
Capítulo 6
Atestiguar aquello que no debe verse, es un mal putrefacto.
Sumergido en la bolsa de sus compras, corroborando llevar el número adecuado de zippers, contabilizando mentalmente los encargos de vestidos, Asher se detuvo a recuperar el aliento contra el escaparate de una de las tiendas. Secó el sudor en su rostro con una toallita, relamiendo sus labios, resintiendo el sabor salado en su lengua. Su mirada un tanto borrosa le molestaba, quizá su terquedad le haría perder el sentido de la vista.
Un refresco, muy helado, con cubitos de hielo nadando en la superficie podrían aliviar sus males. La sombra del zinc sobre su cabeza ya no era suficiente, empezó a rehuir del calor que el viento levantaba, escondiéndose más contra la esquina, dentro de un callejón. Se deshizo de su gorrita, pretendiendo aliviar sus dolencias con un poco de aire artificial, aunque su mano poco pudo aliviarlo.
A sus espaldas una afluencia de risas empezó a crecer, haciéndole encogerse. Asher siempre era renuente a encuentros con los demás pueblerinos, en especial por la ola de críticas en su contra, desde que su relación con Dante se había hecho pública. Prefería mantenerse encerrado en su seguro hogar, antes de mezclarse con personas prejuiciosas que le aborrecían por sus gustos.
Solo salía si era estrictamente necesario bajar de su fortaleza. Las compras de su trabajo eran una de esas situaciones imposibles de obviar.
— Ya te dije, no puedo, tengo trabajo... Solo tengo cinco minutos — El tono era meloso, bastante juguetón, con pizcas de picardía que, junto a las risas coquetas, eran apagadas paulatinamente por su acompañante, con besos descuidados y erráticos.
Asher observó por el rabillo del ojo, desde su desenfoque, solo eran un par de amantes siendo excesivamente cariñosos, escapando un momento de las responsabilidades laborales, para permitirse un segundo de compañía. Le hubiese parecido adorable, si esa chica de voz empalagosa, no fuese Bianca, aferrada al cuerpo de un hombre, hombre que no era Jayce, su novio.
Vaya encrucijada de la vida. Asher se recostó con mayor fervor contra la pared de ladrillos, ocultando parcialmente su rostro con su gorro, dejando de airarse. Pasar desapercibido sería su especialidad, si no estuviese tan nervioso. Temeroso de que su boina no escapase de sus sudorosos dedos. Agachando la mirada, pretendiendo no causar ruido con sus pasos, aprovechó la cercanía con la salida para huir sin ser notado por la acaramelada parejita en la otra esquina del callejón.
Hablar o no hablar, sería un dilema, si no aborreciera tanto a Jayce. Prefería pretender no haber visto, lo que vio.
Aunque muy en el fondo, la duda le mantuvo cautivo durante toda la tarde, hasta el llegar de la noche, cuando la disyuntiva dejó de ser relevante por culpa de la preocupación; Dante no había regresado a casa.
Aunque la luna brillase, la oscuridad conseguía hacerse más espesa, atrapando todo bajo su frío manto, aumentando la exasperación de Asher, quien yacía sentado en el pórtico de la casa, arropado bajo una gruesa capa de mantas, junto a una lámpara de gas, esperando el retorno de su amado, tranquilizando los latidos de su corazón, bajo la promesa vacía de que él volvería al siguiente minuto.
Cuando Dante fallaba a la hora de regresar, solo existían dos posibilidades, había tenido un accidente del que era ignorante o... fue arrastrado por Jayce a cometer una estupidez. Agobiado porque el tiempo no se detenía, rechinó los dientes al empezar a encaminarse en dirección al pueblo, allá donde las luces bailaban juntas.
El bar más concurrido del pueblo, estaba un tanto desolado el lunes a las diez de la noche. Un poco más de once personas consumiendo licor o fumando algunos cigarrillos, entre los clientes, yacían Jayce y Dante sentados en la barra, charlando amenamente mientras degustaban de una cerveza bien fría. La excusa era ponerse al día, tras unas semanas sin verse apropiadamente, por la natural distancia que conlleva la adultez y sus responsabilidades.
— Dante, apenas vas a cumplir los veinte, ¿en verdad quieres comprometerte? — Le cuestionó, ocultando bajo su mano, el anillo en los dedos de mejor amigo, manteniendo la mirada en dirección contraria, un tanto renuente a darle su bendición — Eres muy joven, son muy jóvenes —
— Asher es el correcto — Thatcher replicó, guardando la joya en su bolsillo, custodiándola con cuidado — Lo amo con la vida, este es el siguiente paso — afirmó, queriendo buscar algún par de ideas para proponer formalmente a su novio, cumplir el sueño que hace tiempo un día le contó.
