Capítulo 26
Las pisadas de Leopoldo llenaban el silencio, obligándole a terminar de desperezarse en el borde de la cama, las sábanas deshechas caían en cascada hacia el suelo. Sus cabellos revueltos iban en todas direcciones, parecía haber pasado un huracán a soplarle los mechones. Asher sentía el peso del cansancio sobre sus párpados, los últimos días se había esclavizado a su trabajo, laburando extenuantes jornadas sin descanso, dormir más de dos horas era un premio, considerando sus leves episodios de insomnio.
— Ya voy, ya voy — la cama rechinó cuando se levantó, trastabilló al enredarse con las sábanas, el susto le arrancó una parte del sueño, aunque pronto volvió a recordar su agotamiento — Leo, eres un desesperado —
Tras la puerta, las penumbras reinaban en el interior de su hogar. El concepto de los días se había olvidado, dormía después de una rabieta y trabajaba según su terquedad. Los suaves ronquidos del hombre enrollado en su sofá le hicieron suspirar de cansancio, la pereza se le pegó con solo una mirada.
Leopoldo se acercó al bulto, solo para volver a gruñir de enojo antes de recibir un llamado de atención de su humano. Asher abrió cada ventana de su hogar, permitiéndole al aire limpio y a los rayos del sol, entrar en la vivienda. Cerró los ojos por los suaves soplidos, el fresco le supo agradable, le motivó a sonreír, pese a sus penas.
— Buenos días, Ash — Dante seguía medio dormido, aferrándose a los cojines para soportar su propio peso al buscar equilibrio — Tu sillón es horrible... En verdad, ¿no me dejarás dormir en la cama? — le dolían hasta las uñas, los días de soportar una incómoda posición, le pasaban la factura a su cuerpo. Se sobó la nuca, quejándose con cada minúsculo movimiento.
Asher reaccionó por el latigazo de la cola de Leopoldo en su pierna, la punta de su nariz se tornó en tono rojizo, pues el rocío de la mañana le congeló la piel. El can siguió con fidelidad sus pasos, yendo tras él hacia la cocina.
— Deja de insistir, Dante. Agradece que no te cobro renta, vives aquí gratis — puso a calentar agua, ansioso de tomar una buena taza de café mañanero, para despejar los últimos rastros del sueño intermitente de la noche anterior.
Vigiló de reojo a Dante, desde las hebras desarregladas, a su torso desnudo manchado con una gran y prominente cicatriz. No escapó cuando el contrario le encontró examinándolo, no le avergonzaba ser descubierto, ni siquiera le produjo nervios la sonrisa divertida en esos labios.
— ¿Te gusta? —
Se preocupó por endulzar el café antes que responder la pregunta juguetona de su ex pareja, encogiéndose de hombros, le restó importancia. Leopoldo insistió en tener su plato de comida al restregar su cabeza entre sus piernas, antes de soltar un ladrido y agitar la cola.
— He visto mejores, pero supongo que estás bien — el sabor del café no supo igual, porque su compañía usual no estaba a su lado. El gusto de la cafeína se le pegó en los labios, el calor de la taza entre sus manos, le reconfortó durante unos instantes.
Hace más de una semana sin él, seguía luchando por aceptar su partida.
Dante se acercó, ignorando su espacio personal o el significado del respeto. Poder apreciarlo desde las primeras horas de la mañana, se sentía como un sueño del que nunca quería despertar, esas migajas le sabían a un banquete después de atravesar un infierno de torturas. Con sus dedos le dio un empujón desde el mentón, haciéndole conectar miradas, logrando perderse en la belleza de esos orbes.
— ¿Nos vas a comparar en todo? — Cuestionó arqueando una ceja, ansioso por arrancarle más palabras a su boca.
— Tú preguntaste, yo respondí... Si no quieres saber, no lo hagas — La incomodidad por el toque ajeno había desaparecido luego de esos días de convivencia. La cercanía le hacía rozar la piel del hombre con su respiración. En realidad, muy en fondo, admiraba su terquedad de no rendirse, ello le recordaba a su antiguo Dante.
— No me culpes, muero por saber en qué estás pensando — aunque dudando, acarició con sus dedos el contorno de su rostro. El deseo insano de tomar otro beso estaba matándolo por dentro.
— En él —
Asher sabía cómo lastimarlo. Saboreó el descontento en pleno ayuno. Su poca cordura la perdía en cada rechazo al querer avanzar, porque parecía ir en retroceso.
