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Capítulo 21

Las yemas de un par de sus dedos acariciaron su rostro. El tacto era tan suave, como el que se le regala al pétalo de una rosa. Se removió un segundo, arrepintiéndose porque ello hizo al contrario detenerse. Jay esperó unos largos segundos antes de volver a ser digno de ese cariño.

— Buenos días, Ash — su voz sonó ronca por la resequedad de su garganta. Su mano acarició la desnuda espalda de su amante. El movimiento se reflejaba a través de la sábana cubriendo el cuerpo de Asher.

Él sonrió, sus dedos se deslizaron por la barbilla de su esposo, delineando cada poro. Su cabeza la apoyó sobre el hombro de Jayce, admirándole embobado desde abajo — Buenos días, Jay... ¿No crees que es muy tarde? —

Envolvió a su esposo entre sus brazos, apretándole fuertemente, sin consideración — Es mi día libre, puedo despertar a la hora que quiera —

— El tuyo — Asher le dio un mordisco en la quijada, no lo suficiente para lastimarlo — pero no el mío. ¿Me puedes dejar ir? — palmeó su brazo, sus dedos se enterraron en su piel al sentir el roce de los labios de su esposo contra su cuello — Jay... —

— ¿Dime? — Aún con los ojos entrecerrados, podía ver el tono rojizo que él mismo había provocado.

Asher suspiró en su oído, haciéndole estremecer — Tengo hambre — en lo más profundo de su lado irracional, anhelaba un contacto mucho más íntimo.

— Yo también —

— Hambre de verdad — replicó, tentado de subir un poco más las sábanas cubriendo su pecho.

— ¿Acaso hay hambre de mentira? — La punta de sus dedos recorrieron con torpeza aquellas mejillas levemente enrojecidas. Apreció en silencio a su amado conteniendo el aliento, ante el toque frío de su anillo en un roce accidental con su piel.

— Jayce, eres todo un romántico empedernido — la idea no se pudo quedar solo en su mente, salió en un susurro.

— Yo no he dicho nada —

— No hace falta decirlo, yo lo sé — Asher aprovechó la guardia baja del otro, para rodar en la cama, enredándose entre las sábanas, riendo en una melódica canción por los quejidos de Jayce.

Abrió las ventanas de par en par, agradeciendo cada helado soplo del aire. Sus cabellos terminaron de enredarse en mil nuevos nudos. El rechinido del colchón le alertó, haciéndole correr hacia la puerta.

Jayce fue mucho más rápido. Le contuvo en una improvisada prisión entre su cuerpo y la pared, presionándolo. Su aliento agitó la punta de los cabellos azabaches de Asher. Observó minuciosamente su piel, deslizando en su mirada, el ferviente deseo de poseerlo.

— ¿Por qué estás tan seguro? Podría mentirte mil veces, ¿cómo sabrías cuando digo la verdad? — Sus dedos tiraron más abajo aquella sábana enredada entre sus piernas.

Asher sonrió, la risa melosa de sus labios delataba su gusto por las intrusivas caricias — ¿Le mentirías a tu esposo para llevártelo a la cama? —

— Si es necesario, le mentiría a Dios — Bromeó, a sabiendas de las risas que provocaría en su marido.

Asher decidió dejar de luchar, se recostó contra el pecho de Jayce, descansando un momento su peso en él. La sábana cedió un poco más, pero no lo suficiente para rozarse piel con piel. Rendido a sus propios sentimientos, se sintió un jovenzuelo experimentando un candente primer amor.

Jayce solía ser tan pasional, demandante e insaciable, que Asher solía sentirse ahogado, sin embargo, empezaba a gustarle.

— No es necesario ser tan extremos, Jay — Cada beso plantado en su nuca, bajando a sus hombros, le hacía cerrar los ojos — Si me haces el desayuno, puedo invitarte a ducharte conmigo —

— ¿Qué actividades incluye la ducha conjunta? —

— No lo sé, si aceptas, lo descubrirás —

Evidentemente, Jayce aceptó.

La aburrida y rutinaria vida podía quedarse en su monotonía. La explosividad de una inolvidable aventura solo existía en las historias de ficción, porque los días normalmente eran aburridos e imperturbables. El momento de mayor adrenalina, era al pasar la tela por su máquina, esperando que el hilo no se rompiera.

Su mirada no paraba de buscar a Jayce, quien descansaba en una silla, leyendo un manual sobre autos. Anhelando un instante de interés, fingió estar muy ocupado, necesitando ayuda. Volvió a hacer un par de cálculos, debía terminar de sacar los moldes de un vestido, sin embargo, su abstinencia de él no le dejaba concentrarse.

