TRECE
"Sonreír y cantar, es hechizo que trae la felicidad".
—Blancanieves.
Retrocedo. El conejo se esconde detrás de la canasta y Rapunzel, que siempre está preparada para atacar, ha perdido el valor para hacerlo.
—Dame eso —demanda, con el brazo extendido.
La manzana tiembla bajo mi tacto y la aprieto con más fuerza. No dejaré que me lo quite también.
La reina frunce el ceño y va por un segundo plan. Rapunzel.
La alza como lo hizo conmigo y empieza a aplastarla. Un terror se instala en su rostro.
—¡Detente!
Se me acelera el corazón. La reina sonríe.
—Deja la manzana en el suelo y retrocede hasta la pared.
Hago todo como ella dice. Coloco la fruta en el centro de la sala y retrocedo despacio mientras va bajando a Rapunzel.
Pero lo que pasa después, es demasiado rápido. El conejo sale de su escondite y se lleva la manzana, la reina libera a Rapunzel y va por el animal.
No puede controlar dos cosas a la vez. Entonces, lo que creí perdido, destella un poco de esperanza.
—¡Rapunzel!
Abro las manos y ella comprende de inmediato.
Recoge su cabello y en la mitad de ella me la lanza. El lacio pelo cae en mis manos. Sin perder tiempo, ambas corremos en el extremo contrario. Giramos en torno a la reina hasta que la atrapa por los brazos.
—¡No te detengas!
Corremos. Nos encontramos y seguimos envolviendo a la mujer.
—¡Las mataré a las dos! —ruge y se mueve de un lado a otro para poder liberarse sin éxito.
El conejo salta y se va a la otra punta.
Nosotras seguimos girando hasta que todo su cuerpo estuviese cubierto de melena rubia.
Rapunzel se aguanta ahí, y le entrego lo que queda de su cabello. Que todavía es mucho, por cierto.
—Unas simples princesas no pueden conmigo. Yo soy la reina. ¡La reina!
Intenta zafarse en vano hasta que cae al suelo.
En ese instante, el conejo llega hasta mis pies y deposita la manzana ahí.
—No pueden ganarme. Una reina no deja caer su corona, ¡nunca!
—Mejor come —Le pongo la manzana en la boca, mientras me observa con los ojos bien abiertos.
—¿Se acabó? —pregunta Rapunzel a mis espaldas.
Aguardo. Con la respiración entrecortada.
Tiene que haber funcionado, sino estaremos en problemas.
Cruzo los dedos por detrás y cada segundo se siente una eternidad.
Hasta que sucede.
Los primeros polvos comienzan a desprenderse de su cabello negruzco hasta desaparecer al vuelo. Es entonces, cuando relajo los hombros para decir con total seguridad:
—Se acabó.
Muy cerca de los pies de la reina, está la penilla. Pequeña y reluciente.
—Gracias por tu cabello.
Rapunzel observa el objeto que tengo en mano y, para mi sorpresa, termina dándome un abrazo. Parpadeo, incrédula.
Mis manos quedan tiesas. No me decido entre regresarle el abrazo o no. Al final, solo palmeo su cabeza.
Rapunzel se aparta. Tiene la comisura de los labios hacia abajo, como si quisiera llorar, pero no lo hace. En su lugar solo asiente y agarra la peinilla.
A último segundo entreabre los labios y no sale nada. Un nudo en la garganta no la deja hablar. Quiere decirme tanto y no sabe cómo gesticularlo. Pero por sus ojos puedo entenderlo, es un gracias y adiós.
—No ganaste.
La reina se ríe bajo mis pies, el cabello de Rapunzel ya no la sostiene. Su cuerpo está traslúcido, a punto de desaparecer.
—Puede que haya perdido, pero tú también —Sonríe—. No salvaste a una...
La última palabra queda flotando en el aire cuando desaparece por completo. La casa queda en silencio, a oscuras. La única luz que entra es de los postes. Gracias a eso, veo mi reflejo en varios espejos y siento que no estoy sola, es como si me pudieran ver.
Me abrazo a mi misma y salgo de ahí lo más rápido posible.
La noche está tranquila, ni siquiera se escucha un grillo cuando antes frotaban sus patas y hacían música.
Mi primer día de trabajo empieza mañana. Me pregunto cuándo se mudarán mis nuevas vecinas. Este vecindario se siente tan vacío y tenebroso.
Como si viviera con fantasmas.
¿Debería ir a la biblioteca a comprar los cuentos?
Meto la mano en los bolsillos de mi pantalón y voy andando hacia la única vivienda ocupada en Fairyhills.
Quizás me pase mañana después del trabajo.
No ganaste.
¿Qué habrá querido decirme con eso?
Llego hasta mi casa y los muebles están todos desalineados, algunos hasta rotos. Por lo menos ya no está el cuerpo de la anciana.
Voy a la nevera por agua. Anoto mentalmente ir al super.
¿Debería también mudarme?
De pronto, siento los dedos extraños, es como si se durmieran. La cabeza me da vueltas también.
Aprieto los ojos un segundo, y cuando los vuelvo a abrir la luna ya no está. Es de día otra vez.
El corazón me da un vuelco tremendo. No puede ser.
Dejo el vaso y descorro las persianas. El sol baña toda la barriada. Sí es de día.
—Estoy alucinando, ¿verdad?
Retrocedo. Con el corazón retumbando fuerte en mi pecho.
De repente, en el centro del pavimento se hace una grieta gigante y empiezan a caer.
Pero que...
Voy hacia a la puerta, justo para ver como la casa de Ariel es tragada con varios arbustos. ¿Qué sucede? Todo lo que tengo a mi alrededor comienza a ser tragado por ese hoyo.
Giro el rostro hacia la derecha, la salida está a varios metros de distancia. Corro hacia allá, pero cada vez que lo hago siento que no avanzo.
Es como si quisiera tragarme a mí.
No ganaste.
¿A esto se refería ella?
Salto a la izquierda y logro esquivar unos botes de basura. Alcanzo el árbol más cercano y me siento en el tronco para usarlo como amortiguador.
Ya no tengo escapatoria.
El árbol se inclina más hasta que sus raíces se desprenden de la tierra. Agarro de las ramas con fuerza y aprieto los dientes mientras voy cayendo a la misma nada.
Y antes de cerrar los ojos. La misma calavera aparece.
Es ahí cuando las últimas palabras de la reina me llegan claras como el agua.
No salvaste a una, Princesa Tiana.
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