22. Pieles en llama
Cuando abro los ojos, es de día. Miro la habitación y me doy cuenta de que no tengo ni idea de dónde estoy. Estoy acostada en una cama enorme, iluminada solo por la luz que se filtra en la ventana.
Me duele la cabeza y quiero vomitar.
«¿Qué diablos pasó? ¿Dónde estoy?»
Intento levantarme, pero estoy completamente impotente, como si pesara una tonelada, incluso mi cabeza no quiere ser levantada de la almohada.
Cierro los ojos y me duermo de nuevo.
—Respira. —Escucho una voz como salida de una urna. —Meike, respira, ¿me oyes?— La voz se está volviendo cada vez más clara.
—¡Gracias, Dios! Nos has dado un susto, Pagana, ¿puedes oírme? —pregunta Joss, acariciando mi pelo.
Apenas abro los ojos, veo a Joss parado frente a mí.
Entonces los recuerdos comienzan a llegar. Blaz peleando, nunca había visto algo así. Las amenazas. Los besos. La entrada de Joss y Klaus. El acuerdo..
Intentaron matarme.
Mi respiración comienza a acelerarse y mi frecuencia cardíaca aumenta.
Sintiéndome traicionada y angustiada, golpeada y rota, cierro los ojos ante la deslumbrante realidad.
Retrocedo aterrorizada, cogiendo aire nerviosamente. Entro en pánico, sin tener idea de dónde estoy y que me van a hacer.
De pronto, siento dos dedos en mi cuello tratan de sentir un pulso débil.
—Meike, respira.
Después de un tiempo mi respiración se hace más constante, más oxígeno llega a mi cuerpo, y mi corazón de un galope loco se ralentiza hasta un tarda un buen rato antes de tranquilarse.
La voz de Blaz llega a mí, claramente. Está sentado en una gran silla junto a la cama. Esta vez lleva un atuendo mucho más formal, pantalones grises de chándal y una camiseta blanca con amplias correas para los hombros, que muestra sus hombros extendidos y sus manos bellamente esculpidas. Está descalzo y con el pelo deshecho; si no fuera por el hecho de que se ve fresco y apetitoso, habría pensado que acaba de salir de la cama.
—Intentaron matarme... —susurro, y hay rastros en mis ojos—. Joss me asfixió y lo hizo tan simple como si me comprara otro par de zapatos. Y ustedes par de idiotas no hicieron nada. ¿Qué hago aquí? —Pánico, pánico; el terror me nubla la conciencia.
—No, no te haremos daño.
—Entonces, ¿por qué me han traído aquí? —Mi voz empieza a fallar y lucho por mantenerla firme—. ¿Por qué?
—Teníamos que esconderte. —Suspira y vuelve la vista hacia la pared.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Nadie sabe que estás viva. —Se gira para mirarme—. Tuvimos que regresar a la academia. Necesitábamos fingir que todo había vuelto a la normalidad y luego trasladamos tu cuerpo en la noche.
Klaus está sentado en el borde de la cama, todavía con una sonrisa juvenil y juguetona mientras espera las primeras palabras de mi boca.
Joss se acerca a mí y se sienta en el borde de la cama. Me peina suavemente con los dedos, como si estuviera comprobando que estoy bien. En un momento dado, me pasa la mano por debajo de la cabeza. Me resisto, pero el desgraciado sabe lo que hace.
Mientras siento su tacto, una oleada de emociones contradictorias me invade. Por un lado, estoy furiosa por lo que intentaron hacerme, la traición aún palpita con ardor en mi interior. Pero por otro lado, siento una necesidad urgente de dejar atrás el pasado y seguir adelante.
«¿Puedo realmente perdonarlos tan fácilmente después de lo que hicieron?»
La idea me resulta difícil de aceptar, pero al mismo tiempo, la perspectiva de seguir adelante sin el peso de la venganza me atrae.
—Nunca tuvimos la intención de matarte —dice Joss, llevándose mi mano a su boca y dándome un suave beso.
Sus palabras resuenan en mi mente mientras lucho por reconciliar mis sentimientos.
¿Puedo creerles?
¿Puedo perdonarlos por intentar acabar con mi vida, incluso si sus intenciones eran diferentes? Es una pregunta que me atormenta mientras intento encontrar una respuesta dentro de mí misma.
—Papá necesitaba ver un cuerpo para dejarte en paz —concuerda Blaz, quien se levanta de su lugar y viene a la cama, obligándome a sentarme en su regalo en contra de mi voluntad—. La habitación tenía cámara, Meike. Necesitábamos que nos creyeran.
