SIETE
"Quien domina el arte de agradar, domina el arte de engañar"
—Lady Tremaine.
—Crown Plaza, La gran manzana, Reina de corazones...
—Chicas, ya no es necesario —Cecilia hace un ademán de quitarle a Bella la lista de los lugares que hemos investigado, pero una mano más pequeña la detiene.
—No —dice Rapunzel, que le hicieron una nueva trenza y lleva flores incrustadas como adorno. Ya necesitaba una luego del desastre que fue anoche—. Vamos a conseguirlo.
Su mirada de determinación hace que los labios de Cecilia se crispen en una sonrisa reflejada de ternura. He notado que solo hace eso con ella.
—En serio, no lo necesito más —Le da unas palmadas cariñosas en la cabeza antes de atraerla en una abrazo de oso—. Prefiero estar aquí, con ustedes.
—Pero-
—Yo estoy bien.
La más pequeña le regresa el abrazo, indispuesta a dejarla ir, mientras que la otra se encarga de acomodar los adornos de su cabello con sumo cuidado. Verlas así me causa una sensación cálida en el pecho. Son como hermanas. Una que trata de hacer lo que sea por cumplir los sueños de su hermana mientras que la otra quiere protegerla del mundo.
—No quiero ir a esa fiesta.
Cruzo los brazos y apoyo mi cuerpo en el marco de la puerta. No le creo nada. Conozco cuando alguien está mintiendo. Es algo que heredé de mi madre.
—¡Ya sé! —De pronto se le ilumina el rostro a Bella, como si varios brillos brotaran de sus ojos—. Haremos una fiesta aquí.
Rapunzel le sigue después. Asintiendo con entusiasmo. Cecilia le pone una mano en la mejilla y fuerza una sonrisa.
—De acuerdo.
Ambas se emocionan como si su madres les diera permiso para ir a jugar con las vecinas. Yo no me opongo, con tal de no salir del vecindario me parece perfecto.
En unos minutos ya estábamos en la casa de Cecilia, viendo un par de vestidos que compró con su salario. No fue una sorpresa encontrarme con varias parecidas a las princesas. Hay rosadas, celestes, verdes y hasta el vestido amarillo de Bella.
Me imagino a Cecilia probando cada una de éstas frente al espejo y en lo alto de su cabeza una corona; ella es hermosa, amable, positiva y determinada. Puede cumplir sus sueños ésta noche y ni siquiera va.
—A ti te queda el verde.
Sostengo el vestido y observo mi reflejo. La tela roza mis tobillos y los encajes se extienden desde mi cintura hasta la rodilla. Puede que me quede un poco ajustado, pero no importa. El tono pastel queda perfecto con mi color de piel. No está tan mal. Me gusta.
—He leído en los libros que en las fiestas se baila, hay pasteles, coronas y príncipes...
Cecilia baja la mirada mientras la amante de los libros sigue hablando. Por su expresión risueña, sé lo que está a punto de decir.
—¡Es como ser princesas!
—Sin príncipe —Corta la dueña del hogar, con un deje de tristeza en su voz. Por alguna razón, las demás también bajan la mirada. A veces olvido que en sus cuentos de hadas acaban la historia con un final feliz. Con los príncipes.
—Yo puedo ser el príncipe.
No sé que estoy diciendo.
—Pero Diana...
—No tengo problema con eso.
Ninguna añade más. Sé que están pensando en convencerme de lo contrario porque se supone que es una fiesta de chicas, pero ya estaba decidida. Las mujeres también pueden usar espadas y pantalones.
—Bella, ¿qué más debería tener la fiesta?
—Creí que solo tenías vestidos.
Alzo la barbilla cuando Cecilia me ayuda a ajustar la chaqueta roja. Hace calor aquí dentro, y eso que la noche ha estado fría estas últimas semanas. Soplo el pedazo de mechón rizado que ha caído sobre mi frente, y Cecilia la acomoda detrás de mi oreja.
—Tengo unos gustos muy raros —añade una risa al ambiente, refiriéndose a lo que llevo puesto—. ¿Te queda apretado aquí?
Señala mi cuello, pero no le respondo. Mi cabeza le está dando vueltas a lo que acaba de decir.
—¿Qué?
—No son gustos —digo, y ella tensa los hombros—. Es tu sueño, ¿verdad?
Disimula muy bien con esa sonrisa inquebrantable y despreocupada.
—No seas tonta, Diana —Palmea mis hombros con inseguridad—. Eso ni siquiera es un sueño.
—Sé que estás mintiendo —Le tiembla la sonrisa—. ¿Por qué lo niegas?
Ella suspira y voltea hacia atrás, por si vienen las demás chicas. Cuando me mira, ya no tiene esa fachada despreocupada.
