Capítulo 14
La puerta retumbó cuando tiró de ella sin consideración. Ni siquiera la mirada furibunda de Jayce, reclamándole en silencio, le hizo detenerse. Su negra melena se mecía a conveniencia del viento, mientras él se escondía al abrazarse a sí mismo, el caluroso aire de agosto traía una leve brisa al caer la noche. Los largos, gordos y pesados dedos de Huxley se enterraron entre sus mechones, terminando de arruinar su pobre peinado.
— Debes cuidar lo ajeno, niño irrespetuoso. Ya tienes unos malditos veinticuatro años, Asher — un suave tacto se incrustó en su muñeca, tirando de él sin demasiada fuerza, al menos desde su perspectiva.
— Nunca te he respetado, anciano. No voy a comenzar ahora — Bostezó como consecuencia del cansancio de horas perdidas por la gran cantidad de entregas bajo su responsabilidad — ¿A dónde iremos? No me gusta el secretismo, menos si viene de ti —
Jayce rodó los ojos, suspirando por las múltiples maneras de contestarle de mala gana — A ti no te gusta nada que venga de mí — giró con cuidado su cabeza, un par de ángulos para enseñarle un bar.
Las calles apenas eran alumbradas con un par de luminarias públicas. Levantada a base de tablones, la madera conseguía darle un aspecto rústico. En el interior, a través de unos parlantes sostenidos con clavos a la pared, resonaba una melodía vieja, posiblemente la que ponían en las fiestas durante los tiempos de los apóstoles.
La puerta de rendijas se abrió con el peso de Jayce, quien arrastró al menor hacia los adentros, intentando borrar su mueca de asco con risas. Aquellos portones que no rozaban el techo o el suelo, siguieron resonando por un par de segundos más hasta cerrarse por completo. Las bolas de los billares en una esquina, resonaban por encima de la romántica balada de los altavoces, el oxígeno yacía contaminado por los cigarrillos, y las únicas bebidas del menú incluían alcohol.
— ¿Me quieres torturar? — Asher no dejaba de clavar sus talones al suelo, sin embargo, su cuerpo endeble no podía resistir la fuerza ejercida por el mastodonte que era Jayce, le arrastraba cual si fuese una muñeca de trapo — No me gustan los tumultos. No me gusta la gente. Ni siquiera puedo beber alcohol. Los cigarrillos me van a matar. Me voy a casa —
Brincó al ser sentado sobre un banquillo, incómodo por la falta de un espaldar o la suavidad de un cojín debajo de sus nalgas. Fulminó con la mirada a Jayce, quien se despojó de la inútil chaqueta al tirarla a una esquina de la mesa. Aunque consciente de la lúgubre actitud del cumpleañero, era inmune a la actitud malcriada de Asher.
— Te quedas, te sientas y disfrutas, punto — Abrió el menú, rebuscando con la mirada alguna bebida dulce para el paladar del menor — Tú beberás algún cóctel sin alcohol, y listo. No seas histérico —
— Si sabes que no puedo beber, ¿por qué me traes a un bar? — Inquirió sintiendo la rabia alojarse en su garganta, poniéndole ronco. Sus dedos golpeaban la mesa a un ritmo acompasado, mientras ignoraba a la voluptuosa mujer que se acercaba a su mesa para atenderlos.
La noche solo presagiaba desgracia.
— Para tener una excusa de venir — respondió sonriente al cerrar la carta, las hojas hicieron revolotear sus castaños cabellos por un segundo — Hola, preciosura — su atención se viró a la mujer de sensual apariencia, de risa coqueta y aroma penetrante, sus ojos se quedaron inmersos en el hermoso verde de los contrarios — Daiquirí sin alcohol para él y cerveza de raíz para mí —
Ella era una belleza por definición.
Asher chasqueó los dedos, atrayendo la risa nerviosa de la chica, quien llevó un par de mechones tras su oreja, mientras pedía que le repitieran el pedido.
— Si eres tan lenta, ¿cómo conseguiste empleo aquí? — Asher echó un bufido estridente, al ladear la cabeza hacia el lado contrario. El tapiz viejo le dio escalofríos, los cuadros de grupos de música de rock plagaban la pared, el que estaba a su lado yacía girado hacia un extremo, quizá podría caerle en la cabeza.
Jayce carraspeó, enfadado con la falta de respeto hacia la chica — Lo siento, no lo educaron bien —
— Ni a mí, ni a la señorita ojitos y sonrisita barata — dijo, manteniendo la mirada hacia el lateral. Ignorando la orden de callarse, que aquel par de ojos marrones le dictaba — Daiquirí sin alcohol y cerveza de raíz, apunta niña, apunta. Dales otro uso a esos dedos —
La chica le maldijo entre dientes, caminando entre reniegos al pisar fuerte, para que sus pasos se escucharan incluso a la distancia. Jayce negó desaprobatoriamente, sus hombros cayeron hacia adelante y sus ojos cerrados dejaron de fulminar al menor.
