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Capítulo 23

Una mano sobre su hombro, llamó su atención hacia el lado contrario. El agarre era firme y cálido, sus ojos se encontraron con una mirada familiar, quien alivió su repentino malestar.

— Jayce, hermano — la dicha de verle vivo, tras esos años de imperturbables dudas, le hicieron estrechar al hombre en un efusivo abrazo. Palmeó su espalda con tanta fuerza, que la piel le ardió — Sobreviviste, sobreviviste al infierno —

Jay regresó la misma calidez que encontró, viendo de reojo la expresión incómoda de Asher, atrapado contra la puerta, deslizando su atención hacia el suelo, sujetando su brazo con su mano, intentando hacerse más pequeño.

— Creí... — Jay apoyó sus manos en sus hombros, estaba bajo de peso, sus dedos podían percibir los huesos por encima de la ropa — que te perdí ese día, ¿dónde estuviste? — Su aspecto provocaba un profundo dolor, la culpa le carcomía por robarle todo a él.

Dante esbozó una sincera sonrisa proveniente de su ignorancia, más ansioso por tener un momento a solas con su gran amor, negó relatar su trágico pasado.

— Te lo contaré todo con una cerveza, cuando estemos más tranquilos — Tenía tanto por decir y poco tiempo para hacerlo. Su madre debía estar en camino a su encuentro, le debía tanto a aquella mujer por todo el sufrimiento que le causaba — Por ahora quiero reunirme con mi familia — atrapó entre sus dedos los de Asher, pidiéndole de regalo una mirada.

Ash contuvo el aire al percibir las suaves caricias tímidas. Cada latido, no resonó por los nervios de un corazón enamorado, sus palpitaciones solo confesaban culpa.

— Estoy con alguien más, Dante — no escondería la verdad detrás de miles de mentiras. El respeto propio y ajeno le fue inculcado desde muy joven — Me casé con otro... —

Las crueles palabras fueron acompañadas por la fría caricia de sus dedos sobre el anillo en el anular. El exquisito y brillante oro, representaba la preciosa unión de dos amantes jurándose la eternidad.

Dante no sabía qué sentir por el desborde de emociones emergiendo de su pecho, aplastándole. Apretó la joya, deseando borrarla con su propia fuerza. Suplicó por encontrar la risa detrás de una broma de mal gusto. ¿Dónde quedaron ellos? ¿Ellos y sus planes del futuro? Ya no eran ellos, ahora era solo él.

El corazón no podía renacer y morir en el mismo segundo.

— ¿Quién? — Susurró adolorido al perder la fuerza de respirar. Asher ni siquiera flaqueó al enfrentarle y quizá ello le dolió más que perder la ignorancia. ¿A dónde se fue su amor?

Asher no tuvo que pronunciar un nombre, sus ojos le delataron al buscar a su nuevo amor. Al final de esa respuesta, solo estuvo Jayce.

Hasta los labios le temblaron de dolorido. Tanto mal no cabía en su cuerpo, estaba por explotar. El chico de su vida le entregó el corazón a alguien más, y ese alguien más era su mejor amigo. Un hombre roto no tiene miedo de las consecuencias, porque nada puede destrozarlo de nuevo.

— Con Jayce. ¡¿Me cambiaste por Jayce?! — El desconsuelo de la tristeza fue intercambiado por una demoledora rabia. El Asher avergonzado delante de él, le pareció un desconocido.

Jayce se mantuvo tenso, esperando la oportunidad de jalar a Asher bajo su resguardo, expectante de la reacción de Dante — Será mejor hablar en privado, cuando todo se calme —

— ¡¿Hablar?! — Dante se mofó de esa palabra. Guiado por su cólera, aventó un estruendoso y potente puñetazo a la mejilla de Jayce, cortando su labio y enrojeciendo su piel, tirando con fuerza su cabeza hacia el lado — ¡¿De qué tenemos que hablar?! — En él sólo existían las ganas de lastimarlo. El alma se le desgarró en gritos desesperados de negación y odio entremezclados.

Jayce guardó silencio, el golpe no le dolió, escuchar las secuelas de un amor pereciendo, le hizo lagrimear. Si molerlo a puñetazos aliviaría su dolor, estaba dispuesto a recibir su castigo con una sonrisa, sin embargo, su amante no concordaba con su pensamiento de mártir. Asher se colgó del brazo de Dante, impidiéndole volver a arremeter contra su marido.

— ¡Para, idiota! — Jaloneó con fuerza, poniéndose de puntillas por el tirón de su viejo amor, deshaciéndose de su agarre — ¡¡Para!! — Insistió llevado por su propio enfado, hasta que Dante consiguió desestabilizarlo, haciéndole trastabillar... Hubiese chocado de espaldas contra una de las mesas, de no ser por el brazo de Jayce soportando su peso.

Dante no entendía razones, su irracionalidad cegaba su cordura. Él quería regalarle el mundo a ese hombre en los brazos de otro.