—Diana, por favor, no quiero arruinar este momento. Simplemente, quiero estar con ustedes ahora.
Observo por encima de su hombro. Sobre la mesa está el pastel de dos pisos que hizo Rapunzel, y otros cuatro platillos más de comida que hicimos entre las tres. Hay copas de vino y una música suave de fondo para combinar con el magnífico ambiente.
Algo que yo misma estaba arruinando.
—Entiendo que sea difícil para ti —Sostiene mis manos con gentileza—. Tómate tu tiempo, para nosotras ya eres una amiga.
¿Ya lo era? ¿Cómo puedo serlo en tan corto tiempo? ¿O esto es por ofrecerme como príncipe?
—Vamos, tenemos una fiesta a la que asistir.
Bella estaba emocionada con su vestido amarillo, bailó varias veces conmigo y Rapunzel solo lo hizo dos minutos, las dos no podíamos ni vernos a la cara. Con Cecilia lo hice un par de veces. Hasta que todas bailaron con todas.
En algún punto me quite la chaqueta, las chicas me vitorearon y me vi poniendo los ojos en blanco. Nos reímos y cantamos algunas canciones.
Al final, cerramos la noche con un brindis.
—¿Quién te enseñó a cocinar así, Diana? Fueron las langostas más deliciosas que he comido.
No sé si Ariel estaría muy contenta de escuchar eso. Suerte que no está.
—Fue mi padre.
Hay una frase de él que se quedó grabado como fuego en mi cabeza: la única forma de conseguir lo que quieres es trabajando duro.
—Tengo varios libros de cocina, podrías ser una excelente cocinera.
Eso enciende un botón de curiosidad en mi cabeza, que acepto su oferta sin más.
—Bien, chicas. Llegó la hora de dormir.
—Ah-
Bajo la mano de inmediato. No sé qué intentaba decir o hacer. Mi cuerpo se ha movido solo. Quizás yo...
Quizás no quiero que se acabe todavía. Que pudiéramos conversar y reírnos un poco más.
La estoy pasando bien...
No.
¿Qué estás pensando, Diana? No estás aquí para hacer amigas. Tienes que volverlas a sus mundos.
Ya.
—No es nada.
Cecilia sonríe como siempre antes de ir con las demás a la habitación. Yo me quedo sentada en la alfombra, observándola marchar.
Una vez que todo esto acabe, mi vida volverá a ser normal. No habrá brujas despiadadas ni villanos con el ego hasta las nubes. Tendré un trabajo estable, un nuevo comienzo.
Y nuevas vecinas.
Por ahora, me enfocaré en regresarlas a donde pertenecen. Ellas serán felices ahí.
Esa misma noche le robé las llaves a Cecilia. Estoy segura que esa fiesta debe seguir hasta la medianoche, y el tiempo en que demorarán en llegar me dará el tiempo suficiente para escapar con los zapatos.
Bajo descalza por la escalera de caracola. En algún punto me detengo para escuchar si despertaron, y cuando el silencio me recibe, empiezo a caminar de nuevo. Giro el pomo de la puerta con sumo cuidado, y una vez abierta en su totalidad, la fría noche me envuelve en un abrazo.
—Si eres la hada madrina, será mejor que me protejas en esta.
Camino lo más rápido que puedo para salir de Fairyhills hasta llegar a la barriada de los Tremaine. Andar sola por estos lugares se siente como caminar a campo abierto. No tienes idea de lo que te puede pasar.
Pongo una mano en la rugosa y húmeda madera. No se escucha ni un alma dentro, y las luces están apagadas.
—Disculpa.
Doy un brinco hacia la derecha y el corazón me pasa a la garganta en cuestión de segundos.
—¿Estás perdida, cariño?
Es una anciana.
Los labios se le arrugan cuando vuelve a cerrarlos, su canoso y rizado cabello le llega hasta la espalda baja; y la poca elasticidad de su piel, dificulta distinguir el color de sus ojos.
—No, yo solo salí a tomar aire —añado, por fin.
—Que bueno, no me gustaría enterarme que también te has perdido.
—¿Quién se perdió?
—Mi sobrina, la estoy buscando hace días.
—Lamento eso.
Se le forman pliegues cerca de los ojos cuando extiende sus labios hacia arriba.
—No hay porque. Ella está viva. Ella lo está.
Vuelve a repetirlo, como para sostenerse a esa idea y no caer rendida. Alzo la cabeza al cielo, las nubes se han aglomerado sobre los techos ostentosos y la fría ventisca anuncia un pronto diluvio. No estará buscándola a éstas horas, ¿verdad? ¿Y cuántos días habrá pasado así?
