DOCE
"La maldad siempre triunfará si los buenos no hacen nada".
-La reina malvada.
—¿Desde cuándo...?
Las piezas empiezan a encajar en mi cabeza. Que haya ido a su casa sin encontrarme ni un animal, o que tuviese muchos espejos. Las señales estaban ahí y no las vi.
—Debes de estar muy confundida.
La peinilla se eleva a unos cinco centímetros de su dedo. Tiene una expresión que me trae sin cuidado.
—¿Qué le pasó a Blanca? ¿Qué le hiciste?
—Esto...
Extiende los brazos y da un giro para que veamos que sigue siendo Blanca, pero a la vez no.
—Este cuerpo ya es mío —Expande sus labios en una sonrisa retorcida—. La visité para hacerle unos cobros de alquiler, ¿te acuerdas?
Fue al principio. Mucho antes de Ariel.
—¿Tú eres la cobradora?
—¡Bingo!
—Pero como-
—Deje que eligiera entre dos manzanas. Y ya sabes quien perdió.
Se encoge de hombros como si el asunto fuera de lo más normal.
Estudio la situación. Hay una anciana media muerta en mi sala y otra bruja brutal que controla cosas, mientras que nosotras tenemos cero magia. ¿Qué podríamos hacer para huir?
Chasquea los dedos para llamar mi atención.
—Será mejor que no intentes nada.
—No lo entiendo —expreso, con la intención de tomarle el tiempo—. Si tú ganaste, ¿por qué sigues aquí?
—Gano cuando mate este cuerpo, y estoy aquí porque él me lo permitió.
—¿Él?
Tiro del vestido de Rapunzel para que salga. Yo me corro a la izquierda. Los ojos de la reina me siguen.
—Ya sabrás de quién hablo
Vuelve a chasquear los dedos. Y Rapunzel se regresa, bastante tiesa.
—Les dije que no intentaran nada.
Antes de que pudiera reaccionar. Mis músculos se tensan y mis pies abandonan el suelo. El corazón se me pasa a la garganta. Todos los muebles los veo desde aquí arriba. En otra perspectiva. Cuando llego al techo, intento agarrarme sin vano.
—Eres demasiado lenta que tuve que traer a los demás aquí.
—¿Q-Qué? —Logro pronunciar.
—Estaba aburriéndome, y tú no hacías otra cosa que lamentarte.
—¿Tú los trajiste aquí?
Rueda los ojos antes de mirarse las uñas.
—El grandulón fue un idiota, y ella —observa el cuerpo inerte de la anciana con desprecio—. Una traidora.
—¿Dónde está Blanca?
—Eso no importa ahora.
Baja su dedo y yo desciendo a toda velocidad. Cierro los ojos al instante y se me acelera el pulso. Pero no llego a tocar el suelo, en su lugar regreso nuevamente al techo.
—Qué divertido sería jugar contigo.
Mueve el dedo otra vez. Trato de agarrarme de algo pero no hay nada. Soy controlada como un juguete, esta vez hacia la ventana. Por instinto tapo mi rostro y otra vez no hago impacto con ella.
—¿Por qué están aquí?
Pregunto, para que deje de moverme a su antojo.
—¿Por qué? —Lo medita, como si no hubiese una respuesta específica—. Simplemente por diversión.
En esta vuelta, caigo en el sofá.
—Pero la diversión ya acabó.
Sonríe con maldad. Y, entonces, mis brazos se pegan más a mi tronco. La respiración se me corta y mi corazón se acelera cuando comprendo lo que va hacer. Agito los pies para evitar que me aplaste. Como lo hizo con la anciana.
—Él me agradecerá por esto.
De pronto, soy movida otra vez a un extremo. Escucho un golpe. Rápidamente, una punzada se instala en mi cabeza.
Y lo próximo que veo es oscuridad.
Hierbas. Hay muchas hierbas. Tanto que saltarlas no me deja ver por encima de ellas. Esquivo charcos, rocas y en lo alto se ve la luna.
No sé de quién estoy huyendo, pero siento que una sombra me persigue. Sé que lo hace.
Sin darme cuenta, me atrapan y empiezan a zarandearme. Alzo los brazos con frenesí e intento apartarlo.
No me van a atrapar.
No.
—¡Diana!
Abro los ojos de golpe. Cuando intento incorporarme, la cabeza me retumba. Aprieto los ojos un segundo y al abrirlos tengo a Rapunzel a mi derecha y al frente varios espejos, mostrando lo mal que me veo.
—¿Dónde estamos?
—Te traje hasta la casa de Blanca.
Ahora lo recuerdo. Estaba siendo controlada como un juguete antes de perder la conciencia.
—¿Qué pasó?
Rapunzel alza su arma y, con eso, lo explica todo.
Debo comprarme una de esas.
—¿Hace cuanto estoy inconsciente?
—No mucho.
Me incorporo y llevo la mano a la parte posterior de mi cabeza, ¿con qué me habré golpeado?
—El objeto.
—¿Qué?
—Blanca sigue siendo Blanca.
Me toma varios segundos comprender a lo que se refiere. El objeto mágico y el cuerpo de Blanca. Ellas solo intercambiaron cuerpos. Hay una posibilidad.
Aún podemos ganar.
—Eres una genio.
Observo los alrededores. Tiene lo que debe tener una casa normal. Menos cuatro paredes llenas de espejos.
¿Esconderá algo detrás de ellas?
—Revisemos atrás de los espejos.
Rapunzel asiente y se va rápido a una de ellas. Yo también lo hago. Reviso lo más rápido que puedo hasta que, de pronto, se escucha un golpe en la puerta trasera.
Nos quedamos congeladas un segundo y le hago señas a Rapunzel para escondernos detrás de la nevera.
El corazón me va a mil. Rapunzel prepara su potente sartén, caminando de puntillas, mientras la sombra se proyecta en el suelo. Cada vez más cerca. Alzo la mano y cuento con los dedos hasta tres.
Uno.
La sombra se va extendiendo y los latidos pasan a mis oídos.
Dos.
Enarco las cejas. La sombra actúa muy extraño. Es como si saltara.
Un momento.
Asomo media cara y lo confirmo. No es la reina malvada. Es un conejo.
El guardián de Blanca.
El animal me reconoce y salta. Inconscientemente, la atrapo al aire. Tiene una textura suave y cálida, es como tocar las almohadas de Rapunzel.
El conejo hace una seña a la sala principal, y luego a la mesa donde hay una canasta de frutas.
La manzana.
Agarro la primera y el panorama no se distorsiona. La descarto. Luego una que está al fondo y la vuelvo a descartar. El conejo se sale de mi abrazo por mi lentitud y vuelca la canasta. Señala entonces una más pequeña que las demás, es más roja también.
La sostengo y la casa pasa página. Me encuentro esta vez en una pequeña cabaña con siete camas y muchos, muchos animales.
Están tristes, puedo distinguir hasta el conejo de hace un minuto con las orejas hacia abajo.
Salgo de ahí y me encuentro a Blanca en un ataúd lleno de flores coloridas. Los enanos ya tenían las gorras sobre el pecho y la mayoría de los animales la rodeaban con la cabeza gacha. Este debe ser el final de la historia.
Y tuve razón porque al minuto se oye un caballo y un hombre con botas relucientes, un traje de seda finísimo y una corona en la cabeza baja de él.
Para los hechizos de la reina malvada solo el amor verdadero puede romperla.
Les doy la espalda porque conozco la historia. Es ahí cuando la calavera aparece, y soy de vuelta a la reina malvada.
—Debí matarte primero.
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