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17. Pequeñas mentiras retorcidas

El imbécil Blaz se había corrido dentro de mí. A la mañana siguiente una pastilla del día después fue mi buenos días, por suerte Klaus tuvo la brillante idea de llamar a un ginecólogo para que me recomendará pastillas anticonceptivas.

Subimos por el enorme camino de entrada a través de las ondulantes colinas verdes y miro a mi alrededor asombrada. A pesar de creer que ya me había acostumbrado al estilo de vida de los Koch, Joss me trae aquí, esta casa es de otro nivel. La tensión aumenta cuando Joss revela que nuestro destino es la casa de su madre, un secreto que yo, ingenuamente, no conocía.

—Sabe que venimos, ¿verdad? —pregunto nerviosa.

Sus ojos se desvían mientras se concentra en la carretera. —Por supuesto.

—¿Yo era la única que no lo sabía?

—Sí, de hecho Klaus y Blaz deben estar esperándonos.

Echo un vistazo detrás de nosotros para ver la cantidad de autos que nos sigue por la majestuosa carretera que simula ser un camino de entrada.

—¿Qué te dijo cuando le dijiste que me traías aquí? —le pregunto, buscando un poco de tranquilidad.

Frunce el ceño ante mi estúpida pregunta y levanta la mano que tiene apoyada sobre el volante. —Citó textualmente: ¿Tiene algún plato favorito o es alérgica a algo? Mm.... Bien, los esperamos, hasta luego.

—Oh, claro. —Asiento con la cabeza—. Sabe que estamos saliendo, ¿verdad?

—Sí.

Me la imagino soltando improperios y ahuyentándome con un rodillo. —Porque solo quiero saber cuál será su reacción hacia mí.

—Meike. —Joss me pone la mano en el muslo—. Deja de preocuparte. Ella te va a adorar.

Asiento con la cabeza, apaciguada por el momento mientras vuelvo a poner mis lentes.

—De acuerdo.

Nos acercamos a la casa y mi corazón empieza a bombear con fuerza.

—Sé tú —dice mientras sale del auto, y yo me siento nerviosa mientras él se acerca y me abre la puerta.

La propiedad es enorme y lujosa, incluso las puertas de la carretera eran de oro dorado. Hay seguridad por todas partes y esto es jodidamente terrorífico.

—Oh, de seguro no quieres que sea yo, o terminaré encima de la mesa enseñándole cómo mover el trasero —le digo.

—Eso le encantaría —me dice con un guiño sexy mientras me ayuda a salir del auto.

—¿De verdad? —susurro mientras toma mi mano entre las suyas.

—No hagas eso si puedes evitarlo porque no deseo ver a mi madre moviendo el culo, pero no importará mucho si decides hacerlo. —Me besa suavemente—. Porque me gustas.

Cogidos de la mano, subimos los escalones de la entrada y, mientras contengo la respiración, él abre la puerta.

Aparece una hermosa mujer. Tiene el pelo largo y oscuro perfectamente peinado. Lleva un vestido negro ajustado con tacones altos. No es exactamente lo que yo llamaría ropa de sábado. O ropa para una cena casual. Parece una modelo de moda.

—Hijo mío —dice, su voz es suave, silenciosa y es hermosa y dulce.

Besa a Joss en ambas mejillas.

Los ojos de Joss se dirigen a mí y sonríe con orgullo. —Mamá, te presento a mi Meike y Meike, te presento a mi hermosa madre, Thora Becker.

Sonríe y tiende la mano. —Hola, Meike. Encantada de conocerte.

A pesar de mi nerviosismo, trato de responder con cortesía. —Hola. —Sonrío mientras le doy la mano, los nervios me revuelven el estómago, siento que estoy a punto de tragarme la lengua. —El placer es mío, señora Becker.

—Oh, cariño, no tienes que ser tan formal. Por cierto, ¿quién es tu estilista? Amo el color de tu cabello.

—Es mi cabello natural —digo, mi cabello es como chocolate y la mayoría de las personas que lo ven piensan que es tinte.

—¡Oh, es impresionante!

Ahora yo me estoy sonrojando, lo que probablemente sea mejor que los nerviosos.

Thora extiende el brazo en un gesto de bienvenida. —Por favor, pasa. —Se da la vuelta y camina por el pasillo como si fuera una pasarela y yo abro mucho los ojos al ver a Joss.

Sonríe juguetonamente y me aprieta la mano. Me alegro de que le parezca tan divertido, estoy más que aterrorizada. Atravesamos el gran palacio y salimos a la zona trasera; la casa es tan grande como la de los chicos, pero tiene más antigüedades. Parece más formal y más hogareña.