— ¿En verdad caminarás hasta el pueblo? —
Asher no giró hacia la voz a su espalda, preocupado en ajustarle la correa a su perro, murmuró en afirmación, ignorando al contrario. Sus manos acariciaron las orejas del can, agradeciéndole por contar con su compañía.
— ¿Ves algún auto por aquí? — Preguntó en un ataque de descontento por su insistencia de seguir sus pasos, la risa se le borró al ver de reojo a Dante tomar la mochila llena de encargos listos para entregar — ¿Qué haces? —
— Iré contigo, no puedo dejarte solo — se cargó la correa en el hombro, esperando a que Asher terminase de alistar al animal. Casi preparando las siguientes palabras ante una nueva negativa de su amado.
Ash estaba cansado, mental y físicamente para seguir peleando ante cualquier pequeñez. Bajó las escaleras una a una, tras los pasos frenéticos de Leopoldo, quien tiraba emocionado de su correa, ansioso por correr entre las flores.
Dante iba dos pasos detrás de ellos, examinando en silencio al dueño de su corazón. Le notaba más cansado y quejumbroso, con leves señales de dormir poco y una creciente melancolía. Anhelaba poder estrecharle entre sus brazos, susurrándole los poemas de amor más empalagosos, para aliviar sus penas, sin embargo, Asher parecía huir de él con mayor fervor cada que se le acercaba.
— Ash, ¿tienes miedo de amarme? — Su pregunta no tuvo una respuesta, entre ambos solo se escuchaban las pisadas y la desenfrenada respiración del can, agobiado por no poder correr más allá de sus cadenas — Asher —
Superado por la situación, estaba al borde de colapsar a la orilla del camino. El roce del viento envuelto en el aroma a marea y la primavera, le tenían a punto de estornudos. La ropa pegada a su cuerpo por las incontables gotas de sudor deslizándose por su piel, le hacían sentir incómodo. La falta de sueño le mantenía mareado, estaba más inconsciente que despierto.
Dante le sujetó del brazo al verlo enredarse con sus propios pasos. Los dedos alrededor de su brazo le hicieron suspirar de alivio al evitar su caída. Convivir al lado de Dante le hacía regresar en el tiempo, cuando era un crío conociendo sobre el amor, ignorando la crueldad detrás del sentimiento.
— ¿Por qué no regresamos a casa? Te ves mal, Ash. Quizá es mejor que descanses — su voz golpeó el oído del contrario, su tono era armonioso, invitando a quedarse dormido, confiando en tener su resguardo. Le sacó el gorro de los cabellos, usándolo para abanicarle — Estás débil, podría darte un golpe de calor —
— Un golpe de calor es lo menor de mis preocupaciones, Dante — pese a su terquedad, no se puso en pie por su cuenta, siguió recargando su peso sobre el otro, manteniendo un agarre debilucho sobre la correa de Leopoldo.
Dante entrelazó efímeramente sus dedos al quitarle la cuerda de las manos. Ajustó su agarre en la cintura de Asher, sirviéndole de apoyo al caminar. Su pequeño cuerpo aún se ajustaba al suyo, provocándole una inevitable sonrisa de regocijo. Sacarle la palabra amor de los labios aún era un sueño muy lejano, sin embargo, contar con su confianza de llevarle de la mano, le produjo esperanza.
— No volveré a abandonarte, Asher. Si tan solo... —
— Dante, no digas nada... por favor — su tono al borde del llanto, acalló cualquier posible charla entre los dos.
El camino no fue del todo silencioso, pues ante la falta de palabras, los pensamientos tuvieron la oportunidad de ser ruidosos. La llegada al centro del pueblo la hicieron en transporte público, sentados en los asientos traseros, en un autobús prácticamente vacío.
La inquietud de Dante respecto a su condición de salud, les hizo tener una pequeña parada en un cafetín, a tomar un poco de refresco repleto de hielo, bajo la sombra de una sombrilla y el alivio de un fresco soplo del viento.
Leopoldo estaba atado a la pata central de la mesa redonda exterior al local, bebía desesperadamente el agua de un tazón de vidrio, preocupado por mojarse hasta las orejas para enfriarse, tras recorrer las calles bañadas por el sol de la tarde. Asher no dejaba de jugar con el popote y los cubos de hielo, tomando pequeños sorbos de su limonada, aburrido estaba a punto de dormirse en la silla.
