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Deseo Inevitable

Retelling Navideño Editorial Historias: Última cosecha 2022

El nacimiento del cuarto profeta es una de las celebraciones que más disparidades provoca. En Agrabah, el día de Isa es un acontecimiento muy especial para el bazar, su magnitud es de tal calibre que incluso en los países lejanos este evento es conocido como "El bazar de Musa". 

Las desérticas calles se llenan de bullicio con el alba, el añil de las alfombras cubren la piedra lisa dejando una única ruta que desembocaba en el palacio como si formaran dos mareas aisladas. A la diestra de la calle, las personas decoran sus puestos con sus mejores galas, dejando solo las frutas y verduras más exquisitas, el pescado más fresco e invaluables objetos son pulidos con el mayor esmero. A la zurda, todos los puestos contrastan con su frente, los mismos productos de siempre son expuestos, incluso los de días pasados. El júbilo y jolgorio son evidentes en la dividida calle, el ambiente festivo anima a la gente a ser más activa y atrevida. Una humilde huérfana llena de entusiasmo y adrenalina toma la manzana más brillante de una cesta que no es de su pertenencia. 

 — ¡Alto ahí ladrona! —se escucha retumbar este grito como un relámpago provocando un silencio sepulcral en todo el callejón. 

 — ¡Lo siento! —se apresura rápidamente a inclinarse la pobre niña mientras extiende con las manos entregando la manzana.

 — ¡Está mordida! ¿Cómo pretendes que la venda cuando ha sido contaminada con tus gérmenes? 

 — Paga o asume el castigo 

 — Yo...—la chica buscaba en todo su ropaje en búsqueda de al menos una migaja de pan. Un único dírham que había obtenido tras haber realizado los trabajos más bajos y pesados durante meses. 

 — Es todo lo que tengo.Sin mediar media palabra, el dueño del puesto de frutas de gran altura y corpulencia tomo a la mujer de la raíz del cabello arrastrando su rostro por el suelo durante varios metros sin que nadie interviniera. 

 — Ahora que has aprendido la lección elija ¿ser castigada conforme a la ley y perder un brazo o servirme? El rostro ensangrentad, la amenaza y la vuelta a la normalidad de la actividad del personal la había dejado desorientada sin que pudiera responder. 

 — Elegiré yo por ti —decía estas palabras mientras tocaba la hebilla de su cinturón.No logro volver a poner una mano sobre la chicha al impedírselo un joven moreno de ojos café ataviado con jirones de ropa parcheada. 

 — ¡¿Cuál es tu asunto aquí?! —bravo con un evidente tono de enojo. 

 — Señor, tenga compasión. Solo déjelo pasar por esta vez. 

 — Si lo dejo pasar, la gente me tomará el pelo constantemente —bufó. 

 — ¿No hay otra solución? —trataba de negociar con el hombre, a la vez que, de forma disimulada le hacía señas a la niña para qué se marchará. 

 — Ahora que me fijo, tú eres Aladdín el hijo de la pecadora. 

 Estas palabras desequilibraron tanto la mente del joven que se olvidó de su objetivo inicial, embistiendo contra el hombre con el fin de derribarlo y de que retirara sus palabras se acercó a él de forma peligrosa y sin cuidado. 

 — Me gusta la resistencia —susurro al oído del muchacho con un aliento fétido de fruta podrida, al que había conseguido atrapar gracias a sus diferencias de tamaños y a la mala nutrición del chico —, nunca he devorado a un joven. 

 — ¡Por Alá! — un anciano jorobado y esquelético, era el único de la multitud que había decidido intervenir ante la injusticia que todo el mundo estaba presenciando

— ¡Es el día de Isa! ¡Y tú eres el organizador este año! — señala el viejo a la flor del desierto colada en la solapa del frutero, una flor lila de cinco pétalos con el centro blanco que indicaba la posición que se ocupaba en el festival. 

— El día de Isa es para celebrar, pero también para ser solidario con los pobres. Si no te encuentras en el lado izquierdo, de los que están en contra de celebrarlo, debes respetarlo. 

 — Bien, considera tu limosna mi perdón, rata callejera. Si te encuentro rodando por mi puesto otro día, volveré a retomar este asunto — amenazo a Aladdín antes de regresar a su puesto de forma enfurruñada, chocando con él para que se apartara de su camino. 

 — No sé cómo agradecer a mi benefactor. 

 — No te preocupes, jovenzuelo.

