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Capítulo III: Firmar un contrato

Cuando el escándalo amainó, y nos quedamos solos bajo el cobijo de una lámpara cobriza junto a la fuente, las consecuencias de nuestros actos impulsivos se revelaron. Intercambiamos una mirada prolongada intentando descifrar la reacción del otro, hasta que su carraspeo incómodo quebró el silencio y reprimimos unas risas silenciosas que se ahogaban en la multitud.

—¿Esta era tu gran idea para empezar nuestra relación profesional? —critiqué en voz baja—. ¡La gente verá esa foto y pensarán que somos como el príncipe Harry y Meghan!

—Las personas sin oficio tienen un doctorado en chismes, ¿no? —Resopló, carcomido por una rabia que ni él entendía del todo—. Agradezco no haberme nominado a 30 under 30. No te hubieras sorprendido al verme llegar a tu tienda —Sonrió mientras deslizaba un dedo perezoso a través de sus labios—. Y quizá no hubieras sido tan amable conmigo.

—¿En qué momento he sido amable contigo?

La confusión en mi rostro lo hizo reír.

—Lo siento, ¿el sarcasmo no fue lo suficientemente obvio?

Rechisté ante su comentario ácido que, indirectamente, me instó a contraatacar.

—¿Por qué siento que te pusiste de mal humor desde que te besé? —inquirí—. ¿No estaba definido en tu plan?

Trent suspiró, mirándome con fijeza. A pesar de que la sonrisa ladina en su rostro me erizaba los pelos, no hui de su contacto visual.

—Eres todo un personaje, Sidney, ¿lo sabías? —evadió, acomodándose las mangas del traje. Me extendió el menú—. Pide lo que quieras. Necesito que estés de buenas para lo que sigue.

Mi estómago, engañado por la creciente preocupación del bienestar de mi tienda, se hallaba completamente sellado; vislumbré las opciones con una falta de apetito que me condujo a optar únicamente por la bebida. Trent, extrañado, repitió mi acción: la cena se había alienado por completo. Luego, con dos copas a cada lado, un silencio tajante nos invadió. Él, como si le costara mantenerse enfocado en una sola actividad, respondía mensajes y llamadas mientras mi atención se dedicaba a estudiar sus gestos y palabras repetitivas. Cuando colgó una última conversación —farfullando sobre algún acuerdo incompleto—, extrajo de su chaqueta un cuaderno de tamaño diminuto que se encontraba cifrado por una letra imposible de leer.

—Aquí anoto todo lo importante que hay que cambiar en los sitios que visito —explicó al buscar una página repleta de rayones—. Con los pocos minutos que estuve en tu negocio, casi lleno la mitad del diario, así que...

—¿Qué estudiaste para hacer este trabajo? ¿Administración de empresas? —pregunté en una interrupción planificada, imitando su condescendencia—. Sé lo mismo de ti que de un completo extraño. ¿Cómo quieres que te meta en lo más importante de mi vida?

Trent soltó un bufido seco, como si hubiera golpeado la boca de su estómago.

—MBA en Oxford, sí. ¿Satisfecha?

—No, para nada. ¿Por qué no me preguntas qué estudié yo? —Apoyé los codos en la mesa, inclinándome hacia él—. ¿Me investigaste antes de entrar a la librería?

Trent alzó las cejas con el gesto pulido de quien siempre tiene la última palabra, pero por un instante, la esquina de su boca tembló.

—Abogada. Universidad de Londres —anuncié—. Graduada en el 2017.

—Sí, y no ejerces —dijo de vuelta—. ¿Dejaste los tribunales por tu librería? La ética profesional no es lo tuyo, ¿no?

No pude evitar soltar una risa que ocultaba indignación.

—Hay razones para ello, aunque definitivamente no tengo por qué explicarte nada —respondí francamente, acariciando la hoja de su diario con mis uñas—. Si tu plan es comprarme el local o embarcarme en deudas, mi título sigue vigente. Con una simple investigación puedo sacar a la luz todos tus casos incompletos y demandarte.

Trent cerró el cuaderno con un chasquido seco. La fascinación se asomó entre las grietas de su narcisismo, dejándome un poco desubicada: ¡acababa de amenazarlo, pero él solo era capaz de verme con aún más interés! Antes de que pudiera articular una réplica, lancé mi propuesta, ahora salpicada de ironía después de mi confesión.

—¿Todavía quieres trabajar conmigo? —pregunté para, de forma inmediata, darle un sorbo a la copa del vino lujoso que había ordenado.

—¿La pregunta es en serio? La chica que preferiría quemar su librería antes de venderla, es un misterio que no puede evitar engancharme —admitió—. Si quieres conocerme, entonces, está bien, acepto. Ven mañana a mi empresa —sugirió en un tono de voz atento—. Eso sí, no te sorprendas si te encuentras con un grupo de inversionistas en trajes caros, discutiendo cómo convertir tu librería en un Starbucks.

El pequeño chiste se me clavó justo en el centro del abdomen, como un puñal que no esperaba. No mostré haberme inmutado.

—Entonces te diré lo que vas a hacer —sentencié, deslizando los dedos por el borde de la copa con una calma calculada—. Vas a redactar un contrato. Uno que detalle al milímetro el porcentaje de ganancias que te corresponderá como inversionista, los plazos y condiciones para el pago en cuotas, y las responsabilidades que cada uno asumirá durante la remodelación. Lo quiero firmado por ti, con tu nombre bien claro. Porque si algo sale mal —Lo señalé con mi dedo índice en un descaro evidente—, tu nombre será el primero en brillar en la denuncia. No te quepa duda.

—Suena bien —respondió de inmediato—. ¿Algún otro requerimiento, malhumorada? Traje mi bolígrafo por si acaso.

Una risa seca escapó entre mis labios.

—No es gracioso —murmuré, aunque sí lo era—. Acabo de amenazarte, Trent.

—¿Tienes idea de cuántas veces han intentado asustarme con cosas peores? —susurró contra mí. Su aliento caliente rozó mi oreja al hablar, aunque sus pies no se habían movido del sitio—. Te lo aseguro: no va a pasar nada que tú no quieras que pase.

El aire escapó de mis pulmones en un suspiro que me quemó la garganta. Había calculado cada palabra como un jaque mate, pero la seguridad con la que descansaba la mirada sobre su celular demostraba que mi manifiesto no había calado profundo en su ser. Aunque no me agradaba admitirlo, el hombre tenía agallas.

—Sidney, creo que deberíamos empezar de nuevo —arremetió de forma repentina, sacándome de mis pensamientos—. No iniciamos con el pie derecho, pasando de un insulto a otro. No soy muy de relaciones tóxicas, así que...

Se encogió de hombros y, con un gesto exagerado de reconciliación, extendió su mano hacia mí.

—Soy Trent Ashbourne, fundador de A&B, amante de las historias viejas, misántropo, atractivo, encantador. ¿Tú eres?

Negué con la cabeza ante su megalomanía; deseaba con todo mi ser que se tratara de una actuación, porque, de no ser así, sería escalofriante.

—Esto es absurdo, Trent. ¿Podemos volver a la parte donde hablábamos de negocios?

—Necesitas relajarte de vez en cuando y dejarte fluir —sugirió—. Ni siquiera sé tu apellido.

—Por supuesto que lo sabes, descarado, ¡investigaste mi vida! —Bufé con fuerza, pero, al percatarme de que quizá nuestra relación empezaba a tornarse problemática, acepté el apretón de mala gana—. Sidney Brooks, rescatista de libros viejos, fanática de la novela negra y Criminal Minds... ¿soltera? No sé qué más decir.

—Técnicamente no estás soltera —aseguró y, tras sentir el breve roce de su mano en la mía, me sobresalté—. Tienes un anillo en tu dedo.

Exhalé la tensión. No pude evitar cuestionar mis decisiones al disfrutar de sus chistes malos.

—No sé cómo lo haces —confesé—. Tu manipulación no tiene límites.

