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"Deseos irrefrenables de verlo todo el tiempo. Inventarás excusas, las más tontas y variadas excusas para acercarte y hablar con ese joven Mew..."

    Gulf sacudió la cabeza como si espantar pensamientos indeseables fuera tan fácil como espantar moscas.

   Salió de su habitación justo cuando el sol comenzaba a caer sobre el valle fértil. La luz del crepúsculo se colaba por cada ventana y cada pasillo de aquel pequeño hotel creando sombras de formas extrañas en cada recoveco por el que caminaba Gulf. Un Gulf que no prestaba la más mínima atención a aquellas figuras fantasmales en las paredes de piedra sino que su vista subía y bajaba casi compulsivamente desde sus zapatos de cuero italiano, su traje azul marino de fina estampa, exclusivo de París y su corbata Hermes color amarillo oro que hacía juego con el reloj de diseño exclusivo (sólo existía otro en el mundo y lo tenía su padre) bañado en oro blanco de quince kilates y con manecillas cubiertas de diminutos y brillantes diamantes exóticos de Angola; diamantes que literalmente valían su precio en sangre.

   Gulf llegó a la última puerta de aquel extenso pasillo sintiendo la boca reseca por los nervios. Hizo una mueca al darse cuenta de sus nervios. Ni siquiera había preparado un discurso. No hacía falta. Con su sola presencia y con su atuendo elegido cuidadosamente deslumbraría a ese pobre jardinero y bastaría una de sus famosas sonrisas para enamorarlo.

   Gulf mientras abría la puerta se convencía de que al amanecer ya habría vuelto a su estado de cordura y ni siquiera recordaría ese insignificante Mew. A primera vista la habitación se veía vacía.

    Le habían dicho en la cocina que Mew estaba allí arreglando algo. Gulf después de entrar y cerrar la puerta lo halló tras una segunda inspección. Sólo se veían de él sus piernas. Estaba de pie con medio cuerpo oculto en la vieja y enorme chimenea que ahora estaba apagada.

    Mew se asomó un instante para ver al recién llegado. Tenía el rostro completamente ennegrecido por el hollín. Incluso su ropa de jardinero ya prácticamente no se notaba debajo de toda esa capa de ceniza que lo cubría. Entreabrió apenas los ojos y dijo señalando a un rincón:

   —¿Me puedes alcanzar aquella escobilla por favor?

    En la cocina le habían dicho a Gulf que otro empleado del hotel iba en camino para ayudarlo con la limpieza de la chimenea.

   —¡No soy un empleado! Soy el dueño. ¡Soy Gulf!

   La voz irritada de Gulf retumbó por la habitación. Mew lo volvió a mirar y dijo:

   —Lo sé pero ya que estás aquí podrías darme una mano.

    Ya se le estaban viniendo a Gulf a la cabeza todas las respuestas posibles más duras ante aquella impertinencia del jardinero cuando otro pensamiento se coló sin permiso en su mente y estremeció a Gulf al notar que sonaba con la misma voz de aquella gitana loca:

   "...sentirás la necesidad imperiosa de tenerlo cerca, necesitarás que te mire sólo a ti, que te hable, que te sonría..."

    Y antes de darse cuenta, Gulf ya se había acercado a él con la escobilla en la mano y luego de dársela sintió pánico al notar que no comenzaba a retroceder y alejarse sino que en un par de movimientos ágiles se metió dentro de la chimenea.

    Para cuando fue totalmente consciente de sus actos se hallaba de pie en un espacio muy reducido con su espalda pegada a la dura pared y con su pecho pegado al pecho de Mew de quien sentía su respiración agitada sobre su rostro y notaba a pesar de la semi oscuridad sus ojos rasgados y asombrados clavados en los suyos, completamente fijos, sin siquiera parpadear.

   —¿Qué haces...?

   — Ayudarte...

   —¿ Es que acaso...eres bueno limpiando chimeneas...!

   — Soy bueno...en muchas cosas...

   El mismo Gulf se sorprendió de la sensualidad de su propia voz al escucharse.

   "Esto será más fácil de lo que creí", pensó con sorna.

   Pero cuando iba a decir algo más, sintió que Mew se despegaba de él a toda prisa y se alejaba casi corriendo.

    —¿ A dónde vas?

   —¿No dices que eres bueno en la limpieza? Hazlo tú entonces. Yo tengo otras cosas que hacer...
   Y se fue, dando un portazo y dejando a Gulf sólo, confundido y cubierto de pies a cabezas de un oscuro y pegajoso hollín que sólo recién al amanecer lograría limpiar de su joven y desconcertado rostro...

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