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Capítulo 9

El regreso de aquel hombre sacudió las olas en calma.

"Yo me encargaré de cuidarlo, Sor Margot. Usted debe estar cansada y yo tengo una deuda con él".

Llegó, para nunca irse. A Asher no le importaba si era vigilado por Margot o Jayce, nada cambiaba su deplorable condición. La tristeza era su fiel compañero. Evidentemente, se equivocó. Apenas convivir con Huxley, no era lo mismo que vivir con él, compartiendo las veinticuatro horas del día a su lado.

Tumbado en su cama, sacudiéndose por el calor, apartaba las sábanas sobre su cuerpo con sus piernas, echándolas a una de las esquinas. La tela se deslizó por su piel antes de caerse al suelo. La ventana entreabierta, le permitía a un rayito del sol colarse en su morada, meciendo suavemente las cortinas. La brisa fresca de la mañana, le reconfortó lo que dura un suspiro.

Un estruendoso escándalo le hizo abrir los ojos de par en par, el pequeño atisbo de curiosidad, se apagó al instante. Aunque un nuevo bullicio le hizo ponerse en pie. Tembloroso, llegó hasta el picaporte. Ayudándose de la pared, tomó un respiro para aliviar sus cansados pulmones. Su salud había empeorado con la falta de movimiento.

El bullicio crecía en el exterior de su casa, aun tiritando, caminó aferrándose a los muebles en su camino, trastabillando por una almohada caída al lado del sillón en donde Jayce descansó la noche anterior. Una retratera se cayó al echarle su peso a la mesita al lado de la entrada. Cerró los ojos por el golpe directo del sol sobre sus orbes, parpadeando, acostumbró su vista.

Jay estaba destrozando su silla mecedora, aquella a la que se aferró desde que perdió su alma.

Sus uñas se enterraron en el marco de la entrada principal. Su expresión se llenó de enfado y la desesperación lo empujó a correr, sin embargo, por su falta de fuerzas cayó al piso, llamando la atención del semidesnudo hombre, destruyendo la silla con un martillo.

— Al fin despiertas, Princesa — secó el sudor de su rostro con la toalla colgada en su hombro, la tela le raspó la dermis, pero él no emitió quejido — ¿Qué pasa? ¿Estás enojado por destruir tu baratija? No te preocupes, tu culo me lo agradecerá — le dio el último golpe de gracia, ignorando al adolorido hombre, viéndole con rabia desde el suelo.

Asher, con el corazón roto, solo pudo herirse las uñas al marcar el suelo por su impotencia de detener al mayor.

Jayce, sediento por el esfuerzo, recogió los pedazos para echarlos a una bolsa — Si tienes algo que decir, dilo — le retó, cargando los desechos y el martillo en la misma mano. Regresó sobre sus pasos, parándose de frente a Asher, sin demostrar piedad por él — ¿Hablarás? — Se acuclilló, expectante de los quejidos que provenían del rechinido de sus dientes.

Asher solo asestó un golpe en su cara, sin embargo, el contacto fue bastante endeble. Pese a las lágrimas, aún podía percibir claramente el rostro empapado de sudor del fanfarrón hombre. Jayce tenía veinticuatro años, ¿acaso nunca maduraría?

Huxley suspiró, encorvándose por la desilusión, envolvió la muñeca de Asher, consiguiendo levantarlo junto a él, de forma imprudente, tirando de su brazo hacia arriba sin mucha dificultad.

— Lástima — bufó enojado por la falta de respuestas del menor, ante sus ojos, ese flacucho y paliducho chico, no era más que un desconocido — Como sea. Vamos a desayunar —

Por reflejo, Asher entrecerró uno de sus ojos, agobiado por la falta de delicadeza de Jayce al tratarlo. Terminó apoyando su mano sobre su pecho, buscando un soporte, ignorando el asco por su sudor mezclándose con su piel. Le fulminó con la mirada, gritándole todo lo que de su boca no salía.

— Eres peor que un bebé, Ash. Ni siquiera puedes mantenerte en pie por tu cuenta — Le sostuvo de la cadera, ajustándole a su cuerpo, sirviendo de apoyo para que diese algunos pasos hasta la cocina. Aguantó las ganas de levantarle la camisa al sentir bajo sus dedos, las líneas de sus huesos ¿Quién era ese y dónde había dejado a Asher?

Agobiado y con falta de aliento, hizo una mueca por la humedad en su ropa ligera, se sintió sucio tras recibir las migajas de ayuda de Jayce, quien no tardó en llenar la mesa de diferentes manjares. Ladeó la cabeza al sentir las toscas manos recorrer las suyas.

— Si tienes tanta fuerza para dañarte las uñas, ¿dónde está la que necesitas para hablar? — Sus dedos se deslizaron suavemente por la suave textura, depositando con cuidado la mano sobre la mesa.