Es solo que debía hacerse —le respondió mientras acariciaba su canosa barba — Si algún día, tienes algún problema o quieres obtener grandes riquezas, búscame en mi casa, a las afuera de la ciudad. 

 Aladdín iba a cuestionar la extraña propuesta, mas el extraño anciano se había evaporado como si se tratara de algún truco de magia.El sonido de los oboes Suona dio comienzo al desfile superponiéndose a la barahúnda del mercado. Los mejores camellos y caballos cargados de telas como la seda y joyas preciosas recorrían la ciudad, las mujeres repartían flores a la multitud y los jinetes tiraban comida desde las alturas. 

 Un trozo de pan fue el objetivo de captura del chicho, nadie se arriesgaba a atraparlo al haber caído en la mitad del desfile donde la caravana aún continuaba. Al obtener el pan, un camello piso la mano en la que Aladdín lo sostenía, sin embargo, el hambre que sentía era superior al dolor. Sin darse cuenta, se encontraba rodeado por los animales, al intentar huir tuvo que rodar por el suelo para evitar ser aplastado y proteger sus puntos vitales, ya se encontraba en la salida cuando un caballo piso su estómago dejándole la marca de su herradura y un dolor insoportable, con uñas y dientes se arrastró fuera del peligro con el pan en la mano; un pan ahora, lleno de tierra y de la mitad de su tamaño original

—Todo este lío, por una barra de pan —suspiro el muchacho. 

 El desfile se congeló para Aladdín cuando sus ojos se posaron en la princesa, muy pocas veces se la veía fuera del palacio y menos sin ocultar su rostro. Al ser un día especial, se la podía observar en todo su esplendor, sus ojos color avellana cautivaban el corazón y su pelo color azabache competía con la noche. El chicho solo dejo de mirarla cuando se perdió tras las puertas del palacio. 

 "Despierta Aladdín, nunca pasará" se dijo a sí mismo. Sin más demora, tras obtener lo necesario del bazar regreso a su hogar. Una casa destartalada de dos habitaciones con puertas y ventanas rotas en los que los cimientos empezaban a ceder.

 — Madre, estoy en casa. 

 — ¡No te acerques! —gritaba mientras arrojaba el plato contra la puerta de la habitación para impedir que su hijo entrara. 

 —Abu, llévale esto —el mono de la casa era un animal inteligente que le ayudaba a darle las cosas a su madre cuando esta no quería verle.Al poco rato el mono regreso con la bolsa sin las hierbas medicinales. 

 —Buen chicho —le dio una banana negra al mono —lo siento, es lo único que pude conseguir prometo intentar conseguirte un plátano que no esté podrido en la próxima ocasión. 

 — Cartas, cartas han llegado las cartas —se oía anunciar en las calles Una fila se amontonó sobre el mensajero que montaba un caballo. Aladdín espero su turno. 

 — ¿Hay alguna carta de Kassim?—Sí la haySu padre era un sastre que había sido reclutado para la conquista del Al-Andalus, sin que pudiera negarse.

 "Querido hijo, nos encontramos en guerra con los cristianos y las luchas son constantes. No obstante, pronto tendremos un descanso. El día de Isa es sagrado para nosotros y para ellos más, ellos celebran la navidad en nombre de Jesús. Al menos entre tantas diferencias encontramos una similitud. 

 Cuídate y cuida de tu madre.Kassim" 

 Era una buena noticia, sin embargo cada día era una lucha constante y no quería sobrecargar a su padre con malas noticias. La idea de ir a la casa de aquel anciano era tentadora. Ahora que le había dado la medicina a su madre no despertaría hasta el día siguiente.Encontrar la casa a las afueras no fue muy complicado, era la única construida en tal desolado lugar. Era una casa pintada de negro con una sola ventana sobre la puerta se encontraba colgado un cartel que ponía: 

 "La cueva de las maravillas" 

 Aladdín entro y no tardó mucho en localizar al anciano que lo había invitado. 

 —Hijo me alegra que vinieras. Te presento a mi amigo Yago —un hombre mayor regordete con pintas de adinerado se sentaba al lado del anciano. 

 — Conoces bien mis gustos 

 — Por supuesto, es una pena que ya no podamos contar con su madre, por suerte convencí al frutero de que lo dejará.

 — Veamos lo que aguanta 

 — Yo mejor los dejo solos— trato de huir el joven 

 —Oh no, tú te quedas. 

