Capítulo 16
Los días sin trabajo eran los más tranquilos. La rutina se deslizaba un poco, pero la esencia era la misma. Despertar, comer, ignorarse, pelear y estar juntos, el día se terminaba en un pestañeo.
Dormitar en el sofá, viendo las cicatrices en la espalda de Jayce... Aquel par de heridas imborrables, formando sus propias constelaciones, era parte de sus mañanas del domingo. Leopoldo recostado en sus piernas, rascaba insistente su oreja, echándole un par de pelos a la cara.
— Leo, eres desagradable — tosió al sentir un par entrar a su nariz, ahogándole en un instante — Te pareces a tu dueño —
Jayce dejó de menear la cuchara en la porra del café, giró su cabeza lo suficiente para verlo por encima del hombro — Cuando te conviene soy su dueño —
Sus dedos se enterraron en el pelaje del pastor alemán, quien ladeaba la cabeza con curiosidad — Tú lo recogiste y lo trajiste a casa, es tu responsabilidad —
— Lo sé, soy el niñero de dos mocosos —
Huxley lanzó la cuchara, provocando un chirrido metálico entre el utensilio y la encimera. La cocina estaba invadida por el aroma de la cafeína, cada rincón de la casa empezaba a ser dominado por el regusto del café mañanero.
— Yo no soy ningún mocoso bajo tu cuidado, Jay — Ash torció los labios, en una mueca de disgusto.
Jayce se mofó de él sin refutar su pobre argumento. Sus orbes brillaban por la socarronería de sus emociones — Ve a lavarte las manos, el desayuno está listo —
— Desagradable — remarcó entre dientes al ponerse en pie, seguido de Leopoldo. El can le acompañó a limpiarse, aunque él no comprendiera que era lo divertido de solo mojarse las manos, cuando correr tras el chorro de agua era la mejor sensación del universo.
Un ladrido le sacó a Asher una sonrisa, pringó al perrito a su lado, apoyado sobre sus piernas.
— Más tarde vamos a bañarte, muchacho — agudizó su voz al hablarle, restregando sus manos húmedas en el pelaje del animal — Vas a quedar limpio, como nuevo —
— ¡Ash, el desayuno! Solo era lavarte las manos, no ver si está lloviendo al otro lado del pueblo —
— ¡¡Cállate, insoportable!! ¡Ya voy! — pisando con demasiada fuerza para hacer resonar sus pasos, llegó a tumbarse en la silla del comedor. Huevos, tostada, tocino y café le esperaban en su plato.
Jayce le siguió con la mirada, en silencio al mantener su boca ocupada con la comida. Suspiró en reniego a la actitud caprichosa del contrario, dedicándose únicamente a degustar su propio alimento. No tenía ganas de amargarse su mañana libre, en una batalla sin sentido, ni final.
Asher le dio un golpe pequeño a su pierna, inquieto por aquel silencio tan estremecedor. Deslizó los dedos de sus pies sobre su tobillo, hasta su rodilla.
— ¿Por qué estás tan callado? ¿Te enojaste florecita? ¿Se te cayó algún pétalo? — Apoyó su barbilla en el dorso de su mano, el aroma de su alimento abría su apetito y las ansias de enojar a Jayce le mantenían sin dar el primer bocado.
— Come, la comida se te está enfriando —
Asher rodó los ojos, expresando su gran disgusto con un profundo suspiro — Aburrido — clavó su tenedor en el tocino, produciendo un doloroso chirrido al oído.
— No sabía que trabajaba de payaso —
— Por suerte o morirías de hambre —
Las mañanas ni bien empezaban, cuando el atardecer llegaba. Entre el desayuno, la limpieza y la lucha contra los últimos vestigios del sueño, se hacían la una de la tarde. El hambre apretando la barriga era señal de otra ronda calurosa en la cocina.
El aire del abanico a su lado golpeaba sus cabellos, por el límite del marco de sus lentes, podía apreciar a Jayce sentado en el suelo, recostado al marco de la puerta de entrada abierta de par en par, ventilando la casa.
Sus manos ocupadas en acomodar la prenda en la máquina, dejaron de sujetar la tela con fuerza. Le apreció detenidamente, casi aguantando su propia respiración, estudiando con maestría su perfil.
