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Capítulo 27

— Eres un idiota — dijo, escondiendo su boca tras la palma de su mano. Su cuerpo pegado por completo a la puerta del auto, le ayudaba a no rozarse ni por error con su esposo — Lo sabes, ¿verdad? —

Jayce esbozó una sonrisa, plenamente consciente de sus acciones de las últimas semanas. Se detuvo a media vereda, tras levantar una última ráfaga de polvo desde sus llantas traseras. El viento dejó de agitar sus cabellos, y la excusa para no girarse hacia él, desapareció.

— Ilumíname — recostó su brazo bordeando el contorno del volante, ansioso por escuchar más de su voz, aunque solo fuese para regañarle — Soy todo oídos, ilústrame —

Asher se desabrochó el cinturón, sus dedos completamente gélidos, no dejaban de temblar. Las manos de Jayce se posaron sobre las suyas, impidiéndole seguir su torpe escape del auto.

— Solo estoy preocupado, Ash. No estoy intentando hacer un movimiento sobre ti — volvió a abrocharle el cinturón antes de prender el motor. Sus intenciones de ser burlesco, se disiparon frente a la expresión melancólica de su esposo — ¿Estás descansando? —

Asher bufó, empezando a irritarse de las contradicciones. Se sentía tan agotado, física y mentalmente, que la pregunta se hizo refunfuñar — Tengo treinta años, Jay... Sé cómo cuidarme solo, no necesito un padre —

— Entonces no actúes como un crío de quince —

— ¿Yo? — Arqueó una ceja, indignado por el tono altivo de Jayce. En esos instantes, hasta el soplo del viento entrando por la ventana le irritaba — ¿Seguro no estás hablando de ti mismo? Porque eres igual de indeciso que un adolescente —

Jayce negó, contagiándose del enojo de su acompañante. Verle, era una dulce tortura, pues su adolorido corazón ansiaba tenerlo más allá de los sueños nocturnos que no le dejaban dormir por la noche, pero el poseerlo, solo le recordaba la falla a la fidelidad que se le debe a la amistad — Me cogí a la pareja de mi mejor amigo, perdóname por necesitar tiempo para procesarlo —

Los labios se le curvaron al presionarlos al escuchar en voz alta la verdad. La vergüenza le terminó callando, se recostó al extremo, pretendiendo escapar, aunque fuese un par de milímetros. Un par de lágrimas de frustración, las terminó limpiando con el dorso de su mano, mientras luchaba con el nudo apretándole la garganta.

El silencioso camino a casa concluyó en un par de minutos, el ruido del motor siguió haciendo bullicio, sin que ninguno de los dos se moviese. El agobio del calor empezaba a menguar, porque la tarde estaba por terminar, el sol seguía cayendo por el cielo, buscando marcharse a descansar.

Asher fue el primero en salir del auto, murmuró el nombre del cachorro escondido en los asientos traseros al jalar de su correa. Leopoldo se estiró perezoso, arrojando un par de sus pelos al sacudirse, su pelaje voló en todas direcciones, pegándose en las ventanas, las sillas y la alfombra. Dudó al tener la puerta entre sus manos, indeciso entre cerrarla y marcharse o alargar el tiempo sin sentido.

— Tú decidiste irte. Entonces, deja de aparecerte y olvídame, Jayce — toda la frustración se la tragó, sus ganas de desquitarse con el auto, se esfumaron a medida que el inevitable momento de despedirse llegó.

Jayce, absorto al verle caminar paso a paso hacia su hogar, estuvo librando una férrea batalla interna. Masculló un par de maldiciones antes de abandonar su auto para ir tras el menor, siguiendo sus pasos al caminar, atento a alguna caída. Leopoldo era el ignorante feliz, él cambiaba al lado de ellos, sin sentir los leves tirones de la correa, contento agitaba la cola al ser ajeno de la discusión.

— ¿Estás sordo, Jay? ¿No escuchaste lo que dije? —

— ¿Cuándo he escuchado lo que me dices, Ash? —

Su malintencionada pregunta le hizo reír levemente, haciéndole olvidar por un instante, todos los males. Él estaba enamorado, solo verle le provocaba una sonrisa. No tenerlo, lo mataba poco a poco. Contra el cuerpo de su esposo y la puerta a su espalda, no había forma de escapar de esa pequeña prisión improvisada.

