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UNO

"El mundo humano es un desastre".
—Sebastián.

Hace semanas que estoy viviendo aquí.

Y hace dos horas estoy considerando irme.

Acabo de presenciar algo muy extraño en la casa de enfrente. Mi vecina ha salido bailando e iban detrás de ella dos conejos, cuatro pájaros sosteniendo una sábana y un ciervo empujando la basura.

A ver, no me he fumado un porro y no creo jamás que lo haga. Pero explíquenme lo que acabo de ver.

Mi madre se estaría burlando de mí si se lo llego a contar.

La vecina se llama Blanca, siempre la escucho cantar por las mañanas y lleva todo el tiempo un lazo rojo sobre la cabeza. Creo que es una entrenadora animal porque no encuentro otra explicación.

Giro la perilla de mi casa cuando todos sus sirvientes peludos han despejado la calle. El único animal que no se mueve es ese sapo que se la pasa en mi patio.

Como sea, basta de animales. Tenía que haber salido hace diez minutos, mi jefa, Vanessa, odia la impuntualidad y ya he recibido muchos de sus sermones durante dos semanas seguidas. Sí ya sé, no soy la mejor asistente, pero trato de que la cama no me atrape por mucho tiempo.

Y al parecer, hoy los ángeles están de mi lado porque mi jefa está de buen humor.

—Diana, querida, ¿qué te parece este collar? —el artefacto le abraza el ancho cuello como si de su vida dependiera de ello.

—Redondas.

—Tan honesta como siempre —Deja el adorno de perlas bajo la vidriera mientras me ocupo acomodando los papeles de los respectivos propietarios del objeto empeñado. El trabajo no es difícil. Solo debo separar documentos, limpiar los accesorios que nunca retiraron y asear el local. No pagan lo suficiente, pero tampoco me voy a quejar. Solo será por el momento hasta que encuentre algo mejor.

—Ese viejo gordo —Aprieta los dientes con irritación y señala lo que parece ser una rosa preservada en cúpula—. Colócalos en la repisa de arriba, no quiero ni verla.

En la repisa de arriba van las cosas no deseadas porque, según ella, daña todo el diseño marino que tiene el local: piedras preciosas, collares extravagantes y conchas marinas.

No pagaría tanto por esta rosa, eso es seguro.

Hablando de pagar...

—Jefa —Me relamo los labios porque mi garganta ha quedado más seca que todos estos artefactos—. ¿Puede adelantar mi siguiente pago? Necesito el dinero par-

—Diana, sabes que no hago eso —Hace una mueca de falsa tristeza a la vez que su cabello grisáceo se le asoma por el sombrero—. Te recomiendo que termines rápido. Ah, y te toca cerrar la tienda.

«Siempre me toca».

Me muerdo la lengua antes. De ella me esperaba este tipo de respuesta ¿Ahora dónde conseguiré el dinero para pagar lo que debo de la casa? Me echarán de patitas a la calle. Inhalo aire y cuento hasta diez. Mantengo la calma para no hacer un berrinche

Hundo la toalla en el tanque. La saco y la estrujo con todas mis fuerzas.

Quizás pueda conseguir vendiendo en algún puesto de comida o hacer extras en una gasolinera. Creo que con eso y mis ahorros será suficiente para pagarlo.

Quito polvo y acomodo por precio. Hago el mismo procedimiento con todos hasta que llega la noche.

De camino a casa, encuentro a Blanca sacando una bolsa de basura. No hay ciervos, pájaros, ni conejos. ¿Será que de noche le toca a los ratones?

Mejor corro.

—¡Diana!

Por la barba de Merlín, ¡me faltó poco!

—La cobradora ha venido esta mañana —Se acerca donde estoy y un aroma a lavanda llega hasta mis narices—. Me ha informado que tienes hasta el sábado para pagarle.

La cara de lástima que hace no termina de ayudarme. Este sábado es en tres días. ¿Dónde iba a conseguir un trabajo ahora? Tardaría más en buscar uno.

Hago puño mis manos. No puedo perder la casa. Le prometí a mi madre que podría hacerlo sola. Que ganaría el dinero. Un nudo se cierra en torno a mi garganta y siento la nariz caliente. Lo estaba haciendo todo bien, ¿por qué me pasan éstas cosas?

