Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4

Ya no eran amigos.

¿Qué diría el Padre Thomas si lo viese caminando de la mano de otro muchacho?

Seguramente se decepcionaría, Asher no quería obtener su rechazo. Bajo la sombra de los árboles, tras salir del camino correcto, escondidos entre los matorrales, un poco más allá de la iglesia y cerca de la costa, se escondían como dos prófugos aprovechando el final del día para besarse.

Dante no podía ser su tutor de besos, porque él tampoco sabía. Les tocó aprender juntos.

Los días les enseñaron sobre los roces delicados, apenas perceptibles, derrochando demasiada ingenuidad, ocultando el ferviente deseo de tocarse un poco más.

Las semanas les enseñaron sobre el movimiento de sus labios, friccionándose en un vals donde lo más importante era seguir el compás, aferrándose a una modesta confianza, porque el exceso les haría chocar los dientes.

Los meses les enseñaron acerca del uso de la lengua y la picardía de las manos, besar se sentía como respirar y dejar de hacerlo provocaba asfixia. Ni siquiera la maestría podría instruirlos a contabilizar el tiempo para separarse.

¿Dios los perdonaría por amarse?

El atardecer estaba por morir, a sus espaldas, el sol desaparecía al borde del mar. Con sus manos unidas, ambos muchachos caminaban lado a lado, por el estrecho pasaje lleno de monte y flores silvestres. Las tardes de tutorías solían acabar en discretas citas camufladas bajo la excusa del aprendizaje, aquello era uno de los tantos secretos... Su relación misma era confidencial, un amor solo conocido por los dos.

— Has estado pensativo, Asher — Dante, le sostuvo de la cintura al ayudarlo a atravesar una piedra en el camino. Sus dedos se enterraban en su cintura con posesividad, guardando su bienestar con fiereza — ¿Qué tanto hay en tu cabeza? Lo sabes, puedes contar conmigo — él siempre derrochaba un aura de calma, una trampa mortal para caer en una ciega confianza.

Ni la caricia del pétalo de una rosa, podría equipararse a la parsimonia de los dedos de Dante sobre su piel.

— Quiero confesar — dijo, apartando la mirada por un segundo hacia el suelo, pretendiendo ver el camino, antes que la respuesta en el semblante de su novio. Expresarse libremente en un pueblo conservador, era cometer un delito a la moral — Me gustas, Dante. Me gustas, no quiero seguirme escondiendo —

El agarre en su mano fue prominente. Dante pareció contener mucho tiempo el aire en sus pulmones, consiguiendo un par de segundos antes de contestar.

— La religión no es amable con los homosexuales, Asher — Le recordó, diluyendo un poco de sus propios temores en su argumento — Van a repudiarnos — el trecho que les faltaba por recorrer, se volvía lentamente mucho más oscuro, no solo por la ida del sol.

Ash se adelantó a los pasos de Dante. No era por ser mucho más intrépido que su novio, simplemente, quería compartir su felicidad con sus seres más cercanos — Los hombres son crueles con los hombres. No creo que a Dios le importe si beso a una chica o un chico — Aunque no iba a mentir, él también estaba asustado.

Dante asintió a duras penas, dudando de las palabras de Ash. Su pánico no le dejaba escuchar más allá de un rotundo rechazo por la petición del chico.

Asher volvió a presionar un poco más. Aquella era una lucha que no podría librar solo, su novio debía ser participe — Los ricos y poderosos de este país están mandando a personas a luchar lejos, ordenándoles morir o matar para conseguir más dinero, estamos en guerra, creo que eso es más importante para Dios —

¿Por qué debía de abochornarse por amar?

Sus dedos se resbalaron, sus manos acabaron por alejarse.

Dante sostuvo con vehemencia la correa de su maletín, esperando encontrar un ancla en esos momentos. Sabía que esa charla llegaría inevitablemente, porque lejos de apagarse, sus sentimientos crecían, la llama solo ardía, consumiéndolo. Mantener su relación con Ash a escondidas, no era correcto, jamás formarían una vida juntos, si no podían superar la primera gran prueba.

Para alcanzar la felicidad, se requería valor.

— Odian aquello que se sale del molde, por eso siempre buscaran como atacarnos y juzgarnos, Dios es solo una excusa — dijo. Dante no podía coordinar sus ideas, el miedo y el deseo tiraban de él. Estaba siendo excesivamente cobarde, sin embargo, Ash no se molestó con él por su pavor.

— ¿Y quiénes son ellos para juzgarnos? — Le cuestionó al tomar su mano, jalando de él, firmemente. Sin intenciones de volver a dejarlo ir — Son solo otros hombres que se equivocan, Dante. No son mejores que nosotros, no son menos pecadores — sus dedos se deslizaron entre los de su novio, afianzando su agarre, decidido a no retroceder.

— Mi futuro podría arruinarse, Ash —

No servía de nada, cuando era el único luchando.

— No te preocupes, Dante. No va a arruinarse, porque no hay ningún nosotros —

Comprender su miedo, no le exime de decepcionarse. Ash no quería lidiar con una maraña de rechazos y secretos, por culpa de la cobardía.

La relación que apenas era regada en búsqueda de florecer, dejó de recibir agua. Ash decidió cortar los encuentros tras la iglesia, los besos robados, las miradas juguetonas y las risas sinceras. Por una semana, se concentró en tomar su tutoría de forma monótona, rehuyendo cualquier posibilidad de un contacto amistoso.

Su cambio de actitud no pasó desapercibida a los ojos de las personas a su alrededor. Ash regresó a ser ese chico taciturno y gruñón del pasado. Margot intentó de una y mil maneras concretar una charla con Ash, sin embargo, el jovencito era demasiado esquivo, defendiéndose en un actuar áspero, fingiendo una tranquilidad que se resquebrajaba en la soledad de su habitación, durante las noches.

Escucharle llorar, acallando sus sollozos contra la almohada, empezó a preocupar a la mujer, quien desesperada por no conseguir volver a su corazón, rezó por su muchacho.

Tres semanas después, Asher le pidió a Dante dejar de aparecerse por su hogar para darle tutorías. Su excusa, había sido el cansancio de ver su rostro tan constantemente. No podría olvidarse de los recuerdos, si permanecía a su lado.

Sin noviazgo o amistad, volvieron a ser unos desconocidos guardando un secreto.

— ¿Por qué debo limpiar los ventanales? — Cuestionó, exasperado por el calor, procurando no perder el equilibrio al mantenerse sentado en el peldaño más alto de la escalera.

El Padre Thomas sostenía la base, procurando mantenerse igual de firme que una roca, vigilando el cuidado de Asher al arrancarle el polvo a los ventanales de la iglesia. Guardaba en silencio una señal, anhelaba con exasperación, que el chico buscase en él algún consejo. No quería agobiarlo con preguntas directas.

— Escuché que el joven Thatcher ya no te da tutorías, pensé que podrías usar tu tiempo libre provechosamente — Respondió sin alterarse por el tono altanero de Asher. El bebé abandonado en su puerta, ya era un jovencito a meses de cumplir su mayoría de edad. El tiempo era tan fugaz.

Él, por otro lado, había envejecido, hace mucho dejó de contar el número de canas en sus cabellos. Sus fuerzas ya no eran las mismas de antaño, cuando corría detrás del travieso niño buscando su atención. Su rostro había adquirido un par de arrugas y las dolencias de su cuerpo eran mucho más prominentes, sin embargo, su corazón nunca cambió.

Asher resopló, mirando con desagrado la cristalería, repudiando las buenas intenciones de Margot — Ya te fue con el chisme — masculló furibundo, él no necesitaba palabras de aliento, prefería olvidarse de su pequeño desvío, para ocultarse de nuevo en la seguridad de su hogar. Sin Dante, sin sentimientos, sin arrepentimientos.

— El joven Thatcher es un chico muy bueno — El crucifijo alrededor de su cuello, se batió con el movimiento del viento, llamando brevemente su atención, consiguiendo suplicarle a Dios por su sabiduría — Creí que eran buenos amigos. Acaso, obró mal y ¿te lastimó? —

Asher contuvo el agobio de su tristeza, parpadeó repetidamente, espantando un pequeño rastro de lágrimas. No podía quebrarse delante del Padre o él nunca dejaría de husmear en su corazón — Me lastimó por lo que no hizo — respondió, esperando mantenerlo satisfecho.

No es que no quisiera contarle, simplemente, no podía, porque terminaría delatando a Dante.

El trapo en sus manos adquirió una tonalidad oscura, el polvo lo percibía pegado en sus manos, provocándole asco. Aunque se mantuviesen bajo techo, rodeados por la bendición del aire, el calor no les dejaba descansar. Se secó el sudor con el antebrazo, corroborando con una mirada, la pulcritud del cristal.

— He terminado con esté, pasemos al siguiente... Cuando acabemos, me deberá un gran helado de chocolate — Refunfuñó, la sensación de sequedad no se marchaba, incluso después de beber tres vasos de agua. El Padre Thomas le respondió con una risa, un sonido contagioso que le hizo olvidar por un instante sus propios pesares.

— Será de un piso — afirmó, sosteniendo con fuerza la escalera al ver descender al chico. Tras ayudarle a bajar del último peldaño, le ofreció una toalla para su sudor. Aún seguía pisando terreno resbaladizo, debía caminar con cuidado si quería ayudarle a su muchacho a recuperar el brillo perdido.

Tacaño, la palabra se le quedó a Asher en su pensamiento, porque una tercera voz le robó la respiración, recordándole el motivo de su agonía. Apartó la mirada en dirección contraria, evadiendo al contrario sin fingir su rechazo por él.

Dante estaba ahí, a pocos metros de ellos, recuperando el aliento en inhalaciones desbocadas, ignorando el sin fin de gotas deslizándose por su frente. Contemplándole en silencio, intentando hablarle con la mirada, suplicando una nueva oportunidad.

— Asher, Padre Thomas, buenas tardes — Dante saludó con una sonrisa, su tristeza era mucho más palpable que la de Ash. Su falta de aire no le dejó soltar más allá de un atropellado murmullo. Su aspecto se había tornado bastante desaliñado. En su pálido rostro, resaltaban las ojeras bajo sus ojos.

El hombre mayor se espantó al verlo, se apiadó de su expresión de melancolía — Joven Thatcher, ¿has enfermado? — Thomas se acercó a él, apoyó su mano sobre su frente, temeroso de su estado de salud, parecía haber perdido un par de libras desde la última vez que le vio — Pareces tener fiebre, debes descansar muchacho, no puedes andar por la vida creyéndote invencible —

Su orgullo le hizo tragarse su preocupación, Asher les dio la espalda, cargando la escalera con el pretexto del trabajo — Seguiré con el ventanal del otro lado — sus dedos se aferraron a la madera, tornándose blancos, desquitándose la frustración al apretar los labios.

Dante inmediatamente alzó la mano, su voz tembló. No podía detenerlo. Su historia estaba por perderse, sin que él pudiese hacer nada más que temer.

Thomas frunció el ceño, su intención de mantenerse al margen y seguir en su papel de apoyo, se desmoronó frente al lamentable aspecto de Dante. Suspiró agotado, la juventud tenía una magia de la que él carecía.

— No irás a ningún lugar, Asher. Serán dos jóvenes responsables y resolverán sus problemas hablando — El sacerdote les regañó a ambos, un segundo en ese ambiente lúgubre de tensión, su corazón no aguantaría. Palmeó la espalda de Dante, dándole una muestra de ánimo — Vamos, entren a la iglesia —

Dante sostuvo al clérigo por la muñeca, evitando su partida. Sus ojos se cruzaron fugazmente con ese par azul, lleno de dudas y rechazo por él. Pese a sentir el abandono del aire, alcanzó a hablar — Vine a confesarme, Padre Thomas. He pecado en pensamiento, palabra, obra y omisión — su voz tembló, en sintonía con su cuerpo.

El sacerdote asintió, consciente de los nervios del joven. Un poco aturdido por el actuar repentino de Thatcher, señaló con su mano la iglesia — Entonces vamos al confesionario, hijo —

Trémulo, ahogándose por su agobio. Dante negó con un movimiento de cabeza, soltando poco a poco la mano del hombre, reuniendo valor por la presencia de Asher — No fue una falta a Dios —

Pese a su confusión, Thomas no se atrevió a dejar su lado amable y paciente — Está bien, escucharé tu confesión — Palmeó el hombro de Dante, queriendo darle el último empujón — Nada de lo que digas saldrá de aquí, es un lugar seguro, muchacho —

Asher se mantuvo quieto, expectante de las acciones de Dante, quien le terminó de contagiar los nervios. Sostuvo la escalera con fervor, necesitando un punto de apoyo. Procurando mantener su distancia para no rozarse con el chico ni por error, pero lo suficiente cerca para escuchar su voz.

— Padre — Dante vociferó, aferrándose a los recuerdos de los últimos meses. No quería perder su felicidad, porque la tristeza podría matarlo. Vivir preso del pensamiento de lo que pudo ser, y no fue, le llevaría a la locura — Estoy enamorado de un chico —

Asher terminó encogiéndose, a punto de quiebre por sus dolorosas palpitaciones golpeando su pecho. El calor se asentó en sus mejillas, dándole un adorable rubor, que se extendió hasta la punta de sus orejas. Sus labios no tardaron en titilar, formando una chueca sonrisa. Sin fuerzas, sostuvo su frente contra uno de los escalones de la escalera. Soltando en un delicado y profundo suspiro, todo su estrés.

— Un... Chico — Thomas dio un paso hacia atrás de la sorpresa, las palabras se esfumaron de su léxico. La conexión no fue realmente difícil de hacer. Intercaló la mirada entre ambos muchachos, entendiendo a grandes rasgos su relación — ¿Asher? Asher y tú — de la impresión casi se desploma, de no ser por el rápido auxilio de Dante, sosteniéndole.

Entre Dante y Asher consiguieron recostarlo en una de las bancas de la iglesia, la más cercana a la puerta, para permitirle recibir un poco del soplo del viento. "Es una prueba, una prueba de Dios", murmuró al removerse mientras restregaba la palma de sus manos sobre sus párpados. El ruido de la cruz colgada en su cuello, paró su ataque de nervios. Entre los huecos de sus dedos miró a Asher.

El chico era prácticamente su hijo. Amaba sus virtudes y sus defectos, celebraba sus logros y le regañaba por sus faltas. ¿Aquella era una equivocación? Su paternal amor no había cambiado. Amaría a su muchacho, sin importar las circunstancias.

— Necesito un momento a solas con Dios — estaba mareado, comprobando su propia temperatura con su mano sobre su frente, esforzándose por dar profundas inhalaciones, necesitaba aire o se desmayaría — Aunque no lo comprenda, lo respeto hijo — palmeó el brazo de Asher, esbozando una pequeña sonrisa — Solo preciso tiempo —

Sus principios estaban siendo puestos a prueba, contra el amor a su hijo. ¿Acababa de fallarle a su iglesia? 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro