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Estoy nerviosa, muy nerviosa, esta será la primera vez que esté frente a él. Aunque es profesor de matemáticas en mi escuela, no tengo el privilegio de ser su alumna porque dicta en los cursos inferiores, a los más chicos. Y yo, debido a mi coeficiente, estoy en último año y a punto de graduarme. No puedo creer que lo que siempre anhelé ocurra ahora cuando ya estoy por irme. Si por mí fuera repetiría todos los cursos otra vez.

―¿Ya sabes por qué le pedí a la profesora Tabares que te enviara aquí? ―niego categóricamente. Decirle que sé algo al respecto, solo acortaría este bello momento―. Bien, te lo explicaré, y espero contar con todo tu apoyo. ―Sonríe dándome casi un colapso.

Si le dijera que puede contar con eso y otras cosas más, me vería muy rara.

―Está bien, dígame en que puedo apoyarle ―me limito al guion de la buena chica.

Él se levanta de la silla y empieza a dar pasos alrededor de ella, es como si no supiera como abordar el tema. Luego de darle vueltas a cuál sea que fuera el asunto, larga una exhalación y empieza a hablar.

―Bueno, verás. Voy a necesitar un tutor sustituto para un grupo de niños especiales.

―¿Especiales?

―Si, muy especiales ―recalca―, ellos... ―vacila un poco―, no son precisamente lo que piensas con especial, y en realidad no son de esta escuela. Hacen parte de un lugar especial.

Lugar especial.

Es gracioso como usa ese término imprimiéndole cierta ternura. Incluso las vueltas que le da, lejos de molestarme hace que me... interese mucho más. Que digo, cualquier tontería que diga me interesa.

―Y si son especiales, ¿por qué cree que yo puedo ser la indicada?

―Porque eres la única con una insuperable habilidad matemática. Y es precisamente lo que necesitan esos niños.

Eso me llega al... corazón; sin embargo, que estúpida que soy, obvio lo sabe. Mis habilidades no son un secreto en esta escuela. Soy la mejor, y no es por vanagloriarme.

―¿Y qué es precisamente lo que necesitan?

Intento ponerme en su mismo plano.

―¿Eso quiere decir que te interesaría ayudar? ―pregunta como si en verdad estuviera interesado en mi respuesta.

―Si cree que puedo hacerlo, entonces lo haré.

―Eso me gusta ―dice y yo flipo internamente.

Tengo que bajar un poco mi rostro para que no note mi tonto rubor. Él toma asiento nuevamente, saca un papel de una carpeta y me lo entrega.

―Son los requisitos, y serán dos horas tres veces por semana. Tus padres deben consentirlo y firmarlo.

Vaya detalle, todo iba perfecto hasta que dijo eso. Lo cierto es que mi padre... jamás consentiría esto. Levanto mi rostro con timidez.

―¿Cuándo debo traerlo firmado?

―Lo antes posible, espero no haya inconvenientes.

Sí que los hay.

―No, claro que no.

Pero no debe saberlo. Me mantengo firme en mi decisión.

―¡Perfecto! ―festeja volviendo a poner su afable sonrisa―. Lo espero entonces ―añade y con eso da por terminada la charla.

Muy a mi pesar me levanto de la silla, tomo mi morral y doy la vuelta para irme. La verdad quisiera seguir conversando con él, preguntarle... más cosas. ¡Rayos! Tomo impulso y me giro cuando se está deshaciendo de su bata, dándome una vista del sexy e impecable atuendo bajo ella.

―¿Puedo saber por qué es tan importante? ―pregunto tomándolo por sorpresa.

Al principio me mira inexpresivo mientras dobla su bata y la mete en su maletín. Seguido afirma la montura de sus lentes que ocultan su hermosa y amielada mirada, también curva sus labios haciéndome sentir que no he cometido una imprudencia.

―Gracias por preguntarlo. Esos chicos son muy especiales porque no tienen muchos recursos para prepararse y solo tienen una oportunidad para conseguir sus sueños. Mi esposa está en su último mes de embarazo y no voy a estar para ellos como esperaba; tampoco quiero defraudarlos.

Escuchar lo de su esposa no es agradable; sin embargo, tampoco es algo que pueda remediar. ¡Dios! Tampoco quiero desearle males.

―¿Entonces son importantes para usted?

―Mucho ―afirma con tesón, eso me hace sonreír.

―Está bien, mañana lo traeré firmado ―digo decidida, complacida y dejando de lado como haré que eso en realidad pase.

―Entonces mañana le diré que es lo que hará ―repone con mucha seriedad.

Asiento y con la misma cara tonta y complacida salgo de la sala. Sin importar como, mañana lo traeré firmado. Fuera de la escuela, Albert me espera de pie al lado del auto, apenas me ve abre la puerta para mí. Le saludo y tiro las cosas dentro al tiempo que subo y me acomodo.

―Llévame a casa, Albert ―digo, y lo cierto es que necesito hablar con papá.

―Como ordene, señorita ―contesta amable como siempre, e inmediatamente empieza a conducir.

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Gracias por leer!!

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