19. Caricias malvadas
Cuando llego a casa siento qué hay muchas cosas que Blaz tiene que explicarme. Pero él muy maldito se ha encerrado en su habitación e ignora mis llamadas.
—¡Blaz, maldito bastardo manipulador! Sé que estás ahí —grito—. Necesitamos hablar.
Grito mi miedo y frustración en la noche, girando por el pasillo con desesperación. Cuando estoy a mitad de las escaleras unos brazos me atrapan.
Me lleva al jardín. Blaz me mira como si tuviera dones propios de un hechicero. Como si pudiera verme y sentir mi miedo junto a mí. Mi último aliento libre se convierte en un sollozo roto, pero me deshago de mi desolación.
Estamos cara a cara con sus fríos ojos que me miran fijamente. Está con las manos en los bolsillos y la cabeza sutilmente inclinada hacia un lado. Incluso con la escasa luz, nunca confundiría el bello rostro que me había robado el aliento. Perdido en la pesadilla que me lo había robado.
Retrocedo un paso, mirando adentro por encima del hombro antes de tragar y volver a dirigirme a él. Mi corazón late sin control mientras mis pulmones luchan por hacer pasar el aire entre mi pánico.
—¿No has tenido suficiente, Dieb? —murmura, acercándose lentamente a mí mientras levanta las manos a la defensiva.
—Blaz, ¿por qué? —pregunto, sollozando mientras una de sus manos se acerca para acariciar mi mejilla con una delicadeza burlona.
—Siéntate —dice, su rostro se tuerce en un instante de arrepentimiento.
Le hago caso.
—¿Por qué lo hiciste? —pregunto de nuevo, atrayendo su atención hacia donde retuerzo las manos en el regazo.
—¿Follarte? —pregunta, mirándome con el ceño fruncido.
—¿Por qué utilizarme así? ¿Por qué me mantienes a tu lado si se nota que me odias? Ya tienes todo lo que podrías desear —digo, mirando el agua de la piscina.
—Me acuesto contigo porque eres de mi propiedad —simplemente dice, sin darme nada más.
—¿Y qué pasa con lo que yo quiero? —pregunto, con su mirada clavada en un lado de su rostro. Lo miro, aguantando su intensa mirada todo lo que me atrevo—. ¿Y si quiero ser libre? ¿Dejar atrás esta retorcida ciudad, olvidar mi pasado y salir al mundo real?
—¿Qué sabes tú del mundo real, Dieb? —pregunta, tratando de mantener su voz suave. La irritación se filtra en ella—; la realidad es que no entiendes que la fealdad de esta ciudad está en todas partes. Nunca escaparás de tu apellido y de tus lazos con la ciudad que te vio nacer. Nunca escapará de mí. ¿Quieres saber por qué?
»Porque estás unida a nosotros desde tu nacimiento. Mi padre fue quien erradicó a toda tu familia; tu padre drogadicta nos debía dinero y dio a tu madre cómo pagó, lo mató y envió a tu madre a ese burdel sin saber que estaba embarazada y cuando se enteró, la mató y se quedó contigo. Ibas a ser preparada para él en ese lugar, nunca te iban a subastar. Solo querían hacerles creer a los demás postores que estabas en la venta porque la madame no quería que supieran su relación estrecha con mi padre, pero nosotros arruinamos el plan de mi padre y te cautivamos antes. Ibas a ser mía de todas formas, solo que yo te quería en mis propios términos. No me gusta que rompan mis juguetes, me gusta romperlos yo mismo.
Blaz siempre hace lo mismo: tira la piedra, te golpea con fuerza y luego manda a otro a curarte.
Aprieto la mandíbula con fuerza, transmitiendo mi enfado y decepción, sus palabras siempre hacen daño.
—Lo tienes todo. Naciste en una posición que muchos envidian, pero te amargas haciendo sufrir a otros.
—¡No es suficiente! ¿Es que no lo ves? ¿Es que no me ves? —grita.
—Nada es suficiente para ti, Blaz —digo despacio—. Y es una pena, encima viniendo de una persona como tú.
—Sabías en lo que te metías... —me dice alzando la voz, temblando ligeramente—. Pensé que comprendías que esto no iba a ir a más. Sabías que solo era un trato, y aceptaste aún sabiendo que no éramos buenas personas, ¡así que no me mires así!
—Así, ¿cómo?
—Como... como si fuera el malo de la película. No me mires como si te estuviera haciendo daño... ¿crees que esos cinco días que duraste fuera del burdel fueron tranquilos por sí solos?
»Fueron tranquilos; porque nuestros hombres estaban siguiéndote. En el maldito hotel donde te quedaste las primeras tres noches, tuvimos que darle una paliza al gerente y amenazarlo porque intentó entrar a tu habitación mientras estabas dormida. Esa vez que fuiste a ese bar en busca de trabajo como camarera, dos hombres te siguieron mientras estabas perdida en tus audífonos, bailando y caminando como si él puto mundo fuera el lugar más seguro. Tuvimos que matarlos porque murmuraban lo que te iban a hacer. Si envíe tu foto a Iván con la nota anónima fue porque estaba cansado de que tanto Joss como Klaus tuvieran que salvarte por tu insensatez. Así que, deja de actuar como una zorra histérica. Me está volviendo loco.
—¡No puedo evitarlo! —exclamo—. ¡Es que me estás haciendo daño! Has sido el hombre que más daño me ha hecho en la vida. ¡Soy humana, maldita sea! ¡Me duele, Blaz! ¡Me has hecho daño! ¿Qué esperas, que me tumbe en tu cama y abra las piernas después de que me manipulaste y me usaste?
—Eso no es lo que...
—Me has manipulado desde que te conocí. ¡Me has humillado, te has corrido dentro de mí y luego me has hecho saber que soy tan fácil de deshacer como un condón usado! ¿Y todo para qué? Para vengarte de tu estúpido padre.
Blaz no responde.
Yo sacudo la cabeza e intento tranquilizarme.
—Mira, se nos ha ido de las manos. Creo que ambos podemos reconocerlo. Disfrute el tiempo que estuve con cada uno de ustedes, no pienso disculparme por eso. Pero yo no te obligué a traerme aquí. ¡Yo no te obligué a nada! Fue todo cosa tuya. ¡Así que ahora no vengas a mirar cómo si fuera una loca y que me digas soy una zorra histérica cuando ambos nos hemos metido en esto juntos!
Siento las emociones acumulándoseme en la garganta, una ola salada de tristeza, y tengo que contener las ganas de romper a llorar.
—Vete. ¡Ahora! —le grito—. ¡Lárgate!
Él asiente con frialdad.
Odio sus ojos. Lo miro por un segundo, trago saliva para recomponerme antes de volver a decir: —¡Largo!
Blaz aprieta la mandíbula. Sus ojos son un par de agujeros oscuros en su rostro. Despacio, se da la vuelta y se va por donde hemos venido. Sus pasos crujen con pesadez sobre la hierba. Espero hasta perderlo de vista y luego me recuesto contra la pared del jardín, con la mejilla pegada a los ladrillos helados.
Solo siento dolor.
No entiendo cómo es posible que esto siga pasando. No entiendo por qué siempre soy la opción fácil. Debe de haber algo en mí que hace que a las personas les parezca bien tomar mi vida en sus manos y utilizarme en el proceso, y no sé por qué.
Las lágrimas me anegan los ojos y las mejillas se me enrojecen a medida que regresan los recuerdos de mi adolescencia.
Intento razonar conmigo misma. Sé que la situación no es la misma.
Las lágrimas me anegan los ojos y las mejillas se me enrojecen a medida qué pasan los minutos.
Intento razonar conmigo misma. Sé que la situación no es la misma.
De repente tengo frío. Mis manos están húmedas y el entumecimiento se está apoderando de mí porque sé lo que viene.
