Capítulo 25
Asher podía percibir su propia piel tornarse de un color rojizo, cada dedo se tatuó alrededor de su antebrazo, provocándole un enojo inconmensurable. Se arrancó con brusquedad la lágrima rodando por su mejilla, mientras se mordía los labios para no acabar sollozando. Aún con la ventana del auto abierta, se asfixiaba.
Solo al vislumbrar la seguridad de su casa, le hizo suspirar de alivio. Saltó del auto en cuanto escuchó el motor apagado, arrojó la puerta sin intenciones de contenerse, que el vehículo se desarmara, era el menor de sus problemas.
— Asher —
— No, no quiero hablar, Jayce — elevó la voz, no lo suficiente para definirlo como un grito, si para escucharse por encima de cualquier ruido — Déjame solo —
Jayce ni siquiera tuvo que esforzarse para recorrer en dos pasos lo que a Asher le tomó unos veinte. La tenue luz de una lámpara cerca a la puerta principal, iluminó el par de figuras en las penumbras de un día por acabar. Él le sostuvo al abrazarlo por la espalda, dejando caer parte de su peso sobre el cuerpo más pequeño, agitando con su respiración, los cabellos de Ash.
Su fragilidad le lastimó, entre sus brazos tenía a su mundo entero. El aroma a tabaco pegado en su ropa, contagió la de su esposo, aumentando una razón más para sentirse culpable.
— Suéltame, Jayce Huxley. Estoy cansado, quiero recostarme — parpadeó a consciencia, anhelando borrar el rastro de un llanto que nunca afloró. Su labio dolía, no solo por la herida, su daño era más profundo — Si hablamos ahora, voy a lastimarte... porque en estos instantes te odio —
— ¿Y por cuál de todas las razones — su aliento acarició las orejas de Asher, sus manos se deslizaron por sus brazos, teniendo cuidado al entrelazar sus dedos — me odias? —
Ash se negó a recibir su toque por más de un par de segundos, giró sobre sus pies, encarándolo de frente. Permitiéndose darle un puñetazo contra su pecho, el golpe ni siquiera fue fuerte, porque el impacto más doloroso fue hacia su alma.
— Ni siquiera te enojaste. ¿Quién mierda eres? Tú no eres mi Jayce, tú no eres él... ¿Dónde está? — Sus uñas se enterraron entre la tela de la camisa de su esposo. Derrotado, sus piernas le volvieron a fallar. Las emociones negativas le sobrepasaban, haciéndole perder la razón — Mi Jayce... —
— Quiero darte la oportunidad de elegir, Ash... — le sostuvo al tomarle de los antebrazos, batallando por no dejarlo caer de rodillas.
— ¿Elegir? — Se mofó, las lágrimas pintaron sus labios, recordándole con una descarga de ardor, la profanación de sus labios — Yo ya elegí. Te elegí a ti. ¡Me casé contigo! —
— Me elegiste porque no tenías opción — Afrontar esas lágrimas de frente, se llevó toda su paciencia. Le volvió a acoger en sus brazos, encorvándose para acercarse a su altura, le hizo acomodar su mentón en su hombro, la tela no tardó en empaparse — Quiero regalarte la libertad de elegir lo que tu corazón desea —
Asher se enterró las uñas en las palmas para no regresar el reconfortante abrazo en el que se encontró envuelto.
— ¿En verdad crees que no estoy celoso? — Aceptando el rechazo, dio un paso hacia atrás. Acunó sus pómulos, encargándose de no perderse ni una sola gota derramada por ese par de océanos en sus ojos — Ardiendo de enojo, queriendo resolverlo todo a los golpes — Con la yema de su dedo, presionó debajo de su labio interior, anhelando pasar su lengua encima de la herida.
Ash cerró los ojos, expectante al entreabrir la boca, esperando pacientemente sentir más allá de un roce de su aliento contra sus labios. Suspiró, como si pudiera respirar, cuando la lengua de Jayce acarició el corte. Los latidos de su corazón se desbordaron de dicha, sus manos se posaron encima del dorso de las de Jayce. Avaricioso, quiso llegar más allá.
— Jayce, solo necesito dos palabras de ti... — aún con los ojos medio cerrados, perdiendo el aliento por culpa de la desgracia de no tener su boca contra la suya, le rogó a su esposo una confesión — di que me amas —
— No puedo —
Asher apartó aquellas manos de su rostro, decepcionado por no obtener lo anhelado, volvió a derramar su dolor. Algunas gotas se enredaron en sus pestañas, sus orbes se escondieron bajo un cristalino vidrio.
— ¿Por qué me pediste casarme contigo — los recuerdos volvieron a agobiarlo, cada decisión tuvo mayor peso sobre sus hombros — si no vas a seguirme amando como merezco? —
— La culpa me consume, Asher. Apenas puedo verte a la cara, necesito tiempo —
Ash percibía en Jayce el aroma al tabaco pegado a su ropa, su pausada respiración conteniendo un sollozo y el temblor en sus manos, batallando por no volver a tocarlo.
— Dijiste que nunca me dejarías ir porque no me amarías —
Jayce le respondió con un efímero beso en la frente, hasta una exhalación era más longeva que aquel contacto.
