Capítulo II: El sabor del champán
"Encontrémonos mañana en Crown & Vesper a las siete" fueron las únicas palabras que Trent soltó acerca de la supuesta cita, la cual acepté tras una obstinación tan fuerte que resultó imposible negarse. Una vez empecé a hacer los preparativos, me percaté de que ninguno de mis atuendos habituales servía para una cena nocturna; los pantalones y abrigos de tonos neutros que llenaban mi closet eran aburridos en demasía, por lo que tuve que acudir a un contacto de emergencia que muy rara vez decía que no ante una situación como la que se me presentaba.
—Brenda, cielo, requiero de tu ayuda o entraré en una crisis —le solté por teléfono, invadiendo su jornada laboral sin pensarlo dos veces—. Necesito un vestido urgente para una cita hoy mismo. Nada vulgar, pero que... de alguna manera, susurre: "Tengo planes contigo". ¿Entiendes?
—Ya te dije que ese estilo clásico y "old money" te pasaría factura algún día —me soltó de entrada, sin dar más explicaciones—. ¿Cómo pretendes que monte un vestido en unas pocas horas? ¿Con varita mágica? Cielo, soy modista, no una bruja. Necesito tiempo —sentenció, dejándome sin respiración.
—Voy a pasar ahora mismo por tu atelier sí o sí —insistí—. Si esta locura que me propusieron funciona, te prometo que te pago hasta el último centavo de todo lo que te he arrebatado. Y con intereses, te lo juro... ¡No creerás con quién hablé ayer!
—No quiero ni imaginarme quién te sacó de esa cueva que llamas trabajo —murmuró—. Bien, Sidney, estaré aquí esperándote, pero trae algo que comer. ¡Sé que tienes chocolates con almendras en tu nevera!
Mi hogar era un pequeño loft sobre la librería que había heredado junto con el negocio. Mantenía el mismo aire antiguo, como muebles de roble oscuro y cortinas de encaje desgastadas por los años, pero las lámparas de tono amarillo y el olor a papel le daban una calidez que jamás encontré en ninguna otra parte. Me abroché la camisa y recogí del suelo un suéter arrugado que había descartado horas antes, frustrada por no encontrar nada que ponerme.
El taller de Brenda quedaba a quince minutos a pie: un rincón distinguido en el corazón de Londres donde trabajaba mano a mano con su socia y cuatro costureras. Se conocía como el santuario de la costura exprés, famoso por rescatar a clientes desesperadas en la víspera de eventos importantes. A pesar de su profesión noble, siempre me sentí fuera de lugar entre las telas que brillaban bajo los focos con enormes lentejuelas. Las empleadas me saludaban de forma educada, pero lo sabía: a sus ojos, yo era la clienta que llevaba abrigos de lana en pleno 2024, la que pedía "nada escotado, pero que intrigue". Una vez entré, varias sonrisas forzadas no se alegraron de recibirme.
—Ya llamaré a tu amiga, Britney —Su socia, Valentina, nunca se había aprendido mi nombre, pero ya era muy tarde para decírselo, así que asentí con paciencia—. ¡Brenda, la chica de los cárdigans está aquí!
Mi mejor amiga se asomó tras la cortina roja que dividía el taller de la sala de clientes. Tras un vistazo rápido y una mueca de felicidad por el chocolate que le entregué, apoyó una mano en la cadera.
—Te daré una oportunidad, Sidney —remarcó mi nombre, asegurándose de que todas las presentes oyeran—. Tengo vestidos a medio hacer que podrían funcionar. Pero me lo devuelves esta noche, ¿entendido?
—Lo que sea, reina —respondí, siguiéndola hacia el interior del atelier—. Con tal de no llegar así al Crown & Vesper...
—¿¡Quién demonios te invitó al restaurante más exclusivo de la ciudad!? —exclamó, casi tropezándose por la impresión—. ¡Esta es una situación de alarma!
Brenda era un huracán de personalidad: su melena rizada en tono oscuro la hacía imposible de ignorar, al igual que su manía por combinar estampados con colores maximalistas que hacían voltear con asombro a las personas de la calle. Sin embargo, cuando le conté el asunto de Trent, su semblante se oscureció por el asombro.
—¿Y si todo es una farsa? —inquirió mientras me ajustaba un vestido negro de tirantes que fluía como una cascada hasta el suelo—. ¿Cómo permitiste que llegara tan lejos? Tú sueles ahuyentarlos con una patada —soltó sin filtros.
—No lo permití. ¡Me arrastró! —Suspiré—. Fue tan persistente que esta cita es básicamente una tarea. Hoy veremos si sus palabras eran sinceras, pero, en el momento, hasta yo fui incapaz de decirle que no —admití, rendida.