Mi cuerpo se bloquea.
Se me congelan los huesos, la sangre y el cerebro, lo que genera una especie de parálisis repentina e incontrolable que se propaga por mi cuerpo tan rápidamente que parece que no pueda respirar.
Jadeo profundamente, tensa, y las paredes no dejan de tambalearse frente a mí.
Blaz me abraza por detrás.
—Suéltame —grito, brazos me rodean por completo, tratando de mantenerme de una pieza con su fuerza, pero no sirve de nada.
No siento nada.
—Shhhhh.
Blaz me hace callar, me mece en sus brazos, y entonces me doy cuenta de que estoy profiriendo un sonido insoportable y ensordecedor. La agonía puede conmigo.
Quiero hablar, protestar, acusar a Blaz, culparlo, llamarlo mentiroso, pero no puedo decir nada. No consigo pronunciar ninguna palabra, tan solo sonidos tan lamentables que casi me avergüenzo de mí misma.
—Él necesita ver tu cuerpo sin vida y le dimos uno —me susurra al oído—. Jamás te hubiera dejado en paz, si no te hiciéramos pasar por muerta.
—Joss solo te asfixió para desmayarte. No te avisamos; porque estábamos grabando la escena y queríamos que tú miedo pareciera real. Luego te drogamos mientras te trasladamos hasta aquí.
—¿Aquí? ¿Dónde estamos?
—En Estados Unidos.
—Nunca tuvimos planes de matarte de verdad, Nymphe —dice Klaus.
—Lo siento muchísimo, pagana ―respiro contra sus labios―. No puedo cambiar lo que te ha hecho a través de estás últimas horas. No puedo recuperar todo lo que desearía que no hubieras vivido. Yo nunca quiero que tengas miedo de mí. Nunca te lastimaría. Moriría antes de que alguna vez pueda lastimarte. ―besa mis labios, mis mejillas, la punta de su nariz y todo—. Pero necesitábamos que pensaran que estás muerta. Solo así te dejarán en paz. Lo hemos hecho para salvarte.
—La cagamos —interviene Klaus—. Muchísimo.
—Sí —añade Joss.
—Si vuelven a intentar alguna mierda estúpida como esa sin avisarme, les causaré un puto daño corporal que puede terminar en la castración —digo despacio.
Luego se produce otro silencio incómodo que Klaus termina por romper.
—Venga, por el amor de Dios —refunfuña—. Dame mi beso de alivio y perdón.
Entonces se inclina hacia mí, con la intención de besarme.
—No —le digo, y me suelto del agarre de Blaz.
Klaus se detiene en seco, con el rostro desencajado.
—¿Meike?
—Es que...
Observo los rostros de preocupación de los tres. No sé qué hacer. No sé qué es lo que quiero. Hasta el último átomo de mi cuerpo me pide a gritos que me acerque a Joss y me deje envolver por sus brazos, que bese a Klaus y espere algo cruel de Blaz, pero creo que no soy capaz de volver a lo mismo.
Tengo miedo. No confío en ellos.
—Escuché lo que dijeron —les digo—, y entiendo que ninguno quería hacerme daño. —Miro a Joss, que tiene la mandíbula tensa y los puños apretados contra los costados—... eso no significa que quiera que las cosas vuelvan a ser como antes.
—¿Qué? —pregunta Klaus con la voz ahogada.
—Quiero que seamos amigos también —les digo, prácticamente suplicándoselo—. Nunca he tenido un amigo. —Trago saliva—. Quiero que confíen en mí de la misma forma que confían el uno en el otro. Quiero que me llame cuando tenga un problema y que compartan conmigo las cosas buenas que les ocurren y las malas también. La parte de la atracción física, el sexo, está muy bien. En eso funcionamos muy bien, pero no quiero que sea la única forma en la que me vean. No quiero ser solo eso para usted. No quiero sentir que es la única razón por la que me buscan.
Los tres se miran como si hablaran telepáticamente y luego se giran hacia mí: —Bien —concuerdan los tres.
—Ahora, denme de comer, o me pondré de mal humor.
—Danos un beso —dice Klaus.
—Solo un beso. Nada más.
Primero beso a Joss, porque al fin y al cabo fue mi primer amor, y luego me paso a besar a Klaus y Blaz, cada beso es más intenso y cegador que el otro. Cómo estamos en una propiedad de los chicos en Los Ángeles y le ha dado a los empleados el día libre para que no me vean, le toca a los tres cocinar porque yo no sé.