— ¿El Padre Thomas no te enseñó a ser educado con las mujeres? — Acarició el puente de su nariz, aliviando la punzante tensión en su rostro.
Asher trazó las líneas del tapiz con sus dedos, la pared yacía fría contra su piel — Lo hizo, que yo no quiera ponerlo en práctica no es su culpa — arrugó la nariz ante los vestigios del fuerte aroma del perfume frutal de la fémina — Pero si quieres ligar con ella, puedo irme, no es como que quisiera estar aquí —
— Eres peor que una novia celosa — Sostuvo su muñeca en su mano, enredando sus dedos, no le permitió volver a pensar en marcharse — Solo no vuelvas a tratarla así —
Ash apoyó su mentón contra su mano, sonrió con chulería, aguantando las ganas de carcajearse — Tal vez ni regrese... Aunque, si tiene muchas ganas de chuparte la verga, volverá —
— ¿Esa boquita fue criada por un sacerdote? Estoy dudando de su santidad — Exhaló ruidosamente al deshacer el agarre. Su lengua humedeció con timidez sus labios.
— Él me crio bien, yo me descarrié del camino. Satanás abusó de mí, por eso soy homosexual — Tiró de su propia mano, porque el calor de Jayce empezaba a sofocarlo — Luego contagie a Dante — pronunciar aquel nombre le hizo enmudecer.
Huxley rió en tono bajo, mofándose se las ocurrencias de las viejas beatas — Después me contagiaste a mí, lo sé, conozco la historia —
Cubrió su boca contra su mano, sin embargo, la risa de burla se escapó de entre sus dedos — Tú no te has convertido en nada, eres todo un machito, no te cogerías a otro hombre ni por dinero —
— ¿De cuánto estamos hablando? — Ni hizo el ademán de apartarse cuando Ash le lanzó una bolita de servilleta al rostro — Hay al menos un culo que me comería gratis —
Asqueado, se cubrió los oídos, aunque sus manos no pudieran tapar por completo su voz — No quiero saber de la vida sexual del promiscuo al que se le va a caer el pene —
— Desde que volví y me convertí en tu niñera, no he tenido sexo con nadie —
— ¿Dos años? — Dudaba de su palabra, Jay no parecía una persona honesta, en especial, cuando quería fastidiarlo — Ya prácticamente volviste a ser virgen. ¿Por qué el voto de castidad? —
— Por ti... No tengo tiempo entre trabajar, limpiar la casa y cuidar de ti, consume mi día — Sus ojos inmersos en el actuar de su cita, reconocieron hasta sus pensamientos.
Ash se encogió de hombros, ajeno a alguna emoción plagada de pena, casi que se mofaba de las banales quejas del mayor — No voy a sentir lástima —
Jay mantuvo silencio, no por gusto propio, anhelaba poder expresarse, sin embargo, la mesera arrojó el vaso del cóctel, con tal de vengarse infantilmente, provocando que un par de gotas escapasen, haciéndole suspirar por una posible nueva pelea.
— Su pedido — dijo ella, sin borrar la risilla juguetona proveniente de sus labios rojos, más que una manzana — Disfruten su estancia —
Asher no cerró los ojos cuando las pringas de la bebida golpearon su rostro. Una gota se deslizó por su mejilla, cayendo sobre su boca, delineando sus labios con aquel sabor frutal.
— Lo voy a disfrutar, cariño — Guardó las servilletas bajo su palma, al ponerse en pie, apoyando ambas manos en la mesa — Jay, haz tu trabajo, límpiame —
Jay recibió el mensaje, le tomó de la barbilla, afianzando sus dedos contra su piel, era suave, tan tersa que le robó otro suspiro. Buscó en ese profundo mar, alguna duda sobre su petición, pero solo encontró calma.
Le obligó a bajar, mientras él se estiraba lo mínimo. Succionó con sus labios, antes de lamer. Barrió con su lengua cada gota, deteniéndose contra la comisura de su boca, cuando los pequeños dedos de Asher, se posaron sobre su muñeca.
— Es suficiente, ya se fue — Raspó su piel con las servilletas, hasta tintarse de rojo, para quitarse la sensación húmeda en su pómulo — Lo siento, te eché a perder otra oportunidad —
— ¿Perdí? Tú eres mi cita, aún tengo oportunidad de tener sexo — Agarrando el vaso por el asa, se empino la bebida, como si ella pudiese acallar hasta sus pensamientos.
