Epílogo
A los 33 años de edad, Dante Thatcher fue declarado culpable de intento de asesinato, obligado a cumplir una pena de diez años en prisión.
La audiencia se había reducido, luego del impacto mediático, los meses terminaron por diluir la noticia hasta pasar al siguiente escándalo.
Una madre desconsolada lloró por él en los brazos de sus familiares.
Un sacerdote rezó por él, esperando que encontrara la paz, pese a los demonios internos atormentándole.
La víctima, ni siquiera volteó a mirarlo ni una sola vez. Simplemente, frente a él, se fundió en un caluroso abrazo con su marido. Aquel hombre le estrechó con cuidado, hundiendo su rostro entre su cuello, tras murmurarle algunas palabras al oído.
Dante no se inmutó. El odio seguía vivo en su interior, agitándose furioso, porque su único remordimiento, era no haberlos matado. Se levantó por su cuenta, las cadenas sujetando su ira, chirriaron en cada paso mientras desaparecía detrás de una puerta, sosteniendo la mirada en la feliz pareja, regocijándose al arruinar su vida.
Asher, ni una sola vez se molestó en visitarlo, eso era lo que significaba en su vida. Nada, nadie.
El viento le susurraba al oído, sobre lo ridículo que se miraba, suspirando por el hombre dormido, tumbado sobre la manta, entre el límite de un campo de pasto y la arena del mar. Las olas guardaban en secreto sus pensamientos. Sus manos eran las únicas que delataban el porqué de cada latido.
Recorrió, con sus temblorosos dedos, el contorno de ese rostro. La barba rasurada de días, le hizo cosquillas en las yemas. La sonrisa bobalicona no se le borró, sus comisuras se estiraban a medida que su raciocinio se perdía. Sin permiso, tomó de esos labios un suave beso, solo el roce le produjo nerviosismo, le inyectó adrenalina.
— Sabes, acabas de cometer un delito — Jayce acarició su cadera, en un movimiento torpe, por culpa del cansancio. Las risas de Asher las sintió contra su pecho, como si fuesen propias — Besar a una persona inconsciente, no es muy noble —
— ¿No te gustó? — Esperaba ansioso, a que él abriese los ojos. Acarició su mejilla con sus labios, suplicando por atención — ¿Me vas a denunciar? Soy muy joven, apenas tengo 32... No puedo ir a prisión — su tono bromista, consiguió una sonrisa en su esposo.
Las citas, en donde no hacían más que estar uno al lado del otro, habían empezado a ser más frecuentes. El ataque de Dante, dejó cicatrices profundas, más de las que solo se apreciaban en la piel. Experimentar la visita de la muerte, trajo consigo la dicha de celebrar la vida, como si cada día fuese el último.
Jayce abrió los ojos. Asher encontró dos motivos más por los que sonreír. Tomó otro beso de su boca, suspirando al recibir una respuesta de esos apetitosos labios. Sus latidos parecieron sincronizarse, contando la misma melodía. Derritiéndose por probarle, quiso alargar el momento, hasta perder el aliento.
Asher se recostó contra su pecho, en el hueco de su hombro, pegando su nariz contra su cuello. Disfrutando de las caricias en su espalda, adormecido por esos desvergonzados dedos, colándose debajo de su camisa, para tocar piel contra piel.
— Te amo, Jayce — confesó, perdiendo el pudor de tener de testigo al vasto mar a sus espaldas. Los párpados le pesaban, el cansancio de los últimos días, provocados por su adicción al trabajo, estaban mermando sus últimas fuerzas. Si tuviese un deseo, ese era ser mimado por su esposo.
— Yo también, pero ahora, ¿con qué quieres manipularme? — Le cuestionó, como si leyera lo que se escondía en lo más recóndito de sus pensamientos. Su lugar favorito en el mundo, era aquel... en donde podía sostener a su amado en sus brazos, sin importar donde fuese, mientras estuviese junto a él.