 Sin poder poner resistencia fue atrapado sorpresivamente por dos fornidos guardias que lo arrojaron dentro de una habitación, en la que solo había una cama y una mesa sobre la que se hallaba una lámpara. A pesar de que era vigilado busco en la habitación algo para defenderse, sin tener más recursos tomo la lámpara esperando que hubiese una vela dentro con la que al menos pudiera quedar a alguien.Al tomarla, un humo azul salió de la lámpara, provocando que todos menos Aladdín salieran despedidos de la habitación. 

 —Dígame, su nombre amo —fueron las primeras palabras de la extraña criatura de color azulado 

 — ¿Mi nombre? Hace tiempo que olvide mi verdadero nombre, todo el mundo me llama Aladdín como burla. Mi madre y yo vivimos al lado del lupanar, por lo que comenzaron a llamarme "el de al ladín" y el resto es fácil de adivinar. 

 — Amo Aladdín, procederé a explicarle... 

 —Antes de eso ¿Te encuentras bien? ¿Estás enfermo? Tu color de piel, no se ve muy normal.—Amo... 

 —Dime solo Aladdín 

 —Aladdín, déjeme explicarte 

 —Tutéame— ¡¿Me dejas terminar de hablar?! 

—En su tono se notaba que se le estaba colmando la paciencia —el genio espero uno segundos antes de continuar — como iba diciendo, soy el genio que puede habitar en la lámpara. Mi poder me permite conceder todo tipo de deseos, aunque hay una única condición que se debe cumplir. A Gaia no le gustan los desequilibrios, por lo que ten en cuenta que cada deseo va a tener un precio que será cobrado tarde o temprano.

 —Tengo muchas preguntas, pero será mejor que nos vayamos antes de que vuelvan esos tipos.Aladdín tomando la lámpara y el anillo, regreso a su casa procurando no se ha atrapado por nadie del lugar, aprovechando las sombras de la noche. Una vez hubo regresado, froto la lámpara nuevamente para hacer aparecer el genio.

 —Ahora que estamos a salvo, tengo varias preguntas que hacerte. 

 —Ya me dijiste que lo de tu color de piel es normal, por lo que te pregunto. Me dijiste que me ibas a conceder deseos ¿Son ilimitados? 

 —Lo son, siempre que se pague el precio. Muchos humanos dicen que los engañamos y no concedemos sus deseos, sino que nos burlamos de ellos. Nadie nunca, se para a escuchar tanto como tú, desde que escuchan la palabra deseo empiezan a pedir sin miramientos. 

 — Me puedes decir antes de pedir el deseo ¿Cuál sería el precio? 

 — No, es una norma para mantener el equilibrio en la naturaleza. Aunque, quisiera decírtelo no podría. 

 — ¿Qué es lo que tú desearías? 

 — ¿Yo? —el genio se quedó meditando durante un buen rato — Desearía mi libertad. 

 — ¿No eres libre?— Muchacho, supongo que has visto esto en alguna ocasión —le mostró sus muñecas —estos son los grilletes que me encadenan a la lámpara. Solo podría liberarme si mi amo lo desea, es la única forma de romper con está maldición.

 — Yo lo haré, sé cómo es ser tratado como un esclavo, aun sin serlo y no le deseo eso a nadie.

 — Oh sí, no eres el primero que dice que me liberará, nunca me habían preguntado si lo quería, pero si me lo habían prometido algunos de mis antiguos amos antes de fallecer. Yo me ilusiono y al final es siempre la misma historia. 

 — Genio, deseo que seas libre. 

 — Lo dicho ¡¿Espera qué?! — Lo que te he prometido 

 — ¡No has pedido ningún deseo! 

 — No deseo nada, si es en contra de la voluntad de otro ser vivo. 

 — Haber el precio para esto sería —el genio volvió a entrar a su lámpara diciendo estas palabras, apareciendo nuevamente con un libro en el que se podía leer el título del "el precio del deseo" —, aquí esta, el precio es como deseas liberarme porque no deseas esclavizarme, es el de pedir tres deseos. 

 — ¿Y si no quiero? 

 — No se concederá nunca entonces. 

 — Lo siento, genio. No quería utilizarte. 

 — Oye chicho, en miles de años nunca se habían preocupado tanto por mí. Es la primera vez que realmente estoy feliz de conceder deseos. 

 — Ya que no hay más remedio lo pediré. Deseo no volver a pasar hambre nunca. 

 — ConcedidoLa habitación se llenó de todo tipo de comida; carnes, pescado, frutas y verduras. 

 —Estoy feliz de ver tanta comida ¿No se estropeará? 

 —Pediste no pasar hambre nunca más, toda esta comida nunca se estropeará y cada vez que se acabe se repondrá. Eso sí debes tomarla y darle el plato a la persona que quieras que como, de caso contrario volverá a su lugar. 

 —Es una condición pequeña, a cambio de no pasar hambre. 

 —Cierto, voy a llevarle la comida a Abu —llenando el plato de frutas, fue en búsqueda de su mascota. Recorrió la pequeña casa de arriba abajo sin hallarlo. 

 —Abu deja de jugar, sé que nunca sales sin mí —ante la infructífera búsqueda. Aladdín le pregunto al genio al que había dejado a su aire el paradero del mono, dando este su negativa.

 —Deseo, encontrar a Abu 

 —Con... No puedo concederte eso. 

 — ¿No me dijiste que solo existía la condición del precio? 

 — Y así es —el genio reviso nuevamente el libro de antes 

—Yo, siento decirte que el precio por tu deseo, es el de que él tu mascota se convierta en alimento. 

 — No puede ser —fueron las únicas palabras que lograron salir de su garganta. 

 — ¿Qué pasa no te gusta la sopa de macaco? 

 Un abatido Aladdín sin fuerzas, solo pudo mirarlo con melancolía ante esta pregunta. 

 —Ups, lo siento. Solo intentaba quitarle hierro al asunto, no debe ser fácil perder a una mascota. 

 — Abu, no era solo una mascota era más que eso, era parte de la familia. 

 — ¿No hay forma de devolverlo? 

 — No 

 — Lo siento mucho Abu —el llanto desconsolado de joven no paro hasta el alba del día siguiente.Aladdín se disponía a ir en búsqueda de alimentos por la mañana como hacia rutinariamente cuando paso por la habitación llena de manjares. 

 —Entonces no fue un sueño o más bien pesadilla, lo de ayer. 

 — No lo fue —le respondió el genio que aún no regresaba al interior de la lámpara. 

— Yo siento lo de ayer, he estado toda la noche buscando cuál de todo los alimentos era tu simio. 

 — ¿Lo encontraste? 

 — Si, se convirtió en una banana. Lo he separado y puesto sobre un pedestal para que destaque. 

 — Me alegro de que lo encontrarás, al menos se convirtió en algo que adoraba y gracias genio. 

 — Si quieres parar lo entenderé, no necesitas preocuparte por mí. Solo arrójame en el desierto, alguien me encontrará tarde o temprano. 

 — ¿Y seguirás viviendo una eternidad de esclavitud? 

 —Hey , te encontré a ti. Eres un chico especial que solo se encuentra una vez cada milenio. Solo tengo que esperar ese tiempo, para encontrar a alguien como tú. 

 — Te hice una promesa genio y la cumpliré.Una tos ronca proveniente de la habitación interrumpió la conversación. 

 —Agua —fue la única palabra proveniente de la mujer que apenas pudo decirlo con un hilo de voz. 

 La mujer trató de incorporarse para alejar a su hijo como hacía siempre, para evitar que se contagiara. Su cuerpo ya no le respondía, su fiebre se había elevado y en la almohada los restos de cabellos eran el doble de los habituales. 

 — ¡Aléjate! —grito tras reunir todas las fuerzas que le quedaban, antes de desmayarse.— Genio deseo, que la enfermedad de mi madre sea curada. 

 — ConcedidoLas manchas negras, rojas y las úlceras desaparecieron sin dejar rastro. La mujer se despertó sin poder reconocer su propia piel sin manchas. 

 —Madre —HijoNo fueron necesarias más palabras para que los dos se fundieran en un cálido abrazo que no habían tenido desde hace años. 

 — Perdona a esta madre, por cómo te ha tratado no quería que te contagiaras. 

 — No te preocupes madre, lo sabía. 

 — Yo también extraño a mi mamá —dijo el genio conmovido por la escena.Sin que la madre de Aladdín pudiera pronunciar alguna otra palabra cayó rendida nuevamente sobre la cama. 

 — ¡¿Madre?! 

 —Tu madre está bien, lleva mucho tiempo lidiando con la enfermedad y no ha podido descansar adecuadamente. 

 —Eso es un alivio —suspiro Aladdín.

— Ahora que no necesitamos preocuparnos por la comida ni la medicina, quisiera obsequiarle un detalle a mi madre.Con dicha convicción se dirigió al bazar. El ajetreo del bazar era notable, había que recoger los restos de la fiesta del día anterior y devolver los puestos de la diestra a su naturalidad. Un gran grupo de gente se congregaba en la plaza, el pregonero real salía en contadas ocasiones, por lo que la curiosidad de todos lo hacía escucharlo atentamente. 