Jayce no tuvo palabras para decir una negativa más, en cuanto notó aquella risa bobalicona en los labios de su mejor amigo. Se acalló al darle un gran trago al resto de su cerveza, barriendo la espuma con la lengua, antes de alzar la mano pidiendo una nueva ronda. Tensándose al sentir a alguien más tomar asiento a su lado.
— ¿Por qué no son tres? — Espetó, sin molestarse en sonreír para pretender alegría, Asher estaba enojado, con él, con ellos — Gracias por invitarnos, Jay. Eres un pan dulce, sin azúcar — se inclinó sobre la barra, apoyando su codo, admirando al par de hombres, tras dejar la lampara a sus pies.
— Ash, cariño — Dante se levantó tambaleante del taburete, sosteniéndose de la barra para no caerse al perder el equilibrio — Lo siento, se me pasó la hora... — intentó revisar el reloj en la pared, sin embargo, la desorientación no le dejó leer los números — ¿No te llegó mi mensaje? —
— Odio los celulares, Dante. Lo sabes. Ni siquiera sé dónde está esa cosa — renegó, fulminando al hombre a su lado, quien queriendo pasar desapercibido, le servía la cerveza sin rechistar.
— Toma, lindo y adorable pequeñuelo — Jay le tendió la jarra rebosante de licor con una gran y prominente sonrisa, mientras el líquido se escurría entre sus dedos — No te enojes con el chico, solo es una tranquila salida entre amigos —
— ¿Tranquila? — Asher se burló en su cara, arrancándole la bebida de la mano sin detenerse a agradecerle — Dante ni siquiera se puede poner en pie, parece un cervatillo recién nacido. Tú me ayudarás a cargarlo hasta a casa — le señaló con el vaso, asegurándose de estrellarlo contra la mejilla de Jayce, aprovechando las únicas oportunidades donde su estatura le dejaba llegar a su rostro. Si la genética no fuese tan injusta, él podría fácilmente alcanzar la altura del hombre.
Jayce le tomó de la muñeca, alejándole de su pómulo, rebuscando alguna excusa con la cual desligarse de la responsabilidad — Me encantaría, mi adorable gnomo de patio, sin embargo, debo declinar esa jugosa propuesta... Mi dulce novia me está esperando en casa, una chica no debe estar sola por la noche —
Dante consiguió alcanzar el taburete de Asher, afianzándose a él al abrazarlo por la espalda, envolviéndolo entre sus brazos, pegando su torso contra la espalda de su novio — Lamento haberte dejado solo, cariño. No volverá a pasar — murmuró atontado, ocupado en su propio mundo, plantando un sin número de besos en su mejilla, bajando por su cuello.
Asher se estremeció por los húmedos toques en su perlada piel con sabor a sal. Aguantando la respiración, quiso responderle con un insulto a Jayce por burlarse de él, esa sonrisa le hizo morderse la lengua. Ignorando el peso de Dante aferrado a él con saña, se empinó su cerveza, consiguiendo robarle a Huxley la suya de su boca.
— Debemos hablar, Jayce — Sintiéndose fresco, se arrancó el hilito de licor en su barbilla con el dorso de su mano.
— Uy, que miedo. ¿Quieres terminar conmigo? Si te digo que estoy esperando un bebé, ¿me dejarías igual? — Bromeó, pidiéndole con un ademán de su mano, la cuenta al barman, antes de buscar en sus bolsillos un par de billetes.
— No estoy para juegos, Jayce... Es serio, muy serio. No hagas que me retracte y deja que te sigan viendo la cara de estúpido, aunque lo seas — Sus ojos se mantuvieron conectados a los achocolatados del mayor, quien libraba una batalla por volverse a burlar o asentir en correspondencia a su seriedad.
Huxley pagó por las bebidas de los tres, abandonando el dinero debajo de su vaso vacío, antes de acercarse a despegar a Dante de Asher, para cargarlo. Hizo a su amigo rodear su cuello con su brazo, sosteniéndolo sin necesidad de esforzarse, por la diferencia de sus contexturas musculares, desde su perspectiva, Thatcher era un flacucho y debilucho chiquillo ingenuo y soñador.
— Si es una broma... —
— Te lo diré en cuando lleguemos a mi casa — Ash le interrumpió abruptamente al ponerse de pie, sin romper el contacto visual entre ambos. No lo decía por la necesidad de encontrar valentía, simplemente, no deseaba quedarse a medio camino, con su novio indispuesto de avanzar por su propia cuenta. Él no podría cargar con ambos, si Jayce los abandonaba.
Por primera vez, en todos sus años de anti convivencia, la primera vez en qué coexistieron, reinó el completo silencio. Asher se preocupaba por iluminar el desolado y oscuro camino, con la única linterna en su posesión, sosteniéndola con firmeza, aunque está se balanceaba de lado a lado, alumbrando según su movimiento.
Jay se mantuvo callado, Ash casi se burla por creer que yacía pensativo por la expectación de su confesión. Sus respiraciones antiarrítmicas resonaban junto al eco de las olas falleciendo en la orilla. La de Ash era muy agotada, desesperada por conseguir más soplos de los necesarios.
— También puedo cargarte si quieres — Jayce dijo queriendo molestarle, zarandeando a Dante, quien se removió a su espalda, balbuceando incongruencias sin llegar a formar palabras.
Ash rodó los ojos, fastidiado por el tono juguetón del contrario, intentó apaciguar sus propias exhalaciones, evitando encontrarse con la mirada de Jayce, aunque la oscuridad ni siquiera se lo permitiera.
— Me caes mejor cuando tienes la boca cerrada — replicó, animándose a sí mismo, a avanzar el último trecho de camino. Ver las luces prendidas de su humilde vivienda, consiguió darle un empujón.
Dejó la puerta abierta y tendió las sábanas, para que Dante fuese recostado en su cómoda cama. Admiró el tranquilo semblante de su pareja, recorriendo con la yema de sus dedos, su suave dermis. Suspiró por su belleza y anheló robarle un beso, a su eterno amor. Le desnudó con paciencia, limpiando su piel con un trapo húmedo, antes de arroparlo con prendas pulcras, dejando el aire de su abanico espantar un poco el calor.
Cansado, abandonó la habitación, encontrándose a Jayce sentado en el pórtico, tomando un vaso de agua, repleto de hielo. Ido en sus pensamientos, admirando hasta donde la luz le permitía.
La sed no le permitió rechazar la fría bebida, Asher se empinó el resto, barriendo con el dorso de su mano, el agua que se escurrió de sus labios a su barbilla.
— Ella te está engañando, Jay — dijo sin dar más retrasos, evitando caer en sutilezas, ser directo era más su estilo — La vi besar a otro hombre a escondidas — rió sin gracia por sus palabras — Ni siquiera eran tan discretos —
El semblante de Jayce no cambió, imperturbable, se permitió procesar la información, sin caer en un arranque de ira. No la amaba, sin embargo, el cariño estaba presente en su corazón. Derramó un par de lágrimas, que limpió con tranquilidad, sin vergüenza de ser visto sollozar por su fallida relación.
— ¿Con quién? — Cuestionó tras un par de segundos en silencio, alargando la incomodidad entre ellos.
Asher se encogió de hombros, evitando la mirada con el contrario — ¿Importa? — murmuró, jugando con el vaso vacío en sus manos, deseando que él se marchase.
Jayce asintió, secó el último par de lágrimas antes de levantarse. Sus ojos vagaron sobre Asher, él era dos años mayor, y aun así, no explicaba la diferencia de anatomías. Quiso morderse la lengua, no obstante, se olvidó de su lealtad al notar la pequeñez del hombre a su lado. En su mente, lo vio como un pago por su confesión.
— Ash, sabes que llevamos años en guerra... Los poderosos nunca tienen suficiente, siempre quieren más — Vagó un poco en explicaciones banales, las palabras se atoraron en el nudo en su garganta, impidiéndole decirle sin darle mil vueltas.
— Lo sé, Jay. No vivo en una burbuja — Masculló tras chasquear la lengua, sin entender el sentido del abrupto cambio de conversación. La guerra en su país y la infidelidad de Bianca no tenían relación, él no tenía ganas de tener una charla profunda con Jayce para hacerle olvidar el mal rato.
— Hace dos semanas, a Dante y a mí nos llegó una invitación, una orden — Corrigió. Nunca, en su vida, unos ojos fueron tan expresivos sobre la tristeza, sin embargo, ello no le detuvo — Para luchar por nuestra nación. Nos enviarán a la guerra. Lo enviarán a la guerra —
Ash giró lentamente, observando la puerta a sus espaldas, hacia la habitación en donde Dante descansaba plácidamente entre un muro de almohadas, ajeno al acto de traición de su mejor amigo, la primera de muchas.
Jayce se despidió sin decir adiós, palmeó suavemente el hombro de Asher, antes de adentrarse a las penumbras de la noche, lidiando con sus propios pesares, sin importarle su bienestar.
En aquellos instantes, Asher solo quería desaparecer, para dejar de sentir el profundo dolor desgarrando su pecho.
Dante iba a irse, y ni siquiera se había atrevido a decirle.
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