Tímidamente, trazó líneas con la yema de sus dedos sobre su mentón, sus propios labios se entreabrieron. Jay estaba tenso, sin embargo, no se apartó de la ligera caricia que rozaba un poco más arriba, llamándole a inclinarse.

— Gracias por traerme — musitó al aclararse la garganta, sus latidos resonaban en su tímpano, los nervios le recordaban a su adolescencia, tiritando ante el más mínimo contacto, aterrado de dar el primer paso, por miedo a ser rechazado — Ya puedes irte, Jay —

— Entra. Te llevaré a tu habitación — inconscientemente respondió a sus caricias, su respiración pudo agitar la del contrario, hipnotizado ante ese par de orbes azules, contuvo el aliento cuando sus agrietados labios tocaron su quijada, raspando al subir hacia su boca. El contacto fue lento, pudoroso y casi imperceptible.

De puntillas, luchó por no perder el equilibrio tras alcanzar a robarle un beso — ¿Qué más incluye el servicio? — Jayce aprisionó su muñeca entre su mano, obligándole a alejarse.

— Me iré cuando te duermas —

— ¿Y si no me duermo? — Se le deslizó de los dedos, consiguiendo su propia libertad. El tacto de su esposo aún le provocaba escalofríos, le plantó un nuevo beso a su muñeca, en donde aquellos dedos le sostuvieron.

Jayce era consciente de su debilidad, nunca fue inmune a su particular encanto. Desde muy joven siempre le buscó, de adulto su obsesión era peor, en especial porque ya lo había probado a su gusto y antojo — Lo harás — abrió la puerta, sosteniéndole de la cintura para que no se cayera al estar recostado sobre ella.

Asher entró arrastrando los pies, decepcionado por las constantes negativas de Jayce. El interior en penumbras, era un desastre de ropas sobre los muebles, bolas de hilos en las esquinas y campos de minas de botones regados por el suelo. Se había dejado consumir por el trabajo, que ni caso le hacía al apetito, la comida en la refrigeradora solo se acumulaba de envases de alimentos hechos.

Jayce Huxley no admiraba la suciedad y el desorden, siempre se caracterizó por su integridad al cuidar de casa. Le dio un tic en el ojo, enfadado por el descuido de su marido sobre la vivienda. Trastabilló con un par de bolsas, junto al sillón desarreglado, repleto de almohadas y sábanas desparramadas hasta el suelo.

— ¿Ya comiste? — Le cuestionó al mirar la cocina extrañamente limpia, sin ninguna cazuela en los quemadores, considerando la hora, debían estar al menos un par de trastos escurriéndose en la platera. La sensación de encontrarle más delgado al abrazarle, reavivó su preocupación — Asher, ¿ya comiste? —

Leopoldo le siguió mientras arrastraba su tazón vacío con la nariz, impaciente por recibir una nueva ración de alimento.

— Sí — mintió al escurrirse a su habitación, no tenía más fuerza para lidiar con su tristeza, ni con el causante de la misma. Se desprendió de sus ropas, buscando en las gavetas una de las camisetas olvidadas por Jayce.

Asher solo pudo maldecir al escuchar el escándalo en la cocina, el aroma de la sopa de pollo ardiendo a fuego lento se coló por las rendijas de la puerta. Se escondió debajo de las mantas, intentando concentrarse en el ruido del motor del abanico, enterrándose con fervor entre las almohadas. Brincó por el estruendo de las pisadas dentro de su recamara, luchó por fingir estar dormido, sin embargo, Jayce le despojó violentamente de las sábanas.

— A comer. No me hagas repetirlo, dices que tienes treinta y sabes cómo cuidarte... No actúes como un bebé malcriado — Jay estaba enfadado, pero ni siquiera el enojo le hizo evitar apreciar la belleza del hombre, quizá el principal morbo era verlo dentro de su ropa.

Ash se sentó a regañadientes, mascullando entre dientes al caminar de mala gana hacia el comedor. Por mucho que fingiera desagrado al ser cuidado, en realidad le gustaba.

