró entre nosotras—. Ambas.
—Para eso debes dejar de quererme.
—No. Para eso debo estar contigo, Rach —murmuró en respuesta—. Para eso debo estar con ustedes —modificó tomando mi mano con la suya que no sostenía la espalda de Madison—. Porque ahora que la conozco la quiero y la extrañaré de igual manera. Mi vida está incompleta sin ustedes. Por favor... —Su mirada se volvió suplicante—. Déjame entrar de nuevo. Déjame estar ahí para ti. Fui un idiota que reaccionó tarde. Lo siento. Hice mal, pero no dejes que eso nos rompa definitivamente porque una parte de mí se irá contigo si lo permites.
Lo abracé de vuelta.
—Esto no nos va a romper.
Eso era lo más genuino que le había dicho desde que apareció en mi oficina. Madison era alegría, bondad, amor, toda la belleza del mundo en una pequeña presentación. Ella, lo que pasó cuando supe que vendría, no podía ser la causa de nuestra separación, sino todo lo contrario. Lo mismo debió haber pasado con Nathan y con el resto de mi familia, quienes esperaban que en algún momento recapacitaran. El primero no solo me había rechazado a mí, sino a ella, así que era un caso diferente.
Por eso nunca lo perdonaría.
—Ella no nos va a separar, Loren. Nada de lo que pasó lo hará. —Me puse de puntillas para besar su mejilla—. Te perdono.
NATHAN:
Cuando era un niño con la esperanza de un futuro feliz junto a una linda esposa heterosexual e insistía en ser chef, mamá siempre me repetía que la felicidad no estaba en un trabajo o en otra persona, sino en los detalles del presente que no éramos capaces de tomar en cuenta por enfrascarnos en nuestros planes a futuro. En resumidas cuentas, adaptando sus palabras a mi situación actual, había dejado escapar mi posible felicidad con Madison, mi aparente hija, por el ideal de una vida con Amanda. Lo triste era que al final no resultó nada, así que las perdí a ambas.
A las tres si contaba a Rachel, pero no pisaría ese terreno.
Me propulsé hacia atrás en mi silla imaginándome siendo tacleado por sus poderes telepáticos por atreverme a pensar que alguna vez fue mía para perderla. Solo nos acostamos una vez. Aunque hubieran sido más, ella no era mi tipo de mujer. Demasiada complicación. Podía ser buena madre, pero andando con mi mejor amigo tras hacer lo suyo con Steel, su catálogo de exs en Cornwall y conmigo, demostraba lo fría y calculadora que era. Sus ojos grises, hermosos como los de su mamá, vinieron a mi mente. Una mujer que no se establecía, ¿ese era el ejemplo quería para mi hija?
En el caso de que resultase serlo, recordé.
—¿Cómo diablos se supone que un hombre debe asegurarse de eso?
Los lobos reconocen el olor de sus crías. Una cebra sería capaz de identificar a su hijo en el armario de una excéntrica mujer adicta a las pieles. Podía decir lo mismo de los pingüinos. No era idiota. Sabía que un examen de ADN aclararía las dudas de meses en un abrir y cerrar de ojos, ¿pero cómo se lo pediría a Rachel?
No se me ocurría ninguna manera de hacerlo sin perder mi pene.
Dejé caer mi frente contra la mesa.
Horas más tardes decidí que por hoy era suficiente y me marché de la oficina con un persistente sabor agridulce en el paladar. Por más que lo deseaba no desaparecía. No lo haría hasta que todo esto acabase. Eran las ocho en punto cuando por fin puse un pie en mi hogar. Willa dejó la cena servida en una bandeja para calentar en el microondas. La comí tras ducharme. Como no le vi sentido a cenar en una mesa solitaria, encendí el televisor y comí en el sofá. Para mi suerte HBO transmitía un maratón de Regreso al futuro y mi mal genio se aligeró con la actuación de Michael J. Fox. Lamentablemente tuve que interrumpir una escena de la segunda parte cuando mi teléfono comenzó a sonar sin parar hasta que descolgué tras ignorarlo tres veces.
—¿Hola?
—¿Nathan?
John.
—¿Has visto la hora? —le pregunté sin molestarme en ocultar mi irritación.
Hipó. El maldito estaba borracho.
—¿Quieres salir?
—¿De qué mierda hablas?
—Mujeres dispuestas. Tú. Yo. Hermanos al límite juntos en un importante club nocturno donde soy... —Soltó un ridículo rugido que me obligó a apartar el teléfono de mi oído—... el puto rey león.
—¿Me estás llamando drogado? —Froté mi sien—. ¿Otra vez?
—Tal vez sí, tal vez no. Si quieres saber tú mismo tendrás que ver.
—Ahora eres un puto oráculo, ¿eh?
—Tal vez sí, tal vez no. Si quieres saber tú mismo tendrás que ver.
Suspiré, resignándome a perderme el maratón.
—¿En dónde estás?
—Bubblegum.
RACHEL:
Maldije al club, a las personas dentro de él y a la ventana.