—Insistente... ¿A quién me recuerda? —musitó con una sonrisa pícara, pero mi expresión amenazadora la obligó a morderse la lengua.
El espejo me devolvía el reflejo de una mujer que no reconocía. Aquella prenda, que sobrepasaba lo necesario para la cita, me transformó en otra persona: la espalda descubierta revelaba una delgadez afilada, siempre escondida bajo ropa holgada, mientras mis brazos esbeltos y pálidos, acostumbrados a refugiarse en mangas anchas, no sabían cómo sostenerse ante ese nuevo escenario. Aunque el vestido no exhibía más piel de la cuenta, me sentía desnuda.
—Esto es... demasiado, Brenda —murmuré con la voz quebrada por la inseguridad—. Creo que exageraste en la parte de "intrigar".
—Honestamente, te luce mil veces mejor que a la rubia histérica que lo encargó —Brenda retrocedió unos pasos, escudriñándome con una expresión que no sabía si hacerme un halago o matarme por mi temor—. ¡Chicas, vengan a ver esto ahora!
El equipo de Brenda irrumpió en la habitación. Sus ojos incrédulos confirmaron mis temores: aquel vestido no solo me quedaba bien, sino, tras el ajuste de Brenda, parecía hecho para mi cuerpo.
—¡Es un crimen que escondieras esta espalda, Britney! —rugió la socia, arrastrando un maletín negro que se escondía bajo uno de los muebles—. Siéntate. Yo misma te maquillaré y te llevaré al restaurant. ¡Este vestido no va a caminar!
Lo que más me impactó fue la maestría con que Valentina moldeó un rostro renovado en treinta minutos. Aquellas mujeres poseían un poder alquímico en sus manos, transformándome en una mujer que no parecía ser yo. Cuando una asistente me enfundó en sus tacones altos como espadas, le sonreí agradecida, mientras luchaba por no tambalearme como en la cuerda floja de un circo.
Apenas me dejé caer en la silla, agotada por la plancha, las brochas y los tacones de aguja, Valentina gritó «¡No hay pausas!» y me arrastró a su auto. Brenda me lanzó un beso al aire desde la puerta, amenazándome entre dientes que debía pagar su favor monumental fuera como fuera. Mientras el deportivo de la modista nos llevaba a toda velocidad hacia mi destino, solo atiné a pensar: al menos en el mundo de la moda, el esfuerzo sí tenía recompensas.
Cuando me encontré sola en el exterior del restaurant de aspecto clásico, recibí varios vistazos de curiosidad que me hicieron sentir inquieta; los seres adinerados que concurrían esos lugares se preguntaban entre ellos: "¿quién es ella y por qué no la he visto antes?". No fue hasta que Trent se instauró a mi lado con su aura de empresario joven que los comentarios imprudentes cesaron; al parecer, él era la explicación que necesitaban.
—Llegaste tarde —le dije con la voz firme antes de saludarlo—. Son las siete y media.
—Lo mejor es que... —Trent, una vez me di la vuelta para encararlo, enmudeció. Impactado por el cambio de imagen, un pequeño cristal de vergüenza bañó su semblante—. Iba a decir algo ingenioso sobre cómo eres muy formal acerca de todo, pero... —Hizo una pausa mientras sus ojos aún me recorrían de arriba a abajo—. Creo que acabas de desarmar mi catálogo completo de frases que le diría a una chica bonita. Bien jugado, Sidney.
Me refugié tras una máscara de seguridad perfecta. En esos segundos, no era Sidney la librera, sino una aparición estelar de la que creí haber enterrado años atrás.
—Yo no espero a nadie, para que sepas —espeté—. Será mejor que entremos y lo compenses con uno de esos deliciosos vinos que vi en el anuncio. ¿Tienes algo más que decir antes de que empecemos con esto?
Expuesta a través de sus ojos, un escalofrío me dejó muda: no necesitaba leer mentes para saber qué es lo que su lenguaje corporal me gritaba. Él, tomando mi mano, me dio una vuelta inesperada para contemplar el conjunto entero.
—Tu vestido hará mi plan mucho más creíble —comentó de repente—. Ponte esto y, por favor, sígueme la corriente.
Agarrándome desprevenida, colocó un anillo en mi dedo anular; la pieza de joyería brillaba en un plateado único que jamás había visto antes. Muda de asombro, lo perseguí hasta el cubículo de recepción donde una mujer mordaz negaba el acceso a casi cualquier persona que intentaba entrar sin reservación. En el momento en que pretendí gritarle a Trent por haberme mentido, agarró mi muñeca con la arrogancia desmedida que solo él podía disfrazar de encanto.
