DOS
"¿Alguna vez has visto algo tan maravilloso en toda tu vida?".
-Ariel.
Hoy el día está brillante. Las hierbas se ven más verdes, huele a pan recién horneado y los pájaros de Blanca cantan en mi árbol. Sonrío. No me molesta que estén ahí. Me quedaré con la casa y seguiré viendo este paisaje por más tiempo.
Meto las manos en los bolsillos y la yema de mis dedos rozan con la superficie rasposa. Ajá, ahí está. Mi sustento para las próximas semanas. Lo que significa que debo conseguir un segundo trabajo si quiero salir de deudas. Anoche investigué sobre los puestos disponibles y no encontré algo en lo que pueda postularme. Los horarios se cruzaban con mi actual trabajo y el salario no me convenía.
—Llegas tarde, Diana —gruñe mi jefa nada más verme entrar por la puerta. Ya volvió a ser la misma—. Más vale que limpies bien las ventanas. Las gaviotas se dieron un festín ayer.
Hace una mueca de asco con los labios antes de seguir coloreando sus uñas de púrpura.
Desearía que alguien me hubiese gritado "no te dejes engañar por su voz de ángel, es una diabla" antes de entrar como su asistente.
Introduzco mi mano derecha en el bolsillo y juego con las dos perlas, ¿éste es el momento indicado para dárselas?
Ya que más da.
—Esto. Lo quiero empeñar —Levanto las dos joyas y juro que sus ojos pasan a ser otras dos perlas negras, hasta le importa poco que el bote de esmalte se haya derramado por la mesa porque, de todas formas, me tocará a mí limpiarlo.
—Enséñamelas.
Exige, haciendo un ademán con las manos para que se lo entregue. Luego busca su estuche de herramientas y saca una lupa del tamaño de mi puño. Le da varias vueltas a la perla y lo observa con detenimiento. Jamás la vi así, tan extasiada. Y de pronto, Vanessa aparta la lupa a un lado y comienza a olfatear el objeto como un sabueso, ¿se supone que tiene que hacer eso?
—¿De dónde lo sacaste? —demanda con furor. Retrocedo, asustada. Sus ojos...¿siempre fueron morados? Me quedo tiesa cuando se acerca y, sin que pueda reaccionar, tira de mi brazo para olerlo también.
Se me ponen los pelos de punta.
—Hueles a ella.
El corazón me late con fuerza, y la palma de su mano está helada. Trago grueso. No sé por qué, pero todo en ella me da mala espina.
—No entiendo a que se refiere —Me sorprende lo calmada que soné—. Yo encontré eso en la costa.
Se forma un silencio. Los latidos pasan a ser un zumbido insoportable. No aparto la mirada, temo que si lo hago encontrará una pizca de mentira en mí. Espero y espero. Trago con discreción y adopto la mejor expresión de incredulidad que tengo.
Vamos, créeme.
Un hilo de sudor recorre mi espalda. Controlo la respiración, las hago pausadas e imperceptibles.
Créeme. Créeme. Créeme...
Me suelta.
—Te daré tu paga —Lanza un fajo de billetes al mostrador y las tomo con manos temblorosas. Todavía puedo sentir sus dedos alrededor de mi brazo.
Su mano estaba helada.
—¿A quién se refería con ella? —logro preguntar. Sus ojos volvieron a ser negros.
—Una persona que estoy buscando hace mucho tiempo.
Se da la vuelta y guarda las dos perlas dentro del sujetador.
—¿Le hizo algo?
Gira el rostro en mi dirección y aguarda varios segundos para responder, como si se estuviera decidiendo en decirme o no.
—Ella podría arruinar mi vida.
Y se encierra en su oficina. Yo me quedo ahí, todavía con los latidos retumbando con fuerza en mi pecho. ¿Qué tiene que ver Ariel con ella? ¿Esa chica inofensiva haría algo? ¿Para qué la está buscando? Encuentro la cubeta al fondo del baño. Paso trapo por la ventana y el agua se torna negro de inmediato, como un mar siniestro y retorcido.
Siniestro.
Retorcido.
Corro al baño y pongo el pestillo. Saco mi teléfono con prisa y tecleo el nombre. De pronto, siento el aire reducirse y todo lo percibo más pequeño. Vanessa es el nombre que adoptó Úrsula. La bruja del mar.
Esto. No. Puede. Ser. Verdad.
¿Está buscando a Ariel para matarla? Miro a los alrededores: cada rincón está bañado de un aire inquietante, no entra ni un rayo de luz y el diseño de los azulejos ya no es un cielo colorido, más bien, están llenas de nubes negras. Llevo la mano al brazo, justo donde me tocó Vanessa.
El inodoro. La bruja podría salir en cualquier momento y atraparme.
Ella podría matarme a mí también.
No, no, no.
Tiene que ser una pesadilla. Esto no es un cuento de hadas. No.
Salgo del baño y sigo con mi labor de todos los días. Aunque lo único que piense sea solo eso.
Mañana volverá a la normalidad. Tiene que serlo.
Al regresar por la acera, me encuentro a la otra vecina que vive a tres casas de la mía. Creo que se llama Cecilia.
—¿Qué está buscando?