 —Por decreto del Sultán, el primero en acudir al palacio tras este anuncio, le será concedida la mano de la princesa en matrimonio.El anuncio ni siquiera había terminado cuando toda la multitud en estampida se dirigió hacia palacio. Aladdín quería aceptar el reto, mas ya había gente en la puerta del palacio esperando que los guardias terminaran de abrir lo suficiente las puertas para que pasará una persona. 

 —Genio, deseo casarme con la princesa. 

 En un momento, el escenario detrás del chico cambio del bazar al de la sala del trono. En el trono de terciopelo se encontraba sentado el Sultán y a su izquierda de pie, cubierta con un vestido y velo azul que solo dejaba vislumbrar los ojos de la mujer, se encontraba la princesa. 

 — ¿Quién eres? ¡Guardias! 

 — Venía, por el anuncio majestad —se apresuró a esclarecer el mozo.

 — Cierto, toma llévatela —prácticamente empujándola la arrojo a los brazos del joven. 

 — Padre, espera... 

 — No hay sitio para una pecadora, que ha sido castigada con la enfermedad de dios en mi casa. 

 — Llévatela, te daré oro, joyas y ropas —con un chasquido de dedos del gobernante, la sala del trono se llenó con lo prometido. Cargándolo varias personas lo llevaron todo a la casa de Aladdín, al mismo tiempo que guiaban a la pareja al exterior del palacio.La confusión de los dos era evidente, fue la princesa la primera en tomar la palabra. 

 — Yo juro por Ala y los cinco profetas que no he pecado, desconozco la causa de mi enfermedad —perjuraba la princesa insistiendo en su inocencia. 

Al desprenderse del hiyab, la hasta el anterior día era una piel tersa y suave se encontraba llena de erupciones con manchas negras y rojas que Aladdín conocía muy bien, todas las manchas eran del mismo tamaño y posición que había tenido su madre hasta hacia unas horas, la enfermedad conocida como el castigo de dios. 

 —Discúlpame, un momento. 

 Encerrado en la habitación susurrando debido a que las paredes de la casa eran de papel y todo se oía, reclamaba al genio sobre la situación.

 — ¿¡No me digas que el precio por mi deseo, es el de transferirle la enfermedad a la princesa!?

 — Me gustaría decirte que no, pero es como ya has deducido. 

 — Deseo que la enfermedad de la princesa desaparezca. 

 — ¡No puedes hacer eso! ¡Si deseas algo para revertir el precio de un deseo, el nuevo precio será el doble! 

 — ¡Ya lo he pedido!

— C-o-n-c-e-d-i-d-o — el cálido sol permanente de Agrabah desapareció durante varios minutos dejando la ciudad en completa oscuridad. 

 Los días pasaron con tranquilidad, las deudas de la familia fueron saldadas, las enfermedades curadas y la casa fue reformada que competía en elegancia y tamaño con el palacio del Sultán. La vida era próspera tanto para la familia de Aladdín como para la ciudad, gracias al dinero se había aumentado la seguridad de la ciudad y castigado a los dueños de los puestos que acosaban a la gente, entre ellos el frutero. La gente pobre acudía en masa de Aladdín donde siempre les daban un plato de comida. 

 —Tengo una carta para el señor Aladdín —un niño moreno y activo era el encargado de repartir las cartas en esta ocasión —Gracias, entra y descansa un poco. 

 —Gracias, señor—Si no te gusta tu trabajo siempre puedes dejarlo, aquí siempre estarán abiertas las puertas para ti.—Lo agradezco, pero mi jefe me trata bien y me divierto. 

 —Si es así, me alegro por ti. 

 Aladdín leyó la carta y a medida que la seguía su rostro se iba palideciendo. 

 "Lamentamos comunicarle que su padre ha fallecido en batalla, que Ala lo tenga en su gloria" 


 El humo del opio ocupaba por completo la habitación, las tazas llenas de afrodisíacos ya no contenían licor y las camas de la habitación estaban completamente desechas. 

Un trozo de carne que en su día fue un ser humano se amontonaba en el montículo de los desechos. No había rastro de la piel morena su tez lucía completamente roja, ni un solo palmo de piel se había librado de ser mancillado o vejado. Aún había líquidos que su cuerpo rechazaba, no sabía si era de su sangre, de las bebidas o de los otros fluidos más desagradables. 

 — Genio, se libre —fue el último deseo que no pudo evitar pedir con su último aliento.

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