Dante había sido secuestrado por un par de clientes de la cafetería, incapaz de escapar de las preguntas interminables sobre un pasado del que no se sentía cómodo de contar a desconocidos, hizo más de una señal a Asher para ser salvado, pero éste decidió ignorar todas y cada una de ellas.
Ash ni siquiera se sobresaltó cuando alguien arrastró la silla de metal a su lado, el chirrido de las patas le molestó, aunque no lo suficiente para quejarse. Frunciendo el ceño, miró de reojo a la prominente figura a su lado. Sus dedos fueron rozados por otros, cálidos en su tacto al acariciarle.
— Aún estás usando el anillo —
Su voz le retorció el corazón, acongojado por su propia debilidad, agarró el valor de alejarse de su toque. Jayce estaba sentado a su lado, con las piernas abiertas para bordear su cuerpo, se creaba una fricción entre su rodilla y el suave muslo de Ash. Encorvado, Jay apoyaba su codo sobre la mesa, recostando su mentón contra su mano, curioso de leer la expresión que Asher quería esconderle al girar la cabeza.
— No te preocupes, muy pronto voy a perderlo accidentalmente — se acalló usando la excusa de tomar su bebida, mientras fingía seguir solo.
Leopoldo, el único que no guardaba resentimientos, zarandeó su cola contra su pierna, gimoteando de alegría al recibir las caricias de Jayce sobre su lomo. Frenético, no paró de tiritar durante largos segundos por su derroche de felicidad al verlo.
— Me romperías el corazón —
— Entonces estaremos a mano — musitó, siendo plenamente consciente del hombre junto a él. Tenía miedo de respirar muy fuerte, y perderse las exhalaciones de Jayce. Quizá su amor era más bien una obsesión. Su propia fragilidad frente a él, le causaba irritación.
El tono infantil de su voz le hizo reír, entrelazó sus dedos contra un par de mechones que caían sobre su oreja, produciéndole escalofríos — ¿Quieres vengarte de mí? — susurró, aprovechando la cercanía de ambos para secretearse.
— ¿Vengarme? — Se mofó de la palabra, por el rabillo del ojo le observó, luchando con el desenfreno de su corazón, pues no quería que sus mejillas se tornaran en otro tono — Hay mil formas mejores de vengarme —
— ¿Cómo meter a Dante en casa? —
Calmó el temblor de sus labios al apretarlos en el popote, pretendiendo volver a beber. Mordió el plástico entre sus dientes, manteniéndose esquivo frente al hombre cuya presencia le tenía nervioso.
— ¿Viniste a comprobar los chismes? — Las gotas que se desprendían de su vaso se pegaban a su mano, le encaró en un arrebato de valor, decidido a no dejarse acongojar por sus palabras. Entre ellos, apenas conseguían pasar las ráfagas de viento — Déjame ahorrarte el tiempo... Sí, Dante se está quedando en mi casa porque quiere reconquistarme —
Jayce no se echó hacia atrás, en silencio le admiró, guardando en su mente, un nuevo recuerdo de su rostro. Sostuvo el gorro sobre su cabeza, sin pasarle desapercibido el leve rubor extendiéndose por sus pálidos pómulos.
— Reconquistarte — repitió, sin romper el contacto visual, encontrando en su mirada más de lo que necesitaba saber — Le deseo suerte —
Su arrogancia provocó otro ataque de enojo, Asher sonrió ladinamente, ansioso por regresarle sus palabras — ¿No crees que lo logre? — la mano sobre su cabeza le empujaba a acercarse un poco más, apenas podía resistir a la tentación de tomar de esa boca, los deseos en su mente.
— No —
— ¿Por qué? —
Asher escapó al girar su rostro hacia otro lado, queriendo rehuir de lo obvio. Apreció desde el cristal a Dante rodeado de personas hablando vigorosamente, él no dejaba de sonreír y llevarse la mano a la cabeza, pretendiendo verse torpe e ignorante siendo paciente, aunque estuviese al borde de la desesperación.
— Porque confío en ti —
Ash apoyó su mano contra el pecho de Jayce, sirviéndole de empuje para alejarse un poco más, incómodo por leer los deseos contradictorios de su esposo.
— Jay, deja de verme así — agobiado por las ganas de ser débil, agachó la cabeza como forma de escapar. Luchaba con todas sus fuerzas por mantenerse sereno, pretender no estar tan afectado como lo estaba.
— ¿Así cómo? — Provocarle tanta agitación le causaba una risa incontrolable, nacida de la sensación ególatra de ser más especial que nadie.