— Jay, ¿puedes sostener las hojas? — Le pidió, pretendiendo que el viento entrando por la ventana, le importunaba.

Él, concentrado en sus menesteres, palpó a los alrededores de la mesa a su lado, sosteniendo con desinterés por un extremo, el libro de medidas.

Asher suspiró, rendido por los celos de un adolescente inseguro. Siguió cortando, con afán de terminar sus labores autoimpuestas. Rozó sus dedos con los de Jayce, cada que releía una nueva medida, calculaba con los dedos, entonando los números en murmullos, trazando las líneas que pronto cortaría.

Leopoldo, igual de perezoso que siempre, descansaba sobre uno de los sofás, agitando la cola cada tanto, esperando el momento de pedir salir a caminar por un rato, porque el fresco aroma de la pintura nueva, con la que habían renovado los interiores de la casa hace un par de días, seguía penetrando su agudo olfato.

Jayce, abandonando después de un rato, su interesante lectura, consiguió llamar la atención de Asher nuevamente. Se estiró sobre la silla, contagiado de la holgazanería del canino, decidió espantarla con un poco de actividad en casa. Los días libres de un adulto, conllevaban a invertir en el hogar, antes que en descansar.

— ¿A dónde vas? — Ash le cuestionó, de espaldas a él, ocupado en sus labores. Su pequeña figura, se admiraba con magnificencia detrás del gran ventanal con vista al mar.

A sus ojos, el brillo del anillo en ese dedo anular, provocó una sensación de tranquilidad, inconmensurable — Terminaré el abono del jardín, ayer lo deje a la mitad — Jay le abrazó por la espalda, sosteniendo su cuerpo entre el suyo, amando su calor.

— ¿Cuándo vas a dejar de ser un adicto a trabajar bajo el sol? — Suspiró, poco agraciado con las ideas de su esposo. Ni siquiera los múltiples besos en su mejilla le hicieron cambiar de opinión — Eres un terco, un día voy a cansarme de preocuparme por ti —

— No quiero que un terco me señale de ser terco — sostuvo sus manos, haciéndole detenerse. Exigiéndole su atención, robó un beso de sus labios, guiándolo a seguir el lento compás, degustando con paciencia su suavidad, mientras le regalaba un nuevo pedazo de su corazón — Solo será un rato, no te preocupes... A veces me haces creer que me amas —

— Hoy de todos los días, te odio más que ayer — murmuró, riéndose de aquella ridícula broma de no estar enamorados. Él sabía, sobre su inmenso amor hacia Jayce. No era ningún secreto, porque su cuerpo no le permitió mentir.

— Tampoco es que yo precisamente te quiera hoy — Tras tomar otro beso, uno mucho más corto y volátil, se alejó con el recuerdo del escalofrío recorriendo la piel ajena — Leo — acarició la cabeza del animal, señalándole con la cabeza, la puerta de casa — Andando, te vienes conmigo... No puedo permitir a un flojo en casa —

Leopoldo saltó del sillón, animadamente agitaba la cola, siguiendo con euforia al hombre que se perdía tras la puerta de la habitación. Ambos salieron al mismo tiempo, usando un pintoresco sombrero para protegerse del sol. Leo, en medio de su incontrolable alegría, se entrecruzaba en los pasos de Jayce, quien batalló por dejar un par de monedas dentro de uno de los tantos frascos de ahorros que Ash y él tenían como pareja.

Asher giró un poco su cabeza, siguiendo el ruido escapando de un tarro. Llevaban un par de meses ahorrando dinero para hacer un pequeño viaje familiar a finales de año. Guardando cada centavo, habían conseguido invertir un poco en el aspecto de la casa.

— No vayas a tardar, Jay — insistió, esperanzado en convencerle, pese a saber que era una lucha prácticamente perdida. Su esposo amaba aquel jardín en el que empezó a trabajar desde inicios de mayo — Hace mucho calor, el sol está fuerte... Te puede dar insolación —

— Ash, duermo contigo todas las noches, y sigo vivo —

— ¿Qué insinúas? —

— Lo dejo a tu interpretación —

Se marchó con aquella sonrisa ladina, tan jodidamente molesta como encantadora. Leopoldo le seguía con fidelidad, emocionado por recorrer los exteriores. La puerta abierta dejó entrar al aire, que removió lo que encontró a su paso.

Asher suspiró, pretendiendo soltar su frustración en esa exhalación, sin embargo, lo que en verdad resonó, fue el inconmensurable amor en su corazón. Imaginó en más de un instante, esa risa en su oído, sacándole de su tranquilidad.

Agobiado por sentir tanto, negó esperando espantar el leve sonrojo pegado en sus mejillas. Se concentró durante un par de horas en seguir cortando moldes y telas, preparándose para no despegarse de su amante de todos los días, la máquina de coser era un reemplazo de Jayce.

Ensimismado, no notó de inmediato al hombre recostado en el marco de la ventana, observándole con absoluta admiración. Achinando los ojos, Asher leía sus propios garabatos, teniendo problemas para descifrarlos, el cansancio y sus pocas ganas de escribir, jugaron en su contra.

Captó su figura de reojo, verle provocó una inevitable sonrisa de su parte. Se desparramó en la mesa, sosteniendo su rostro ladino en su mano. Compartiendo el intercambio de palabras sin necesidad de ellas.

Leopoldo, cansado de corretear a las flores por casi toda una tarde, se echó junto a la entrada, tras agotar toda el agua de su tazón. Feliz y llenó de tierra, terminó completamente dormido.

Jayce se sacó el sombrero, jalando las hebras que se quedaron pegadas a su frente por el sudor — Estaba pensando, ¿por qué no salimos a cenar? — El can no era el único sin energías, echarse a comer y dormir era el mayor de sus deseos.

Asher pretendió pensarlo con afán, alargó la respuesta hasta sentirse satisfecho — No hay necesidad, podemos comer en casa. Yo haré la cena —

El hombre más atractivo ante sus ojos, estaba empapado de sudor, con ropa vieja espolvoreada de tierra y la voz rasposa por su respiración alterada gracias al trabajo duro. Podría perderse horas en esos orbes marrones, días anhelando los besos de esos labios resecos y años suplicando por atención de sus manos.

Jayce aguantó la risa, manteniendo una expresión seria — Solo estoy pensando en ti, debes estar harto del trabajo, para ir a cocinar —

— ¿Tanto para no cocinarle a mi amorcito? — Sostuvo su mentón entre sus manos, su voz aguda solo causó irritación en su esposo — Jamás estoy cansado para ti, bebé —

— ¿Puedes dejar una constancia escrita de tus palabras? —

Asher le tendió un pañuelo, suspirando de encanto por solo verlo. Jayce siempre había sido un hombre atractivo, sin embargo, nunca lo admitiría en voz alta, porque él no dejaría de molestarle.

— Se honesto, solo no quieres lavar los platos. No lo haces por mí, es por ti — Sus orbes azules le mantuvieron bajo un gran reflector, inspeccionando con sospecha hasta las gotas de sudor.

Jayce se encorvó, sin poder evitar un par de secas carcajadas — ¿No te gustan las mentiras blancas? — Inquirió, sin perder la gracia en la expresión de su esposo. No pudo evitar jugar con su anillo, deslizándolo sin quitárselo del dedo.

— Desgraciadamente para ti, yo no creo tus mentiras —

— ¿Sí? Porque estoy seguro que me crees cuando digo que eres hermoso — Inquirió, sin rendirse en esa silenciosa lucha entre sus miradas. Sus ganas de estirar su mano para cubrir su mejilla, dolió en su pecho.

— Estoy seguro, para ti lo soy —

— ¿Cómo puedes afirmarlo? —

— No eres un buen mentiroso — dijo, llamándole sin necesidad de pronunciar su nombre. Se quedó en su lugar, esperando paciente a que el hombre entrase a su hogar.

Cada pisada hizo a sus latidos enloquecer, de reojo captó la silueta de su esposo a su lado, él pretendía seguir en el trabajo, aunque hasta sus respiraciones estuvieran dirigidas a alguien más. Tuvo que dejar de cortar, porque su mano no paraba de tiritar por culpa de los nervios.

— ¿Qué dijiste de mí, Asher Huxley? — A través del viento entrando por la ventana, podía oler el aroma del perfume en esa suave y blanca piel.

Luchó contra sus ganas de girar a verlo, dándole toda su atención. El calor muy cerca de él, le hacía tiritar — Apestas mintiendo, Jayce Huxley — repitió, sin dejar de darle una y mil vueltas al mismo lápiz.

Jay se encogió, atrapando con su mano la cintura de Asher, le hizo chocar contra su cuerpo, manteniéndolo con fiereza. Debido a la cercanía, podía visualizar el rastro de chupetes en su cuello, perdiéndose tras su camisa.

— ¿Por qué no arreglamos esto como caballeros? —

Ash terminó cediendo a sus deseos, admiró embobado, el perfil de Jay, mientras sus dedos actuaban segundos más lentos que su cabeza. Rozó con las yemas su barbilla, hasta llegar a su mejilla. Entreabrió los labios por la expectativa, soñando con ese contacto antes de siquiera tenerlo.

— No tengo tiempo, mi esposo me está invitando a cenar —

— Entonces, ¿tienes una cita? —

— Tengo una cita —

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