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»34«

No me lo esperaba, mi padre era la última persona que quería ver en este momento. Brice intenta acercarse, conozco su intención, y le detengo. Por mucho que lo diga, al final no hay nada que pueda hacer.

―Te veo mañana en la escuela ―digo esbozando una sonrisa para tranquilizarlo.

No se la traga, su cara de descontento lo dice todo. No le doy largas, y seguido miro a Rosie y ella capta mi gesto.

―Te acompaño ―dice con amabilidad y empieza a caminar hacia la puerta.

Le sigo. Agradezco que haga silencio y no diga nada mientras caminamos hacia dónde está mi padre. En cada paso que damos escaleras abajo hacia él, no puedo evitar seguir pensando que odio a mi padre con todas mis fuerzas, y que habría preferido que nunca regresara.

―Quédate, Leah ―la voz de Brice a mi espalda, hacen que me gire y le mire con compasión.

Es indudable que él ha causado muchas revoluciones en mi vida. Me ha hecho experimentar sentimientos que antes desconocía. Me ha hecho sentirme real, adolescente, humana.

―Estaré bien, no te preocupes ―digo mostrando mi entereza, aunque en el fondo sé que su preocupación no es infundada.

Su mueca de sonrisa tiesa me comprueba que no lo cree así ni lo hará. Y al igual que él, yo también dudo de eso, algo me dice que el regreso intempestivo de mi padre solo me traerá problemas. Sin detenerme más avanzo hasta llegar a la sala donde efectivamente se encuentra sentado el gran Lucius Clarkson, quien apenas me ve se levanta del sofá y se dirige hacia la puerta.

Nada de: hola hija, ¿cómo estás?

No hace más que decepcionarme todavía... más.

―Gracias por traerla ―se dirige a Rossie, luego mira con descontento más allá de mí, donde se encuentra Brice―. Tú padre volverá pronto, trae buenas noticias para ti ―le anuncia y la sorna en su voz es palpable. Sin esperar reacción de Brice marcha a la salida.

Lo miro de reojo y sé que capta a la perfección una noticia que más parecía una advertencia para él. Levanto mi mano y me despido de él. Resignada voy detrás de mi padre. Afuera con la puerta abierta nos espera Will, su chófer. Ni siquiera pregunto, obvio sé que no me dejará ir con Albert a quien no veo por ningún lugar. Subo al auto y él lo hace después. Le ordena a Will que nos lleve a Le Court, su restaurante fino favorito. Me abstengo de hablar, la verdad no tengo nada interesante para preguntar. Lucius no es muy comunicativo que digamos, y por lo general solo informa lo que es importante para él. Sus negocios.

Llegamos al elegante lugar y luego de ser dirigidos por un mesero hasta su acostumbrada mesa reservada junto a la panorámica principal, tomamos asiento. Pide vino y me deja elegir mi comida, que es lo único que me concederás decidir, y la verdad muero de hambre. El hombre se marcha y otro aparece para servirle el vino. Mi padre es un hombre metódico y calculador, pero no me es difícil seguir la línea de sus gustos.

―Y bien, me vas a decir que te traes con el hijo de Bob.

No me extraña que no me lo pregunte para que responda, de forma voluntaria.

―No me traigo nada con él, Brice y yo somos amigos, u olvidas que crecimos juntos ―replico.

―Vas a comprometerte con Bob, no crees que no sería ético salir con su hijo.

Quería sorprenderme con sus palabras, pero era imposible con mi padre.

―Eso no sucederá.

Me niego.

―Eres mi hija y harás lo que yo digo.

Quisiera molestarme al escuchar eso; sin embargo, no hay caso. Me frustra.

―Si realmente lo fueras, no me estarías vendiendo de ese modo ―emito con la frustración a flor de piel.

―No te estoy vendiendo, no exageres. Es algo que está decidido, ya te lo dije.

Sí que me lo dijo, nunca lo preguntó. Nunca escuchó mi opinión.

―No. No lo has hecho, solo lo impusiste como si yo fuera una muñeca a la que puedes poner donde te convenga. Se supone que soy tu hija ―levanto mi queja, aunque no hará ninguna mella.

―El compromiso será anunciado cuando termines tus estudios. Ya está decidido. Así que concéntrate en eso por el momento.

Lo dicho.

―¿Me estás escuchando papá? ―insisto.

―Y el matrimonio será después ―prosigue como si no me escuchara.

―¿Me estás escuchando? Mamá jamás habría aprobado esto ―acuso sus decisiones, y cuanto desearía que ella estuviera.

―Tu madre está muerta. ―Pero él mató hasta el recuerdo que quedaba de ella―, y yo debo asegurarme que tengas un buen futuro.

Pero no es el futuro que quiero.

―¡Casándome con un viejo! ―exploto, estoy cansada de eso. De todo.

