Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 3

Las horas extras de trabajo le tenían agotado, sus músculos tensos, producían un molesto dolor. Lo único realmente brillante en esa noche de un cielo sin luna plagado de estrellas, era la punta de su cigarrillo consumiéndose por el fuego. Recostado en la pared adyacente a la puerta principal de la familia Thatcher, Jayce esperaba por Dante, quien empacaba los pescados que su abuela había comprado.

Fue seguir el movimiento de las hojas en las copas de los árboles, lo que le hizo dirigir su mirada a la iglesia, allá en la distancia. El recuerdo de la mañana le hizo reír, una carcajada apagada al inhalar las toxinas del cigarro golpeando sus labios.

— Pescado fres... — La sonrisa de Dante pasó a una mueca de confusión — ¿de qué te ríes, Jay? — Dejó la hielera a los pies del mayor, curioso por el motivo de su risa.

Jayce recogió la pequeña hielera, atravesando la larga asa de tela a través de su torso — Recordé algo sin importancia — respondió al encogerse de hombros, sostuvo el cigarrillo con sus labios, ignorando la mirada acusadora de su mejor amigo.

— Ese algo sin importancia, ¿tiene qué ver con el rasguño en tu mejilla? — Dante señaló su propio pómulo. Había querido mantenerse callado de la herida, sin embargo, la curiosidad y preocupación acabó rebasando su fingido desinterés.

Jayden expulsó el humo al lado contrario, evitando molestar demasiado al menor. Solo un año de diferencia y sus caminos se habían descarriado por completo. Él había abandonado la escuela, tomaba y fumaba. A meses de siquiera cumplir los dieciocho y lucía como un gran desinteresado en progresar... Y aunque Dante era su antítesis, su relación era buena.

— Quizá — murmuró, entrar en detalles conllevaría a ser regañado por horas.

Dante sostuvo al chico por el asa de la hielera, evitando que se marchara repentinamente sin siquiera explicarle. Odiaba quedarse con las dudas — Escupe, ¿es sobre esa chica a la que estás viendo? Marina, ¿no? — Tiró de Jayce, le recriminó sin necesidad de palabras. Él era consciente de la falta de interés de su amigo por establecer relaciones formales.

Jayce alzó una de sus manos pidiendo clemencia de las exigencias de su amigo — Oh, ¿y tú cómo sabes que me veo con Marina? — En tono jocoso, arqueando una ceja, desperdiciando el cigarrillo al mantenerlo lejos de su boca, cuestionó a Dante. Su no relación era un secreto. Aprovechando el par de centímetros con los que le superaba, hizo al contrario retroceder.

— Ustedes, tú — carraspeó, notándose expuesto. Dante dirigió su mirada lejos de la de Jayden, escapando de sus mofas — Amigo, no son muy discretos — confesó, derrumbándose en un profundo suspiro — hace tres semanas, fui a dejarte el almuerzo, ¿lo recuerdas? —

Jayden asintió, mintiendo, porque no recordaba exactamente la fecha, pues Dante solía cuidar de él con bastante frecuencia.

— Ella llegó primero ese día, por accidente los vi besarse detrás del taller. ¡Accidente! — Repitió queriendo limpiarse de culpas por el bochornoso recuerdo, revivirlo pintó levemente sus mejillas de rubor.

El nerviosismo de Dante le hizo reír a carcajadas — Soy culpable, me gustan las mujeres, arréstame — rebuscó en sus bolsillos un nuevo cigarrillo, porque el que estaba en su boca tenía poco tiempo de vida. Desilusionado, no encontró ninguno más — Pero no, lamento arruinarlo, Marina y yo estamos bien —

— Entonces, ¿me contarás lo de tu mejilla? Estoy seguro, se ve inflamada —

— Mejor dime — Jay arrojó la colilla fuera de la propiedad, esperando que la tierra apagara la llama — ¿Qué le ves al chico de la iglesia? — Relamió sus labios resecos con el paso de su lengua, expectante de la contestación de su amigo.

— ¿Asher? Soy su tutor, ya te dije — respondió confundido por traer a Ash a la conversación — Es trabajador, dulce y hogareño, ¿qué hay con él? — Se cruzó de brazos, expectante.

— Trabajador, dulce y hogareño — Jayden repitió, asintiendo a las palabras de Dante — Yo creo que es un agresivo, hipócrita y malhumorado — replicó en base a su poca experiencia alrededor del protegido del Padre del pueblo — Seguro le gustas mucho, lo suficiente para actuar diferente alrededor de ti —

Dante negó, desconociendo a la persona que Jay describió. Desde su punto de vista, Ash era un buen chico, a lo mejor un poco torpe socialmente, su soledad le hacía anhelar la compañía — O quizá tú lo fastidias mucho y por ello es antipático contigo —

— Me gusta más mi teoría —

Abotonó el último botón de su camisa, la tela era suave y fresca, una dulce caricia al tacto. ¿Serían las nubes tan agradables? En realidad, ni siquiera podría tocarlas, las nubes no bajaban tanto. Se admiró frente al tocador de su madre, su revoltoso cabello castaño, brillaban bajo algunos rayos del sol entrando por la ventana.