El cigarro en su boca le tentó, lo saboreó al imaginarlo en la suya. Sus ojos recayeron en su espalda desnuda, sus músculos se tensaban perfectamente, otorgándole una figura portentosa que el ejercicio espartano del ejército cosechó, y él mantuvo durante esos años.
— ¿Qué tienes? — Jay jugó con el cigarrillo entre sus labios, antes de sostenerlo en sus dedos — ¿Te debo dinero o por qué me ves? — Su penetrante mirada se mantuvo firme contra Asher.
— Es mi casa, yo puedo hacer o ver todo lo que se me antoje — se acomodó las gafas en el puente de la nariz antes de volver a sus labores, porque él no tenía días libres.
Aquello le arrancó una risa a Jayce. Idiotizado por la punta iluminada del cigarro, lo estiró a lo lejos, anhelando sacudir los sentidos del otro.
— Si quieres, solo ven y deja de hacerte el altanero —
Asher le vio de reojo haciéndose el desentendido, la máquina de coser opacaba en gran medida su voz — Me das la medicina y después me ofreces veneno —
— Lo aprendí de ti — se palpó los bolsillos, buscando algún otro, rindiéndose casi de inmediato — mierda, este es el último que tengo —
— ¿Has escuchado del cáncer de pulmón? —
— ¿Has escuchado sobre no ser un grano en el culo? —
Compartieron el silencio para decir mil palabras con una mirada.
— Solo ven, deja de dar pretextos — estiró su mano a él, cancaneando el cigarrillo en la punta de sus dedos — En el futuro nos preocupamos —
Asher se aferró a su silla por un segundo, antes de sucumbir a su deseo. Se sentó a su lado, abrazando sus piernas, pretendiendo poner la última resistencia.
— Odio que supongas que en el futuro vamos a seguir juntos — Haciéndose de rogar, tomó el vicio con sus propias manos. Sus ojos se iluminaron por el brillo del fuego alumbrando el cigarro. Presionó los labios en un último intento de negarse, pero la tentación acabó por hacerlo pecar.
— ¿Te imaginas en otro lugar? —
Su respuesta debía ser un inmediato "no", sin embargo, se quedó en silencio, otorgando la duda como una contestación. Su torso golpeó sus piernas, liberó aquel putrefacto aire contenido en su boca, los años le ayudaron a perfeccionar su técnica; el tiempo y su maestro.
— Empiezo a tener hambre... — El dolor en su espalda solo se intensificaba con el paso de los días. El reflejo del sol contra el agua, molestaba a sus ojos, aunque la incomodidad no le hizo apartar la mirada.
Jayce le apreció por el rabillo del ojo, estudiando hasta sus respiraciones — ¿Quieres ir a comer al pueblo? — Preguntó al leer sus anhelos.
— Solo si tú pagas — dijo, sonriendo ladinamente, antes de darle una última calada a la nicotina. Apagó el fuego contra el cenicero, echándolo lejos de él con un empuje de sus dedos.
— Como siempre, porque eres un egoísta avaricioso — Al levantarse del suelo, sintió el roce suave de unos dedos sobre la piel expuesta de su abdomen, Asher quería su ayuda para ponerse en pie — ¿No quieres que también te cargue? —
— ¿Para qué te quejas, si al final igual lo haces? — Su mano se afianzó a su muñeca, alzándose con ayuda del jalón de Jayce, trastabilló por un segundo, cayendo contra el cuerpo del otro hombre, golpeando su pecho desnudo con su respiración.
— Ve a vestirte, Ash — ignoró aquel ligero temblor del menor, su agarre no se hizo más endeble, se mantuvo firme sin mostrarle piedad, haciéndole flaquear — Asher —
Se hizo hacia atrás al dar un paso, marcando distancias, evitando la mirada — Ya te escuché, solo perdí el equilibrio — su voz, plagada de melancolía, tenía tintes de una emoción escondida — dame un segundo —
— No tenemos un segundo — mantenerse encorvado para encerrarlo sin necesidad de una barrera externa a su presencia, le provocaba una inconmensurable satisfacción — Muero de hambre —
Envalentonado, alzó el rostro, delineando con sus orbes, los labios entreabiertos de Jayce — Pues entonces resiste — susurró, lo suficientemente débil, para no creerlo ni él mismo — Resiste — repitió, percibiendo el aroma del cigarrillo provenir de Huxley, debido a la cercanía entre ambos.
— ¿Cuánto tiempo? — Al verlo retroceder, sostuvo su barbilla en alto con la presión de sus dedos, dejándolo expuesto a sus ojos — Dime, ¿cuánto tiempo? —
Asher le empujó, sus dedos trémulos, estaban fríos y empapados de sudor — Solo iré a cambiarme — se sintió agotado, mareado por la falta de aliento.
El rechazo le hizo guardar las manos en sus bolsillos, y aunque aceptó la derrota, dio un último golpe de gracia — Los dos sabemos que no hablo de la comida, Asher —
— Entonces, yo no sé sobre qué hablas — respondió antes de marcharse a paso apresurado a su habitación, dando por terminada la charla al cerrar la puerta. Se recostó contra ella, deslizándose lentamente por la madera hacia el suelo, mordiéndose los labios para acallar cualquier sollozo de frustración.
El sombrero de paja en sus cabellos no salió volando por la mano de Jayce sobre su cabeza, impidiéndole al viento robárselo. Huxley estaba extrañamente callado, distante en sus palabras, pero igual de cerca con sus acciones. Asher le agradeció en silencio, odiando esa faceta tímida suya al interactuar con él.
Leopoldo corría por los alrededores, ladrándole a las olas del mar, desbordando euforia por cada uno de sus pelos. Se zambullía en la orilla, regresaba a empujar su ruidoso hueso de plástico, daba vueltas alrededor de la pareja y volvía a escapar, como el alma libre que era.
Jayce tiró un par de mantas a la arena, custodiando un espacio bajo la sombra de un par de palmeras. Extendió las telas, para recostarse en su lecho, desplomándose perezoso a degustar de la tranquilidad del mar. Asher se sentó al otro extremo, sacando los envases repletos de comida chatarra que se detuvieron a comprar por el pueblo.
Ash, furibundo por el eterno silencio, no dudó en quejarse en tono pretencioso, dispuesto a dejar en el olvido aquel incómodo momento — ¿Vas a seguir actuando como un idiota? —
Jayce ni siquiera abrió los ojos para verlo, inmutable, se mantuvo acostado, buscando dormir un rato — ¿Vas a seguir actuando como un ignorante? —
— ¿Y qué es lo que ignoro? —
— Si lo digo en voz alta, vas a enloquecer — Jayce había decidido rendirse, no se podía conversar con aquel que no quería hacerlo. Tenían tiempo, toda la vida para seguir en ese juego del desentendimiento, la mentira y el autoengaño. Él, desde hace varias lunas, había aceptado sus culpas. Siempre fue y sería, un pecador — Tus ganas por coger conm... —
El par de fríos dedos sobre sus labios le silenciaron con torpeza, presionando suavemente en un toque delicado, bastante flojo — No me gustan tus bromas sin gracia, Jay —
Jayce alejó su mano con cuidado, al sostenerlo de la muñeca, buscó una respuesta diferente en ese mar intranquilo de sus ojos, sin embargo, la espesa bruma no le dejó ver más allá de oscuridad.
— Las personas suelen amar mi sentido del humor, por eso tengo muchos clientes —
— Si las personas aman tu sentido del humor, entonces el enfermo homosexual debe ser el más cuerdo — La ignorancia era su mejor arma, por ello nunca iba a soltarla. Jaló el contenedor repleto de fruta fresca cortada en cuadritos, su aroma se mezcló con el olor de la sal de las olas, produciéndole satisfacción.
Jayce le metió la mano al tazón de frutas con las manos desnudas, quejándose al fruncir el ceño, cuando Ash le pinchó con el tenedor — ¿A cuál de todos los enfermos homosexuales te refieres? —
— Solo hay uno —
— ¿Estás seguro? — Inquirió arqueando una ceja, sus labios se pintaron por el jugo de una mandarina deslizándose por su boca hasta su barbilla — Podría haber dos, tres o más escondidos por allí —
Asher le lanzó una servilleta a la cara, presionó sus labios contra la cuchara en su boca, aguantando las ganas de soltar improperios.
— ¿Cómo sabes, Jay? ¿Ya hiciste un censo para ver cuántos gays hay en el área? ¿Quieres conseguirme pareja? — Lo acribilló con preguntas por segundo, ni siquiera se detuvo a respirar, el enojo guio sus palabras. Apuñalarlo con el tenedor no parecía mala idea, en especial cuando él gozaba de jugar con sus sentimientos.
Jay le tomó de las mejillas, le aplastó con sus dedos, deformando en una mueca sus labios. Se acercó a su rostro, soplándole directamente en el rostro — Los humanos necesitamos respirar, Ash... Estás tan rojo, parece que vas a ahogarte —
Su aliento albergaba el aroma de las mandarinas que había estado comiéndose. Arrugó el rostro, fastidiado por las acciones del contrario. Consiguió empujarlo, mientras pasaba sus manos por su cara, intentando apartar la sensación de su piel.
— Eres un idiota, Jay —
Él solo se echó a reír, robándole el contendor, degustando cada sabor pegado en sus dedos al tomar la fruta — Lo sé, y aun así, te encanta estar conmigo —
— ¿Acaso tengo otra opción? —
— ¿Decir no? —
Asher abrió la boca, sin embargo, no salió más que un leve murmullo de su voz. Se aguantó el enojo al mirar en la dirección contraria, excusándose con la idea de mantener vigilado a Leopoldo, quien ajeno a ellos, seguía correteando las olas del mar, empapado hasta las orejas, disfrutando del cálido día bajo el sol.
La inevitable noche llegó.
Dio vueltas en su cama, abrazando las almohadas, compartiendo sus sábanas con el perrito echado en el espacio vació. El reflejo de la luna se colaba por las cortinas, las que se sacudían por la ligera apertura de la ventana. Cerrar sus ojos y dejar la mente en blanco no le estaba ayudando, pues el sueño se negaba a visitarlo.
Agotado, porque las horas parecían ralentizarse, salió de su habitación, buscando el camino a la cocina en medio de la oscuridad. Su idea era inofensiva, preparar una leche caliente para relajar sus sentidos, sin embargo, sus pasos terminaron por guiarlo a otra dirección.
Tumbado boca arriba en el sofá, Jayce descansaba plácidamente tras una hermosa tarde jugando en la arena junto a Leo. Su respiración era apacible y su sueño era contagioso. Recostado entre almohadas, una de ellas terminó por deslizarse desde su pecho, cayendo al suelo, acompañando a la mitad de su sábana estirada por el suelo.
Interrumpir su dormir podría calmar esa sed de venganza infantil por todo el fastidio que le provocó durante el día, no obstante, sus ideas se entrecruzaron hasta descarriarse a pensamientos más peligrosos. Levantó la almohada, apretó su suavidad entre sus dedos, sus propias exhalaciones empezaron a ser erráticas, casi que le faltaba el aliento.
Inclinándose, su cuerpo terminó por actuar sin escuchar su raciocinio. Sentado en su regazo, sus piernas se mezclaron con las de él, las dolorosas palpitaciones de su corazón no le dejaban escuchar su voz interna. Se aferró a cada extremo de la funda, no pudiendo controlar sus nervios a medida que se acercaba a su rostro.
— Si planeas asfixiarme, ¿por qué te sientas encima de mí? — Jayce le sostuvo de las muñecas, ni siquiera fue difícil arrancarle la almohada de las manos. Resentido por perder su descanso, terminó suspirando. Se sentó, sin dejar al contrario caer hacia atrás, al sujetarlo con firmeza.
Frente a frente, Asher se mantuvo cabizbajo, tiritando sobre el cuerpo de Huxley. Las emociones y la tensión estaban franqueando sus fuerzas.
— Vete a dormir, Ash... Estoy cansado, no quiero lidiar contigo —
En aquel par de ojos azules, cristalizados por lágrimas contenidas, Jayce encontró un motivo para callarse. Lo soltó, deslizando sus dedos por las palmas de sus manos, dejándole la libertad de irse por su voluntad.
— ¿Por qué debías ser tú? — Aquella duda tenía una y mil interpretaciones, siendo él mismo, el único con la respuesta correcta. La poca distancia entre los dos, terminó por desaparecer, porque Ash así lo quiso.
Unió sus bocas en un roce, un toque que llevó al entendimiento de la necesidad de un beso.
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