— Los dos siempre hemos sido mentirosos, Ash — le susurró sobre su amor, ese que da sin esperar nada a cambio.
Asher le detuvo al sostenerlo de la ropa, atrapando la tela en sus dedos, sin ejercer demasiada presión. Conoció de nuevo el motivo de esas palpitaciones. Jayce solía contárselo sin decir las palabras exactas, a veces lo hacía sin siquiera hablar.
Despertarlo con besos en la mañana, saber la cantidad exacta de azúcar para su café, ayudarle en el trabajo tras regresar agotado del suyo, hacerle reír o consolar su llanto, regañarlo por comer muchos dulces y escapar de las verduras, llevarle a la cama después de dormirse durante sus charlas nocturnas en el pórtico, aferrarse a él al dormir... Simplemente, hacerle feliz.
— Yo ya te he elegido, Jayce. Tú eres quien no me ha elegido a mí — su agarre endeble fue sostenido entre las cálidas manos que le enseñaron del respeto.
— Hay que darnos un tiempo, Ash... pero, si no dejas de llorar, no podré irme — arrancó con su toque cada lágrima, aunque su esfuerzo era inútil, porque dos afloraban cuando quitaba una.
— Entonces, no te vayas —
— ¿No quieres darme ni un segundo para respirar? — Estaba cansado mentalmente y verle llorar era su más grande debilidad. Se pasó una mano entre los cabellos, frustrado por ser superado ante la situación — ¿Hasta dónde llega tu egoísmo? —
— Me conoces desde hace décadas, no puedes enfadarte ahora — dio un paso al frente, su altura no le dejaba llegar más allá, de puntillas consiguió rozar sus labios contra su mentón — No quiero esperar —
— Pero sé que lo harás, porque yo te lo estoy pidiendo —
— Ni siquiera te atrevas a verme con esa expresión en tu rostro, Leopoldo Huxley — cruzado de brazos, conteniendo las emociones. Recostado contra el marco de la puerta, se quedó viendo el polvo levantado por la camioneta alejándose a la distancia.
Jayce había empacado un par de prendas en una mochila, antes de marcharse de su lado.
— Hice lo que pude, y él igual se fue... Tú no hiciste nada, no tienes derecho a llorar —
El can agachó las orejas, sollozando al comprender la situación. Eran solo Asher y él en esa casa llena de recuerdos. Su chillido se detuvo al ver a su dueño desplomarse a su lado, apoyado en la puerta, contando a través de su mirada, la profunda melancólica de su corazón.
— Le pedí a Dante que no se fuese, y se fue... Ahora, le pedí a Jayce que no se marchara, y se marchó... — Acarició la cabeza del perro, su suave pelaje desprendía el aroma de su nuevo shampoo — ¿Tú también vas a dejarme, Leo? —
Leopoldo le siguió con la mirada, agitando la cola por la ligera caricia. Acompañarse durante las penas alivio un poco el dolor.
El anillo en su dedo perdió un poco de significado. Rebuscó en sus bolsillos, sin encontrar ni un solo cigarrillo. Derramando silenciosas lágrimas, se quedó a ver el final de la tarde, las penumbras de la noche escondieron su cuerpo. No encendió ni una sola luz, ni siquiera la luna iluminó aquella noche. Sin fuerzas para ponerse en pie, acabó dormido en el suelo, con la puerta abierta de par en par, bajo el cobijo de Leopoldo, quien se mantuvo velando por sus sueños.
Adolorido por dormir en una posición incómoda, bajo una superficie tan dura, intentó estirar las extremidades, provocando un nuevo cántico en base a sus quejidos de aflicción y el crujido de sus huesos. La piel de su rostro yacía enrojecida y la zona alrededor de sus ojos estaba inflamada. Su aspecto era el de un pordiosero, el desamor quería matarlo.
Esa mañana, el aroma del café no invadió su estancia, un plato atiborrado de comida caliente no le esperaba y las peleas tontas por quien ocupaba más espacio en la cama, no existieron. Aferrándose a la manija, luchando contra el tiritar de sus piernas, consiguió cerrar la puerta. Lloró otro rato al hacerse el desayuno, quemó los huevos, le echó sal al café y mojó el pan con agua.
Comió en el suelo, al lado de Leopoldo, sollozando bajito, atorándose en cada bocado. La tristeza no le abandonó con el paso de las horas, se mantuvo junto a él, susurrándole al oído sobre todo lo que tuvo en el ayer.
Tras bañarse, se tumbó en la cama, enredado entre las sábanas, perdió el tiempo haciendo nada más allá de respirar porque lo hacía sin pensar. El llanto se le había terminado, y las ansias de olvidar las penas le agobiaron.
Terminó robando el vino de la parroquia, a sabiendas de las horas funestas que le esperarían, siendo regañado por Thomas.
Se embriagó durante un rato en la sala de estar, abrazando a un cojín, mientras se desahogaba con el televisor de cajón, la señal solo alcanzaba a sintonizar el canal de noticias, pero él lo dejó en la interferencia, pretendiendo mantener una conversación con alguien más. El llamado a la puerta aceleró su corazón, las ideas y el licor terminaron por nublarle el juicio.
