Capítulo 29
Sus labios le guiaban en un compás lento, de apreciación por el sabor del contrario. Las palpitaciones de su escandaloso corazón dictaban su nerviosismo. Sus manos se aferraron a la camisa de su esposo, encontrando el soporte que necesitaba.
El tiempo había dejado de tener sentido. Dos almas podían unirse solo con un beso, diciendo de más de mil formas la palabra "amor". Su vida, se la entregó a su esposo, suplicándole por cuidarla con empeño.
Las manos de Jayce acariciaron sus mejillas, la piel rugosa le produjo cosquillas, la caricia mansa le arrancó más de un suspiro. Con el final del contacto, nacía uno nuevo por el derroche de desesperación y la angustia de saciar la necesidad.
Sus brazos terminaron por ajustarse a sus hombros, permitiéndole a Jayce levantarlo con cuidado del sofá, Asher se mantuvo de puntillas para alcanzar sus labios. Las manos firmes de su esposo, agarrando su cintura, le hizo estremecer. Las sábanas enredadas a sus piernas, se deslizaron por su piel hasta caer al suelo.
Jayce bajó su tacto un poco más abajo, queriendo un toque más íntimo e impropio de dos desconocidos. Asher prácticamente dio un pequeño brinco para ser cargado, sus piernas temblorosas ya no podían sostenerlo.
Sin necesidad de pedir su permiso, Jayce lo llevó por propia voluntad a la habitación. Le recostó en aquella cama donde tantas veces le hizo el amor, a veces sin tener que llegar a un encuentro sexual. Lo hizo al repartirle besos inocentes hasta el amanecer, al contarle sus miedos al oído, al sostenerle en sus brazos durante las horas más oscuras...
Jayce se acomodó entre sus piernas, permitiéndose el lujo de apreciar su rostro: Los labios rojos y apenas inflamados, el leve rubor bordeando sus mejillas, sus ojos cristalinos llenos de esperanza y las exhalaciones ruidosas por la falta de aire, su esposo era hermoso.
— Dilo de nuevo, Jay — rozó esa dulce boca con la yema de sus dedos, el contrario abrazó su muñeca, echándole un poco de peso a su mano, haciéndole suspirar al regalarle un beso a su palma — Dilo de nuevo, por favor —
— Te amo — ser el culpable de la felicidad de Asher, le animaba a seguir confesando — Te amo —
Él solo rió, la alegría se le desbordaba desde los labios — Tardaste mucho en decirlo... Estaba por empezar a odiarte — una de sus manos se posó encima de su pecho, sintiendo contra ella, cada latido desenfrenado.
— Lamento haber tardado. Gracias por esperarme — plantó su boca sobre su mejilla, cerca de la comisura de sus labios. Suplicando por más de esa risa, porque su avaricia era inmensa.
Volvieron a besarse, dejándose llevar por el deseo de amarse. En un mutuo acuerdo, aceptaron entregarse. Asher fue el primero en tocar por debajo de la ropa, tironeando de la camisa, arañando con suavidad la espalda de su esposo, enloqueció de gusto por el encuentro entre sus pieles.
Entre jalones consiguió sacarle la camisa, dejándola caer de la cama. Estremeciéndose por el roce ajeno debajo de su propia playera, su piel no tardó en cubrirse de una leve capa de sudor, y el primer gemido brotó de un apretón a uno de sus pezones. Presionó sus párpados como reflejo de la combinación del dolor y el placer, Asher no pudo tomar mucho aire, porque su boca volvió a ser invadida por la lengua de Jayce.
Aturdido por las caricias, embriagado de la presencia de su esposo, apenas fue consciente al perder la última prenda, cuando las sábanas rozaron su desnudes. Hace muchos años se había desprendido del pudor, sus dedos se pasearon por el borde del pantalón de Jayce, mientras su pierna se deslizaba por su muslo.
— Tienes mucha ropa encima, Jay — musitó, rabiando por la falta de aliento y el ardor ante la sed. Sus labios le dolían, sin embargo, no quería abstenerse de besarlo hasta el cansancio. Inclinado, luchando contra su propio peso haciéndole temblar, logró desprender el botón y bajar el cierre.
Jayce lamió desde su hombro hacia su oreja, aferrándose al abrazarlo con delicadeza. El profundo suspiro de su marido, erizó la piel de su cuello. Las yemas de sus dedos se pasearon a contornear sin tinta, los bordes de su espalda y más allá. Su pecho chocaba con el de su esposo en cada una de sus respiraciones, sus cuerpos entrelazados no permitían definir el final de uno o el principio del otro.
Lo más ruidoso atrapado en esas cuatro paredes, era la unión de sus erráticas respiraciones y el sonido húmedo de los besos de Jayce sobre la piel de Asher al desvestirlo.
— ¿Cuántas veces te han dicho que eres hermoso? — Sus dientes se hundieron en la carne, formando un hematoma coloreando la piel del menor. Jay amaba hasta sus estruendosas exhalaciones y las torpes caricias de sus dedos entre sus cabellos, enredándose en las hebras azabaches.
Asher se quedó pensativo, como borracho, se perdió al contar dos más dos — Tú no sueles decirlo — le reclamó, sin perder las ganas de reír y los nervios de su corazón, por los labios bajando más allá de sus caderas. La lenta lamida a su virilidad le hizo aferrarse de las sábanas, tirar de ellas al olvidarse de respirar.
— ¿No lo hago? — Le cuestionó antes de relamerse los labios, sus ojos dejaron de perderse en es basto mar, para enfocarse en el prominente pene frente a él — Vaya idiota soy —
Ash no hizo ni el ademán de alejarlo, el cúmulo de gemidos aglomerados en su garganta, brotaron con la fuerza de una tormenta. Retorciéndose por cada succión, se le llenaron los orbes de lágrimas, sujetó a una almohada, encontró un soporte. Jayce no le dejó cerrar las piernas, su mano sostenía parte de su hombría, mientras tomaba en su boca la punta.
Con su lengua le acarició el glande, animado por cada jadeo apenas ahogado contra el cojín empapado en saliva y lágrimas. Dejándose guiar, Jay no tardó en sostener su propia erección para masturbarse, sin dejar de atender con su boca a su esposo. Los segundos se ralentizaron, los sonidos húmedos por la mezcla de fluidos dominaron el ambiente.
Asher luchaba con el entumecimiento de sus piernas y las ansias de cambiar de lugar con Jayce, en cada chupada, imaginaba ser él quien tuviera en su boca el falo de su marido, luchando a cada instante por respirar al ahogarse en su longitud. El morbo de saber que disfrutaba de su cuerpo, con la desesperación de complacerse a sí mismo con su mano, le tenía al borde del orgasmo, avergonzándose al no poder resistir un poco más.
— ...Jayce — agitado al sentir su clímax, gimoteó su nombre antes de correrse. Trémulo en la cama, rodeado por las sábanas, suspiró por las lamidas en su miembro. Aún atontado al degustar su placer, abrió las piernas al sentir los roces en su entrada de los dedos empapados de su semen y el líquido preseminal de su esposo — Jayce — repitió al arrastrar la palabra, sin necesidad de tener mil motivos para hacerlo.
Abrazó a su marido por el cuello, bordeando sus hombros con sus brazos. Empujó sus caderas hacia la intromisión en su interior, necesitado de aumentar el frenesí con el que le jodían. Ladeó la cabeza, dejando a Jayce marcar un camino de besos a lo largo de su nuca, inconsciente de los múltiples chupetes tatuándose en su piel.
Perdió el raciocinio. Existía por el feroz deseo de ser amado por Jayce. Exasperado por ser penetrado únicamente por los dedos que le estiraron, no tardó en suplicar por ser amado, interrumpiendo los jugueteos de Jay mordiendo sus pezones, rojos y endurecidos.
