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Ser la niña obediente de siempre...
Mi padre no podía ser más irónico en su vida. Yo no era su niña, parecía más un juguete con el que él podía jugar a su antojo; sin embargo, si él creía que iba a dejar que hiciera conmigo lo que le diera la gana, estaba equivocado. Quizás, ahora no lo contradijera porque no tengo más remedio que acatar lo que ordena; pero, muy dentro de mí sigo luchando contra la idea de obedecerle. Estoy decidida a mostrarle que soy su hija. No ese juguete en el que pretende convertirme, y la sola idea de casarme con el padre de Brice, me revuelve el estómago hasta querer vomitar.
Después de forzarme a comer porque lo necesito, salimos del restaurante directo a casa. Al llegar, Eleonora me espera y su cara es de excesiva preocupación. Mi padre ni siquiera la determina, simplemente pasa de ella directo a las escaleras y seguramente rumbo a su despacho. Sin embargo, se detiene al pie de ellas y nos miró a ambas con altivez, aunque fijándose más en ella.
―No voy a despedirte ni a ti ni a Albert gracias a que Leah ha decidido entrar en razón. Ven a mi despacho después. Tengo nuevas órdenes para ti ―advierte con voz gélida y nada amable, que solo confirman lo frío y lejano que se ha vuelto para mí.
No lo quiero.
―Sí, señor ―contesta ella, obediente.
Mi padre hace un gesto de desdén y prosigue su camino sin inmutarse de nada más. Eleonora abre sus brazos cuando ya no hay rastro de él y yo no dudo en aceptar su cobijo. Recostada en su pecho, la miro por el rabillo de mi ojo, y su rostro compungido demuestra que no lo ha pasado mejor que yo. Me siento culpable por haberlos involucrado a ella y Albert en todo esto. Pero eso no disminuye que mi padre sea un monstruo.
No es indiferente para mí la admiración que ella siempre ha sentido por él. Siento pena porque es tan altivo y prepotente que jamás siquiera notará que ella lo ha querido en silencio todo este tiempo. no es difícil llegar a esa conclusión por la forma en que le mira. Anhelante. No obstante, pienso que es una tonta desperdiciando sus sentimientos en un hombre que ahora solo se quiere así mismo. Él nunca se fijará en ella. Después de la muerte de mi madre solo le vi guardarle luto y respeto una sola vez y fue durante su funeral, luego de eso ha traído a cuanta rubia interesada se le pase por el camino.
―Lo siento, Ele ―digo, aunque en el fondo no es suficiente disculpa.
―No tienes por qué disculparte, no es tú culpa. Finalmente estuve de acuerdo.
―No, yo...
―Leah, tan solo eres una niña. Lo siento por no darme cuenta antes, pero no deberías cargar con tantas responsabilidades ―me replica con ternura y no puedo refutarla.
Toma mi mano y haciéndose cargo de mis cosas, en silencio vamos hacia mi habitación. Al entrar sé que quiere quedarse, pero, aunque deseo que lo haga no puedo permitir que mi padre siga molestándola por mi culpa.
―Ve. ―La detengo cuando se dirige a mi closet―. No te preocupes, yo puedo sola.
―¿Estás segura? ―pregunta con un deje de genuina preocupación.
―Sí, ve; además estoy cansada de todo esto. Quiero dormir un rato ―respondo concisa para que deje de preocuparse.
―No te creo, Leah ―insiste y tengo la necesidad de mostrarme firme.
―Sí, anda. Tomaré un baño y luego una siesta. Puedes venir por mí para la cena.
Eleonora suspira audible derrotada, como si sintiera que ya no puede hacerme cambiar de opinión tan fácilmente.
―Está bien. Volveré para la cena ―acepta finalmente y luego de besar mi frente se marcha.
Internamente le deseo buena suerte con el tirano de mi padre. Y apenas me encuentro sola cierro la puerta y dejo mi bolso aun lado y busco el teléfono fijo de la habitación, debo apurarme ahora que está ocupado con Eleonora. Voy por mi vieja libreta de números de teléfonos, ahí debo tener anotado el de Brice. Me quito los zapatos y me tiro sobre la cama mientras busco entre las hojas. Afortunadamente lo encuentro y lo marco enseguida rogando porque pueda salir la llamada porque con mi padre no se sabe. Me alivio cuando escucho que, si me deja hacerla, y aguardo algo impaciente mientras conecta la llamada.
―Sí ―contesta al tercer tono, alegrándome.
―¡Brice!
―Leah, ¿eres tú? ―pregunta.
Es palpable la tensión en su voz. Me hace sentir extraña su preocupación. Debe ser porque jamás estuvimos sobre ese plano que va más allá de una exigua amistad.
―¡Si tonto!, soy yo ―rezongo con humor.
―Estaba preocupado tratando de localizarte.
―Ya lo creo; pero olvidas que rompiste mi teléfono ―digo agreste y lo escucho gruñir al otro lado―, por eso te llamo de la línea de casa.
―Eso veo; pero fue tu culpa ―se queja en vez de resarcirse con una excusa―. además, te habría comprado uno nuevo.
―Vaya, que atento ―me mofo de la situación más que de él.
―Deja de bromear. En serio estaba preocupado, y me alegra que me llamaras. ―Su voz cambia a un tono que, aunque sigue siendo preocupado se escucha como un reproche.
―Estoy bien.
―Mientes.
―Brice...
―Papá avisó que llegará para la cena y que trae buenas noticias. Y tú y yo sabemos cuáles son esas noticias.
Y bastante que lo sé; pero son noticias que se me antojan como una sentencia a muerte.
―No voy a hacer lo que dice ―mascullo con firmeza.
―¿Crees que puedes revelarte? ―cuestiona con dureza.
―No lo sé, me puso contra la espada y la pared; pero lo intentaré.
―¿Qué piensas hacer?
―Aun no sé...
―Escapa conmigo ―menciona de repente dejándome consternada. No lo había contemplado; además que eso suena a una locura―. Escapémonos juntos, Leah ―repite.
―¡Estás loco! ―reacciono a su propuesta.
―No ―responde inflexible―. Simplemente no voy a dejarte sola en esto. Recuerda que prometí cuidarte. Y lo voy a hacer así tenga que enfrentarme a mi propio padre ―añade y suena tan decidido que me desarma completamente.
¿Tanto está dispuesto a hacer por mí? La respuesta parece pulular frente a mis ojos como una ondeante bandera, pero que nunca antes la vi.
―Está bien ―respondo finalmente y el suspiro de alivio que escucho al otro lado me da ánimos para pensar que, aunque parece una absoluta locura, debo... intentarlo.
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