— ¡Jayce! — Gritó, el aroma del interior se entremezcló con el exterior, el sabor del mar lo pudo sentir en sus labios. Su euforia se apagó, al notar el nombre del rostro frente a él — ...Dante — relamió la herida de su boca, recordando por qué existía.
— Luces decepcionado — Dante no necesitó preguntar, el rastro seco de lágrimas y la leve inflamación le contaron sobre sus lamentables horas anteriores. Se atrevió a acariciar sus mejillas, la cercanía le permitió sentir el olor del vino en su aliento — Yo también lo estoy, nuestra casa ha cambiado mucho en estos años —
— Mi casa — Le corrigió al llevar su mirada lejos del hombre delante de él — Solo es mía, Thomas me la dio — empujándole con la mano, consiguió crear distancia entre ambos. La cercanía le puso un poco nervioso, quizá su cuerpo resentía el dolor de ayer.
— ¿Puedo entrar a tu casa? —
Asher inventó mil excusas en su cabeza para rechazarlo, ninguna terminó siendo pronunciada — Ya viniste hasta acá, supongo que puedo mostrar hospitalidad —
Dante le siguió sin rechistar, el perro en medio del salón le hizo mantenerse alerta, porque no pareció agradarle al can, este vigiló sus movimientos hasta que se sentó en el sillón frente al de Asher. Sin permiso, recostó boca abajo el portarretratos de una foto de la feliz pareja, en la mesita de al lado.
— ¿No se va a enojar tu esposo si se entera que me dejaste entrar? —
La palabra esposo le hizo mofarse a carcajadas bastante fingidas, se le escapó el vino de la boca por las mofas, el líquido le besó la barbilla antes de caer al suelo. Sus ojos brillaron por nuevas lágrimas.
— ¿Esposo? Oh, sí... Yo tenía uno de esos, pero me dejó — musitó al lamentarse de su mala suerte en el amor, siempre terminaban abandonándolo. Empinó la botella hasta el límite, queriendo acallarse con la bebida. Escaparse por un rato del dolor no era un crimen.
— ¿Se fue? —
Las palabras revolotearon en el ambiente, sacudiendo emociones antónimas. Asher paseó su lengua por todo el contorno del envase vacío, un par de gotas se le escurrieron de la comisura de los labios. Su ropa guardaba el aroma del licor y el tabaco, haciéndole asquearse de su propia apariencia miserable.
— ¿Cuántas veces quieres que lo repita? — Tanteó su alrededor, consiguiendo un alcohol menos añejo al anterior... por mucho vino en su sistema, el dolor no se ahogaba — ¿Te lo escribo? Jayce se marchó y se llevó mi alegría con él —
Recostado en el sillón, en medio de un fuerte de cojines y botellas, la caricia en el dorso de su mano le hizo recuperar la compostura. Mareado, se irguió para cruzar miradas con Dante, cuestionando su desborde de familiaridad. Quiso alejarse, sin embargo, un par de dedos se entrelazaron con los suyos.
— Suéltame, Dante... — Su tirón fue endeble, tan lamentable que le avergonzó su propia fragilidad.
— Dame una oportunidad, Asher... Una oportunidad para demostrarte quien te ama de verdad — Apretó su mano, desbordando confianza hasta en su respirar. Le guio a tocar su pecho, justo encima de su corazón, pues aquellos latidos le pertenecieron desde hace más de una década. Él le había enseñado el significado del amor — No necesito nada más, solo ruego por un instante, cariño mío —
Asher acarició su mejilla con la yema de sus dedos, ensimismado en su rostro, rememorando en sueños ese pasado. Tocarlo no borró sus aflicciones. El ayer estaba muy lejos de ellos.
— Te esperé, Dante. Lo juro... esperé, esperé y esperé, tú nunca volviste — el sabor salado de sus lágrimas se mezcló con el tacto dulce del vino, estaba agotado de lamentar su propia existencia — Es tarde, ya me entregué a alguien más —
Dante sostuvo su muñeca, impidiéndole apartar su toque de su pómulo. Recargó el peso de su cabeza sobre la palma, la tersa piel le hizo suspirar — y él te ha abandonado, eres libre de elegir... Dame una oportunidad, mi amor —
Asher negó, se libró de su agobiante agarre. Abrazó sus muslos, apoyó sus talones sobre el borde del sillón, y se acomodó perezoso, dejando caer la botella que se hizo trizas contra el suelo.
— La parte de mí que te amaba con locura, se ha ido... Ya no existe —
Dante se inclinó, desesperado por el constante rechazo. Su adolorido corazón le impulsó a tomar sus pómulos entre sus manos, obligándole a no perder el contacto. Temblaba bajo la fachada de una sonrisa, apenas teniendo la fuerza para mantener juntos los pedazos rotos.
— Déjame volver a enamorarte — Rozó el anillo, mucho más consciente de él, aunque lejos de acobardarlo, le motivaba al recordar que no siempre estuvo allí — Te lo suplico —
— Yo... —
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