Me levanto para encerrarme en mi habitación. Veo a Joss salir de la cocina y como no tengo ganas de que me vea así. Giro y subo corriendo las escaleras. Puedo oírlo llamándome, pero sigo corriendo hasta llegar al tercer piso y me detengo en el rellano. Mi respiración es superficial y rápida y me tiemblan las manos. No puedo entrar a nuestra habitación. Es al primer lugar que me va a buscar. Giro en la dirección opuesta y huyo hacia la tercera puerta a la derecha. Es una de las habitaciones que está desocupada. Entro y me apoyo en la parte trasera de la puerta.
—¡Meike! —La voz de Joss me llega desde algún lugar del pasillo.
Me alejo de la puerta, corro hacia la cama y rápidamente me meto debajo de ella. El sonido de pasos pesados retumba por el suelo. Las puertas se abren y luego se vuelven a cerrar. Las pisadas apresuradas se acercaban. Unos momentos más tarde, la puerta de la habitación se abre de par en par. Inclino mi cabeza hacia un lado y veo los pies de Joss a través del espacio debajo del borde de la colcha. Me trago un sollozo.
—¿Estás aquí? —La voz de mi Joss llena la habitación.
Cierro mis ojos. Mierda. Pensé que no me buscaría aquí. Porque no entiende que quiero estar sola y que no quiero que me vea llorar por lo que me hizo el estúpido de su hermano.
Veo que toma asiento encima de la cama y cierro los ojos esperando que se vaya.
Los minutos se extienden en silencio antes de que Joss hable. —¿Cuánto tiempo planeas quedarte debajo de la cama?
—No estoy segura.
El armazón de la cama cruje encima de mí. Una mano agarra el dobladillo de la colcha, la levanta y el rostro de Joss se materializa frente al mío.
—¿Estás llorando debajo de la cama? —dice, mirándome al revés.
—Vete a la mierda, Joss.
Él arruga la nariz y una leve mueca.
—Entonces, ¿qué hizo mi hermano?
—Nada —digo, mirando el marco de madera justo encima de mi cabeza—. Se me perdió mi arete.
—Ajá...
—Era el de diamantes —miento con un sollozo—. Soy así de superficial.
—Te compraré cinco más y no eres superficial.
Sigo llorando. —Claro que sí.
—¿Oh sí? Entonces, ¿por qué lloras si te he dicho que te compraré cinco más en lugar de brincar de felicidad?
—Es el polvo —murmuro y trato de levantar el brazo para limpiarme los ojos, pero no hay suficiente espacio.
—Seguro. Ven.
—Estoy bastante bien aquí, gracias —digo.
Joss abre mucho los ojos y resopla. —Muévete.
Observo confundida cómo él baja al suelo y se desliza debajo de la cama a mi lado.
—Lamento que sea un idiota. Se ha pasado de la raya —murmura Joss. Muevo mi mano un poco hacia un lado y envuelvo mis dedos alrededor de los de él, apretándolos. —Lo siento mucho. —Mira nuestras manos unidas—. Sé que se está comportando como un tremendo bastardo egoísta. Ha hecho mal al usarte para vengarse de papá porque se acostó con su prometida, pero estoy seguro de que te pedirá perdón en cuanto lo haya procesado todo y descubra que hizo mal. Seguramente está hecho mierda ahora mismo.
Tenso la mandíbula y lo pienso.
—No —sentencio.
—Pero...
Inclino mi cabeza hacia un lado para mirarlo.
—Lo siento por él. ¿Cómo no voy a sentirlo? Pero eso no excusa cómo se ha comportado. Él me ha hecho daño para sentirse mejor, me lastimó solo porque podía. No creo que sea una forma sana de gestionar estas cosas, y no voy a permitir que me humille solo porque esté triste. ¿Quién diablos en este mundo no se pone triste? ¿Eso los excusa de ser una persona de mierda? No. Solo las personas patéticas usan el pasado para justificar sus acciones futuras.
Nos quedamos en silencio por un momento. Justo antes de que empiece a sentirse incómodo, Joss respira profundamente. —Tienes razón. Por favor, sal para que pueda alimentarte. No has comido nada desde que salimos del hospital.
—Está bien.