La usual comida caliente esperando en la mesa le hizo fruncir los labios. Dejándose caer sobre el asiento, hizo tambalear la mesa al golpearla con su pierna.

— Gracias, supongo. Yo no te lo pedí — forzó a su boca empezar a aceptar los bocados, porque la presión del hombre sentado frente a él, le hacía removerse incómodo.

— Vaya sorpresa, sabes agradecer — causaba con sus dedos una rítmica tonada, diciendo sin palabras que ninguno se levantaría hasta que el plato estuviese vacío.

Ofendido, las ganas de arrojarle la cuchara a la frente no le faltaron — ¿No me vas a dar un regalo por ser tan educado? —

— Puedo darte otra ración de comida, porque eres muy educado —

Asher decidió callarse y seguir comiendo, no quería librar una lucha, cuando apenas reconocía dónde y con quién estaba. Comió hasta el último pedazo de verdura, antes de recostarse sobre la mesa, sin ánimos ni de respirar, acariciándose la barriga con las manos encima de la camisa.

Jayce enterró sus dedos entre sus cabellos, enredándoles y desarreglándolos. El calor de la tarde había dejado de percibirse, y el fresco de la noche se adentraba a través de la ventana levemente abierta.

— No te duermas de inmediato, Ash... —

Disfrutando de la atención, cerró los ojos al percibirse en calma — No me estoy durmiendo — de perezoso arrastró las palabras, enredando la lengua. Reaccionó de inmediato cuando dejó de sentir aquel suave toque, atrapó entre sus dedos los de su esposo, suplicando con la mirada que no se detuviera.

La voluntad de Jayce flaqueó. Consumido por los ruegos y su propia debilidad, continuó con las caricias. La lenta respiración de Asher le contó sobre sus sueños, el cansancio terminó por vencerlo. Jay recogió su cuerpo, cargándole con admiración, perdido en su rostro dormido, recostado a su pecho, el deseo férreo de besarle, le hizo apretar los labios.

Le recostó en la cama, ocultándolo entre las sábanas, le apartó un par de mechones del rostro. Arrodillado en el suelo, vigilando que nada perturbase sus sueños, decidió volver a enamorarse al solo verlo descansar.

¿Desde cuándo perdió el rumbo? Las memorias del pasado, eran sus crueles torturadores. Él jamás quiso irrumpir en la felicidad de su mejor amigo, a quien siempre consideró un hermano, pero era un humano con miles de fallas, creyó que sus pecados serían perdonados en base a excusas: Tú ya no estabas, jamás volverías, no pude evitarlo.

Abochornado, sujetó la mano de su esposo, bordeando el contorno del anillo dorado en su dedo anular, al que le plantó un beso por su devoción, prometiéndole nuevamente amor.

Los últimos rayos aún luchaban por iluminar su camino. Dante apenas levantaba los pies, teniendo un debate mental tan ruidoso, que no percibió sus alrededores. Encorvado al patear un par de piedras desquitó su frustración, porque el orgullo no le permitía derramar un par de lágrimas.

Desde lejos percibió las luces de la casa encendidas. El vehículo de Jayce seguía estacionado a un costado de la vivienda, muy cerca de la entrada principal. Sin el seguro puesto, pudo entrar a su voluntad. Dentro olía a fresco, el aromatizante de limón cubría los rincones, el desorden de Asher había desaparecido, se podía caminar en línea recta, sin el temor a tropezarse con algún botón.

Jayce estaba recostado en el sillón más pequeño, con un vaso de agua medio vacío y las piernas estiradas, reponiendo sus energías en esa posición perezosa.

— Tardaste en regresar — Jay fue el primero en hablar, resintiendo el cansancio, se acomodó en el asiento con lentitud.

— Preferirías que nunca regresara, ¿verdad? — su ataque escondía una respuesta para más de un sentido. Buscó rápidamente a Asher, curioso por su ausencia.

— Él está descansando — se llevó el último trago de agua, terminando de refrescarse. La tensión entre ambos le tenía los músculos de la espalda y los hombros muy rígidos — ¿Por qué no vamos a charlar, Dante? —

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