Ni aunque hagas cosas buenas, las malas van a dejar de existir.

Eso diría mi madre.

¿Debería empeñar mis muebles, entonces? ¿Pero quién pagaría por unos viejos?

—¿Qué tienes?

Me sobresalto por el tacto, pero ya ni me importa si tocó una rata o un sapo. No puedo creer que esta mañana estaba considerando irme cuando ésta es la casa más económica que hay.

—Hmmm Diana, si necesit-

—¿Tendrás algo de valor en tu casa? Te juro que te lo pagaré cuando cobre mi quincena.

—Lo siento, Diana —Hace como si le afectara también—. No tengo esas cosas. Pero no sé si Ariel te pueda ayudar. Guarda todo lo que viene del mar.

Bingo.

La casa por fuera se ve de lo más normal. Las paredes son de un azul agua, el césped está de lo más alto—necesita que alguien se lo pode—, y lo curioso es que no ha llovido por días y aquí huele a tierra húmeda.

Toco la madera tres veces. Pienso en lo que debería decir para que me ayude con algún artefacto suyo, pero cuando abre la puerta mis palabras se ahogan. El agua se escapa y moja mis zapatillas.

¿Pero qué...?

Una mujer de cabello rojizo como un tomate se presenta frente a mí y hace unos saludos con la mano. Sonriendo grande.

Ignoro lo que pasó e imito su gesto en un estado forzado.

—Hola, me llamo Diana. Soy la nueva vecina.

Saca una pizarra de la nada y escribe Ariel.

—Bueno, Ariel. Yo necesito...—Lo pienso mejor—. ¿Es cierto que coleccionas objetos del mar?

Asiente con entusiasmo y se hace a un lado para dejarme pasar. La casa está repleta de agua y ella va descalza. Me quito las zapatillas. Está helada.

—¿Tiene una fuga?

Me da un poco de lástima que esté así y no pueda pedir ayuda.

Ella niega con sus manos y hace señas para que la siga. Se escucha un chorro cerca del baño y al abrir la puerta está la tina desbordándose. La llave la ha dejado abierta. Por su expresión pasible, estoy segura que no piensa cerrarla. ¿Acaso no sabe cuanto cuesta el servicio del agua?

Esto me duele y no soy yo.

—¿Por qué no lo cierra?

Garabatea con ánimo. Al parecer no la visitan mucho.

Aprovecho ese momento para ver los alrededores, y le doy la palabra a Blanca. Tiene las paredes decoradas con varias conchas marinas, en el suelo flotan algunas algas y hay peceras también. Creo que acabo de ver un cangrejo. Giro más a la derecha para observar el patio cubierto de rocas y arena ¿por qué todo esto? ¿Se cree sirenita?

Me toca el hombro y levanta el tablero lo que escribió "me gusta el agua. Me hace sentir como en casa".

—Bien por ti —Le brillan los ojos—. Mire, necesito... no tengo dinero para pagar el alquiler de la casa y no sé. ¿Me podría dar uno de sus objetos para empeñarlo? Yo se lo pagaré después, lo prometo.

La chica arquea sus cejas en un gesto comprensivo y se da la media vuelta para dirigirse a la cocina. Demora tanto que solo escucho el correr de la llave, y resisto el impulso de cerrarla. No entiendo cómo se le ocurre hacer esto. Pudo haber comprado una piscina y listo.

Cruzo las piernas sobre la silla antes de que mis dedos se vuelvan pasitas.

Cuando regresa, trae consigo una concha marina y me incita a abrirla. Dentro hay dos perlas de un blanco pálido. Muy brillantes. ¿Éstas son de verdad? Por Merlín, tengo algo tan precioso en mis manos.

Las coloco de vuelta con sumo cuidado y, concluyo entonces, que tengo una deuda hasta el cuello.

Al llegar a casa, dejo el objeto junto a la mesa y no espero más. Busco en internet. Para una chica que no cierra la llave de su ducha y guarda joyas así, ya es extraño. Dice que el agua tiene relación con su casa, es pelirroja, muda y se llama Ariel. Son demasiadas coincidencias.

¿Esta chica está obsesionada o...?

Se me escapa una risa muy ridícula para mi gusto.

¿Qué estoy pensando? Las princesas no existen aquí. Solo en los cuentos de hadas.

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