9. Die verdammte Königin
Dos robustos guardaespaldas custodian la entrada del club. Tras descender las escaleras, se despliega ante nosotros un lugar elegante y oscuro. Las cabinas, separadas por pesadas cortinas, están iluminadas por la luz de las velas, creando una atmósfera sensual y atractiva. En dos plataformas, mujeres casi desnudas se contonean al ritmo de la música, mientras que en la larga barra negra, atendida por mujeres vestidas con tangas y tacones altos, se sirven bebidas. Algunas llevan sujetador, otras solo tangas, todas portan bandas de cuero en las muñecas y collares de sumisas en el cuello.
Aquellos collares donde el amo, obliga a su sumisa a andar sobre sus rodillas como si fueran sus perras.
«Sí, definitivamente puedo sentir a Blaz en este lugar», susurro.
Pasamos la barra y la multitud perezosa se frota entre sí al ritmo de la canción. Un gran guardaespaldas que se abre paso entre la gente hace retroceder otra cortina y aparece ante mis ojos una habitación con techo a la altura del primer piso del edificio. Las esculturas monumentales de madera negra parece como si los cuerpos estuvieran unidos entre sí, pero me llama la atención su tamaño y no lo que el autor quería decir —si es que quería decir algo—. En la esquina de la habitación, sobre una plataforma, ligeramente cubierta con tela translúcida, hay una cabina a la que somos conducidos. Es mucho más grande que las otras y solo puedo adivinar lo que pasa aquí, ya que en el centro hay un tubo de baile.
Blaz se sienta, y antes de que sus nalgas puedan tocar el forro de satén del sofá, se introducen en la habitación bebidas alcohólicas, aperitivos y una bandeja cubierta con una tapa de plata. En mi primer instinto, lo alcanzo.
Blaz me ofrece champán.
—Tendré asuntos que atender y estarás sola aquí por un tiempo. No te emborraches ni salgas, ¿entendido? —me advierte.
—Entonces, ¿vas a jugar a ser mafioso? —respondo, llevando la copa a mis labios.
—Haré algunos negocios serios, no juego. Acostúmbrate.
—¿Y por qué estoy yo aquí y no Klaus o Joss?
—Tengo algunas cosas que aclarar antes de que lleguen mis clientes.
—¿Qué cosas?
—Deja de coquetear con mi hermano y Klaus.
—Qué aburrido eres.
—Y no uses tanto maquillaje.
—¿Por qué?
—Porque pareces una niña disfrazada de mujer.
Lo miro, enfadada. A la madame le gustaba que me maquillara pareciendo cinco o seis años mayor. Incluso unos diez.
—Tengo casi dieciocho años, soy una mujer.
Veo que intenta contener un gesto de fastidio.
—Ya estás con nosotros. Si hubiéramos querido a una mujer mayor, créeme, ya la habríamos tenido. Eres hermosa con o sin maquillaje, pero pareces querer aparentar diez años más de los que tienes. Ya no estás en el burdel. Si quieres que te tratemos como una mujer, comienza a comportarte como tal. No disfrazándote.
―Entiendo. Tengo mis propias condiciones.
Blaz inclina la cabeza lentamente y cruza los brazos sobre el pecho.
―Déjame escucharlas.
«Todo en esta vida, Meike, tiene un precio. Asegúrate que alguien pague la cuenta». Las palabras de la madame me atormentan, pero tiene razón.
―Si vamos a tener intimidad, no toleraré que otras mujeres desfilen por tu casa. No me importa que te acuestes con ellas por ahora, pero cuando cumpla los dieciocho, quiero que todas las opciones sean acordadas por mí, Joss y Klaus. Ellas serán unas suplentes por un día. Yo seré la principal durante los dos años que estaremos juntos.
—Si puedes con los tres, aceptaré tus condiciones.
—Claro que puedo —las chicas del burdel tenían más de seis clientes en la misma noche y ni siquiera les gustaba. A mí me gustan los tres, no será tan difícil. Aunque puede que salga coja, pero estoy más que dispuesta a intentarlo—. El hecho de que nunca haya experimentado algo no significa que no lo disfrutaré.
—El tipo de sexo vainilla no es mi estilo y te puedo asegurar que no estás lista para el tipo de cosas que le haría a ese cuerpo.
—Créeme, me han preparado para todo, menos para sexo vainilla.
Una sonrisa cruza por sus labios.
―Trátame como a tu rey y te convertiré en reina en estos próximos dos años.
Asiento.
—¿Qué me vas a regalar de cumpleaños? —cambio de tema.
—Una buena cogida. Tanto que es posible que no salgas caminando igual.
—Porque lo tienes muy grande, ¿no? —me burlo.
—Eso ya lo sabes, pero si se te olvida puedo sacarlo y enseñártelo de nuevo.
Finjo asco, pero la sonrisa no se borra de mi cara.
—Tienes unos ojos preciosos, Meike —me dice de pronto suavemente, con su dedo recorriendo la curva de mi barbilla, robándome el aliento y haciendo que mi corazón de un vuelco.
—Gracias —susurro, embelesada por su mirada. Abrumada por ella.
—Ven aquí —me ordena, palmando sus piernas.
Levanto las cejas. —¿Por qué debería?
—¿Quieres dar un paseo por el lado oscuro? Esta es tu oportunidad de saber que te espera. —Un lado de su boca se levanta en una sonrisa malvada—. Ese culo es mío. Ahora siéntate.
Dudo, mi expresión le dice que no estoy segura de lo que quiero decir. Pero me levanto.
—A horcajadas sobre mí, frente a la mesa.
Planto una rodilla en el suelo, balanceo la otra pierna y luego bajo con cautela sobre la parte superior de mis muslos.
—Ahora no es el momento para que seas tímida.
Agarra mis caderas con ambas manos y tira de mí para colocarme directamente sobre su pene endurecido. Yo jadeo, y me alegro de que no pueda ver la tensión en mi rostro por contener más gemidos de placer. Ni siquiera se ha movido ni proporcionado ningún tipo de fricción y ya puedo sentir que mi cuerpo se estremece.
—Debería...
Me interrumpe con una mano cubriendo mi boca y gruñendo en su oído. —Ya has dicho bastante por una noche. No habrá más conversaciones de ti. Si te hago una pregunta directa, puedes responder con un simple 'Sí,' o 'No' y eso es todo. ¿Lo entiendes? —Yo comienza a asentir, pero me suelto y le ordena—. Responde.
Yo traga, y puedo decir que estamos en un precipicio.
—Sí. —Mis palabras salen sin aliento y llenas de deseo.
—Bien hecho, Dieb. Brazos a la espalda. —Yo no dudo y coloca mis antebrazos uno encima del otro, luego usa el cinturón de seda para atarlos en su lugar, asegurándome de que mi circulación no se corte o su piel se pellizque—. Inclínate hacia adelante, con la cara girada y apoyada en la silla entre mis piernas.
Me guía con una mano en su hombro y la otra entre mi espalda, hasta que estoy en un ángulo hacia abajo, dándole una vista para rivalizar con el ganador del premio a la distancia. Engancha los dedos en el material que recorre mis mejillas y lo recoge en el centro, dejando al descubierto todo el lienzo mi su culo.
Su dedo se enrosca en la banda de mi ropa interior. —Cada pedazo de ti es un puto infierno. —Rastrea mi suave entrada y me sobresalto al contacto—. Y estás mojada, hmm
Cierro los ojos mientras me quita las bragas y desliza sus dedos por mis resbaladizos pliegues, acariciándolos, evaluándolos con sumo cuidado.
—No he empezado a tocarte y, sin embargo, tu cuerpo arde de expectación por el castigo. Eres la fantasía perfecta para mí.
De hecho, el burdel se encargaba de criar chicas así. Nos daban todo tipo de entrenamiento sobre el sexo, veíamos a las demás tener sexo, nos enseñaban cómo hacer una buena mamada, cómo mover las caderas encima de un hombre, los que eran buena bailarina tenían que explotar esa parte y usarlo a su favorito. Cielo nunca fue un burdel cualquiera, los clientes decían que era como estar en el cielo.
—Ahora cuenta hasta diez.