—Salimos a la terraza. —Sonríe mientras hace un gesto hacia el exterior.

Joss me conduce a través de una preciosa cocina blanca y, a través de unas puertas de acordeón, a una terraza de mosaico que da a una enorme piscina. La casa está en lo alto y se ven colinas verdes onduladas a kilómetros de distancia, me quedo boquiabierta. La vista desde la terraza es impresionante, y por un momento olvido mi ansiedad mientras admiro el paisaje.

Los nervios vuelven cuando veo a Blaz y Klaus en una mesa. Thora nos avisa que la cena aún no está lista, pero hay unos aperitivos.

Thora dirige su atención hacia mí. —¿Te gusta mi hijo, Meike?

—Sí. —Sonrío nerviosamente—. Me gusta mucho. —Nos miramos fijamente por un momento—. Blaz me ha dicho que se conocieron hace casi dos meses.

—Sí. —Oh, mierda, ¿Blaz habría dicho algo de mí?

—¿Vives con tus padres? —pregunta.

—Madre, recuerda que no estamos en un interrogatorio —dice Joss.

Lo observo inclinarse y besar cariñosamente a su madre en la mejilla. También le susurra algo.

Nos quedamos un rato en la terraza hasta que la ama de llaves no avisa que podemos pasar.

Klaus toma asiento, y cuando la señora Becker insiste en que Joss se siente a su lado, me jala hacia el asiento libre junto a él.

Blaz entra a grandes zancadas en la habitación, con una bebida nueva en la mano, y ocupa el último lugar disponible frente a Joss.

Los meseros se abren en abanico en la sala, colocan platos frente a cada uno de nosotros y llenan las copas con vino tinto.

A medida que avanzamos en la cena, me siento más relajada en la compañía de Thora, Joss y los demás. Las risas y las conversaciones fluyen, y empiezo a pensar que tal vez esta noche no sea tan terrible como temía.

—Dama y caballeros, el plato de postres ha llegado. —Tres miembros del personal de servicio comienzan a distribuir platos grandes que sostienen lo que parecen pequeñas esculturas en tonos de marrón y crema.

De pronto se siente una gran tensión cuando un hombre mayor hace su entrada, su presencia imponente llenando la habitación con una tensión palpable. Los gestos amables desaparecen de los rostros de Thora y Joss, reemplazados por expresiones de aprehensión. Blaz solo me dedica una mirada de suficiencia.

—¿Qué estás haciendo aquí, padre? —pregunta Joss.

El padre de Joss fija una mirada severa en mí antes de dirigirse a su hijo con frialdad. —No puedo permitir que esta mujer entre en nuestra familia. No es adecuada para ti ni para el legado de los Koch.

Thora interviene con determinación, su voz firme. — Jürgen, esto es inaceptable. Meike es una joven encantadora y estoy segura de que traerá mucha felicidad a Joss. Nadie te ha invitado, haznos el favor de irte.

La tensión en la habitación se intensifica mientras el padre de Joss y Thora intercambian miradas cargadas de significado.

Joss se pone de pie, su mandíbula tensa con determinación. —Padre, respeto tus opiniones, pero no puedo permitir que interfieras en mi relación con Meike. Ella es importante para mí y estoy decidido a seguir adelante con nuestra relación, pase lo que pase. Y hace mucho que dejó de importarme lo que opinas de quién me conviene y quién no.

Un silencio pesado cae sobre la mesa mientras todos procesan las palabras de Joss. Me siento abrumada por la valentía de mi novio, pero también por la gravedad de la situación.

—Por favor, retírate o me veré en la obligación de llamar seguridad —insiste Thora—. Y dale una disculpa a Meike.

Me mira furioso y dice: —¿Sabes que esa chica encantadora es la puta que iba a comprar en el burdel Cielo? ¿Y tú hijo mayor la robó solo para hacerme rabiar?

En medio de la tensión, Blaz finalmente rompe el silencio con un suspiro cansado. —Oh, padre. Era justo que te alejará del juguete que mantuviste por dieciocho años, sin poder probar un bocado. Debe ser tu castigo por haber matado a sus padres y condenarla a vivir en un burdel.

Su declaración sorprende a todos en la mesa.

—Es bueno que sepas que Blaz envió a Vlad detrás de ti para obligarte a necesitarlos —dice.

Me congelo, parpadeando con la mirada vacía y mordiendo mi labio inferior mientras pienso.

Abro la boca para hablar, pero me encuentro de repente sin voz. Algo dentro de mí se rompe, abriéndose mientras me miran y se siente como si me hubiera desangrado en el suelo. Todo lo que pensé que sabía ha sido una mentira.