— Como si quisieras besarme — musitó antes de recibir un par de carcajadas como respuesta, ellas le hicieron volver a encararlo.
Jayce le quitó el gorro de paja de los cabellos, acarició su cachete con su mano, apretando cerca de sus labios, con el raciocinio ausente en sus acciones — ¿Estás tomando tu medicina? Te ves horrible, Asher —
Se levantó de un salto, volcando la silla en su acto de cobardía al escapar de la actitud melosa de Jayce. La mesa se tambaleó, provocando la caída de la poca limonada sobre la superficie, los cubitos de hielo rodaron lejos, hacia el suelo.
— No finjas preocuparte por mí, Jayce — sus dedos se tornaron blancos al hundir su frustración al presionar la mesa, se mordió el interior de la boca, bajándole el tono a su voz.
— Preocuparme por ti es parte de mí — tironeó de su mentón, obligándole a soltar la carne entre sus dientes. Se puso en pie, sin perderse ni un segundo cada uno de sus movimientos, procurando mantener sus dedos en su barbilla — Lo he hecho por tantos años —
— Y nunca dejaste de ser una espinilla en el culo — sonrió ladinamente, queriendo irritarlo con su ataque verbal. Dio un paso hacia atrás, pero solo chocó su talón con la punta de la silla — Ni antes, ni ahora —
Dante logró escaparse por la curiosidad de las personas a su alrededor al escuchar la discusión en el exterior. Entre empujones y pellizcos, consiguió salir del local, sin siquiera poder llevarse un soplo de alivio, al arder de cólera por la presencia de su principal traidor, sus labios fueron incapaces de estirarse en una sonrisa, la frivolidad se leía en su expresión, todos sus sentidos se enfocaron en repudiar a su antiguo mejor amigo.
Jayce se inclinó hacia su oído, rozando descuidadamente su oreja contra su boca — No mientas, Ash... eres un bastardo que siempre ha amado ser cuidado —
Su usual gorro de paja cayó al suelo, siendo perseguido por Leopoldo, a quien la correa no le dejó correr muy lejos, ladró frustrado por no ir tras su juguete. Asher presionó ambas manos contra el pecho de su esposo, odiando el estremecimiento que su voz le causó sin su permiso. Tembloroso, encontró consuelo en el cuerpo de Jayce.
— Te ves agotado, ¿en qué viniste? — No podía evitar querer alardear de las respuestas de Asher, él siempre amó tener el control en sus manos — ¿Caminando? No podrías soportar viajar hasta tu casa tan cansado, te llevaré en el auto —
— ¿Estás jugando conmigo? —
— Estoy demostrando decencia humana al cuidar de un enfermo — su mano bajó hacia su espalda baja, dándole un pequeño empujón para guiarle en dirección al vehículo. Desató el amarre de Leopoldo, ignorando al hombre acercándose a él.
Dante presionó su quijada, tensó al comprender la situación. Impotente, se acercó con toda la intención de borrar la risa burlona del contrario de un puñetazo — ¿Qué crees que estás haciendo, Jayce? —
— Llevarme a un enfermo a su casa — tiró de la correa de Leopoldo al escucharle gruñir hacia Dante. Al verlo, sentía estar charlando con la sombra de un fantasma, hasta él pecaba de ingenuo al no entender lo que los años pueden hacerte — ¿No lo ves? Asher está cayéndose de cansancio, apenas se mantiene en pie. Voy a llevarle en mi camioneta, ¿o acaso tú tienes una? —
Asher se mofó, por dentro llevaba una cruenta batalla interna, un par de gotas lamieron todo el contorno de su espalda antes de ser absorbidas por la tela de su pantalón, los temblores no cesaron ante sus súplicas — ¿Quién dijo que voy a irme contigo? —
— Tu cara de moribundo. Ahora, vámonos — Jayce amaba esa vigorosidad de su esposo por siempre llevarle la contraria, incluso al borde del colapso.
Dante le detuvo al sostenerle con fiereza del brazo, enterrando sus dedos sobre su piel, esperando causarle daño. Necesitaba aliviarse tras ese brutal golpe a su ego — Deja de hacerte el estúpido, Jayce... Te ves infantil —
Imperturbable, Jay prefirió luchar el enojo con jocosidad — Y, aun así, me llevo al chico —
Asher prefería desfallecer en plena calle antes de aceptar sumiso, sin embargo, su cuerpo reaccionaba contrario a su orgullo. Terminó dando el primer paso, para abandonar allí a Dante.
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