— ¿Por qué siempre tienes malas ideas sobre mí? —
— ¿Estoy equivocado? —
Asher solo se carcajeó, su intento de hacerse la víctima, pretendiendo estar ofendido por su cuestionamiento, se derrumbó con esa segunda pregunta. Su esposo le conocía a la perfección, tantos años de convivencia, le habían enseñado a entenderlo.
— No, no lo estás... Te odio cuando tienes razón —
— Es decir, todo el tiempo —
Aunque se hiciera el difícil, Jayce siempre terminaba cediendo. A Asher no le importaba que el resto del mundo desapareciera en ese instante, mientras pudiese quedarse un segundo más con él.
Las caricias sin segundas intenciones, le tuvieron dormitando. Aquellos besos descuidados sobre su frente y el ruido de cada respiración, ese era su paraíso, su felicidad.
La tarde empezó a caer por el horizonte, el límite entre el cielo y la tierra, con el sol reflejándose en el mar, se hacía difuso. Regresar a casa, tras empacar la canasta en la parte trasera del vehículo, le trajo cierta pesadumbre. La mano en su muslo, subiendo y bajando, como si propusiera alguna indecencia, le tenía con una sonrisa, oculta bajo la palma.
— ¿Qué quieres cenar, Ash? — Aunque tuviese los ojos puestos en el atropellado camino de tierra, su atención estaba en el hombre sentado en el asiento de al lado, ensimismado en el paisaje de la ventana — Hoy me siento benevolente, podría darte un gusto y no seguir las indicaciones del médico —
Su pobre corazón aún le pasaba la factura por sus faltas, nacer tan débil nunca fue una ventaja, ni para pedir limosna.
— Un gran, grasoso y jugoso pedazo de carne, todo malo para las arterias —
— ¿Qué dijiste? ¿Pollo, espinacas y un poco de atol de avena? — Jay sonrió ladinamente, sabiendo de la molestia del contrario — Ese es mi chico, siempre pensando en comer saludable para vivir mil años conmigo —
— No me da risa, tacaño — de mala gana, Asher apartó aquella mano en su pierna, queriendo mostrarse ofendido. Las carcajadas de Jayce, solo le hicieron enfadar de verdad.
El resto del camino a casa, se la pasó jugando a la guerra fría, mientras Huxley no paraba de llamar su atención, con toques o palabras, queriendo que le dirigiera la mirada una sola vez. Asher, prácticamente se tiró del vehículo cuando Jayce se estacionó a un lado de su hogar. Quiso apresurarse, pero las pisadas de su esposo eran mucho más veloces y largas, le arrinconó con facilidad en la puerta de casa.
— ¿Estás enojado? — Las ganas de burlarse, no se las borraba esa mueca de molestia en esos labios, finos y rosados. Sentía que era apuñalado por esos furiosos orbes azules, las puntas de sus cabellos, brillaban por el reflejo del moribundo sol contra el cristal de la puerta principal.
— No — Ash se mantuvo firme, negando lo obvio. Usó sus manos como palanca, guardando distancias con el otro, sin embargo, fue una inútil batalla. Su boca fue aprisionada en un beso descuidado y demandante, se quedó sin aliento al corresponderle, sus fuerzas por mantenerse en pie, le abandonaron.
Asher, tembloroso, se tuvo que sostener de él al enredar sus brazos alrededor de su cuello, echándole todo su peso. Jayce ni siquiera tambaleó al sostenerlo. Tomó todo lo que quiso de él.
— Solo quiero cuidar de ti, ¿qué tiene de malo? — Susurró, ronco por apenas conseguir aire para hablar. Su aliento no dejaba de rozar esos dulces labios que acababa de probar.
— Te odio, incluso cuando quieres cuidarme —
La respuesta de Jayce nunca llegó, porque un prominente carraspeó les hizo perder su intimidad. Thomas, con una risa chueca de incomodidad, secándose el sudor del rostro con una toallita, estaba a los pies de la escalera. Evitaba la mirada y sostenía con devoción su crucifijo.
— Jayce, hijo... — Se aclaró la garganta al toser de nuevo. Subió un peldaño, bastante indeciso si voltearlos a ver — necesitó que me lleves, nos lleves al pueblo, hay una desafortunada situación —
— ¿Desafortunada situación? — Jayce hace mucho había perdido la pena de ser visto por su suegro en un momento cariñoso con su pareja... En realidad, nunca tuvo pudor — ¿Qué sucedió?
Un niño abandonado a las puertas de la iglesia. La historia se repetía.
Margot cargaba en sus brazos, de forma maternal, al pequeño recién nacido, dormitando de cansancio tras llorar a todo pulmón por un poco de comida. La mujer lo había cobijado con una ropita vieja de su armario. Le balanceaba, cantando una nana, que tiempo atrás la tarareó para Asher.
— ¿Qué le pasará? — Jayce no paraba de cuestionar al sacerdote, sabía que él se había hecho bastante mayor, ya no podía cargar con un peso extra en sus hombros.
— Lo llevarán a algún lugar de acogida... Deberá esperar a que dos personas estén dispuestos a entregarle su amor — El hombre, no había parado de rezar por el bienestar de la criatura. Sabía lo cruel que era el mundo de afuera... Y él no podía hacer más allá de pedirle a Dios por su bien.
Asher estaba ausente, admirando al infante enredado en sábanas de algodón. Su fragilidad le asustaba, porqué él nunca convivió con un humano tan pequeño. Luchando, arrastrando cada paso, consiguió acercarse a Margot, mirando al bebé por encima de su hombro.
El niño abrió los ojos, tras sus largas y tupidas pestañas, se escondían un par de ojos marrones, tan grandes y expresivos.
— Jay... ¿Por qué no lo adoptamos? —
Jayce Huxley, a sus treinta y cuatro años de vida, nunca unas palabras le asombraron tanto como esas que Asher Huxley pronunció en ese mismo instante. Tuvo más de mil motivos para rechazar la propuesta. Dos hombres inexpertos en un pueblo conservador, cuidando de un bebé, jugando a la casita, no lucía como la más brillante idea.
— Lo abandonaron como a mí, Jay. ¿No es lo que tú haces, recoger a los abandonados? — Con la yema de su dedo, temiendo lastimarlo, acarició el cachete del infante.
— ¿En verdad quieres tomar esa responsabilidad? Un bebé no es un juego, va a depender al cien por ciento de nosotros, Asher — Jayce se percibió como un demente por siquiera considerarlo. Su vida estaba a punto de cambiar con solo unas palabras.
— Adoptémoslo, Jayce — su decisión no flaqueó, aunque tuviesen todo en su contra, estaba determinado a cuidar de ese pequeño, al que alguien había dejado, tal como a él en el pasado.
— Está bien. Lo adoptaremos —
Asher lo tomó de los brazos de la mujer, cuidando de no perturbar su paz. Sus brazos temblorosos, fueron custodiados por los de su esposo, quien no dudó en acercarse para ayudarle a sostener al bebé. Ash dejó de tener miedo de lastimarlo, porque Jayce estaba junto a él, siendo su apoyo. No pudo evitar sonreír, estupefacto con las sorpresas que la vida le tenía preparadas.
— Jamás creí que nosotros tendríamos un hijo, Jayce — Aquella nueva etapa, le ponía nervioso y emocionado. El calor de su esposo, le brindó la calma necesaria.
— Asher, yo ni siquiera creí que estaríamos juntos — Sosteniendo una de sus mejillas con su mano, posó un delicado beso sobre su frente, sintiendo un pequeño empujón sobre su pecho.
Criar a un bebé con la persona que amaba en el mundo, era un sueño loco que se convertía en realidad. La vida les estaba dando un nuevo regalo.
Fin
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