Asher dejó de jugar con la pajilla dentro de su cóctel, tensó en su asiento, soltó la rabia en interior — No vuelvas a decir esa estupidez, ni siquiera como broma, Jay —
El mayor alzó las manos, sin perder los buenos ánimos — Al menos sabes que es una broma. Me preocuparía que empezaras a creerlo — con su índice trazó el contorno de su jarra, inmerso en la espuma encima del licor.
— ¿Quién podría creerte? Tú no quieres a nadie más que a ti mismo — inmerso en el menú, empezó a leer los platillos, preparado para sacarle hasta el último centavo a Huxley.
— ¿Por qué estamos hablando de ti? — Hizo un ademán con sus dedos para llamar a la chica que les atendía, desde el principio supo que la salida no sería barata. El cumpleañero era un desconsiderado y oportunista.
— Porque soy el centro de tu universo y te encanta hablar de mí —
La mesera ya no llegó a atenderlos.
Lástima por ella, porque Jayce dejó una buena propina al chico que siguió atendiéndoles durante el resto de la velada. El plan macabro de Asher de dejarlo en quiebra, no fue fructífero, considerando su cuenta con buenos ahorros gracias a sus cuidados financieros. Pese a su fama, no era un derrochador.
— Ni siquiera me compraste un pastel — antes de decir gracias, de su boca solo provino una queja y un suspiro. Se acomodó en el asiento del copiloto, tirando del cinturón de seguridad para atarlo cruzándolo por su torso, aún tenía en la lengua, el sabor dulzón del último Daiquirí de la noche.
Desde el horizonte, se apreciaban los primeros rayos del amanecer. La oscuridad empezaba a rasgarse lentamente. El fresco de la noche, se conservaría por un par de efímeras horas. El ruido del motor no le dejaba sentirse solo, cuando los deseos de regocijarse en su tristeza, estaban apuñalándolo, peor que el frío viento entrando por la ventana abierta.
— ¿Quieres un pastel? — Jay empezó a reducir la velocidad, por el rabillo del ojo captaba los lentos movimientos de Asher, quien se mantuvo con aquella expresión melancólica, su rostro contaba lo que las palabras no decían.
Asher negó, sus labios resecos empezaron a arderle, la punta de su nariz yacía helada— Quiero pedir un deseo — confesó, acariciando su brazo, en un torpe intento por crear fricción.
Jay se mordió el interior de la boca para acallar un suspiro — Es mejor que no te hagas daño de esa forma, Ash — tiró sobre él la chaqueta, a sabiendas que un derroche de amabilidad solo conseguiría el efecto contrario.
— ¿Cómo sabes lo que quiero pedir? — Le cuestionó, su cansancio no le dio tiempo de negarse a recibir la prenda. Se cobijó con ella, concentrándose en no respirar demasiado, el aroma de su perfume.
— Los muertos no regresan por deseos de pasteles de cumpleaños, Ash. No eres tan infantil para no saberlo — Con una mano guiaba el volante en la dirección correcta, con el otro rasgaba el viento al sacarlo por la ventana, intentando agarrar aquello que no podía — ¿Vas a vivir siempre de su recuerdo? —
Apretó sus labios, resintiendo el contener las lágrimas, sus orbes cristalinos, entorpecieron su visión, más que las penumbras de la noche — Estoy enamorado, Dante fue mi oportunidad de ser feliz — rabió, enojado por la falta de comprensión de su acompañante.
Jay se quedó en silencio, como si esperara escuchar un sollozo. Compartiendo su enojo, se atrevió a soltar sus pensamientos — ¿Estabas enamorado de Dante o de lo que él podía ofrecerte? ¿Lo amabas por qué era el único homosexual que conocías? —
Asher le golpeó, aunque el puño que tiró hacia su brazo, fue tan endeble, que pareció solo ser un roce de sus nudillos contra él.
— Para — su voz tembló en resonancia con sus sentimientos — Para, Jay —
Pero Huxley fingió ser sordo, no detuvo sus mordaces preguntas hacia el tembloroso hombre sentado a su lado — Si otro hombre que te ofreciera lo mismo apareciera en tu vida, ¿te enamorarías de él? — Solo podía imaginar la historia atrapada en sus ojos, porque los vestigios de la noche y su cabello cayendo por su frente, no le dejaban verlos.
Arañó su ropa, jalando de ella hasta arrugarla, al sostenerse de él como si fuese un salvavidas, aunque en esos instantes, fuese su verdugo — Cállate, Jayce. No me hagas odiarte hoy también... —
— Ya no es tu cumpleaños, Ash. Ya puedes odiarme tanto cuando desees — decidió enfocarse en el camino, consciente en que la cobardía y orgullo del otro, no le permitiría responder con sinceridad todas sus dudas — ¿Te enamorarías, Asher? ¿Te enamorarías de ese hombre? —
Entonces, los distantes mundos separados por miles de océanos, parecieron acercarse por la fuerza de una sola palabra.
— Quizá —
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