—Puede intentar pegar anuncios, siempre funciona.
Asiente despacio, sopesando mi idea.
—Haré eso. Tú deberías entrar a casa, lloverá pronto.
Me da una sonrisa con toda su carne y luego se va a pasos lentos por la acera. Ella tiene razón, debo entrar. Ya.
Hundo las manos en el bolsillo del abrigo y saco las llaves. Hay cuatro de ellas. No vi cual usó Cecilia. Perfecto, ahora tendré que probarlas todas.
—¿Qué estás haciendo?
Giro bruscamente hacia la izquierda, el corazón me palpita en el oído y mis labios caen entreabiertos, pero no encuentro a las hermanas con vestidos pomposos ni peinados extravagantes, en su lugar están las tres. En pijamas.
Aprieto los labios en una fina línea y enderezo la espalda. Camino hacia ellas con el ceño fruncido. Bella retrocede asustada, y me importa poco. No deberían estar aquí. Ninguna debería.
—¿Por qué me siguieron? Tenían que quedarse en casa.
Mi nariz pasó a ser un fogonazo y cada extremidad de mi cuerpo me pesaba el doble.
—Nos preocupaste, Diana —Bella rompe el silencio, con ambas manos a la altura de su pecho.
—¿Qué hacías? —irrumpe Cecilia, parando firme por las dos—. No puedes entrar a la casa ajena.
Si ella supiera que lo hizo.
—No lo van a entender.
—Robar está mal.
—A veces, es lo único que queda.
Cecilia endereza el cuello con los ojos muy abiertos.
—¿Te estás escuchando, Diana?
—¡No tengo opción!
—¡Sí la hay! Me hubieses dicho, yo... yo hablaría con ell-
—No va a funcionar. No te lo van a dar.
Sus facciones cambian en segundos.
—¿De qué hablas?
—Tus tacones —Miro a las tres que están compartiendo la confusión—. Ellas las tienen.
—¿Qué?
—Piénsalo, Cecilia. No lo encuentras y tú solo vas de tu casa a la de los Tremaine.
Ella niega con la cabeza, como si no estuviera de acuerdo conmigo.
—Pero he limpiado cada parte...
—Excepto el cuarto de Lady Tremaine.
Sus hombros se tensan. Y puedo estar segura que se ha puesto rígida y con los pelos de punta.
—Nunca la has visto, ¿verdad?
Queda muda. El silencio se hace paso entre nosotras, y aprovecho el momento para introducir la primera llave. No es esa.
—Diana, detente.
Voy por la segunda. Tampoco lo es.
—¡Diana!
Sostiene mi muñeca cuando voy por la tercera.
—Busquemos otra manera. Robar no está bien.
—Ellas te robaron a ti.
Me zafo de su agarre y esta vez, la puerta cede.
—Diana, por favor.
Acelero el paso por el sótano, escucho que todas me siguen hasta el segundo piso. Enciendo las luces y abro la puerta de un empujón. La habitación es enorme, son como dos cuartos del mío; tiene un color verdoso intenso con varias fotografías de las hermanas colgadas. Voy directo hacia la cama y levanto el borde de la sábana, pero no hay ni un tacón. Solo ropa y varias perlas.
Marcho hacia al armario, el olor a alcanfor se esparce por la habitación cuando la abro y corro la ropa.
Tampoco está aquí.
Vuelvo sobre mis pasos, las chicas siguen en el pasillo. Bella tiene los ojos paseando angustiada por toda la casa, Rapunzel sigue detrás de Cecilia que está congelada, viendo el cuarto de su madrastra por primera vez
Salgo de ahí y voy a la siguiente habitación. Es un poco más chica que la anterior y, otra vez, no encuentro el calzado.
¿Dónde está?
—Vaya, no pensé que de verdad vendrías.
Fue instantáneo. La casa se tornó helada. Subió desde la planta de mis pies hasta mi cabeza; fue una tortura girar sobre mi propio eje. Cada segundo que pasaba, mi corazón retumbaba con fuerza contra mis costillas.
Lady Tremaine.
¿Pero cómo?
—¿No debería estar...?
—¿En la fiesta? —reaparece una de las hijas, Drizella. Lleva un vestido rosa tan oscuro como sus ojos—. Mi madre tuvo que hacer un cambio de planes.
Un grito perfora la noche y atraviesa mis entrañas. La segunda hermana tiene a Bella del cuello mientras que a Rapunzel la tironean del cabello.
—Entren, ratas.
Mis pies. No puedo mover mis pies.
Rapunzel hace un intento por zafarse, y Cecilia...
Cecilia está paralizada.
Esto no tenía que pasar. No tenía que.
—¡Deja de moverte! —Zarandea a la más pequeña, provocando que se le escape un chillido agudo.
