Capítulo 31
Sus mejillas se enfriaron por las lágrimas que el viento secó en su camino de regreso. El sepulcral silencio, le dio el permiso de hundirse en sus pensamientos. Divagó en soledad, hasta hartarse. Él, que nunca fue el más devoto, le rezó a Dios para que ese fuese el final.
El cansancio ni siquiera le acompañó, porque la melancolía no lo concedió. Hace mucho había dejado de ver por el espejo retrovisor, la figura de su viejo amor. Asher lo abandonó en aquel sepulcro, queriendo cortar lazos definitivamente. Las manos aún le temblaban erráticas, incluso al llegar a casa, después de tatuar sus dedos al presionar el volante con descomunal fuerza.
Sentado en los escalones del pórtico, con un cigarrillo apagado en la mano, vistiendo solo sus pantalones, Jayce le esperaba, sin perder de vista el amanecer frente a él. Apenas sosteniéndose en pie, Asher bajó del auto, las piernas aún tiritaban tras toda la descarga de estrés. Leopoldo se le atravesó a medio camino, el can corría libre por los alrededores de la casa, persiguiendo un par de hojas regadas en plena entrada.
— Es un poco triste despertar sin ti, después de hacer el amor — Jayce luchó por prender el encendedor, hasta rendirse de probar una calada de nicotina matutina.
Ash le apartó el cigarrillo, empujando el tabaco con sus dedos, pidiéndole un instante de su atención. Se lamió los labios, resecos y adoloridos, le ardieron por el solo roce — Estuve con Dante... Se apareció en casa en medio de la noche. Volvió a pedirme una oportunidad —
— ¿Y de qué forma creativa le rechazaste? — Inevitablemente, por el tacto frío de la yema de aquellos dedos, tomó la mano de su esposo entre la suya, frotándola para brindarle calor.
Perdido un segundo en la sensación áspera sobre su piel, su pensamiento se vio entorpecido — Lo llevé a su tumba. Yo, yo no lo amo... Ya no — susurró, adormecido por la paz que Jay le provocaba. Se dejó caer sobre el primer escalón, arrodillándose frente a su esposo. Sus labios apenas húmedos, se pegaron un instante — Yo te amo a ti —
Esas manos que le abrigaron, subieron hasta sus brazos, atrayéndole al cuerpo ajeno. Entrecerró los ojos con lentitud, aceptando entregarle su corazón de nuevo. Sus labios se tocaron con suavidad, a Asher se le desprendió un suspiro, se acariciaron sin llegar a unirse, solo jugando a ver quién era el primero en desesperarse.
Asher perdió. Fundió su boca a la de su marido, respiró pese a no poder hacerlo. Sus brazos se enredaron a sus hombros, sus uñas rasguñaron su espalda en medio de su mimoso tacto. Las manos de Jayce se le enterraron en la espalda, obligándole a mantenerse pegado a él. En un beso se decían más de mil veces amor, los pesares se borraban y la felicidad empezaba a tener sentido, al caer en una dulce adicción.
Manteniendo los ojos cerrados, se permitió sentir cada casto beso depositado sobre su rostro. Tiritaba, acorde a sus erráticos latidos. Si Jayce dejaba de sostenerle entre sus brazos, caería por su languidez.
— Te amo. Te amo, Jayce. Te amo — repetía, sin poder contener sus sentimientos en secreto. En donde esos labios tocaban, su piel ardía. Todas las veces que no pudo responder la noche anterior, lo hizo en ese momento — Te amo —
Jayce le cargó sosteniéndolo de los muslos. Se levantó con el menor en brazos, clavando sus largos dedos en sus muslos, asegurándose de tenerle bien sujeto. Asher apenas se agitó, aferrado al cuerpo de su esposo, embobado por los constantes besos, fue embriagado por la exasperación del contrario por tomarlo con aquella demoledora posesividad... Volvió a perderse en sus labios.
— ¿Por qué no quieres poner una denuncia? —
— Porque seguro lo dijo por la calentura del momento, nunca lastimaría a nadie — Le besó, los labios de su esposo sabían a café, los suyos a la miel de los panqueques — Solo dale tiempo para procesarlo. Confío en que no se convirtió en una mala persona —
Los dedos de Jayce se hundieron entre sus enredadas hebras, tiró suavemente sin herirlo, haciéndole suspirar. Sentado en el sillón, teniendo a su marido de pie frente a él, le hacía sentir más pequeño.