—Porque, podrás decir muchas cosas de mí, pero soy honesto —concluyó—. Por ejemplo, admito que la razón por la que no estoy preocupado es porque, desde el momento en que me besaste, escucho todo como si estuviera bajo el agua. ¿Repetimos la parte de las amenazas o saltamos directo a donde nos quedamos?

Las copas se vaciaron al poco tiempo. A medida que el alcohol reaccionaba con las sustancias de mi cuerpo, las inhibiciones se deshacían. La realidad se distorsionaba a la vez que su atractivo diluía mi enojo cada vez más inexistente. En el instante en que noté que su piel cálida contrastaba a la perfección con el verde brillante de sus ojos, decidí llamar un taxi para regresar al taller de Brenda y huir de una debilidad que me hacía temblar.

—¿Por qué no puedo llevarte a tu casa? —preguntó Trent con una mueca de preocupación—. Tuviste la bondad de seguirme la corriente. ¿No me dejas hacerte un mínimo favor?

—No me gustan los favores, Trent, pero gracias —omití—. Nos vemos mañana. Más vale te consiga con el contrato en las manos.

A pesar de que no me avergonzaba, no era necesario que se enterara de que mi vestido había sido prestado a último momento, y que, tal cual como la Cenicienta, la magia se acababa a la medianoche. Una vez en el camino de vuelta, me percaté de que el perfume fresco de Trent se había adherido a mi piel: era, quizá, una muestra más de que el empresario se había colado en mi vida sin fecha de retorno. Suspiré contra el cristal del vehículo a la vez que la cabeza me daba vueltas. ¡Por culpa del vestido no pude irme con él!

Ingresé a la tienda de Brenda con los tacones en la mano; mi actitud de rendición, confirmada por el cabello desordenado y el delineado corrido, hizo que mi aparición repentina en su oficina la despertara de su sopor superficial con un susto enorme.

—¡Casi me matas de un infarto! —exclamó a la vez que aplacaba sus rizos esponjados—. Se me había olvidado que te tomas todo muy literal. ¿En serio abandonaste tu cita por cumplirme?

Brenda se encontraba rodeada de papeles con formas exóticas. En lugar de saludarla, recogí su desastre del suelo de forma mecánica.

—Un día, trabajar hasta tarde te va a cobrar factura —comenté a la vez que colocaba los patrones desordenados sobre su mesa de trabajo—. ¿Qué traje icónico estás maquinando esta vez?

—La verdad, creo que me quedé dormida desde que se fueron las muchachas —admitió—. ¿El vestido la dio?

—Digamos que en este momento te amo y te odio —expliqué—. Te amo, porque este pedazo de tela lo fue todo esta noche, pero te odio, porque no pude ser irresponsable.

Brenda abrió su boca por la impresión.

—¡Debí haberte grabado decir eso! —Se apresuró a hablar—. ¡Tú, Sidney Brooks, a punto de hacer una locura!

Hui de su presencia para que no me viera reír con las mejillas sonrojadas. Luego de encerrarme en un vestidor, retiré el vestido con una lentitud imposible para una persona sin paciencia; mi ropa usual se encontraba apiñada en una esquina como si se tratara de un pecado mortal y, una vez me enfundé en el abrigo de lana, la tranquilidad regresó a mi ser como un antídoto inmediato. Entregué la pieza artística tal cual me la había prestado, dejando en ella la evidencia de un aroma que, desde ese día, se convertiría en inolvidable.

—Vas a dejar de trabajar ahora mismo, adicta en potencia —La obligué a soltar su pluma para diseñar, ocasionándole un quejido—. Me iré a casa. Mañana te contaré los detalles. Duerme algo, por favor.

Mi cabeza se hallaba en una revolución constante que impidió que pegara el ojo hasta altas horas de la madrugada. Cuando sostuve mi celular en la mañana, un número desconocido me había enviado una ubicación; al entrar, verifiqué que se trataba de la susodicha empresa de Trent, acompañada de un seco mensaje: "Tengo libre de 8 a 9 de la mañana". Contesté con un pulgar hacia arriba luego de deliberar cuál sería la forma más distante de demostrar que había recibido el mensaje. ¿Qué le costaba saludar adecuadamente?