—Maddie, cariño, cálmate. —La mecí una vez más y obtuve el mismo resultado. Nada—. Solo son luces, pequeña, no llores.
—Malvada. Quiere ir a bailar y llora porque tú no la dejas. —Cleopatra pausó su sesión de pedicure para observarnos—. Pero no te preocupes, cachorra, tía Cleo te enseñará los placeres de la vida nocturna cuando seas más alta y uses tacones.
—Cundo cumpla treinta años —añadí.
—Cuando su identificación falsa se vea real.
Rodé los ojos.
—Eso en el dado caso de que te deje salir con ella.
—Si no lo haces le mostraré cómo escaparse de tus sucias garras. —Las comisuras de sus labios rosa se extendieron y curvaron siniestramente—. Seré su maestra del mal. Le enseñaré a evitar cada obstáculo que pongas entre ella y la libertad.
—Yo no soy una madre con... —No pude terminar lo que iba a decir. De nuevo un fuerte estruendo, Judas de Lady Gaga, penetró nuestros oídos. Cogí el biberón y dejé a Madison en brazos de Cleo—. Ya vuelvo.
Con un abrigo cubriendo la piel desnuda que dejaba al descubierto mi camisón y midiendo casi dos metros gracias a los tacones de plataforma de Cleo alineados junto a la puerta de la entrada, debían ser los que usaba para sus fiestas exóticas, salí de su edificio yendo en dirección al club. Eran las tres de la mañana. Llevábamos una hora esperando que bajaran el volumen. Se suponía que solo tenían permiso del condominio para montar su escándalo hasta las dos. Entendía que su negocio dependiera de la calidad de la fiesta, trabajaba en ello, pero estaba segura de que las personas dentro también querían divertirse sin que la música les causara migrañas.
Fuera el frío de la noche erizó la piel de mis piernas descubiertas. Me arrepentí de no haber traído pantalones al punto de plantearme regresar con las manos vacías. Negué al recordar a Madison. Eso no pasaría mientras tuviera un bebé esperando dormir en paz. Llenándome de determinación, crucé la calle y entré para quejarme.
NATHAN:
Me despertó el sonido de la ducha. Intenté enderezarme. Un insoportable dolor haciéndose presente en mi cabeza me detuvo. Palpé el colchón en busca de otro cuerpo diferente al mío antes de recordar que había un extraño en mi baño, probablemente femenino, quizás usando mis productos de aseo personal.
Mierda.
Por más que lo intenté no recordé qué maldición pasó anoche, por lo que lo único que pude hacer fue rogar haber utilizado condón esta vez. Una Rachel era suficiente para mí. No necesitaba otra.
No más bebés, supliqué.
Lo último que estaba en mi mente era yo entrando a Bubblegum, una discoteca demasiado colorida y en los suburbios para mi gusto, y encontrarme con John. También que a los quince minutos de tratar de convencerlo de marcharnos me propuso que lo haría si me tomaba un trago. Tras eso todo era confuso. Imágenes al azar de vasos llenos y mujeres, una en especial, en realidad una espalda, eran lo que tenía. Me preguntaba si sería era ella quién estaba en mi baño en ese momento.
La respuesta no tardó en llegar. Vino con el cese del sonido del agua cayendo y de la puerta abriéndose. Sus ojos azules y pelo rubio me hicieron suspirar. No podía ser cierto. La chica sexy que estaba esperando era mi hermano.
Me cubrí los ojos con el antebrazo.
—¿Qué pasó anoche?
Mi voz sonaba como si hubiera hecho una pipa con cigarro, marihuana y otras hierbas a ochocientos grados centígrados y me la hubiese fumado yo solo.
—Bebiste el trago que te ofrecí y una vez empezaste no pudiste parar. Yo quería irme a casa, pero tú no. Te volviste loco, Nathan, estabas irreconocible. Totalmente fuera de control. Le gritaste a una mujer hasta que te desmayaste por falta de aire. —Hizo una pausa, pensativo, para luego chasquear los dedos—. Algo sobre una tal Rachel y tú rogándole que te dejase morir en paz. Te tuvimos que reanimar con... con golosinas. —Me guiñó—. Por suerte, si es que esa mujer existe, no te oyó o habrías amanecido en prisión por acosador. Hablaste de ella sin parar, ¡y felicidades! Conseguiste más audiencia que American Idol. Se dividieron en hashtag equipo Nathan, hashtag equipo Rachel y hashtag equipo vete a la mierda en Twitter. —Tomó aire—. A las cinco de la mañana vomitabas sin parar, pero eres un Blackwood. Eso no impidió que llevaramos a cabo el plan que propusiste y... y eso fue todo, en resumen.
Me asomé.
—¿Qué plan?
—¿Cuándo me ibas a decir que tienes una hija? —preguntó de vuelta.
Me descubrí completamente. Tras treinta años siendo su hermano por fin me sentía como el menor. Eso era una devastación para mi ego que no le desearía a nadie.
Ni siquiera a Amanda.