Espero que salga y hago lo mismo, nos dirigimos hacia la puerta, pero algo me detiene. La foto enmarcada encima de la cómoda. Esa es la mujer que me agredió en el club. La que dijo que Blaz era suyo y que siempre volviera a ella.
—¿Quién es ella? —señalo la foto, dándome cuenta por primera vez que esta habitación es de una mujer.
Miro a mi alrededor con ojo crítico. Una corriente de aire fresco me recibe, llevando consigo un ligero aroma a lavanda. La luz del sol se filtra a través de las cortinas blancas, proyectando un suave resplandor en las paredes color crema.
Mis pasos vacilantes me llevan más cerca de la foto, y mis dedos rozan la superficie pulida de un tocador de madera. Observo con curiosidad los objetos dispuestos sobre él: un pequeño jarrón de cristal con flores frescas, un cepillo de pelo de aspecto antiguo y más fotografías enmarcada de la chica.
Las sábanas están cuidadosamente arregladas, con un edredón blanco que invita a acurrucarse. Un par de almohadas mullidas yacían en el centro, junto a un libro abierto con una página marcada.
Mi atención se desplaza hacia la ventana, donde las cortinas ondean suavemente con la brisa. Más allá, puedo ver un paisaje sereno de árboles verdes y un cielo azul infinito. Una sensación extraña me invade mientras observo la escena.
—Ah, es mi prima Anneliese —hace un gesto sin importancia—. Creo que habían quitado todas sus cosas de aquí, hablaré con la chica que se encarga de esta área.
—¿Es tu prima? —repito incrédula—. ¿Se follaron a su prima?
Joss pone cara de asco. —No es mi prima de verdad, nos criamos juntos porque es la hija de un amigo de papá y nos obligaron a llamarla prima. Yo nunca me acostaría con ella aunque fuera la última mujer que existe en la entierra. Si Klaus la viera desnuda en una cama, creería que ve a una serpiente con tres cabeza y saldría corriendo.
Me rio. —Si Klaus que es amante del sexo, huye al ver una diosa como ella desnuda, debe ser por algo.
—Créeme que sí. Fue la prometida de Blaz, un contrato comercial más bien, pero la encontré en la cama con mi padre. Blaz rompió el compromiso cuando lo supo y ella intentó meterse en la cama de Klaus cuando se enteró que sí se quedará embarazada de alguno de los tres, su hijo podría ser el nuevo jefe.
—La conocí una vez que Blaz me llevó al club y la abofeteé porque me insultó. Ahora entiendo porque sabía tanto de mí, tú padre debió haberle dicho.
—Si vuelves a encontrarla por casualidad. Ignora que existe, es una víbora y es de cuidado.
Asiento.
—¿Joss?
—Sí, pagana.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo?
—Porque me has llenado un vacío que no sabía ni que tenía. Eres la única persona del mundo que me hace sonreír.
Después de eso vamos a la cocina. Mientras desayunamos con Klaus, les digo si pueden acompañarme hasta la cama. No sé qué me pasa pero me siento cansada. Trato de explicarles que solo necesito compañía hasta quedarme dormida. No sé si lo entienden, pero sé que aceptan sin protestar. Klaus tampoco hace uno de sus chistes, supongo que debo verme demasiado mal. Nadie dice nada mientras subimos las escaleras y vamos a mi habitación.
Nunca he dormido en una cama con dos hombres, pero al meterme bajo las sábanas con Klaus a mi izquierda y Joss a mi derecha, me siento extrañamente contenta.
Es como dormir entre dos centinelas ridículamente calientes.
Soy muy feliz y no sé por qué y no sé qué hacer con ello.
Es una sensación que me queda como un abrigo demasiado pequeño, como si fuera a reventar las costuras si me estiro demasiado.
Me acurruco al lado de Joss.
Apoyo la mano en el vientre plano de Joss y cierro los ojos mientras Klaus hace girar un mechón de mi pelo alrededor de su dedo a mi espalda.
Empiezo a quedarme dormida, aunque no creía estar cansada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro