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Capítulo 2

Vivían en un eterno verano.

Asher no era el estudiante más entusiasta, sin embargo, se esforzaba por no parecer el más tonto. Su concentración no duraba ni cinco segundos, quizá porque Dante le desconcentraba. Siempre encontraba el momento idóneo para admirar al chico sentado a un lado de la mesa, dándole la espalda a la ventana, leyendo en silencio un aburrido libro. No era su culpa, verle a través del movimiento de las telas, mientras la luz del sol le bañaba con timidez, era una magia para escapar de la razón.

Cada ráfaga de aire era escasa, lo suficiente para causar una esperanza con una caducidad de segundos. El viento colándose por la ventana mecía las cortinas, llevándose con su soplo, las hojas desperdigadas por la mesa. Algunas páginas danzaron en el aire, antes de caer en un lento compás hacia el suelo.

Atrapar la misma hoja meciéndose en la nada, causó la risa en ambos muchachos.

— Profesor, yo la vi primero. No me imite — Asher se excusó al jalarla a su lado, quitándole las arrugas con sus manos.

Dante se dio por vencido, abandonó su libro en una esquina de la mesa. Levantó las hojas desperdigadas por el suelo. Ignoró la mirada curiosa de Margot, quien fingía buscar un par de hilos en un estante.

— Solo fue una casualidad — dejó los papeles ordenados en una pequeña pila. Revisó fugazmente la caligrafía de Asher, sus trazos eran toscos. La práctica le ayudaría, no era un asunto preocupante. Dispuesto a retomar su lectura, quiso jalar la silla, sin embargo, la mano sobre su muñeca llamó su atención.

— Llevamos una hora estudiando, ¿por qué no salimos? — Preguntó balanceando su lápiz entre sus dedos, ansioso por convencerle — Hoy recibí mi paga por trabajar, vamos a comer un helado —

Dante meditó en silencio, dejándose arrastrar por el tono dulce y empalagoso del risueño chiquillo — De acuerdo, pero volveremos pronto. Aún debes terminar todas las tareas, no vas a convencerme de lo contrario —

El lápiz se le cayó de la mano, el grafito manchó por en medio la hoja — ¡Trato hecho! — dijo, eufórico, tirando de Dante hacia el exterior. Rebosando de alegría. Salió de la casa sin despedirse de Margot.

Dante hizo el intento al alejarse, el ruido estrepitoso de la puerta siendo cerrada por un bufido del viento, le hizo dar un salto. A tropezones siguió a Asher, sin poder evitar la alegría estirando sus labios en una sonrisa, por la dicha de causar felicidad con su presencia.

— Deberías agradecerme, es una forma de pagar por las clases, ya que no aceptas dinero — Ash farfulló, ocupado por tomar su bicicleta, quitándole un poco de polvo a la cesta. Dar un paso le hizo casi estrellarse con su profesor, cruzó miradas con el mayor, escondiendo los nervios en un brinco por la cercanía de Dante — ¿No estás muy cerca? —

Thatcher rió por la repentina actitud arisca de Asher, echándose hacia atrás, guardando distancias — ¿Tú me dejaste aquí? Yo solo estoy esperando —

Ash movió su cabeza de lado a lado, espantando las miles de palabras queriendo salir de su boca — Como sea, vamos por esos helados — señaló el asiento de su bici, esperando por Dante. Él no iba a pedalear hasta allá.

Thatcher no ponía resistencia, tras un par de semanas de práctica, llevando a Asher a cumplirle algún capricho cada día de pago, se había convertido en un experto en el camino pedregoso. La quincena pasada, fueron a comer pasteles. Subió a la bicicleta, esperando a que el menor se acomodara en la parrilla, apoyando su espalda contra la suya.

Su alumno seguía siendo un enigma. ¿Era demasiado amable o torpe? Quizá no existía una respuesta correcta, más allá del peso de Ash, mientras disfrutaba en silencio de la brisa, confiándole su bienestar a él.

Comer un helado de chocolate al caminar por las calles del pueblo, hasta llegar al mar, contemplando su majestuosidad. Sentados lado a lado en un muro de concreto, sus pies colgando y la bicicleta descansando a un lado de la calle, recostada a la acera, era una vida pacífica que Dante no quería perder.

— Tus padres son pescadores, ¿verdad? —

En medio de aquel cómodo silencio, Asher fue el primero en hablar para derrumbarlo.

— Lo son, salen antes de la salida del sol. Van a lo profundo — Se limpió la comisura de los labios con una servilleta, la misma que tendió a Asher — regresan cargados de pescados y los venden en el mercado —

— Yo también quiero ir a pescar — ignoró el ademán del chico al estirar el pedazo de papel — Margot solo me dejará ir, si tú se lo pides — se alejó al mirar por el rabillo del ojo a Dante, querer restregarle la servilleta en sus manchadas mejillas — ¡Para! —

Thatcher se echó a reír, alzando su mano en señal de paz al rendirse de su intento de limpiarlo — Pescar es un trabajo duro, se necesita fuerza, ¿estás listo? —

Los ojos de Asher brillaron de contentos, no ocultó su emoción al asentir — ¡Estoy listo! —

Acalorado, se soplaba con la mano alzada pues ni el viento entrando por la ventana o el abanico girando por el salón, conseguían aliviarlo. Se secó las sienes con un pañuelo guardado en su bolsillo. Humedeció sus labios con su lengua y ató mejor el nudo del paño en su cabeza, sujetando sus cabellos.

Encorvado en una silla de madera junto a la ventana, le ponía unos botones a una camisa hecha desde cero por él. La tela suave y de algodón era agradable, igual de pura que el blanco. Admirarla al arrancarle un par de hilos le hacía sonreír orgulloso por su habilidad forjada desde niño. Era un regalo para Dante.

El café en la mesa empezaba a enfriarse, los panes embarrados en mantequilla esperaban junto a la bebida. Su desayuno era simple, aunque no por ello menos apetitoso a su paladar. El sol había llegado junto al amanecer hace un par de horas, las campanas de la iglesia resonaban con gozo, llamando a los creyentes a la siguiente misa del domingo.

El golpeteo en su puerta llamó su atención. El padre Thomas estaba en la eucaristía junto a Margot y Dante debía ayudar en casa, no esperaba visitas. Confundido, solo pudo echarse hacia atrás a admirar al intruso entrando descaradamente a su hogar.

— Jayce — gruñó al reconocer al tipo en la entrada, sosteniendo una bolsa entre sus manos, viéndole con bastante aburrimiento — ¿Qué tu abuela no te enseñó a esperar a que te inviten? — Le examinó minuciosamente, asqueándose por el aspecto desaliñado del mayor, quien parecía haber tenido recientemente una batalla con tierra y grasa.

El pelinegro bufó, adentrándose en el lugar, dejando la bolsa en la mesa, haciendo tambalear la taza de café — Llamé, y no respondiste, Ash, mi quinceañera favorita — se excusó al jalar una de las sillas, sentándose al revés, apoyando su torso en el espaldar del asiento.

Jayce Huxley era otro huérfano como él, criado bajo la tutela de Liah, su abuela materna, quien había velado por él desde la muerte de sus padres. Asher no tenía una relación amistosa con el muchacho, simplemente se trataban porque Liah era un cliente frecuente.

— ¿Hora del desayuno, quinceañera? —

Su mirada siguió a Jayce, el chico poseía unos orbes cafés, uno muy oscuro igual a un chocolate amargo, porque Huxley nunca podría ser dulce. Según Asher, éste era un bruto, un futuro fiasco de adulto, porque a solo un año de cumplir la adultez, Jayce era un desastre cuya única virtud se basaba en ser desagradable por su falta de modales.

— No voy a darte pan, jódete. Estás asqueroso, ¿ni siquiera conoces las esponjas? — Ash refunfuñó al tirar del plato hacia él, fallando cuando el pelinegro, ignorando sus palabras, se hizo con uno de los bollos de mantequilla. Un escalofrío le recorrió desde la espina dorsal, hacia el resto de su cuerpo.

— Estaba en el trabajo — dijo, con la boca llena de pan, saboreando el sabor del desayuno de Asher — Ni siquiera me dio tiempo de comer, ¿El padre no te enseñó sobre compartir con el hambriento? — Cuestionó arqueando una ceja. Consciente del desagrado del adolescente por él.

— Contigo no quiero ni compartir el aire, me obligan — Bufó, poniendo su mayor empeño en ignorarlo. Quizá fingir no escucharlo, haría que se fuese más rápido.

Tras una corta risa de gracia por la actitud arisca de Asher, se hizo con el café, dándole un sorbo largo y ruidoso. — Escuché que te hiciste muy cercano a Dante, algo sobre ser su estudiante — el silencio solo aumentó su diversión — Si no respondes, voy a tocarte —

— Tú me tocas y yo te doy una patada en los huevos, Jay — se echó hacia atrás, queriendo hacer un boquete para escapar del encierro — Además, ¿a ti qué te importa a quien soy cercano? —

Sin perder la sonrisa socarrona por las amenazas del más bajo, se encogió de hombros — Soy chismoso... y quiero escapar un rato del taller — Tomó otro de los bollos, balanceándose en las patas delanteras de la silla — Mael está de pésimo humor porque no pudo arreglar el auto del alcalde —

— ¿Pregúntame si me importa? — Sin voltear a verlo, ocupado en pegar los botones, seguía renuente a tratar bien a Jay. Pinchaba la tela con la aguja, atando el botón con el hilo blanco, procurando no cometer fallas.

— No seas tan huraño, Ash. Solo intento ser amigable con el amigo de mi amigo — dijo, con la boca llena de pan. Quizá ignorando o tal vez plenamente consciente del ceño fruncido del menor.

— ¿Eres amigo de Dante? Empiezo a compadecerme de él — bufó rodando los ojos, sacudiendo los últimos hilos de la camisa. Sosteniéndola en alto, la admiró detenidamente, orgulloso de su labor — Ya sabes, tú eres un bruto sin modales y Dante es más dulce que el azúcar —

— ¿Lo dices por mí? — Se señaló así mismo, dejando caer un par de migajas sobre la mesa, para el disgusto de Ash — Creí que hablabas de ti mismo, porque eres más amargo que el café — espetó indignado, con la taza acariciando sus labios, sin importar la expresión de irritación del otro.

Asher barrió con sus manos la suciedad, echándola en el plato vacío — Y si es tan amargo, ¿por qué te lo bebiste? — Le cuestionó, señalando con la mirada, la bebida en sus manos, engrandecido por una sensación de prepotencia.

Jayce esbozó una sonrisa, obteniendo una respuesta con la que no dudó borrarle la risa a Asher — Porque tiene azúcar —

Ash resopló ofuscado. El dolor de cabeza empezaba a presentarse, la presión apretando sus sienes, le obligó a sostenerse del borde de la mesa. Nadie podía sacarle tan rápido de quicio, como Jayce Huxley. Tenía talento para ser una molestia, solo lo soportaba por Liah.

— Como sea, solo deja los encargos en la silla y vete al trabajo — prefirió darle fin a esa tortura, aunque fuese demasiado tarde, porque su delicioso desayuno, había alimentado el estómago de Jayce — Los actos de caridad son en la iglesia, no aquí — murmullo, intentando desviar su enojo, al enfocarse en doblar la camisa.

— ¿No es este un terreno de la iglesia? — Inquirió el chico, bastante curioso por el derroche inmenso de ternura de Ash al tratar la tela cual si fuese una delicada flor.

Asher tomó una rápida inhalación para no darle tiempo al enojo de regresar — ¿No te estás tardando en irte a la mierda? — Su tono más que agresivo, fue neutral, fingiendo hablar con una inamovible pared.

— Si el Padre Thomas escuchara esa boquita tuya, se desmaya — Su interés le hizo sumergirse en aquellas profundas aguas, estiró la mano, deseoso de acariciar aquella enigmática prenda.

Asher se estremeció, en cuestión de segundos visualizó su perfecta camisa blanca, mancharse de tierra y grasa. Su pecho se llenó de aire, y la constante negativa de su parte, le hizo soltar un profundo alarido nacido desde el fondo de su garganta, acercó la camisa a su pecho, mientras fulminaba a Jayce con la mirada, viéndole como un perro sucio.

Huxley terminó perdiendo el equilibrio, su cara se estrelló contra la mesa, la silla terminó cayendo al suelo, haciendo a la madera resonar. Al borde de las lágrimas por el dolor, sus orbes cristalinos no dejaron caer gotas. Se sobó insistentemente la mejilla, cuestionándolo por esquivarle. Solo era una camisa, no necesitaba hacer un escándalo por querer tocarla.

— Solo volviendo a nacer, vas a tener modales, Jay — gruñó, asegurándose de mantener una distancia prudente — No toques lo que no es tuyo, no es tan difícil de entender —

— Disculpe, señorita — dijo encolerizado, frunciendo el ceño, soportando el dolor al sostener su mejilla tras la palma de su mano — La próxima vez le voy a escribir al Presidente para que me de permiso de tocar su camisa, ¿le parece? — Solo por joder hizo el intento de volver a tomarla, sin embargo, Asher retrocedió hasta golpear el borde de la mesa de la pequeña encimera.

— Me parece. Ahora vete, y no vuelvas. Yo mismo iré a casa de Liah — Cubrió la tela con su cuerpo, manteniéndose atento a cualquier movimiento del mayor.

Jayce bufó, tras finalmente perder la calma — Muy inteligente de tu parte mantenerte lejos de mí, yendo a la casa donde vivo —

Asher apretó los labios, abochornado por el golpe de realidad. Agradeció el que Jayce se marchara tras un escueto "adiós", permitiéndole respirar más tranquilo, solo para volver a arder en rabia al notar su plato y taza vacíos. Chasqueó la lengua, enfurruñado, volvió a prepararse el desayuno. 

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