— Espero tengas razón — acarició su mejilla, idiotizado por su belleza, le contempló en silencio. Verle bobalicón por su culpa, le provocaba una sonrisa altanera — ¿Quieres salir conmigo después del trabajo? —
— ¿Vas a salir muy tarde? — Entreabrió los ojos, sumergido en su burbuja de pereza, la profunda y ronca voz de Jayce, le invitaba a quedarse dormido. Sujetó su muñeca entre sus dedos, impidiéndole con un endeble agarre, marcharse.
— A las cuatro — la lenta caricia, se robó un poco de su cordura. Se inclinó a degustar aquellos labios ligeramente abiertos, queriendo succionar hasta la última gota de sabor a miel.
Los brazos de Asher le atrajeron al abrazarlo por el cuello. Jayce apoyó una de sus manos en el respaldar del sofá, mientras elevaba un poco el cuerpo de su esposo. Su único interés, era recorrer con su lengua, el interior de la boca del menor. A paso lento, tomando su tiempo, disfrutó de él.
A Asher le quedaron temblando los labios, su agitada respiración se entremezcló con la de Jayce por la cercanía. Cerró los ojos al sentir un corto beso húmedo y ruidoso sobre su cachete. Su dulzura le hizo reír.
— Acepto... —
La larga despedida llegó a su fin, Asher aún suspiraba como un crío enamorado, pese a que el ruido del motor del auto, se había acallado desde hace varios minutos. Leopoldo le persiguió por la cocina con su pelota en el hocico, enredándose entre sus piernas, agitando su cola, bailando junto a su amado dueño.
— Jugaremos después, Leo — carcajeándose, luchó por no enredarse con sus pasos, y acabar cayendo encima del can. Con las manos llenas de jabón, lavaba los trastos del desayuno que su esposo le había hecho. Tarareó un poco la canción sonando en la radio, agradecido por esa felicidad que le acompañaba todos los días.
Los tres días después de rechazar a Dante, habían pasado con tranquilidad. El hombre dejó de buscarle con esa agobiante insistencia, su presencia se diluyó lentamente, permitiéndole volver a su rutina.
Quizá no era el Dante del que se había enamorado, sin embargo, esperaba en el futuro, poder tener una relación cordial como dos viejos amantes que dejaron de quererse. No guardaba en su corazón, el mal para él, aunque sí tendría siempre un poco de resentimiento por los golpes que le había propinado a su esposo.
Tenerle rencor a Dante y amar con locura a Jayce, la vida siempre escondía sus sorpresas. Su yo joven, moriría de la risa si le contara.
El día no cambió. El calor se asentó con mayor gusto, aunque tuviese un pequeño abanicó soplándole directamente a la cara, estaba empapado de sudor, sofocado por la sed, relamiéndose el agua sobre los labios. Leopoldo no dejaba de corretear en el exterior, saltando contra los árboles al perseguir su pelota, Asher podía observarlo desde la ventana.
Las telas sobre la mesa se le cayeron, estaba lo suficientemente aburrido para seguir con su trabajo. Los lentes se le deslizaron más hacia dentro, cuando se recostó perezoso en la silla, queriendo tomar un descanso. Por el rabillo del ojo se fijó en la hora, las tres en punto.
Dobló y guardó sus encargos en una bolsa, el llanto de una cigarra se escuchaba a su espalda. Se estiró, desperezándose. Odiaba cada gota cayendo por su espalda, estaba tentado en andar desnudo por su casa.
— ¡Leo! ¡Leo, adentro! — le gritó desde la puerta principal, esperando al perro, quien corrió sin perder su energía.
El can entró buscando su tazón de agua, tomándose la mitad y tirando la otra parte al suelo.
Tras alistarse, Ash le ató la correa a su cachorro al cuello, asegurándose de mantener su euforia controlada o acabaría corriendo detrás de él por el campo de flores. No quería esperar a que Jayce fuese por ellos, deseaba sorprenderlo en su trabajo... Esa era la excusa. El verdadero motivo, era pasar más tiempo juntos, porque le extrañaba.
Ni siquiera tuvo que llamar a la puerta, el estridente ladrido de Leopoldo, le avisó al hombre de su llegada. Jayce sonrió ladinamente al verlos llegar, el can no dejaba de tironear de Asher, queriendo liberarse de las ataduras, sin embargo, éste no dejaba de regañarle, y jalarlo hacia él.
— Solo déjalo libre, ¿no te da pena? — Jay cuestionó, prisionero en el lavamanos, sin dejar de frotarse la piel con mucho esfuerzo para borrarse la suciedad del trabajo de todo el día.
— No, la última vez, hizo un desastre y no estoy dispuesto a limpiar — Sin aliento, Ash apenas conseguía no trastabillar con sus propios pasos, odiaba la sensación de la ropa húmeda sobre su cuerpo. Relamiéndose los labios secos, se acercó a su marido — Estás sucio, tú sí deberías limpiarte —
— No sabía que vendrías hasta aquí... Hubiese terminado antes — se inclinó a sabiendas de lo que esposo quería de él. Encogiéndose, aunque no lo suficiente, le escuchó refunfuñar al ponerse de puntillas para llegar a su boca.
Le besó con calma, sabiendo que la eternidad le daba el tiempo suficiente. Asher era suyo, esos anillos los unían por el resto de sus vidas. El ritmo era delicado, solo era el roce de sus labios y la entrega de sus corazones... Por un instante, no existía nadie más que ellos. No habían penas, ni desilusiones. Se olvidaban las amarguras y las miserias.
Las piernas le temblaban y sus labios no dejaban de extrañar los contrarios, esperando un nuevo contacto. Asher mantuvo los ojos cerrados al sentir un casto beso sobre su mejilla, el sonido húmedo le hizo suspirar.
— Iré a tomar una ducha, ¿de acuerdo? — Susurró, porque la cercanía de ambos se lo permitía. Apreciar aquellos ojos que le admiraban con tanta ternura, podría convertirlo en el poeta de las letras más románticas jamás contadas. Luchó con la sensación de besarlo de nuevo... O no podría parar.
— Si tardas demasiado, te abandonaré aquí... —
— No, no lo harás —
Leopoldo fue el primero en intentar ir tras Jayce al verlo marcharse. Asher batalló con él para mantenerlo quieto a base de jalones y regaños, dejando la poca fuerza de sus brazos en contenerlo. Solo consiguió distraerlo al darle agua, quizá el can sufría de un miedo por el abandono, desde que Jay regresó a casa, Leo no quería dejarle solo.
Ash se sentó encima de un barril, con las piernas abiertas y la correa del perro enredada a su muñeca, frente a los inmensos portones abiertos de par en par, esperó mientras degustaba del fresco aire. El viento le secó el sudor y enfrió su piel, perdió la percepción del tiempo al dormitar por lo que creyó un par de horas. A lo lejos escuchó un par de pasos y el gruñido de Leopoldo, quien empezaba a desesperarse por echar al intruso.
— Está cerrado — Balbuceó sin terminar de desperezarse, se restregó los párpados, empezando a fastidiarse porque el desconocido no se iba — Está cerrado — insistió sin dejar de fruncir el ceño, hasta que sus ojos se adaptaron de nuevo a la luz, y frente a él, encontró a Dante.
Un escalofrío le recorrió al verlo. Sujetó con mayor afán, la correa de Leopoldo, quien comenzó a desesperarse y removerse erráticamente de lado a lado, se le tornaron los nudillos de blanco de tanto luchar con él. Aunque le notó en calma, la sensación de repelús no abandonó su piel, inconscientemente presagió una desgracia.
— Dante, ¿qué haces aquí? — Aunque no tartamudeó, su voz no tuvo la suficiente fuerza para emitir más allá de un suave murmullo. Los latidos del corazón los sintió en su garganta, hasta ellos fueron mucho más altos que sus palabras.
Frente a frente, ninguno apartó la mirada del contrario. El concepto del tiempo cobró un nuevo significado, porque un par de segundos, se convirtieron en miles de siglos. Dante no decía nada con su expresión.
— La verdadera pregunta es, ¿qué haces tú aquí? —
Le dolieron los dedos de tanto tirar de la correa, quizá los nervios del perro se le pegaron a él. Su garganta seca, le raspaba — No tengo porqué darte explicaciones, puedo estar donde yo quiera, Dante — estar sentado le hacía sentir mucho más débil — ¿Por qué viniste? Sabes que Jayce trabaja aquí, ¿qué quieres con él? —
— Mis asuntos son con Jayce, no contigo. Ve a dar una vuelta por allí en lo que hablábamos — señaló con la cabeza, con una suavidad como si se tratase de un pequeño infante.
— También se tratan de mí desde que mencionas el nombre de mi esposo — Quería echarlo, incluso si pronunciaba las palabras más crueles contra él. Necesitaba sentirlo lejos de su familia. Su corazón latía desbocado, podía sentirlo saliendo de su pecho — Vete a casa, Dante. Vete, busca tu felicidad... Déjanos en paz —
Jayce solo escuchó el intercambio a lo lejos, el agua aún se escurría por la punta de sus cabellos, la toalla húmeda, había dejado de absorber con eficiencia. Estaba más relajado después de refrescarse — Asher, ¿con quién hablas? — Preguntó al acercarse tras salir del cuarto de baño.
La sonrisa cayó de sus labios, que formaron una línea recta por la incomodidad de verle. Sus músculos se tensionaron, casi alistándose para otro usual encontronazo, Jay se cansó de intentar lidiar con las palabras, tomaría todo su odio a los golpes.
De un leve movimiento, lo primero que brilló al sacar el arma de su pantalón, fue la punta metálica. Dante no podía mirar más allá de su ensañamiento con el ladrón de su vida. Su respiración era apacible, la precisión al sujetar la nueve milímetros era impresionable, considerando que antaño, le temblaban hasta las hebras del cabello al empuñar una pistola.
Jayce no hizo el ademán de retroceder, caminó de frente, tironeando tras su espalda, a su esposo, quien conmocionado, se mantuvo erguido, evitando inhalar aire al estar atado al terror de la visita de la muerte.
— Veo que no te has olvidado de nuestras viejas amigas — Dante quitó el seguro, estaba listo para vaciarle todo el cargador. Hace mucho abandonó el pensamiento racional, solo necesitaba aliviarse a través de la venganza — Nos salvaron muchas veces... Tantas. Ahora, una va a quitarte la vida —
A Asher se le deslizó la correa de los dedos, Jayce tiró de Leopoldo, el can no dejaba de caminar agitado, preparándose para atacar. No dejaba de ladrar, abriendo sus fauces con desesperación de brincar contra Dante.
— ¡Leo, quieto! — Jayce lo jaló con suficiente fuerza para marcar un par de venas, no quería verle herido. El pequeño cuerpo tembloroso a sus espaldas le hizo mantenerse firme, como un escudo impenetrable — Si quieres matarme, hazlo... Solo deja a mi familia irse —
Dante ni siquiera necesitaba apuntar, los disparos serían a quemarropa. El primero quería dárselo en las sienes, ser lo último que viese durante esa patética existencia llena de mentiras.
— No. Que vea, es mejor que vea... Así nadie podrá mentirle — su dedo rozó el gatillo. La imagen, plagada de desesperanza frente a él, era estupenda. Todos los años que sufrió, encerrado, luchando por sobrevivir, para perderlo todo a manos de un amigo... No era justo ser el único miserable — Lo comprobará con sus ojos —
— Dices amarlo, Dante... Entonces, ¿por qué quieres lastimarlo? —
Asher se estaba ahogando, empezó a hiperventilar al no encontrar aire suficiente para sostenerse. Las lágrimas emergieron una tras otras. Jayce no dejaba de empujarlo lejos con la mano, pero él, tercamente se aferraba a su camisa, estirando la tela, sin moverse ni un centímetro.
— Porque si no es mío, no será de nadie... Prefiero matarlos a ambos, a dejarlos ser felices — Con la otra mano, se restregó una oreja, agitado por los constantes ladridos del perro, éste no había dejado de luchar.
El miedo de Asher no era morir, con insistencia batallaba con su esposo, él no iba a correr y dejarlo solo... Lo que en verdad le asustaba, era perderlo.
Leopoldo finalmente consiguió desestabilizar a Jayce. El hombre tambaleó un segundo, suficiente para invertir los papeles. Asher corrió a abalanzarse contra Dante, jamás estuvo delante de un arma de fuego, sabía el peligro, pero el mismo terror le dio el empuje para enfrentarse a él.
El encontronazo no duró más de un suspiro, el disparo resonó en las paredes, llamando a una absoluta calma. Su débil corazón bombeó con mayor rapidez, un par de lágrimas terminaron de deslizarse... Ni siquiera sentía dolor, se agarró donde estuvo el pinchazo, su mano no tardó en empaparse de sangre. Asher sentía su vida diluirse en cada respiración. Cayó al suelo, desplomado igual que sus fuerzas.
Solo escuchó uno, dos, tres... y perdió la cuenta de las siguientes detonaciones.
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