Hace rato está mirando el suelo y el césped, hasta en la basura ha metido ojo. No me digan que es rara también.
—Mis zapatos, nunca encuentro mis zapatos.
Genial.
—¿Cenicienta?
—¿Qué?
—No es nada —Niego con la cabeza para restarle importancia. Todo este asunto me está afectando la cabeza—. ¿De qué color son sus zapatos?
Esa mañana desperté una hora más tarde. El sapo de siempre está croando fuera de mi patio y se escuchan los cantos de Blanca mientras lava la ropa.
Nada de sirenas y brujas malvadas.
Todo bien hasta que veo una escena que me saca totalmente de onda. Cecilia tiene una cesta de comida frente a la casa cuatro, pero en vez de dejarlo frente a la puerta lo ha atado a un cabello dorado. Largo y lacio.
Cabello.
Me tallo los ojos y observo de nuevo.
Hay una chica en la segunda planta—es la única casa a la redonda que tiene dos pisos—, y el cabello lo lleva sobre la cara. No sé si me estará mirando. Corro la cortina enseguida y deshago cualquier rastro de luz en mi habitación. Ese era Rapunzel...¿Y por qué Cecilia actúa como si fuera lo más normal? Como si aceptase el hecho de que existen.
Ellas están aquí.
Los villanos también.
Voy directo al baño y me alisto lo suficiente para hacer una visita. Hoy es mi día libre. Averiguaré qué hago yo en un cuento de hadas o qué hacen ellas aquí, en el mundo real.
—¿Estás aquí porque tu padre se fue de viaje y no ha regresado?
Ella asiente con entusiasmo.
—¿Y cómo ganas el dinero? Quiero decir, ¿trabajas?
Borra lo escrito en el tablero y garabatea de nuevo. Se le nota bastante entusiasmada desde que llegué.
—Eres traductora.
Asiente de nuevo con una sonrisa de oreja a oreja. No estoy segura cuanto gana una traductora, y con estas joyas que tiene no puede quedarse sin casa. Sin embargo, Vanessa la está buscando, y ahora sospecha de mí. Según el cuento de hadas, Ariel hace un trato con ella. Su voz a cambio de piernas para poder casarse con el príncipe. Lo que no entiendo es porqué en este lugar. ¿Por qué ella no está buscando al príncipe Eric?
Ariel sigue observándome con sus brillantes ojos azules como el mar. Tiene un aire sereno e inocente, como si no recordará quién es.
—¿Sabes como te quedaste sin...? —Señalo su garganta y ella se lleva los dedos a ese sitio. Es cuando, por primera vez, la noto triste y confundida.
—Si no quieres escribirlo, está bien también.
Ella sonríe sin fuerza y luego se retira a la cocina, dejando que el sonido del agua sea mi única compañía.
Barro los ojos alrededor. Las cosas siguen iguales a la última vez que vine, ¿en serio es la sirenita Ariel? Aprieto los ojos brevemente y, al abrirlas, nada ha cambiado. Solo hay una fotografía arriba de la pecera que me llama especialmente la atención.
Me levanto del asiento para verla mejor. En ella sale Ariel un poco más chica, lleva una sonrisa acogedora y sus ojos centellean una especie de felicidad que solo el hombre a su lado le provoca. Es una niña que atesora cada momento con su padre. El rey Tritón. Sin embargo, aquí no carga con un tridente ni una corona. Este lleva traje negro y sin cabello.
De pronto, el cangrejo de la pecera se mueve de arriba a abajo, como si estuviera saltando.
¿Y ahora qué le pasa?
El animal salta y salta. Y yo no entiendo nada.
—¿Qué tratas de decirme?
Salta en el mismo sitio. Busco bajo sus diminutas patas y luego arriba, en sus pinzas. ¿Está señalando la foto? Observo minuciosamente la pequeña Ariel: el cabello rojo le pasa de lado y el vestido que carga es de un rosado pálido que hace juego con el collar de rubí. Ladeo la cabeza. Ese objeto me resulta vagamente familiar...
Un ruido me sobresalta y al girar el rostro me encuentro a Ariel con dos vasos de agua. Está molesta, pero a la vez no entiende por qué.
—¿Ocurre algo?
Sale de su trance y hace unos gestos negativos con las manos.
—¿Todavía tienes ese collar?
Se demora en garabatear "la perdí, era de mi madre".
—¿Sabes dónde la perdiste?
"No recuerdo".
—Sé que sonará raro, pero ¿recuerdas quién eres?
Ella enarca las cejas. "Soy Ariel, ¿tú estás bien, Diana?".
Claro, yo soy la loca aquí.
—¿Te suena el nombre de Úrsula?
Sus hombros se tensan inmediatamente y el océano de sus ojos pasan a ser salvajes. Inquietos.
"No".
No lo recuerda, pero su cuerpo lo sabe. Sabe que es su enemiga. ¿Cómo la podría hacer recordar? Llevarla al doctor no sería muy lógico. Me pondrían a mí en el manicomio.
—Te dejaré por hoy, que descanses, Ariel.
Y mientras cruzaba el umbral de la puerta, supe que ya no podía escapar de lo que sea que fuese esto.
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