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»12«

―¿Está bien señorita Clarkson? ―El profesor Young llama mi atención, haciéndome abrir los ojos por mi estupidez.

Me pregunto cuanto tiempo llevo elevada y sumida en mis propios pensamientos, que no me percato que él ya ha llegado. Suspiro bajo, el culpable de todo es Brice.

¡Sí, Brice!

Aunque he tratado de olvidarlo, el recuerdo solo me tortura y parece no dejarme en paz. Es un estúpido, ¡cómo pudo robarme mi primer beso! Miro al profesor y me siento fatal porque era a él a quien que ría dárselo costara lo que costara; sin embargo, no debería darle tanta importancia, tampoco fue algo que yo hubiera... consentido... Brice me besó a la fuerza, yo jamás le habría respondido por gusto propio.

―No pasa nada. Estoy bien, profesor.

―Parecía estar en la luna. ―Sigue tratándome con la misma formalidad.

―Lo siento.

Arrugo mi rostro avergonzada.

―No tiene por qué disculparse, debe tener sus propios asuntos ―dice, y la calma en su gesto me decepciona un poco.

Pero que puedo esperar, apenas y sabe que existo y es gracias a mi habilidad en matemáticas.

―No es nada, de verdad.

―Está bien, te creo. Ahora vamos, Melissa nos está esperando con los chicos.

Melissa, así se llama su esposa. Ella es profesora de artes y su colega; pero últimamente no está asistiendo a clases y creo que esta de licencia por su embarazo. Todo eso solo convierte al profesor en un imposible para mí, sin embargo...

―¿Chicos? ― cuestiono torpe.

―Sí, los especiales. Ya los conocerás, aunque ellos también desean hacerlo.

Ah, lo había olvidado. Bueno, con él presente siempre olvido todo, hasta respirar. Asiento a lo que dice y lo sigo a lo largo de un pasillo. No estamos en la escuela, hemos venido a alguna especie de lugar recreativo porque hay mucha gente a nuestro alrededor yendo de aquí para allá con niños y algunos de mi edad. Una especie de fundación. Llegamos hasta un salón y el empuja la puerta sin demora, en efecto, dentro y sentada en la silla del escritorio se encuentra Melissa. Ella al vernos se levanta y se acerca saludando primero efusivamente a su esposo, y luego, pero menos efusiva se dirige hacia mí.

Su barriga se ve enorme y estaba muy alegre al igual que él. Frente a nosotros, se encontraba un grupo de diez niños quienes se levantaron de su pupitre al vernos entrar. El profesor les pide que tomen asiento nuevamente y empieza a contarles que yo seré su nueva tutora dejándome en un momentáneo shock. Él me hace pasar a su lado presentándome y diciéndoles que durante el tiempo que dure la tutoría me llamaran con mucho respeto señorita Clarkson.

―¿Cree que puedo hacerlo? ―le susurro preocupada.

―Por supuesto que sí, eres una excelente alumna y los temas que ellos deben estudiar para prepararse ya los conoce de sobra.

―No quiero defraudarlos ―digo porque lo que dice suena muy comprometedor―. ¿Qué pasará si no lo logro?

―Lo hará, no se preocupe. Ellos son niños muy inteligentes y usted también.

Eso no me calma del todo, pero por el momento no iba a echarme para atrás. Luego de presentarlos uno a uno por sus nombres, él me lleva a parte y me entrega el plan de estudios con todo lo que ellos deben aprender. Y era verdad, los temas no eran tan complicados. También me explica que los niños son de bajos recursos y él les ayuda preparándolos para que obtengan becas de estudio; y lo seguiría haciendo si no tuviera que retirase y ocuparse de su esposa, razón por la cual los deja en mis manos.

Me rasco un poco la cabeza, nada de eso me alienta, pero tampoco puedo desearle males a su esposa, según él, tiene un embarazo de alto riesgo y si no tiene cuidado probablemente pueda perder a su bebé. Trago en seco, no tenía idea de nada, y lo último que podía hacer era sentir pena por ella.

―¿Cuánto tiempo debo prepararlos?

―El concurso es en tres meses, por lo tanto, será alrededor de dos meses y medio.

―¿Debo estar con ellos en el concurso?

―No, la escuela se hace cargo yo solo debo prepararlos, aunque también espero poder acompañarlos y si quiere, usted también ―dice y su tono familiar y respetuoso que me hace sentir bien. Es como si hubiera mucha confianza.

Repentinamente toma mis manos y las apresa suavemente con agradecimiento enviando una descarga de adrenalina a mi corazón. Con este pequeño gesto puedo darme por bien servida. No se siente del todo bien pero tampoco puedo pedir más. El profesor Nicholas Young, es, realmente un imposible para mí. 

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