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CUATRO

"Este es mi libro favorito. Lugares lejanos, luchas audaces de espadas, hechizos mágicos, un príncipe disfrazado..."
—Bella.

Así como desapareció Úrsula, la tienda de empeños también. En su lugar, está un restaurante pequeño y hogareño; la pintura está recién puesta y un letrero colgado sobre la ventana anuncia su pronta apertura.

Tomo aire y me aliso la solapa de la blusa con los dedos. Ahora que Ariel se ha ido, ya no tengo porqué preocuparme en pagarle las perlas, pero eso no me termina de alegrar. Mi exjefa desapareció también, y no pude cobrar mi quincena.

Respira, vendrán cosas mejores.

Eso diría mi madre.

Suspiro y cuadro los hombros. No soy una experta, pero he pasado el tiempo suficiente en la cocina como para saber diferenciar un culantro de un cilantro. La primera posee un aroma fuerte y el calor es la menor de sus preocupaciones, mientras que la segunda es delicada a temperaturas elevadas y tiene un ligero aroma a cítrico.

Una se usa durante la cocción y la otra después.

Bien, no veo problema para aplicar a este puesto. Me da igual siendo mesera.

La puerta hace un chillido cuando la empujo, y el olor a pintura fresca no tarda en arroparme. Tienen un diseño diferente. Donde antes estaban las vidrieras ahora hay mínimo cinco mesas, la oficina de Úrsula fue reemplazada por la cocina y las esquinas—que tanto luché en pulir—, están ocultas entre plantas.

Una señora, que podría estar doblándome la edad, me recibe con los brazos en jarra.

—Niña, todavía no abrimos, ¿no viste el letrero?

—Quiero trabajar aquí.

La mujer baja los brazos y la expresión le cambia por completo.

—¡Perfecto! Esto es perfecto —Palpa mis hombros como si no lo pudiese creer. La sonrisa se le extiende—. Es lo que estamos buscando, ¿tienes experiencia?

—Bue-

—No importa. Estás contratada, muchachita. Dime, ¿cómo te llamas?

—Diana.

—¡Maurice! ¡Maurice! Ven a ver nuestra nueva ayudante —Me mira de arriba hacia abajo, con la sonrisa congelada—. Esto es bueno. Los santos me han escuchado.

—Berta, ¿qué ocurre? No he acabado con la cocina...—El señor ensancha sus ojos y el bigote se le tuerce en una mueca de asombro—. ¡Tú!

Quedo desconcertada.

—¿Lo conozco, señor?

—¡Por supuesto que sí! —Se acerca—. Les di mi más preciado objeto y ustedes...desaparecieron. Quiero mi rosa de vuelta.

La rosa, la rosa, la rosa...

Un momento.

—¿Se acuerda de la casa de empeño?

Parpadea varias veces de mera confusión. Ya no sé quién está más confundido entre los dos.

—¿Por qué no debería? He dejado la rosa ahí para hacer este restaurante, y ahora tengo el dinero. Lo quiero devuelta.

En esos segundos de espera, un sin fin de dudas se arremolinan en mi cabeza. Si los personajes de "La sirenita" desaparecen, su existencia en este lugar también. Lo confirmé esta mañana cuando la casa de Ariel ya no estaba destrozada. Ya no era azul. Y la tienda de empeños no poseía esta estructura cuadrada y pequeña, era rectangular. No pudieron rediseñarlo de la noche a la mañana.

Es como si los personajes nunca hubiesen existido.

Entonces, ¿por qué él lo recuerda? ¿Ella también lo hará?

—Maurice, déjate de locuras. Por estos lugares no existe una casa de empeños.

—Pero Berta, tú dejaste tu joyería ahí.

—Ya estás chiflado, yo no empeñé nada.

—Era verde con piedr-

—¡Basta ya! Tenemos que trabajar.

La mujer se va a la cocina con la escoba y Maurice gira el rostro en mi dirección. Todavía conserva esa cólera en los ojos, pero una chispa de súplica empieza a surgir.

—No estoy loco, en serio quiero la rosa de vuelta. Es lo único que tengo...de mi hija, por favor démela.

Solo él lo recuerda. Tiene que ser ese artefacto.

Tiene que ser Bella.

—¡Démelo a mí! —La puerta retumba la estancia con la llegada de un muchacho de contextura gruesa y fuerte. Arrastra una de las sillas y se sienta en medio de ambos con bastante confianza—. Bella no se resistirá a mi encanto cuando la encuentre.

Da besos a su bíceps derecho mientras me observa y guiña el ojo. Hago un esfuerzo para no retorcerme de náuseas.

—Mi hija no se casará contigo. Ni aunque... —Todo en él se apaga. Su voz. Sus ojos.

—¿Ni aunque esté muerta? —acaba por el anciano, sin piedad—. Soy Gastón, logro lo que me propongo. Y me voy a casar con ella si es en la tumba.

Está demente.

Y se marcha dando un portazo. El señor regresa cabizbajo hacia la cocina, sin mediar palabra. La cólera ha desaparecido de su pequeño y gordito cuerpo. Solo le queda aguardar días de incertidumbre y noches de desvelos.

