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»13«

Al finalizar la jornada de dos horas y en las que tuve ya la oportunidad de presentarme y hablarle a los chicos de lo que íbamos a estudiar, salgo del salón hacia una especie de cafetería pequeña. El profesor Young me espera allí con una amplia sonrisa en su rostro sentado junto a Melissa, y otro hombre mayor, este se levanta extendiéndome su mano.

―Gracias por colaborar con nosotros ―dice con tono muy efusivo―, estuve mirándola y creo que tiene todo el talento para enseñar.

Eso me hizo sonrojar, la verdad no esperaba tener tantos halagos el primer día. Todo era tan irreal que esperaba no se acabara. Afortunadamente mi padre jamás pregunta por lo que hago o dejo de hacer, y no me será difícil salir de casa todos los sábados en la mañana. Solo me preocupa Eleonora, a quien le mentí con que estaría en unas clases extras en la escuela, y donde Albert ya debe estar esperándome.

―Gracias, espero hacerlo lo mejor posible.

―Y lo harás. Que la hija de Lucius Clarkson esté ayudándonos es un gran privilegio.

Si supiera que mi padre no tiene ni media idea de esto, no estaría diciendo precisamente, eso. Además, al gran Lucius no le importa ni cinco que yo ayude a niños sin recursos.

―No es nada.

Afortunadamente la conversación no se extiende y yo quedo de volver el próximo sábado. El profesor y su esposa me dejan en la escuela y yo espero que ellos se marchen para salir corriendo a donde se encuentra Albert apostado esperándome en el auto. Me subo de inmediato.

―Vamos a casa, estoy cansada.

―Lo siento señorita, pero no puedo llevarla a casa.

―¿Por qué?

―Su padre me pidió que la llevara a otro lugar.

¿A otro lugar?

―¿Ya está de vuelta?

―No, me dio indicaciones para que la llevara a esta hora a ese lugar.

―¿A dónde Albert?

―A un restaurante ―dice dejándome muy preocupada. No estoy de ánimos para ir a un restaurante.

Pero que mi padre haya dicho eso solo significa que me descubrió y ahora quiere que le explique lo que voy a hacer ―¡demonios!― mascullo bajo recostándome sobre el espaldar del asiento. Saco un espejo de mi bolso y me arreglo un poco el pelo, también me pongo un poco de brillo en los labios. Miro mi ropa y creo que mi atuendo no desentonará con el lugar y menos con papá.

Al llegar Albert me deja en la entrada de un restaurante muy elegante y se marcha. Suspiro hondo, estando con papá no es necesario que el me espere. Entro al lugar y al verme uno de los que atienden me acerco y al dar mi nombre me indica que me están esperando en una mesa. Me apresuro, pero al llegar me detengo en seco. No es mi padre quien me espera, es Bob Cameron. Este levanta su mirada desconcertándome por completo, tanto que quiero devolverme. Él se levanta de la mesa.

―Hola Leah.

¡Es en serio!

―Como está señor Cameron.

―Bob, estaría bien. Ya te lo dije.

―No quiero ser irrespetuosa.

Me niego a tratarlo como si tuviera mi edad.

―Créeme no lo eres. ―Este hombre me hace tragar grueso, mucho―. Toma asiento por favor.

―¿Y papá vendrá? ―pregunto con mi reticencia a quedarme a almorzar con este hombre.

―Luc no vendrá. Me dio permiso de invitarte, espero no te moleste ―explica sentándose y colocando la servilleta en su regazo.

―Ah, ya veo ―digo sin más remedio.

Él sigue indicándome que me siente y no me queda más remedio que hacerlo. Un mesero se acerca ofreciendo la carta de vinos de entrada y él lo recibe haciéndole alguna sugerencia.

―¿Vino? ―me pregunta mirándome fijamente.

―No ―deniego su petición.

―¿Por qué? ―pregunta con tono inocente y yo pienso que es un caradura.

Tengo diecisiete, no puedo beber. Tampoco me gusta.

―Aún no puedo beber. Papá se molestará

―Tonterías. Puedes hacerlo si quieres.

¡Que cretino! Eso me hace exhalar.

―Prefiero no hacerlo.

―¿Ni siquiera por complacerme?

La cara que pone me acalora. Es innegable que Bob es mayor, peor tiene su atractivo y sabe cómo usarlo.

―Está bien, solo una copa.

Me rindo. Ya he tomado vino antes, razón por la que no me gusta.

―¡Perfecto! ―festeja como si hubiera ganado algún premio.

El hombre se marcha, luego de también hacer la elección del menú y al rato regresa con una botella de Malbec, la reconozco porque a papá le encanta ese vino.

―¿Y qué tal tu clase? Eleonora me comentó que estarías en la escuela ―comenta mientras el hombre sirve las dos copas y deja la botella a disposición por pedido de él.

Que mencione a Eleonora solo me trae mala espina, me hace pensar que ella sabía de esto; pero por qué no me lo dijo cuando salí en la mañana.

―Bien, supongo ―contesto disimulando el desgano que me causa todo esto.

―Eso está bien.

―¿Puedo saber algo?

―Claro, puedes preguntar lo que quieras.

―¿Por qué hace todo esto?

―¿Qué cosa?

―¡Todo esto! ―señalo molesta―. No soy tonta, para no entenderlo.

―Eso me parece bien ―contesta ufano―. Y la respuesta es, porque me interesas. Tú me interesas mucho hermosa Leah.

Que sea tan directo y lo diga sin tapujos me hace sentir nauseas. Sin embargo, está claro que este hombre no se va con rodeos y no soy tonta para saber a qué clase de interés se refiere. La comida llega rompiendo con el silencio que se ha formado luego de su respuesta. Él hombre coloca los platos mientras yo no sé qué hacer ni dónde mirar, Bob, y su expresión seductora no dejan de desnudarme. Y lo odio. Ya lo odio. Me hace preferir el beso que me robó Brice.               

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