***
Llevo una semana escapando de la intimidad con los chicos.
Este dolor... se siente como si mi corazón se estuviera muriendo.
Ver cuánto están sufriendo es insoportable. Pero es lo mínimo que se merecen.
Cuando voy a la cama, me sorprendo buscándolos, aunque ni una sola vez los he visto entrar sin mi permiso.
Todos los días tengo que recordarme a mí misma que estoy haciendo lo correcto, pero me siento perdida, como si me hubieran arrancado un gran trozo de mi alma.
Y los extraño demasiado.
Sentada junto a Klaus mientras cenamos en el paseo marítimo, mis ojos miran fijamente el océano sin comprender. Joss y Blaz en están en su camarote trabajando y no han venido a cenar.
―¿Qué ocurre? —pregunta Klaus.
Niego con la cabeza.
―Nada.
―¿Por qué no estás comiendo?
Doy un bocado, sin probarlo realmente.
―Meike. —Klaus me da un codazo en el brazo―. Háblame. Has estado así todo el día.
—Los extraño.
—Estamos aquí.
—Extraño lo que éramos, extraño besarlos y que Joss me abrace en la noche. Los extraño demasiado. Se supone que debo olvidarme de ustedes, pero no puedo ―murmuro, dejando caer el tenedor en el recipiente—, y mañana que sé que van a regresar a Alemania sin mí, me hace sentir más su ausencia. No quiero que se vayan sin saber que los quiero y que los voy a extrañar.
—Te extraño, Nymphe. Te extrañamos. Tan malditamente demasiado.
Lo acerco a mi boca y lo beso.
—¿Me perdonas?
Asiento.
Y esta vez él me besa como si no quisiera soltarme nunca.
Retrocediendo, le doy una mirada juguetona.
—No te estabas haciendo pasar por el amigo simpático solo para meterte bajo mis bragas cuando tuviera la guardia baja, ¿verdad?
—Bueno ―se burla de mí, luego su rostro se suaviza―. No. Piensa en eso como una paga por el sufrimiento de mis pobres pelotas, Meike.
—Maldita sea, realmente tienes habilidad con las palabras ―le digo―. Puedes hacer que todo suene mucho mejor de lo que realmente es.
Él me mueve las cejas.
—Solo una de mis muchas habilidades.
—Yo también te extraño y quiero mi beso —escucho la voz de Joss.
Levantando mis ojos, veo el dolor que le he causado a Joss, y azota brutalmente mi corazón mientras se acerca a mí. Me levanto y envuelvo mis brazos alrededor de él.
¿Qué he hecho?
—Lo siento mucho. Fui tan estúpida. Lo hicieron por mi bien.
Joss me sienta en su regazo luego de haberse sentado. Llama a Blaz para que se una a la cena.
Me levanto. Todos los ojos están clavados en mí y me dejo caer en el regazo de Joss. Entierro la cara en su pecho desnudo y le acaricio el pelo y la nuca mientras sollozo.
—Sé que hicieron lo de esa noche por mi bien. También sé que deben regresar, pero no me olviden aquí, por favor... son la única familia que tengo. Quiero quedarme con ustedes. Por favor, déjame quedarme. Ámame y lucha conmigo y déjame quedarme.
Poco a poco, levanta los brazos y me rodea. Sus manos me acarician la espalda antes de llegar a mi pelo. Con cuidado, entrelaza los dedos entre los mechones y me echa la cabeza hacia atrás hasta que me mira a los ojos. —Nunca podríamos olvidarte, pagana. Siempre serás nuestra persona favorita del mundo.
Paso la mirada de Klaus a Blaz y de nuevo a Joss.
Me envuelve en un abrazo y me llena de besos el hombro, el cuello y la mejilla. Siento que cada uno es como un regalo, como una chispa de vida que se filtra por mi piel y me ilumina desde el interior, me da calor y me da fuerza.
—Te quiero, Joss —murmuro respondiendo a sus besos—. Te quiero muchísimo.
Paso del regazo de Joss a la de Klaus.
—¿Ya se te ha ido la idea de castrarnos?
—Sí.
—Vaya susto nos has dado, Nymphe.
Dicho esto, procede a besarme con hambre.
—Nunca podría olvidarme de ti, eres lo mejor que me ha pasado en la vida —vuelve a besarme como si la vida se le fuera en ella. Hasta que le toca el turno de Blaz.
Sus labios se fruncen en una línea de desaprobación y sus ojos se convierten en dos agujeros negros que parecen salidos directamente del infierno.
Las gotas de sudor me recorren la columna y las sienes mientras me rompo poco a poco bajo la tensión asfixiante que impone sólo con sus ojos.
—Parece que has olvidado a quién perteneces y te vendría bien un recordatorio. —Y con eso, se inclina y muerde el cuello.
Duro.
Como alguien dispuesto a marcar su territorio.
El dolor estalla en el punto agredido de mi cuello y se extiende por todo mi cuerpo como un letal incendio.
Sin embargo, sigo atrofiada en mi sitio. Incapaz de moverse.
Incapaz de concentrarme en otra cosa que no sea el tacto de sus labios sobre mi maltrecha piel y las ardientes emociones que Blaz desencadenar en mi interior.
Todo mi cuerpo parece haber perdido sus funciones y me sumerjo en una realidad ingrávida, sin fisuras, en la que solo puedo existir en el momento.
Blaz chupa la piel con una fuerza que casi me vacía el alma a través de la garganta.
Es castigador, duro y totalmente erotico.
También es una conexión jodida que no sabía que podíamos establecer. Un enlace a través del dolor abrasador y la rabia insaciable.
Finalmente se echa hacia atrás, dejando un lío palpitante y hormigueante donde estaban sus dientes.
Sus ojos se clavan en los míos, más oscuros y completamente huecos en sus profundidades.
Solo que Blaz ya no está vacío. No sé cuándo empecé a verle como algo más que el vacío que acecha en su interior y su necesidad de venganza, pero por desgracia lo hice.
Hace un chasquido y me obliga a ponerme de pie junto con él. —Todavía no has encontrado la respuesta a tu pregunta.
Sus palabras resuenan en el estudio como una promesa ominosa, y espero que me arranque la ropa, solo para hacer entender el punto.
Blaz me rodea la garganta con los dedos y reprimo un gemido cuando la yema de su pulgar presiona la piel agredida.
Me empuja y no tengo más remedio que retroceder para igualar sus movimientos.
—Eres mi puta propiedad y eso significa que cada centímetro de tu piel me pertenece. —Clava el pulgar en la herida—. Cada parte es de mi puta propiedad y siempre marcó las cosas que me interesan para así nunca olvidarlas.
Mi espalda golpea la mesa, encima de la cual repiquetea un surtido de los platos debido al impacto.
Me estremezco y me ahogo con una respiración irregular. El aire que me rodea parece haberse sumido en un pozo de tensión asfixiante por el que no puedo respirar.
—Parece que no has entendido la situación, Meike. Si eres mía, eso es lo que siempre serás. Joder. Mía —su otra mano llega hasta la cremallera de mi vestido y tira de él hacia abajo hasta que la tela se encharca a mis pies.
El aire de la noche aprieta mis pezones desnudos y mi vagina desnudo. Mis mejillas se calientan cuando Blaz me observa por completo. Su lujuria impía, insinuando una guerra que está a punto de estallar.
—Has venido preparada. —Su voz baja, mezclada con una excitación furiosa— . ¿O tal vez estabas pensando en castigarnos de nuevo con las otras noches?
—Sí. Esperaba algo esta noche, por eso no me he puesto ropa interior, pero ese plan obviamente se está diezmando ante mis ojos.
—¿Así es? —Me mete la mano entre las piernas y me acaricia la excitación que me cubre los muslos desde que sus labios me acariciaron el cuello.
Me acaricia los pliegues con manos suaves y me pongo de puntillas, persiguiendo la chispa de placer que se extiende entre mis piernas y me aprieta el vientre.
—Me estás empapando los dedos, Meike. ¿Estás tan excitada por mis dedos y mi pene? ¿O por los de los tres?
Reprimo un gemido mientras miro fijamente sus ojos impasibles. El deseo aún bulle en lo más profundo de ellos, negra y envolvente como una segunda piel.
—¿Vas a gemir y le mostrar esa carita sexy que solo deberá pertenecernos? ¿Vas a rogar que te follemos como toda una pequeña codiciosa?
Mi estómago se hunde y me agarro al borde de la mesa para apoyarme. Sus palabras me dejan más caliente y más sensible, de modo que solo necesito un empujoncito para correrme.
—¿Eso es lo que quieres, Meike? —Me da una bofetada en la vagina y grito cuando el dolor palpitante se extiende por mis entrañas y me aprieta el vientre.
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