— ¿Por qué con él, Asher? ¿Por qué él de entre los miles de hombres? — Tantas noches en vela, aferrándose a la esperanza de encontrar su sonrisa para curar sus males, no tuvieron ningún significado.

— Porque fue él quien estuvo conmigo cuando ya no me quedaba nada — Si alguien iba a juzgar sus fallas, que en verdad fuese un ser superior, y no otro humano pecador — Y entonces, se convirtió en todo —

Jayce le ayudó a recuperar el equilibrio, sin quitar su firme agarre en su cintura, enterrando sus dedos en la tela hasta clavarlos en su piel. Asher podía percibir el soplo de cada una de sus exhalaciones contra su frente, su cercanía le mantenía estable.

— Voy a matarlo — Dante confesó frente a los expectantes ojos de los curiosos, acallados sin parpadear para no perderse ni un segundo — Voy a matarlo — cada palabra solo aviva sus ansias de reescribir el mundo a través de la violencia. Si él no existiera...

La tensión acumulada volvió a explotar en un derroche de agresión, Dante intentó golpear de nuevo a Jayce, descargando cada gota de ira en su contra. Los hombres más jóvenes tuvieron que sostenerlo pese a las patadas y los tirones, manteniendo la distancia entre ambos, pues el temor de atestiguar una masacre, crecía al ver al furibundo hombre poseído por la rabia.

El eco de la puerta resonando a sus espaldas, golpeaba en su oído, pese a que el ruido había muerto hace ya un par de segundos. En la seguridad de su casa, se sintió vulnerable, porque los rincones cómplices de recuerdos, se tornaban en dagas envenenadas en su contra. El sentido perdió su rumbo, abandonándole a mitad del camino.

Por inercia tiró a Jayce sobre la silla del comedor, le arrinconó con su cuerpo, descansando su brazo en el extremo del espaldar del asiento, rodeándolo. Buscaba más de lo que podía encontrar en aquel tortuoso silencio, habían más de mil palabras por decir, sin el valor de hacerlo.

— Atenderé tus heridas — murmuró, antes de deambular por la morada, olvidando en donde tenía el botiquín de primeros auxilios. Chocó hasta con el viento en su camino, Leopoldo bien pudo reírse de su torpeza, al seguirle con fidelidad, agitando su cola de la felicidad que la ignorancia regala, esa de la que él también gozó.

Intentó acariciar su piel, sin embargo, el solo roce provocaba dolor en Jayce. Sin emitir quejas más allá de retorcerse levemente, Asher debía adivinar cómo tocarle sin lastimarle.

— Le dieron un calmante a Dante, no despertará en un buen rato — dijo, sabiendo que Jayce guardaba un eterno silencio que mantuvo durante todo el camino a casa. El ambiente de pesadumbre se expandió por cada esquina de la vivienda, haciéndole difícil respirar.

Asher mojó un nuevo algodón en el alcohol, limpió con devoción el labio cortado de su esposo, soplando con efusividad cada que le veía fruncir el ceño por el ardor. Sus fríos dedos recorrieron su piel, contrastando con su calor. Solo el delicado beso en su mejilla le hizo recobrar sus sentidos adormecidos por la repentina noticia, él quería ponerse feliz de ver a su amigo, pero la felicidad simplemente no llegaba y ello le provocaba un extenuante cargo de consciencia.

— ¿Por qué no te defendiste, Jay? —

— ¿Tengo derecho? —

Asher bufó, consternado por recibir como respuesta otra pregunta. Las ganas de volver a silenciarlo usando su boca, se las tuvo que apaciguar con la frustración. Verle herido, se sentía como un dolor propio.

— No te pueden condenar sin un juicio, hay algo llamado, presunción de inocencia —

Jayce acarició el anillo de su unión, sus ojos brillaban más que la propia joya — Acaso ¿soy inocente? Prácticamente robé la vida de mi mejor amigo —

— ¿La vida? — El rencor clavado en lo profundo de su corazón, volvió a enterrarse — Él no me eligió a mí, desechó lo que yo le ofrecía... y se fue — rogar por un toque nunca fue tan humillante como esos segundos donde obligó a Jayce a rodear su cintura con su mano, estaba tan rígido, que pensó tratar con un cadáver. No se notaba cómodo tocándole.

— Iba a regresar por ti, tenía tantos sueños e ilusiones contigo, durante las noches me contó sus planes... Y sus promesas — susurró, deshaciéndose por la culpa, mientras ella mataba su felicidad con cada estocada.

— Ya es tarde, Jayce. Él debe olvidarse de sus planes, borrar esas promesas, no me importan sus ilusiones y puede despertar de sus sueños — La voz de un adolescente locamente enamorado yacía apagada, lo que más se alzaba en el hombre de treinta, era la rabia que un repentino adiós le hizo cosechar durante tantos años.

— Finges ser cruel — Jayce esbozó una interpretación de risa burlona, escasa de gracia — Yo fui el principal testigo de tu amor por él. Te sostuve cuando estuviste a punto de morir de tristeza por perderlo — acarició con extraña timidez, su pómulo. Guardó con cariño, el contemplarlo con tanta familiaridad. La punta de los cabellos de Ash rozó sus dedos, tocar el lóbulo de su oreja, al enterrar su tacto en su nuca, le provocó ganas de guiarlo hacia su boca.

— Jay, sobreviví a un corazón roto — apretó sus labios, resistiendo el impulso de interrumpir la charla sin darle una conclusión — No me gusta lo que está en tu mente, no lo digas. No te atrevas a decirlo — presionó con su índice, la barbilla de su esposo, queriendo detenerlo.

— Entendería si tú decidieras tomarte un tiempo de nosotros para pensar con calma —

— Te lo pedí, te pedí que no lo dijeras... ¿Por qué nunca me haces caso? —

Si pudiera volver en el tiempo, solo cambiaría esos últimos segundos y apagaría sus palabras. Su anillo de bodas resaltó en medio de la tenue estancia, iluminada por un bombillo, el brillo le hizo apartar los ojos, buscando refugio en los orbes de su esposo.

— Porque no sueles tener razón — Su mano sobre la cintura de Asher, apretó por un segundo, antes de deslizarse un poco hacia abajo, lo suficiente para no ser malinterpretado. Sus dedos rozaban los bordes del pantalón, tentados en sumergirse debajo del pliegue de su camisa — En especial sobre mí... Piensas que soy un hombre justo y recto, ese tipo de sujeto jamás odiaría ver a su mejor amigo volver de entre los muertos —

— Hasta los hombres justos y rectos se equivocan — suspiró cuando el tacto en su pómulo desapareció. El recuerdo de su calor era desgarradoramente deprimente.

Jayce permitió resguardarlo entre sus piernas abiertas, mientras descansaba su brazo contra la mesa, conteniendo su indignación y las ganas de borrar en Asher cualquier rastro de afecto por Dante.

— Lo único que puedo jurar — un par de mechones de su cabello cayeron sobre sus ojos, rozando sus pestañas, impidiéndole ver bien — es que nunca te mentí sobre su muerte, Dante falleció ese día... O eso creí, evidentemente no era verdad —

— Lo sé, no eres tan retorcido — Las piernas le flaqueaban porque, aunque estuvieran frente a frente, apenas tocándose entre sí, la distancia entre ellos crecía — ¿Acaso puse en duda tus palabras? —

— Solo me estoy adelantando, no sería extraño escuchar algunas estupideces en mi contra — evitó el encuentro de sus miradas, después de su voz, nació un nuevo silencio. Su mente estaba inundada de mil millones de pensamientos, desde los más inocentes a los más aterradores, era mejor mantenerlos para sí.

Asher deseaba poder escuchar cada uno de ellos, pero sabía de la terquedad característica de Jay. Aunque le abriera la boca a la fuerza, jamás se lo diría. Pese a acariciarle, impulsado por la cercanía que con los años construyeron, no obtuvo respuesta a sus provocaciones.

— En verdad... ¿Quieres que nos demos un tiempo? — Susurró, estupefacto de la sola idea de tratarse como desconocidos, cuando ayer lo eran todo.

— Es lo más sano, deberías terminar de procesar lo que acaba de pasar... Dante está vivo, tu Dante ha vuelto, tu sueño se ha cumplido, Ash — La mano en su cadera cayó en su pierna, arrancando la última conexión entre ambos. Uno de los dos tenía que decirlo en voz alta para hacerlo real.

Su corazón flaqueó, haciéndole retroceder — Tu eres mi esposo, Jayce — la viveza desapareció, con cada una de esas verdades, su tono se apagaba.

— Y no lo sería, si él hubiese regresado antes — Jay se levantó de la silla, parándose frente al hombre encogido contra él. Sus labios temblorosos le provocaron un irremediable dolor, lo suficiente para matarlo en silencio.

Asher no pudo refutar de inmediato, la lengua se le trabó y la boca se quedó sin voz. Sentía que luchaba contra la corriente, se estaba ahogando sin poner resistencia.

— No lo sabes. Quizá lo hubiera terminado odiando — pataleó en un intento desesperado por detener al hombre delante de él, mostrándose imponente — No puedes saber el futuro, solo suponer —

— Asher, lo amabas... Habrías aceptado hasta su desprecio con tal de tenerlo — acarició sus brazos, estrechando su fragilidad al verse débil ante su propio corazón — Nunca me hubieses visto a mí, lo sabes —

Ash apoyó sus dedos en sus labios un endeble toque, estirándose hasta alcanzarlo, quiso callar sus habladurías.

— Te entregué mi vida, la puse en tus manos... ¿Acaso no crees que te amo, Jayce? —

Los suaves labios de Huxley presionaron su frente, el beso fue sencillo, corto y delicado, suficiente para acallar sus pesares, permitiéndole volver a respirar. El solo contacto le alegró por regalarle esperanza, antes de caer al abismo por segunda vez en el mismo segundo.

— Voy a dormir en el sofá, Asher —  

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