―Baja la voz ―me reprende mirando a todos lados como si ahora tuviera razón para hacerlo, pero es vergüenza, todos nos miran―. Bob es mi amigo. Él cuidará bien de ti ―añade con serenidad, pero a mí se me antoja que solo es puro cinismo.

―Tú no eres mi padre ―mascullo indignada―. Eres un monstruo ―le restriego y me encantaría gritarlo.

―Soy tu padre, y hago lo mejor para ti. Y para evitar problemas, te portarás bien hasta que eso suceda, y por lo cual empezarás por dejar de verte con ese chico.

―¿De qué hablas? No puedes prohibirme que vea a Brice. Es el hijo de tu amigo. ―Hago sarcásticas comillas con mis dedos levantándome de la mesa.

Poco me importa que nos vean. Solo él cree que esto es una conversación padre e hija, cuando no es más que una discusión de una hija que por una vez en su vida quiere tener un padre.

―Siéntate ―indica con enfado cuando ve que el mesero se acerca con una bandeja.

No lo hago, lo miro y lo reto con la mirada. El mesero nos mira a ambos sin saber qué hacer con la bandeja de la comida.

―Gracias, pero ya no tengo hambre.

Después que murió mi madre y creí que solo me quedaba él, siempre fui obediente. Siempre hice lo que pidió y me concentré en complacerlo; pero ya no. Prefiero quedarme en la calle. Doy un paso fuera de la silla.

―Vuelve a tu lugar ―murmura apretando los dientes.

―¿Por qué lo haría?, dije que no tengo hambre.

―Porque tengo algo importante que decirte. Si no tienes hambre es tu asunto. Te conviene escucharme querida Leah. ―¡Dios! Es realmente un insensible que lo que le preocupa es el mismo; pero sus palabras realmente me hacen dudar. Algo me dice que su repentino regreso no es solo para dictaminar mi futuro―. Vuelve a tu asiento, ahora.

A regañadientes vuelvo a sentarme y él le hace un gesto al mesero con buen humor que me sirva la comida. Este obedece y lo hace algo incómodo.

―Dije que no tengo hambre.

―Sí tienes. No vayas a enfermarte, cariño.

Eso me hace bufar. Es un manipulador.

―¿Tanto te importa?

―Más de lo que crees.

¡Sí, claro!

―Mientes ―gimo sin poder evitarlo.

El mesero se va luego de servir los platos y aunque se ve apetitosa la comida no podría tragarla; pero llevo muchas horas sin comer. Tomo el tenedor, pero no porque me obligue.

―El colegio me envió una carta de agradecimiento por la labor que haces ayudando a niños sin recurso ―empieza a hablar y yo no puedo evitar ponerme nerviosa―. Dime, ¿desde cuándo he autorizado que mi hija se porte como una buena samaritana?

Trago grueso, sabía que había algo más. Intento buscar una respuesta.

―Eso...

―Tal vez deba despedir a Eleonora por no decirme.

Abro mis ojos.

―¡No! Ella... no sabía... no puedes despedirla.

―Si puedo. Ella está para cuidarte. No para avalarte distracciones sin mi permiso.

―¡No es así!

―Sí lo es. Por eso ella pagará su desacato.

―Pero padre ella...

―Sí tiene la culpa, y por eso voy a despedirla. Y en cuanto a ese pequeño altruismo, vas a tener que dejarlo. ―Lo miro con horror, mi padre verdaderamente es un monstruo―; pero, si sigues siendo obediente con lo que te digo, tal vez reconsidere mi decisión. ―Realmente no doy crédito a lo que dice―. Así que, querida hija, ¿vas a seguir pensando que puedes desobedecerme?

Él no puede hablar en serio, él sabe lo mucho que significa Eleonora para mí. Ella ha sido la única persona que me cuida. Si se va me quedaré sola, no podré soportarlo...

―No la eches... por favor.

No puedo dejar que lo haga, al final ella ha demostrado que es más amable que mi propio padre.

―También a Albert ―prosigue y yo abro más mis ojos―, jamás lo he autorizado para que te lleve a lugares diferentes a la escuela ―añade mostrándose ufano con sus decisiones.

―No, por favor... ellos no...

―¿Entonces qué decides? Seguirás revelándote o volverás a ser la niña obediente que siempre has sido con su padre.

Sus palabras me hacen tragar grueso, tanto que siento que me asfixio. Me niego a creer que esté chantajeándome con eso. Con eso solo reconfirmo que tengo un padre de lo peor, y que definitivamente lo odio. Finalmente no tengo más remedio, asiento lentamente con mi cabeza muy derrotada, y con todo el dolor y la rabia que me embargan en este momento.

~°~°~°~°~°~°~

Jelou!!  Como ven se vienen muchas dificultades para Leah. ¿Alguien quiere un papá como ese? Seguro que no jjajaj.

Gracias por leer!!

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