El olor del mar calmó sus sentidos, su corazón lleva golpeando su pecho desde hace un buen rato. Dante ajustó la correa de su bolso sobre su hombro. Jayce podría reírse de él por su esfuerzo de lucir presentable, sin embargo, las risas no apagarían sus deseos.

— Te ves bastante guapo en esa camisa, cariño — Su madre, una afable mujer en sus plenos cuarenta, cuya cálida sonrisa nunca abandonaba sus labios, le observó desde la puerta de la habitación. Las mejillas de Dante se acaloraron, tintándose de rubor. La risa de su madre le fue contagiosa.

— Asher me la obsequió, una de sus formas de agradecerme por las tutorías — Explicó a Victoria al ver su reflejo a través del cristal, paseando un cepillo por su melena, aplacando su rebeldía — Nunca me tomó medidas, desde mi punto de vista, hace magia —

La fémina se acercó a su hijo, le quitó el cepillo de las manos, ayudándole con sus rizos, teniendo clemencia por ellos — Es un chico solitario, me alegra ver que te hiciste su amigo —

— Mamá, Asher no es una obra de caridad. Me agrada, de verdad — Dante ya había rebasado la altura de su madre, aquella admirable mujer, se miraba pequeña al compararse con él en la actualidad, sin embargo, ella seguía siendo mucho más fuerte, incluso más que su padre.

Victoria acomodó el cuello de la camisa, planchó las arrugas inexistentes con el paso de su mano — Lo entiendo, es solo... Ya sabes, me gustaría que tuvieses más amigos como Asher — murmuró sin apartar sus orbes de los de su hijo — que como Jayce, él... —

Dante negó, no pudo evitar la mueca de enojo en su expresión, al entender las intenciones de su progenitora. Plantó un beso en la frente de Victoria, antes de alejar sus manos con delicadeza — Te amo, mamá... pero no. No voy a condicionar mis relaciones por apariencias. Jayce también es un buen chico —

— Los buenos chicos no fuman, beben y son unos promiscuos a los diecisiete años — Refutó, fastidiada por la poca atención de Dante sobre sus preocupaciones. No quería que sus sueños se viesen interrumpidos por malas influencias.

— Los chicos de diecisiete años no se encargan completamente de la limpieza del hogar, ser el sustento de la casa y cuidar a su único familiar — Le corrigió, intentando no sonar tan irritado como se sentía. No pretendía faltarle al respeto a su madre — Lo hace desde hace años, es un muchacho admirable — Estrechó a la fémina entre sus brazos — Volveré más tarde, mamá —

El abrazo le tomó por sorpresa por lo repentino, aunque entendió el mensaje de dejar el tema, ella era muy terca — Aún no terminamos de hablar, Dante — Insistió al seguir al chico por la casa, sin mucho éxito de alcanzar su paso.

— Te amo, mamá. Nos vemos en la noche — Dante farfulló, consiguiendo escapar de una larga charla sobre consejos que no necesitaba oír. Zarandeó su mano, escuchando a sus espaldas los refunfuños de Victoria, quien le dejó partir al no tener otra opción.

Caminar por los andenes, debajo de las sombras de los árboles y los techos de las casas, le permitió despejar la mente por un instante. Aunque su atención recayó de nuevo en la camisa, esa camisa. Inconscientemente, sonrió bobalicón al rememorar la linda expresión nerviosa de Asher al regalársela una semana atrás. Sus dedos fríos y temblorosos rozando los suyos, antes de escapar tras un pequeño grito, retrocediendo en medio de una risa llena de excusas del porqué de su actuar.

Para él, Ash había sido bastante tierno... Darle una definición le puso en un grave aprieto, porque no le fue indiferente, el ruido de su corazón, que a fecha de hoy, no quería apaciguarse. Golpeó su pecho, una y otra vez con su puño, como si estuviese en la misa del domingo, rogándole a Dios perdón por sus pecados, al recitar una oración.

Al llegar al camino de tierra, secó el sudor en sus mejillas con un pañuelo. Recorrió el infantil bordado de patitos con la yema de sus dedos, un regalo viejo que Liah; la abuela de Jayce, le había obsequiado en uno de sus cumpleaños. Tras meses yendo por el mismo sendero, su cuerpo se había acostumbrado. La colina empinada, ya no parecía un duro camino. La persona al final del viaje, valía el esfuerzo.

"¿Cómo sabes qué te gusta alguien?", la pregunta resonó en su cabeza junto a cada paso. No se avergonzaba de su desconocimiento sobre el amor, se abochornaba por las sensaciones en su corazón. Jayce se había burlado de él, el tiempo justo para matar un segundo, porque su rostro serio le mandó a callar.

Dante se palmeó las mejillas, sus temblorosos labios se estiraron en una línea firme. Desconocía si sus agitadas palpitaciones se debían al esfuerzo físico o por la respuesta que Jayce le dio hace dos noches atrás.

"Porque quieres besarle", Jayce contestó en resonancia a su seriedad. Nunca fue el más sentimentalista o el orador más elocuente. Hacer más que hablar, era su política de vida. Jamás tendría la capacidad de explicar a detalle, el abrigo al corazón que el amor puede darle, porque hasta él desconocía la profundidad de aquel sentimiento. Marina solo le atraía, su sentir aún era demasiado inmaduro.

En el último trecho del camino hacia el hogar de Asher, escuchó su voz atravesando las paredes, siendo llevada por el viento. Un tarareo de una canción de la Eucaristía. El solo susurro en su oído, aplacó todas sus dolencias y angustias. A pesar del cansancio, siguió con una sonrisa en los labios. En el pórtico de la casa, tomó aire, aliviado que la vieja madera no le contase a Asher de su presencia.

La puerta principal yacía entreabierta, permitiéndole al aire adueñarse de la estancia. El rugido del motor de la máquina de coser, sobrevino al de la voz de Ash. Un par de lentes viejos escondían sus preciosos orbes, de marco negro y cuadrado, con el cristal un poco rayado por su descuido al guardarlos. Debía usarlos permanentemente, sin embargo, siempre los olvidaba en alguno de los rincones de la casa.

Un lápiz era sostenido tras su oreja, sus cabellos rebeldes encontraban diferentes ángulos en los que descansar a recibir los soplos del aire. Sus labios resecos apenas abiertos, dejaban salir un par de tonadas. Andaba descalzo, usando una camisa dos tallas más grandes que la suya, la tela se deslizaba por uno de sus hombros, exponiendo su blanca tes.

A sus ojos, Asher desprendía una belleza imposible de explicar. Su aparente fragilidad, era solo una mentira.

Lo pidió, en realidad fue un ruego silencioso, que esos dos inmensos y profundos mares le vieran por solo un instante. Asher alzó la mirada, abanicando su rostro con sus manos, las gotas de sudor no dejaban de desprenderse de su piel.

— ¡¿Dante?! — Exaltado, pegó un brinco. Su alucinación le hizo restregarse los párpados con el dorso de su mano, burlándose internamente por sus propios disparates.

— Hey — Avergonzado, le saludó con la mano al entrar a la vivienda a pasos indecisos. Arrastrando los pies por la madera, buscando algún argumento con el cual excusarse — Yo, pasaba por aquí — musitó, casi agradeciendo no balbucear. No era un buen mentiroso.

Asher asintió, contó mentalmente los días, convencido en que su tutoría no era ese día. Lo hubiese recordado — ¿Dejando un encargo? El Padre Thomás debe estar en su hora de rezos — dijo al admirar la hora, sorprendiéndose al darse cuenta de haber olvidado el almuerzo — Puedes esperarlo aquí. La buena compañía siempre es bienvenida —

El trabajo solía consumir su tiempo.

— Dante, ¿quieres algo de tomar? — Tambaleó al levantarse, sus piernas no despertaron tan rápido. Aferrado a la mesa, botó un par de alfileres al suelo — Lo siento, llevo un par de horas trabajando, ¿quieres... — La cercanía del chico le interrumpió.

Dante se acercó a él, antes de siquiera reconocer su propio cuerpo. Extendió sus brazos alrededor de Asher, pendiente por si éste volvía a trastabillar.

— Quizá debas descansar un poco — Su voz, aterciopelada por su corazón, fue como un dulce susurro para el nervioso chico, quien tras un instante de cobardía, alzó la mirada, encontrándose con él.

— Sí... — Murmuró casi sin aliento, percibiendo el aroma de su perfume. Carraspeó, queriendo esfumar la hipnosis de Dante sobre sus sentidos — Sí, sí... — Empezaba a arrepentirse de regalarle una camisa, verlo en ella solo le arrancaba suspiros. Su sonrojo ya era bastante expresivo, sus mejillas no le dejaban guardar aquel secreto.

— ¿Tienes fiebre? — La tentación de envolverlo entre sus brazos, era dolorosa. Dante apoyó la palma de su mano sobre la frente de Ash, acercándose más de lo debido a su rostro.

— No. Sí. No lo sé — Sus palpitaciones no le dejaban escuchar la voz de su amigo, tuvo que atinar una respuesta adecuada. Sabía que había hablado, porque movió sus labios.

Ahí, junto a él, Dante corroboró lo que ya sabía. Quería besarlo. Quería besar a Asher.

— Ash, ¿me odiarías si hago algo indebido? — Le cuestionó, temeroso de asustarlo y perder la unión entre ellos, por culpa de su atrevimiento.

— Nunca podría odiarte — dijo, preocupado y confundido. Buscando en su expresión, las respuestas ocultas tras sus labios, mas solo encontró su propio reflejo en sus ojos — Nunca —

Entonces, Dante lo besó.

Fundió sus bocas en un contacto remilgado, muy endeble y temeroso. Un contacto inocente de un par de jóvenes inexpertos, un par de novatos descubriendo el amor. Solo se unieron, porque ninguno sabía cómo dar un beso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro