CINCO
"Tal vez, el mayor riesgo que cualquiera de nosotros correrá es ser visto como realmente somos".
-Cenicienta.
El grito no fue otra cosa que frustración. Cecilia todavía no encuentra sus zapatos. Bella y yo hemos corrido a su casa solo para encontrarnos una montaña de calzados en el patio.
Por Merlín, el susto que me llevé.
—Necesito esos zapatos. Tengo una fiesta a la que asistir —Llora en la sala y Bella la rodea para darle palmadas en la espalda. Detrás de ellas hay cajones abiertos, la ropa está esparcida por el suelo y las cajas rasgadas. Pero ninguna señal de esos tacones de cristal.
Tengo la idea de cuáles son.
—¿Qué hacemos, Diana? —pregunta Bella con las cejas posicionadas en condolencia. Suspiro. La salvaré a ella después.
—¿A qué fiesta irá? —consulto, y Cecilia alza la mirada mientras se limpia una lágrima con el dorso de la mano.
—Uno de alta clase, a las afueras de la ciudad.
¿Tan lejos?
—Conozco una zapatería —interviene Bella, como si se hubiese acordado de algo—. Lo he leído en artículos y revistas. Venden las mejores de la ciudad. Vamos y compramos una.
—¿Harían eso por mí?
Termina por limpiarse las lágrimas con el pañuelo de Bella.
—¡Por supuesto!
Siento que alguien me observa, pero al girar la cabeza no encuentro a nadie. Solo árboles meciéndose con suavidad.
—Quiero ir con Rapunzel también.
Volteo la cabeza bruscamente.
—No me jod-
—Sí, una salida de amigas —Aplaude Bella, con un deje de emoción en su mirada.
—Pero si no somos am-
—Si, si, si. Vamos a buscarla.
—¡Un momento!
Las dos se detienen a medio camino, esperando mi justificación, pero no puedo decirles que fuera la están buscando y las quieren muertas. Es una pésima idea salir todas juntas.
—¿Y si probamos los zapatos aquí? —sugiero—. Puedo buscarlas en internet, sería mucho más fácil.
—Pero yo quiero salir...
—Sí, vamos a divertirnos —asiente Bella—. ¿No quieres, Diana?
Ambas ponen esa cara de perrito que...
No te dejes engañar, Diana.
—Es...peligroso —alterno la vista entre las princesas mientras cruzo los brazos sobre el pecho—. Están secuestrando mujeres como nosotras, no podemos salir. Además, ¿ustedes trabajan?
—Soy editora —aporta la aficionada a la lectura.
—Y yo soy ama de casa.
Descruzo los brazos.
—¿Dónde?
—En la siguiente barriada, la casa de los Tremaine.
Memorizo ese nombre para investigarlo después, aunque tengo la leve sospecha de quién estamos hablando.
—¿Tú de qué obras, Diana?
Me sobresalto. Es la primera vez que alguien pregunta por mi vida. Qué extraña sensación.
—En unos días empiezo como mesera en un restaurante.
El padre de Bella no se quejó nada, estuvo callado todo el rato que Berta me explicaba las funciones que debo realizar.
Giro mi rostro hacia la ventana, Rapunzel nos está mirando.
—No sale de casa —dice Cecilia, siguiendo la dirección de mis ojos—. Nunca me dice por qué.
Porque la tienen encerrada.
—¿Tendrá suficientes libros para leer?
La mayor preocupación de Bella.
—¿Vive sola?
—Sí, eso me lo ha dicho. ¿La invitamos de compras?
Viendo que no ceden con la salida de amigas, propongo algo mejor.
—¿Y si hacemos pijamada en la casa de Rapunzel? ¿No les parece mejor?
Eso las emociona más, y se olvidan del zapato. Cecilia podrá conocer a su amiga y Bella hará algo más que leer.
No sé si lo de la pijamada fue buena idea. Rapunzel nos dejó pasar a su casa cuando Cecilia le dijo. No la noté nada emocionada por recibir invitados, pero aun así nos dejó pasar. Callada y oculta en esa cabellera dorada. Todavía no se deja ver el rostro.
La casa está colorida. Y cuando digo colorida me refiero a cada pedazo de pared. En una está la viva imagen de una cascada, más arriba hay aviones de papel y cerca de la escalera un panorama de globos luminosos ascendiendo por la noche. Pinta demasiado bien. Según lo que investigué, esta chica hace de todo para matar el tiempo. No me extrañaría si sale haciendo malabares.
—Qué casa tan bonita —dice Bella, que carga con cinco libros en una bolsa.
Avanzamos por la escalera de caracola hasta el segundo piso. Es bastante espaciosa a como me lo imagine. Su cama la tiene puesta cerca de la ventana, no hay escritorios y algunos utensilios de pintura están colocados en una esquina. También ha puesto varias mantas en el suelo. Conté cuatro de ellas.
Al parecer si estaba emocionada por recibir invitados.
—¿Tú los dibujaste? —pregunta Bella, fascinada con una pintura de la casa de Ariel.
—Sí... —La voz le sale baja, y un poco ronca.
—Traje un pastel de calabaza, pruébenla —Cecilia nos pasa un pedazo a cada una mientras Rapunzel le dice algo al oído para después voltear a verme.
—Diana es así, es observadora.
Me enderezo. Debí parecerle una amenaza.
Luego de comer se pusieron a cantar eufóricas, hasta me sorprendí haciéndolo también.
Bueno, quizás no haya sido tan mala idea venir.
—¿Te podemos peinar? Te caería fantástico una trenza.
Creí que Rapunzel no aceptaría la oferta de su amiga porque entonces no podría ocultar su cara, pero inesperadamente cede después de pensarlo tanto.
—Tus zapatos —retomo el tema con Cecilia—. ¿Cuándo fue la última vez que te la pusiste?
—No lo recuerdo muy bien.
Las dos se pasan el cabello entre ellas mientras hacen el peinado más desafiante de sus vidas.
—¿Alguien más ha visto cómo son?
Cecilia parpadea, como si esa idea no se le hubiese cruzado por la cabeza.
—Creo que solo lo he visto yo.
—¿Cuándo es la fiesta? —Acomodo mis piernas antes de que se duerman.
—Mañana por la noche.
—¿Podemos ir? —pregunta esta vez Bella, que le brillan los ojos—. He leído en los libros que son cosas de otro mundo, ¿tú quieres, Rapunzel?
Es increíble cómo se lleva bien con cualquiera. La muchacha asiente.
—No habrá problema si asisten, tengo entendido que cualquiera puede ir.
—¿Los Tremaine son buenas personas? —retomo la conversación.
Se detiene un momento. Veo que oculta en vano las heridas de sus dedos. Miro las mías, todavía llevo curitas desde ese incidente con Ariel. Aunque gracias a Blanca, las cortadas del brazo ya ni se notan.
—Lo son.
—¿Tienes día libre?
Cecilia ya estaba enarcando las cejas.
—¿Diana, por qué tanto interés?
—Me importa el trabajo de mis amigas.
Bella hace un "aww" de fondo.
—Mañana estoy libre, aunque muchas veces, Anastasia termina llamándome para que la ayude con la cocina.
Le pasa otra hebra de cabello a Bella y entre ellas acaban el dichoso peinado en un lapso de dos horas. El rostro de Rapunzel es como la crema de un pastel: suave y esponjosa. Tiene unos distintivos ojos verdes, y la primera persona con quién hace contacto visual soy yo.
La luna está sobre mi cabeza a metros de altura. Las hierbas suben y bajan, no comprendo ese constante movimiento, y de porqué todo lo veo de un tamaño tan reducido, como si me hubiese encogido; se escuchan grillos a lo lejos y el flujo del agua chocando contra la orilla.
¿Dónde estoy?
—¡Rápido, búsquenla! Tiene que estar por ahí —El señor que salió por la puerta, alza su brazo como muestra de lucha—. Si la encuentran, la quiero viva.
Un grupo de hombres van con antorchas y corren cuesta abajo, lejos de mí, ¿quiénes son éstas personas? ¿A quién buscan? Voy tras ello, pero no los alcanzo. Uno de esos señores se detiene bruscamente y voltea a verme. Justo a los ojos. Es ahí cuando despierto, agitada.
¿Qué fue eso? Se sintió tan...real.
—Diana, ¿estás bien?
Inhalo hondo y exhalo lento. No escucho lo que dicen entre ellas. Solo espero a que se ralentice mi corazón.
—Agua —Alzo la mirada, Rapunzel lleva un vaso entre sus manos, pero no se atreve a mirarme todavía. La tomo y se lo agradezco.
—¿Estás mejor? —pregunta Bella quién está arrodillada a mi lado—. Te escuchamos gritar.
Coloco la mano en mi frente para quitarme el sudor. Las desperté.
—Ya estoy bien —aseguro, con una agitación de manos.
A Bella eso no la convence, pero a su vez no insiste más.
—Regresemos a la cama —digo, mientras me acuesto de lado y no me fijo quién de ellas apaga las luces. No vuelvo a cerrar los ojos. Trato de comprender el significado de ese sueño. Debe de haber alguna conexión con ellas, ¿pero quién?
Me hago un ovillo en el sitio, ¿por qué de repente hace tanto frío?
Las tenues luces de la barriada FairyHills caen directo sobre la madera del reloj de pared. Indica que va a ser la medianoche en unos segundos. Y yo no puedo pegar ni un sueño después de algo como eso.
Inesperadamente, alguien más se levanta, y quedo tiesa. Escucho que se coloca los zapatos y luego se aleja por la escalera sin ninguna prisa. Segundos más tarde, la puerta principal se abre y cierra. Me siento de golpe, pero Rapunzel ha sido más rápida. Enciende las luces.
—¿A dónde va Cecilia? —pregunta Bella, que también se ha sentado.
Pero no hay respuesta, solo corremos fuera.
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