No sé a qué se refiere hasta que su mano hace un sonido en el aire antes de caer sobre mi culo. Un grito burbujea en mi garganta mientras un dolor abrasador estalla en mi piel. La roncha que deja en mi piel me duele y me quema, y me hace querer llorar.
Quiero gritar, expresar la agonía física, pero me niego a mostrarle tanto mi dolor como mi placer.
Me muerdo el labio.
—Uno. —Mi voz tiembla en torno a la palabra. Apenas ha salido antes de que su mano vuelva a golpear. Me sobresalto, y está vez es un gemido lo que me sale. Tardo unos segundos en murmurar—: D-dos...
—Dios, mira lo perfectas que son tus nalgas. —Golpe. Golpe. Golpe—. Es la vista más exquisita que haya visto.
—Tres... cuatro, cinco. —Ahora estoy gimiendo, mientras me froto contra su pene. No estoy llorando de dolor. Tampoco le ruego que se detenga, porque eso solo me robaría mi dignidad.
Al séptimo golpe, creo que dejaré de sentir mi trasero por completo, pero no es el caso.
Ni mucho menos.
Y es con horror que me doy cuenta de la razón del cambio. Blaz roza con sus dedos las ronchas y yo siseo, pero el sonido está a punto de convertirse en algo más cuando desliza suavemente su pulgar sobre la piel herida, mezclando el dolor con una suavidad de la que nunca pensé que fuera capaz.
Una suavidad que confisca mi aire. Algo en mí se agita y se estremece con la necesidad de más fricción.
—Shhh. —Introduce un dedo en mi interior y yo me sobresalto en la mesa ante la dura intrusión.
Es como ser arrancado de una fase del ser y empujado a otra.
—Aaah... —Amortiguo mi propia voz mordiendo mi labio inferior. Mierda.
Una mezcla eufórica de sensaciones se eleva y aterriza dentro de mí con un golpe tan resonante que escucho la vibración en mi oído.
Su mano entra en contacto con mi culo tres veces seguidas y grito. La mezcla de la agonía y lo que sea que esté pasando en mi vagina me convierte en un desastre. Quiero que se acabe, pero al mismo tiempo no.
—Nuve... Diez.
Blaz añade otro dedo y siento que me desintegro, que me rindo en el camino de su destrucción. Mis paredes se aprietan en torno a sus dedos y grito de alivio cuando los introduce, dándome la fricción que necesitaba desde la primera vez que su mano llegó a mi culo.
—Déjate ir —pide.
Grito mientras mi orgasmo me atraviesa al mismo tiempo que la picadura. El corazón se me agolpa en la garganta y creo que voy a dejar de respirar y morir en la agonía del placer y el dolor.
Es un éxtasis jamás que había imaginado me golpea, una dicha demencial que juega al borde de la locura. Pero cada parte de mí lo anhela, cae en él sin pensarlo.
Aprieto el culo contra él, siento su dureza y casi me derrito.
Juro que me habría agachado si me hubiera empujado contra el suelo. Habría dejado que me follara aquí mismo.
Ese es el poder de este momento, la libertad que siento.
Tardo unos segundo en recuperarme. Cuando lo hago Blaz me suelta; porque algo vibra contra mi trasero.
Y no es un vibrador.
Sino su teléfono.
—Necesito ir al baño —le digo.
—Dobla a la izquierda y luego sigue a la derecha. Es privado.
Una sonrisa malvada curva sus labios, triunfante, y me alegro que tenga ese momento mientras salgo de la cabina y me dirijo a los baños. Ni siquiera puedo girar la cabeza para mirar a mi alrededor cuando un enorme guardaespaldas aparece a mi lado.
Me dirige y las cosas mejoran aún más.
Hay un baño privado, lo que en un lugar tan grande es una bendición.
En serio, todo esto es orgásmico.
Tomo el pomo la puerta, pero alguien la abre de un empujón e irrumpe. Hay un tira y afloja con el picaporte, pero pierdo la batalla. No tengo muchas opciones. O me dejo llevar o me caigo de culo.
—¡Perdón! —escupo mientras me incorporo tambaleándome, tratando de estabilizarme—. No pensé que había gente. Además, Blaz dijo que era un baño privado —espeto.
La mujer es, en una palabra, hermosa. También es todo lo que yo no soy.