—Diana, ¿qué está pasando?
Era una emboscada.
Y yo les traje a Cenicienta.
—La medianoche con treinta minutos de retraso —dice la madrastra, observando su reloj de cuerda antes de posar sus ojos sobre mí—. Tocaste el zapato.
Se le extiende una especie de sonrisa al ver mi confusión plasmada en la cara.
—Lo sentí, si eso es lo que preguntas —Sigo la dirección de su mirada. Cecilia está en el pasillo con los ojos muy abiertos y sin poder escapar. Como quisiera que lo hiciera—. Llegó tu hora, Cenicienta.
La sujeta del brazo y la lleva a rastras dentro de la habitación.
—¡No! —El grito de Rapunzel fue como romper ese pedazo de hielo que me tenía atrapada.
Corro y salto sobre ella. Algo golpea contra mis costillas y luego en mi cabeza, pero no pienso ceder. Agarro con fuerza su vestido hasta que la escucho romperse. En un segundo soy lanzada hacia la pared. Me llevo la mano al pecho e ignoro ese retumbante sonido en mi cabeza.
Tengo que hacer algo.
Piensa, Diana. Piensa.
—¡No te metas! —El brazo de Drizella impacta contra mi cuello y el aire se escapa de mis labios. Aruño a la nada. Imposible de acertar un solo rasguño en su cara—. Quédate quieta si no quieres morir también.
Jadeo, el cabello se escapa del moño y se posan como escudo en mi frente. Tengo que salvarla. Cecilia...
—¡Déjala!
Mi atacante cae a un lado, y el oxígeno regresa a mis pulmones. Toso varias veces. Lady Tremaine tiene una parte de su vestido rasgada y el cabello hecho un desastre, pero nada de eso le importa. Solo quiere acabar con su único objetivo.
—¿Diana, estás bien?
—¡Drizella, dale con esto! —La hermana menor lanza el arma hacia nuestra dirección, y es ahí cuando me percato de que se trata. Son los zapatos.
—¡Idiota! ¡¿Qué acabas de hacer?!
Voy a rastras hacia el objeto. Cecilia está forcejeando con su madrastra que la está llevando más lejos de nosotras.
Estiro la mano para alcanzarlo, pero alguien más la agarra primero.
Rapunzel.
—¡Cuidado!
Me abalanzo sobre ella y en cuestión de segundos una lámpara se hace añicos a nuestra derecha, justo donde estaba Rapunzel.
—¿Estás bien?
Asiente, todavía estupefacta.
—¡Basta ya!
La potente voz de Lady Tremaine nos detiene a todos, es como si tuviera una especie de magia.
—Se acabó, todas volveremos y no habrá Cenicienta ni príncipes.
—¿Príncipes?
Muevo un pie y luego el otro. Rapunzel ve lo que intento hacer y me da los zapatos por detrás de la espalda.
—Si, querida —apoya una mano en su hombro y Cecilia hace una mueca por el dolor—. Es una lastima que seas tan débil. Eres igual que tu padre.
—Mi padre... ¿qué sabe de él? —Exige, dando un empujón hacia adelante—. ¿Él está bien?
—Ya lo sabrás cuando lo visites.
Lo que sucede es demasiado rápido. Lady Tremaine la sujeta de los hombros y la empuja por la ventana abierta.
—¡NO!
No sé en qué momento corrí hacia allá y atrapé su mano. La lluvia empezó a caer y las gotas se esparcieron por toda mi cabeza y cuello.
—¡Dame la otra mano!
Le paso el tacón para que lo toque. Para que se lo ponga y no tenga que morir. Hace un intento y, mientras más se mueve, menos siento su cálida esencia sobre la mía.
—Cecilia...
—Todo va a estar bien, Diana.
El corazón me da un vuelco.
—No, por favor. Yo te prometí...
—Todo va a estar bien.
Las lágrimas se entremezclan con la lluvia, que parpadeo varias veces. Estiro más mi cuerpo. Me tiemblan las manos y la garganta me arde. Solo un poco más. Solo un poco más. Por favor.
Aprieto con todas mis fuerzas para que no caiga, pero ni aun así fue suficiente.
Algo empezó a oprimirme el pecho en el momento en que ella cerró los ojos y su cuerpo impactó contra el suelo. El grito se atoró en mi garganta y explotó dentro de mí. El agua bañó mi rostro y busqué desesperada la calidez que segundos atrás tenía en la palma de la mano.
Era mi amiga.
Y yo no se lo dije.
—Nos vamos, niñas, se acabó. Todo gracias a ti.
El cuerpo de Cecilia empezó a hacerse polvo, desapareciendo con ellas.
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