Me muerdo la lengua. No es el momento indicado para decirle la verdad, que sé dónde está su hija; que de seguro ella no lo conoce. Poso la mirada en esa madera desgastada que fue abierta segundos atrás. 

Tengo que encontrar esa rosa antes que él.

—Blanca, ¿hay alguien aquí que se llame Bella?

—En efecto. Es mi vecina de al lado.

Agrega dos cucharadas de azúcar al café. La casa de Blanca es algo pequeña en comparación a la mía. Creí encontrar un montón de animales peludos lavando la ropa o sacando polvo con sus colas, pero no hay ni uno a la vista. Tampoco hay enanos, como lo había dicho. Lo más curioso es que las paredes están llenas de espejos, ¿para qué necesita tantos?

—¿Necesitas algo?

Vuelvo mi atención a ella.

—Quiero conocerla.

Y no estoy mintiendo, tengo que saber qué tanto recuerda. Pero, lo que más espero es que unas tazas o tenedores salten y me digan lo que debo hacer.

La casa de Bella es de un tono café bajo. Esos que te inspiran calidez y te recuerdan las temporadas de otoño. Dentro huele a pino.

—Hola, ¿eres la bibliotecaria?

—No lo creo, soy tu vecina, Diana.

Estrecha mi mano con suavidad y me invita a pasar. No doy ni dos pasos cuando su interior me deja muda. Esto está repleto de libros. Recubre las cuatro paredes, y están ordenadas por colores. 

¿Y esta chica pensaba tener más?

—¿Vienes por un libro? —Muestra la sonrisa más cálida que he visto—. Te puedo prestar una.

—No leo mucho.

La última cosa que leí fue un libro de recetas caseras. He ahí el culantro y el cilantro.

—Oh, entiendo. ¿Y en qué te puedo ayudar?

Miro los alrededores. Dudo que los objetos mágicos sean uno esos libros porque ella me da a entender que las leyó todas. Al final del pasillo está la puerta del baño, su habitación y la cocina. Ahí debe estar el tenedor.

—Quería hacerte unas preguntas.

—¿Qué clase de preguntas?

—Sobre libros —mi respuesta sonó más como una pregunta, pero Bella no pareció importarle. Con tal de que mencione a los libros, se cierra a todo lo demás.

—Entonces si lees.

—Un poco.

Mentirosa. Mentirosa. Mentirosa.

—Me encantará escucharte, ¿quieres algo de tomar?

—¿Tienes té?

—Una variedad —Se da la vuelta y la sigo. El cabello marrón le danza sobre la espalda, y las manos (que siempre se mantuvieron juntas desde que llegué) ahora las extiende frente a la cocina. Alegre—. Chicos, tenemos visita.

No hubo respuesta. El entusiasmo de Bella se esfuma como el soplo a una candela. Junta las manos nuevamente.

—Lo siento, a veces suelto palabras al aire.

Sirve el agua tibia en dos tazas. Perdida en sus pensamientos.

—Yo también hablo sola a veces.

—Sí, y uno espera que le conteste, ¿verdad?

Exhala una risa y me pasa la taza. Ya he pasado por tanto que escucharla decir eso no me suena demente. Hablar con los utensilios es lo que hace Bella en la mansión. De algo tiene ella.

—¿Vives sola?

—Con los libros uno nunca se siente solo.

—¿Y tu familia?

El camino de la taza a sus labios se detiene, percibo un atisbo de confusión en su rostro.

—Nunca los conocí...

Acaricia la tetera con su pulgar y le murmura algo sin que pueda escuchar nada. Miro alrededor, busco algún indicio de qué objeto tiene que ser ésta vez, pero no se mueve nada. Ni siquiera los libros en los estantes.

—¿Qué te gusta leer?

Vuelvo la vista hacia la aficionada a los libros. Aplano una sonrisa y con el rabillo del ojo digo el nombre de la cubierta que tiene sobre la isla.

—Max Tween.

—¿Mark Twain?

—Ese mismo.

—Comparto sus preferencias, Diana. Me parece de lo más fascinante —Junta las palmas en un aplauso y suspira, soñadora—. Me gustan más las historias de mujeres empoderadas. Aunque en este lugar tengo mucho de todo.

Se levanta del asiento con entusiasmo y va rumbo de nuevo a la sala. Al sin fin de libros.

—Tengo de dragones que hablan, tres magos valientes y entrometidos, príncipes encantadores...

No la escucho más, mis dedos van a parar en el lomo de un libro pequeño al de los demás. Se lee en ella "La sirenita".

La saco y pongo al vuelo las hojas.

—Oh, esa la leí hace poco.

—¿No habías leído todas?

—Este me llegó esta mañana y me la acabé en una sentada.

—¿Quién la trajo?

—Anónimo. La encontré frente a mi puerta. No le di mucha importancia, me devoré el libro. Ariel es una chica muy valiente y capaz.

—¿Qué hizo?

Pregunto como si no lo supiera.

—Dio su voz a cambio de unas piernas para perseguir a un hombre. Hizo el trato con una bruja y luego....

Lo que estaba por decir se interrumpe por un grito que me pone los pelos de punta, y el peor escenario posible se instala en mi cabeza.

Esa era Cecilia. 

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