Tiene curvas por encima de sus curvas, y debe estar por los veintiséis. Esta mujer lleva un elegante vestido rojo que la cubre de pies a cabeza. Tiene un profundo corte en el corpiño que deja ver unas tetas de infarto, turgentes y llenas, realzadas por un colgante que cuelga entre ellas. Con una falda de cola de pez que muestra la redondez de sus caderas, está buenísima.
Es una diosa griega.
Y ella lo sabe.
También me mira tanto como yo a ella, y mientras yo me quedo boquiabierta por su belleza, ella hace todo lo contrario.
Me mira como si fuera una puta barata.
Decido ignorarla para entrar al baño cuando ella me agarra del brazo.
—¿A dónde demonios crees que vas? —exige cuando retrocede unos pasos más.
—Al baño, obviamente.
—No se aceptan putas ahí adentro.
—Pero sí ya estabas dentro.
—Tal vez piensas que Blaz está satisfecho con lo que puedes darle —comienza en voz baja—. Pero lo conozco desde hace dos años, y nunca se ha asentado; porque ninguna mujer ha podido con los tres. Fui la única mujer a la que regresó durante todo ese tiempo, porque le di lo que necesitaba.
¿Dos años? Incluso si hubiera estado con otras mujeres en ese tiempo, ¿por qué la había mantenido cerca?
—Le he dejado hacer todo lo obsceno que no puedes ni imaginar, Meike.
—Veo que hiciste tus deberes. Sabes quién soy, pero yo ni siquiera te conozco. Ningún de los chicos han hablado de ti, debe haber sido un polvo insignificante.
—Las putas son todas iguales; no saben más que el pene y el dinero que le entran —gruñe, y su voz es dura pero ronca, como si normalmente fuera de voz suave, pero la hubiera enojado.
—Por supuesto que sé algo más. Sé cómo quieren doblarme sobre el sofá y me follarme hasta que no pueda caminar. ¿Es eso lo que quiere oír?
—Escucha, pequeña... —espeta la mujer.
—¿Puta? —termino, burlándome—. Me cuesta creer que me hubieras llamado puta si fuera a ti a quién hubiera follado hasta llorar. Entonces, ¿soy una puta por tener sexo con tres chicos, o soy una puta porque lo disfruté? Si es esto último, deberías plantearte por qué quieres que tengan sexo contigo. Dice mucho más de ti y del pedazo de carne que tienes de cerebro.
El guardia de Blaz se ríe, levantando los puños para taparse la boca y disimular.
—Al menos yo sí soy una mujer verdadera, no como otras. Y cuando se cansen de ti, volverán como siempre.
—Tendrías primero que buscar la definición de mujer verdadera para ver si entras en esa categoría.
—Jürgen debería haberte matado junto con la puta de tu madre. Una zorra solo puede engendrar una zorra —dice, con una voz carente de vehemencia. Habla como si fuera de dominio público que todas las personas pensaran de forma similar.
Matar a una niña por los crímenes de su madre....
Odio este lugar. Al ser humano.
La sonrisa de la mujer se ensancha.
Lo cual, teniendo en cuenta que nos conocemos desde hacía menos de treinta segundos, es una hazaña que ni siquiera yo creo poder lograr.
Raya a la gente. Lo sé. ¿Pero tanto?
Ni siquiera le doy la oportunidad de reaccionar o de ver venir mi puño. Un segundo está parada allí, con su actitud de engreimiento que hace que su maquillaje se resquebraje mientras inclina la cabeza hacia mí, y al siguiente, mi puño vuela hacia su rostro.
—¡Puta! —Su grito de conmoción y horror es como música para mis oídos, mientras se cae sobre el culo.
—En eso estamos de acuerdo —digo, presionando con la suela de mi zapato mientras lo pongo en su rostro—. Normalmente debes ser la Señorita Princesa en la cima, pero esta vez, te pusiste muy abajo al querer igualar mi nivel y ¿adivina qué?, aquí abajo, en el submundo soy la Puta Reina.
♥️♥️♥️
Si quieren más, ponga aquí "queremos más?
Espero que hayan disfrutado de la lectura. Nos leemos en el próximo capítulo.
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