Antes de que pudiera darle una explicación más detallada del último año de mi vida, señaló una bolsa sobre la mesita de noche. Me estiré para ver su contenido. Dentro había un chupón y un cepillo de patito. Sentí cómo la arruga en mi frente se profundizaba a medida que lo sacaba y avaluaba con atención.
¿Qué mierda significaba?
—No entiendo.
Se cruzó de brazos sin abandonar su recién descubierta expresión de suficiencia.
—Estábamos regresando cuando de repente me hiciste dar media vuelta en la autopista. Dijiste que necesitabas un cabello para saber que era tuya. Nos quedaba cerca, así que esperamos que Rachel llegara con tu bebé a la dirección que me diste y entramos cuando se fue. Lo logramos. Solo tuve que seducir a Sophie, su niñera, mientras tú, control de bebés, evaluaba la calidad de los talcos. Salimos bien. Conseguiste lo que querías. —Señaló los objetos en mi—. Pero la vi, Nathan. Vi a la niña que niegas que es tu hija.
Parpadeé sin de repente saber cómo respirar y, mucho menos, hablar. La confusión era demasiada. Me ahogaba. Halé mi cabello. ¿Qué rayos sucedía conmigo? Le prometí a Madison obtener respuestas, pero ¿a parte de infeliz, mujeriego y cornudo... también era ladrón y alcohólico? Gran padre tendría Madison. Esperaba, por su bien, que los exámenes dieran negativo. Ella merecía más que dos dementes, uno de ellos inútil, criándola. Me levanté de un salto y me dirigí da la pequeña nevera con alcohol y bocadillos en la esquina. Me serví la botella, no un vaso, de a tragos largos.
—Si dejaras de ser tan imbécil y te pusieras los pantalones... —empezó.
—Eres tú quién está desnudo.
John apretó la mandíbula. No supe qué pretendía acercándose tanto a mí, si quitarme la botella o abrazarme para darme su apoyo espiritual o una de sus estupideces feng shui, hasta que me arrebató el whisky y su puño se estrelló contra mi mejilla. Me tomó por sorpresa. Nunca me habría imaginado un golpe así viniendo de él. Era paz y risas, él estaba hecho de eso, ¿cómo pudo? Me puse de pie hirviendo por dentro. ¿Quién se creía? Lo merecía, merecía sufrir, pero no por su mano.
—Tú no sabes nada. No puedes juzgarme —siseé.
—Tienes razón. —No dejó que me marchara. Me sujetó contra la pared mientras dejaba que la botella se hiciera añicos en el piso. Los ojos que usualmente se enfrentaban a la vida con optimismo estaban llenos de reproche, ira y decepción—. Además de lo que nos contaste a decenas de personas y a mí con tu culo borracho, no sé nada más, pero puedo hablar por mi sobrina. —Su labio inferior tembló—. Es tu hija. Yo soy tu hermano y te quiero, pero hazme caso cuando te digo que duele saber que te abandonaron sin siquiera darte la oportunidad de mostrar cuanto vales.
Mis hombros se aflojaron. El enojo desapareció.
Qué imbécil era.
John la entendía. Entendía su posición más allá de su lealtad como hermano hacia mí. Él también fue abandonado por quién debía protegerlo del mundo. Sufrió lo mismo que Madison. O algo parecido, ya que aún no sabíamos a precisión si era o no mi hija. Su parecido a mí podría ser solo casualidad. Sería triste e irónico, prácticamente ya había asumido mi papel dentro de su vida, si así fuera, pero la vida era cruel. A estas alturas no me sorprendería que apareciera mi gemelo reclamando su paternidad antes de que yo pudiera dar un paso en su dirección.
—John... está bien, hermano. Lo siento. Tienes razón. Me haré la prueba. Seré una mejor persona. —Hice una mueca—. Pero de mañana en adelante. Hoy debo trabajar. Tengo reunión a las ocho y...
—Ve el reloj.
Lo hice.
Eran las cuatro de la tarde.
—No te preocupes por nada. Llamé a tu secretaria esta mañana y le informé que no irías. Te espero abajo con una taza de café. —Me dedicó una mirada que me hizo sentir como un insecto por la hostilidad que contenía—. Tengo una amiga que nos hará el favor de quebrantar la ley haciendo la prueba sin el permiso de Rachel. Los padres deben darlo. Te lo pediría a ti, pero... —Hizo un gesto de estarse acordando de algo—. No eres su padre. No legalmente. No en ningún sentido —recalcó, lo cual me hizo sentir como la mierda—. Nathan... —Se detuvo antes de salir al pasillo con uno de mis pantalones en mano—. Te advierto que si después de saber lo evidente no actúas como un hombre, lo haré yo.
Hice una mueca.
John azotó la puerta al salir.
Hola. Espero que el capítulo les haya gustado. Este es uno de mis favoritos del libro por Loren y John. Son los mejores hermanos mayores que Rachel y Nathan podrían tener
Feliz día de la madre
Próxima actualización: miércoles
PD: No olviden darle amor a la novela, comentar el capítulo y dar estrellita. Mientras más movimiento vea, más rápido haré las actualizaciones
Love u
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