—Disculpe —Él inclinó levemente la cabeza, para luego reproducir una voz teñida por una nostalgia calculada—. Hoy celebramos diez años de matrimonio. Justo aquí, a un lado de la tercera rosa de la fuente, empezó la mejor época de toda mi vida —Hizo girar el anillo en mi dedo, mostrando una inscripción borrosa que no existía—. Los Wentworth reservaron esta noche, pero por un asunto en Ginebra... —Dejó la frase en el aire, como si fueran amigos cercanos que guardaban secretos—. ¿Habrá modo de... honrar nuestro pequeño ritual? Por supuesto, el Dom Pérignon '96 sería el invitado perfecto.
La guardia entornó la mirada, pero Trent ya había llevado mi mano a sus labios en un gesto rápido y calculado; el roce de su piel contra la mía, breve pero significativo en medio del caos, logró distraerme de la indignación que me provocaba su osadía. La mujer consultó por el teléfono fijo al gerente del restaurante, el cual, con la premura de quien recibe a invitados VIP, nos asignó personalmente una de las mesas íntimas junto a la fuente.
—No puedo creer que hayas hecho esto —susurré, clavando la mirada en el anillo que ahora pesaba en mi dedo con la culpa del engaño—. ¿Tienes idea de lo que pareces? Un estafador de película, Trent —solté sin filtro, aunque un interés rebelde se asomó contra mi voluntad—. Aunque... debo admitir que fue impresionante. ¿Cuántas veces has hecho esto antes?
—Malhumorada —Esbozó una sonrisa de medio lado, como si el halago lo absolviera de sus pecados—, la única mentira fue el aniversario. No tuve tiempo de reservar, y dejar plantada a una dama no va conmigo —admitió—. ¿No es adorable celebrar diez años imaginarios contigo?
—¿Diez? —Arqué una ceja, fingiendo ofensa—. ¿A qué edad nos casamos, según tu fantasía? ¿En la cuna?
—Somos millonarios excéntricos, cariño —Rió, bajando la voz como si compartiera un secreto; se acercó un poco a mi oreja, dejando allí un contacto tenso y húmedo que me hizo tragar saliva—. Nos casamos a los diecinueve, heredamos una fortuna y ahora vivimos la vida como nos dé la gana —Su mirada recorrió el vestido—. Aunque tú... podrías convencer a cualquiera de que ese cuento es verdad. Luces como toda una princesa contemporánea.
Un leve sonrojo se quiso asomar en mis mejillas, pero lo espanté.
—Muy encantador, pero ¿cuál era tu verdadero objetivo al traerme aquí? —inquirí, rompiendo la burbuja de tensión que se había establecido.
Trent abrió la boca para replicar, pero un grupo de meseros animados nos cercaron como hormigas hambrientas alrededor de un cúmulo de azúcar. El gerente apareció con una botella de champán que nadie había pedido; inmediatamente, el estruendo del corcho sonó como un disparo. El destello de las cámaras nos cegó, arrancándonos de nuestra cúpula privada, mientras gotas de líquido dorado nos salpicaban las mejillas. Aturdida, seguí la voz del gerente, que, con el entusiasmo de quien ha hecho su noche, se apresuró a colocarnos para la foto.
—¡Cortesía de la casa por sus diez años de amor! —anunció, como si hubiéramos ganado el premio del año—. ¡Les rogamos que posen para nuestro hall of fame!
Nos empujaron copas heladas. Bebimos de un trago, aturdidos por la atención, pero antes de que pudiera negarme, el murmullo creció:
—¡Un beso! ¡Un beso! ¡Un beso!
El corazón me latió en las sienes. Sin dejar que Trent tomara la iniciativa y arruinara la escena de ensueño con su sarcasmo, lo agarré de la solapa de su traje azul marino y le planté un beso teatral que complacería al público. El sabor del champán en sus labios sería la llave de ese recuerdo extraño. Él se quedó inmóvil, con los brazos rígidos como un maniquí, hasta que mis dedos rozaron su barbilla con la dulzura de una esposa que jamás sería y me respondió con una efusividad que hizo que las personas aplaudieran con picardía. El beso duró cinco segundos eternos, los cuales fueron suficientes para que las cámaras capturaran la farsa. Al separarme, le susurré contra la comisura de su boca:
—Yo también puedo mentir de vez en cuando, mi príncipe contemporáneo.
Conteo de palabras: 2135
Palabras de interés
*Crown & Vesper: restaurant ficticio de esta historia.
*Loft: un ático.
*Old Money: Estilo clásico que se caracteriza por el lujo silencioso y contrastes neutros.
*Dom Pérignon '96: Vino blanco que rondea un precio de 400 dólares.
*Hall of fame: camino de la fama o simplemente las fotos de clientes destacados del restaurante.
***
¡Gracias por llegar hasta aquí!
¿Qué les parece la historia?
¿Qué piensan que ocurrirá a continuación?
¿Quién caerá primero bajo las garras del amor?
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