Nada excepto un juego para el hombre que me manípulo antes que yo supiera que él existía.

Blaz siempre ha sido el más perspicaz del grupo y el más manipulador de todos.

—¡Meike! —dice Joss, mientras me agarra por los hombros.

Me tambaleo hacia atrás, apartando su contacto de un manotazo desesperada por liberarme de él.

Mi espalda choca contra la pared opuesta del pasillo, el impacto me hace sentir sólida en comparación con la sensación líquida que se apoderó de mi cuerpo, cuando recordé lo que era ahogarse. Lo que se siente que mis pulmones se llenen de la misma agua que me rodea, como si pudiera disolverme en la nada y dejar de existir.

El hombre que me había arruinado, que había cambiado todo en mi vida y se había llevado a mis padres... era mi suegro. Comprada o no, de alguna manera quedamos unidos por lazos.

Hubiera deseado estar allí para verlo arder por lo que había hecho a mi familia y a mí, pero el destino, y los chicos, me habían despojado de ese derecho.

—Pagana —dice Joss, acercándose a mí con cautela. Mis pies se mueven más rápido de lo que mi cuerpo es capaz, deslizándose más a lo largo de la pared para mantener la distancia entre nosotros—. Detente y respira.

—Aléjate de mí —jadeo, retrocediendo por el pasillo. Vuelve a tenderme la mano, con una compleja mezcla de preocupación y rabia, mientras me echo hacia atrás para evitar su contacto—. ¿Por qué? ¿Por qué hacerme esto a mí? —pregunto.

Las lágrimas corren por mi cara sin cesar, mientras intento comprender y tratar de entender todas las piezas que se mueven en el juego, que ni siquiera sé que estábamos jugando.

¿No había hecho su padre y Blaz lo suficiente?

¿Klaus y Joss estaban involucrados en este pequeño juego retorcido?

Me doy la vuelta, corro por el resto del pasillo irrumpiendo en el salón abierto. Joss y Klaus me siguen, y el sonido alto de sus pasos detrás de mí, irrumpe en el espacio más cerrado.

Me giro para mirar hacia atrás, observándolos cómo sus rostros se endurecen durante un breve instante, antes de chocar con una pared de músculos. Grito cuando Klaus me rodea con sus brazos, manteniéndome quieta a pesar de mis forcejeos, y del pie que piso sobre el suyo.

—Yo no lo sabía —dice, mientras me hace girar en sus brazos. De cara a Joss, veo cómo su mirada se posa en las manos de su primo, quien rodea mi estómago y mi pecho para mantenerme quieta.

—Te prometo que no lo sabía —murmura Joss, tocando su frente con la mía como si pudiera hacerme sentir la verdad de las palabras—. Ni Klaus ni yo lo sabíamos.

—¿Esperan que me crea eso? —digo con los dientes apretados. La garganta se me cierra en torno a las palabras, y un sollozo que no quería soltar amenaza con liberarse. De todas las personas del mundo, no puede ser que Joss se obsesionen con la misma chica que su padre había querido tener, y que todo fuera una mera coincidencia.

No es posible.

De repente, el lugar da vueltas a mi alrededor, y un sabor metálico inunda mi boca mientras intento concentrarme en la conversación que se desarrolla frente a mí. Mi corazón late con fuerza, como si intentara escapar de mi pecho, y una oleada de mareo me hace tambalear en mi asiento.

Joss, me mira con preocupación y dice algo, pero sus palabras suenan distantes y confusas. Trato de responder, pero mi lengua se siente pesada y torpe, como si estuviera envuelta en algodón.

El dolor comienza a retorcerse en mi estómago, como si miles de agujas me estuvieran perforando desde adentro. Trago saliva con dificultad, pero solo logro que el dolor empeore.

Joss me sujeta el brazo con preocupación, pero su rostro se desdibuja frente a mis ojos. Intento alejarme, pero mis piernas se niegan a sostenerme y caigo de nuevo en los brazos de Klaus, sintiendo que el mundo se desvanece a mi alrededor.

El pánico se apodera de mí mientras me doy cuenta de que algo anda terriblemente mal. Algo en la comida o en la bebida, algo que he ingerido, está haciendo estragos en mi cuerpo. Trato desesperadamente de recordar qué fue lo último que comí, pero mi mente se nubla y mis pensamientos se vuelven borrosos.

El último pensamiento que atraviesa mi mente antes de caer en la oscuridad es la certeza de que estoy siendo envenenada, y la sensación de impotencia me consume mientras me sumerjo en la inconsciencia.

***

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