La cama rechinó por el peso de ambos, él les dio la vuelta. Sentado sobre el vientre de su esposo, se permitió recorrer su torso con las manos, Jayce siempre le pareció un hombre atractivo. La erección chocando contra sus nalgas, le hizo suspirar de deseo, tiritando de la expectativa de tenerlo enterrado dentro.
Desvergonzado, elevó las caderas y con ayuda de su mano, guio la punta del pene hacia su ano, deslizándose lentamente antes de dejarse caer, arqueó la espalda al verse nublado por el tamaño. Las manos de Jayce se posaron sobre sus glúteos, amasando la carne hasta marcar sus uñas. Asher se aferró a sus antebrazos para empezar a impulsarse, cada estocada hacía vibrar su garganta con un nuevo gemido.
Su voz, imparable por la necesidad de expresarse, no paraba de balbucear el nombre de su esposo. Sosteniéndose de Jay y apoyándose en sus rodillas, encontró el balance para saltar con más rapidez, clavando las embestidas muy profundamente. Un leve rastro de saliva se le escurrió de entre los labios, bajando por su mentón hasta caer. La vista era hermosa desde arriba, su esposo retorciéndose debajo suyo, jadeando libremente por el placer que le causaba.
El impulso de sus fuerzas fue mermándose con el paso de los segundos, agobiado por no poder seguir, tuvo que volver a suplicar. Jayce acarició su espalda al empujarse hacia adelante, sus torsos se pegaron, dejando entre medio de ellos, el duro miembro de Asher, mojado de saliva y semen. Su esposo, besó caritativo, sus pezones, su cuello y su mentón, antes de llegar a sus labios, al sostenerlo con un cariño que pretendió hacerle llorar.
Asher movió sus caderas en círculos, mientras se derretía en el beso lascivo en el que le dominaban, su lengua solo podía seguir el juego de la contraria, enredándose entre ellas. Su respiración se tornó más estridente, y el alivio de sentir su calor, le produjo alegría a su corazón.
Su espalda no tardó en tocar la suavidad de las sábanas, sus dedos se enterraron en la tela. Ash abrazó las caderas de su marido, resintiendo una nueva oleada de embestidas. La virilidad de Jayce salía un poco antes de volver a penetrarlo con ferocidad, haciéndole olvidar su nombre. La cama se agitó por la violencia, sin parar de rechinar al acompañar sus gemidos y los jadeos de su esposo. Sus sexos húmedos, chocando en las estocadas, tenían su propio ritmo lascivo.
Jayce buscó su mano, haciéndolo entrelazarlas. Su otra mano se aferró a la espalda del mayor, rasgando la piel con sus uñas. Perdió el control de su cuerpo, trémulo, desplomado contra el colchón. Tan cerca de llegar a un nuevo orgasmo, intercambiando sus erráticas respiraciones con Jay al tener sus bocas cercas, éste le dio la vuelta, poniéndolo en cuatro.
Clavando sus rodillas en la cama, perdiendo la pelea con sus brazos para mantener parte de su peso. Fue cubierto por su esposo, quien lamió el contorno de su oreja, mientras se acomodaba en su interior, tras manosear sus nalgas. Se mordió los labios por el ardor de la nalgada que le propinó. Enterrando la cara contra una almohada, se deshizo en gemidos, pero ni tener la lengua enredada le detenía de rogar por más.
Ser tomado duro, mientras le masturbaban, le provocaba hasta el punto del colapso. La mano alrededor de su pene seguía el mismo ritmo que las embestidas, no dándole descanso de verse expuesto al placer. Las mordeduras y arañazos le ardían por el sudor metiéndose en cada laceración. Estar siendo dominado con tanta brutalidad, le encantaba.
La noche era muy joven para acabar tan pronto.
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