A la hora pautada, me encontraba en la recepción de A&B con una vestimenta que se adecuaba más a mi personalidad; mi cabello se encontraba recogido en un moño severo que había apretado de más, ocasionándome un leve dolor de cabeza. El edificio, ubicado en el corazón de la City de Londres, era una pesadilla para las personas que le temieran al minimalismo. Las paredes se encontraban tan vacías y pulidas que mi reflejo me devolvía la mirada a través de los pasillos. No había ni un alma que demostrara algo más que un triste color gris en el lugar. La secretaria, enfundada en un saco oscuro que sobrepasaba lo formal, me dio una ojeada periódica que delató sus juicios.

—El señor Ashbourne está esperando por ti desde hace ¡diez minutos! —indicó en un tono de queja que no pasé desapercibido—. Ingresa al ascensor y coloca el piso 20. La puerta estará abierta.

Agradecí toscamente para retirarme con el mínimo de educación posible. Cuando el ascensor se detuvo en el piso indicado, las puertas se abrieron con un suave ding que resonó en el silencio del pasillo. Respiré, sintiendo el aire estéril del lugar, hasta que mi compostura fue la adecuada. Crucé el umbral de la única puerta que se hallaba abierta con una actitud renovada.

—Buenos días —Saludé a Trent, que se hallaba de espaldas mientras observaba el ventanal que le brindaba la vista de la ciudad—. Definitivamente eres madrugador, ¿así consigues tiempo para tus clientes o soy especial?

Trent giró en mi dirección y, al notar que había seguido sus indicaciones, dibujó su acostumbrada sonrisa pícara. En sus manos, una pila de hojas, apretadas en una carpeta transparente, me recibieron sin necesidad de palabras. Con una mueca de incredulidad, me senté en una de las sillas frente a su escritorio.

—Me dijiste que te recibiera con el contrato en las manos —dijo a la vez que me entregaba la carpeta—. Aquí estoy, a tu merced, con todo lo que me pediste. Tienes exactamente —Ojeó su reloj de mano en un santiamén—: media hora para leerlo. Tengo una reunión a las nueve.

Asentí lentamente. Trent se acomodó en su silla mientras recibía una que otra llamada; no pude evitar husmear sus conversaciones y, percatarme, de forma inesperada, que trataba con sus clientes personalmente. Luego de una breve distracción, el contrato en mis manos fue una verdadera odisea: en una especie de burla soez, había colocado hasta el más mínimo detalle acerca del trato, haciendo que el tiempo luciera corto y, además, añadiendo su nombre en la parte superior de cada hoja. Sin embargo, entendiendo su juego de manipulación, llevé su paciencia al límite; no firmé hasta que, un minuto antes de las nueve, me había asegurado de que todo se encontrara a la perfección.

—No se puede negar que eres bueno en lo que haces —Extraje un bolígrafo de mi cartera y, en un gesto muy poco delicado, firmé las hojas que lo indicaban—. Dame una copia de esto.

—¿Todavía no confías en mí? —retó luego de recibir los papeles mientras su expresión se tornaba desafiante—. Entonces, tengo razón al pensar que, desde el primer momento en que me conociste, me has juzgado por mi portada, y no has leído mi contenido —Suspiró—. ¿No te da intriga pasar de página y saber qué sucede?


Conteo de palabras: 2505

Palabras de interés

*30 under 30: es un apartado anual de la revista Forbes para 30 personas que tienen gran influencia antes de los 30 años.

*MBA: Master of Business Administration que imparte la Universidad de Oxford.

***

¡Hola otra vez!

¿Qué les pareció el capítulo? 

Hasta ahora son más enemies que lovers 🤣👀.

¡¡Agradezco todo el apoyo que ha tenido la obra, estoy muy feliz!! 🧚‍♀️🧚‍♀️


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