Asher se mantuvo ausente, ignorando el aroma de los huevos fritos y el tocino, sin siquiera tener curiosidad por los esponjosos panes cayéndose de la canasta. Jayce se llevó uno a la boca, lo sostuvo entre sus labios, mientras se ocupaba de limpiar, de debajo de las uñas de Asher, los finos rastros de sangre con una toalla húmeda, arrancando el carmín y la tierra.

— Los vendaré después de asearte — murmuró para sí, consciente de hablar solo, pese a la presencia del contrario — Ahora come — expectante, se cruzó de brazos, admirando al menor ignorarlo.

Asher no hizo ni el intento de tomar la cuchara. Se quedó en completo silencio, evitando el contacto visual con los aburridos orbes de Jayce. Los cubitos de hielo de su vaso lleno de jugo naranja eran más ruidosos que él. Inesperadamente, el mayor tiró de su labio inferior, al jalar su piel desde su barbilla, consiguiendo entreabrir su boca.

— Dije: "Come, Ash" — repitió sus palabras de forma grosera, elevando el rostro de Asher, obligándolo a encararlo — Tienes unos brillantes dientes — forzó a sus dedos entrar a su boca, sintiendo bajo las yemas, la húmeda y blanda lengua rehuyendo de tocarlo, sin lograrlo.

Ash se sostuvo de la mesa, procurando no perder el ritmo de sus respiraciones, mientras era violentado para mantener su cavidad abierta. Hizo el intento de morderlo, pero su debilidad no le dejó más que presionar flojamente.

— Y sorpresa, tienes una lengua para hablar — Sacó sus dedos, limpiando con el dorso de su mano, la baba recorriendo el mentón de Asher — Come, ahora — el impulso frágil sobre su muñeca, le hizo apartarse un poco, esperando haber sido lo suficientemente rígido con él. Ser visto con tanto desprecio por ese par de orbes azules, le dijo que aún había un rastro del chico escondido.

A regañadientes, sin aguantar la rabia y la impotencia de no poder golpearlo, sostuvo la cuchara. El peso del cubierto le hacía temblar, con lágrimas de rabia recorriendo sus mejillas, comió el primer bocado de huevos revueltos. Odio el buen sabor, y el dolor de sus entrañas. A un ritmo pausado, masticó una y otra vez, degustando el sencillo platillo, mientras era observado por Jayce, quien no se movió de su lugar, sin importarle tener que esperar.

A mitad de la porción, terminó rindiéndose por la sensación de plenitud. Había olvidado la percepción de estar lleno hasta reventar. Jayce recogió los platos en silencio, satisfecho por su pequeño avance forzoso. Nunca fue el chico más delicado. En pie, devoró las sobras y su propia porción, dándole un respiro a Asher.

— Después del baño, iremos a dar un paseo afuera — le dijo, perdiéndose en la hermosa vista tras la ventana, aquel silencio era reconfortante. Las cortinas le dieron una dulce caricia, necesaria para la agitación de un amargo recuerdo — Hace buen tiempo, es un delito estar encerrados —

De reojo, admiró al pelinegro recostado en la silla, ajeno a su presencia, encerrado en su propia tristeza. Apiló los trastos sucios, lavándolos al tarareo de una vieja canción, disfrutando de la calma, ignorando la idea de escuchar un disparo a lo lejos. Estar siempre alerta sería un efecto del que Jayce no podría deshacerse fácilmente. Aún con las manos mojadas, cargó a Asher en brazos, sosteniéndolo con la facilidad con que se lleva una pluma.

Los dedos en sus muslos se clavaron hasta enrojecer su blanca piel, el brazo rodeando su espalda, le permitió desinhibirse, dejándose caer, mirando el mundo al revés con tal de no cruzarse con el rostro de Jayce.

— Vas a lastimarte el cuello, Ash — dijo, sin pronunciar una gran preocupación por el hombre al que llevó al pequeño cuarto de baño. Con él en brazos, abrió ambas llaves para llenar la gran tina. Sentado en la tapa del váter, deslizó sus dedos por el cuerpo de Asher, desnudándole.

En su acto, carecía la lujuria. Tener a un hombre desvestido por él mismo, en su regazo, no provocaba deseo carnal. Con pesar delineó con sus ojos su delgadez, aquello solo le convenció de ser mucho más inflexible con Asher, quien se mantuvo ausente. Solo el estruendo del agua al caer desde la bañera, humedeciendo el suelo del sanitario, le regresó de sus pensamientos.

— Hazte a la idea, Asher. No voy a irme. Deberás soportarme toda tu vida — No le importaba el menosprecio del hombre hacia él, ni el ardor en su brazo por un par de uñas encarnándose como respuesta de su declaración.

La rutina se repetía, las peleas eran interminables y el tiempo seguía imperturbable... La vida continuaba.

El sombrero de paja se deslizó de entre sus azabaches cabellos cuando el viento sopló furioso, arrastrando a los más débiles en su paso. Asher, asustado, lo rozó torpemente con la yema de sus dedos, siendo Jayce, quien consiguió atraparlo en pleno vuelo.

— Si comieras más, podrías saltar por él, enano — Refunfuñó al ponérselo con aspereza, cubriéndole los ojos con el mismo. Sujetó con fuerzas el rastrillo, el trapo y la bolsa que cargaba en una mano, haciendo malabares, mientras retomaba el camino de tierra al lado de Asher.

Él no respondió, ni siquiera para agradecerle. Llevó un par de mechones tras su oreja, procurando sostener el sombrero de los extremos. Se mantuvo en la vereda, guardando una apropiada distancia de Jayce, escuchando las ramas secas quebrarse con sus pisadas. Ante la falta de aliento, quiso detenerse, sin embargo, el mayor le sostuvo del brazo.

— Estamos por llegar, descansarás allá arriba — Tiró de él, obligándole a avanzar el último trecho de camino a la tumba de su abuela. Tras su regreso del campo de batalla, tomó la responsabilidad que Asher tuvo en su nombre.

Bruscamente, Ash apartó de un manotazo el agarre de Jayce. Agotado, secó el sudor de sus mejillas, con el dorso de sus manos. La agitación le tenía con los pulmones atrofiados, haciéndole encorvarse, buscando aliviar su falta de aire.

Jayce chasqueó la lengua, suspirando con exageración, cargó en su hombro al hombre, pese a sus pataleos — Si ya no puedes ni respirar, solo dilo — fuertemente sujetó sus muslos, ignorando las ligeras patadas y el persistente puñetazo en sus costillas.

El hombro de Huxley le presionaba el estómago, el balanceó de su cuerpo le provocaba mareos y la incomodidad del brazo alrededor de sus piernas, le hizo luchar por un par de minutos, hasta rendirse. Si él era terco, Jayce también lo era. Con el gorro de paja entre las manos, regulando su respiración, aburrido por solo poder ver hacia abajo sin desorientarse, le confió su ser a Jay.

— Eres más lindo cuando eres sumiso — murmuró, antes de dejar caer a Ash sobre una gran mata de hierba junto al sepulcro de su abuela. Su vivencia de dos meses, no había suavizado la interacción entre ambos.

Asher se arrepintió de darle un voto de confianza. Enojado, arrancó grama atrapada entre sus dedos. Se la echó a Jayce en el rostro, cuando éste se acuclilló tras descolgarse el bolso en donde llevaba agua fresca para ambos.

— Eres un infantil — Espetó al ofrecerle un trago de la botella. Aquellas hojas en su cabello no le molestaban, ni siquiera lo hizo la expresión de asco en el semblante de Ash — Si no quieres beber, no lo hagas, no es el fin del mundo para mí —

A regañadientes, la necesidad le obligó a tomar el agua. La sed le dio amnesia, pues lamió deseoso hasta la última gota del vital. Se recostó en posición fetal en la grama, abrazando contra su vientre su sombrero, mientras Jayce se encargaba de limpiar la tumba de Liah.

El sol, en lo más alto del cielo, se acostó en una nube. El árbol al costado de la sepultura, les cubrió piadosamente con su sombra. Con los ojos entreabiertos, vigiló el trabajo del mayor. Ignorando ver el par de lágrimas que éste derramó en silencio.

Al terminar, se dejó caer al lado de Asher, recuperándose lentamente de las dolencias de su cuerpo. Meció de lado a lado su cabeza, escuchando el crujido de los huesos de su cuello. Viendo de soslayo al imperturbable chico descansando en su lecho de hojas, rememoró su pecado. El estado lamentable de él, evocó su rabia e impotencia.

— ¿Cuándo vas a dejar de ser un muñeco de trapo, Asher? — Recorrió con la mirada su cuerpo, el enojo le hizo tomar su camisa entre sus dedos, elevando al chico, quien lo miró por el rabillo del ojo — ¿Quieres saber por qué tomé el lugar de Margot? — Lo zarandeó sin necesidad de emplear mucha fuerza — Para reírme de ti —

Asher ladeó el rostro, como si buscarle forma a las nubes fuese más imprescindible que las palabras de Jayce. Desde su perspectiva, nada podría llenar el vacío en su vida, Dante se había llevado su alma con él.

Hasta que Jayce Huxley hizo su confesión. Echó un cerrillo al combustible que quería arder.

— Yo lo maté. Maté a Dante —

El brillo de sus ojos, regresó debido a la curiosidad mezclada con la confusión. Sostuvo entre sus dedos, la mano con la que Jay le sostenía. Presionó, en un intento de demostrar la fuerza de su vida.

— Tú — su garganta raspó, la primera sílaba proveniente de su boca después de meses, fue ronca. Su desconsolado corazón, no entendió razones, necesitaba dirigir su odio hacia alguien.

— Maté a Dante. Si quieres vengarte, hazlo. Olvida tu miseria, ponte de pie por tu cuenta y ven a matarme —

Frente a frente, Jayce declaró la guerra. 

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