Capítulo 13
La misma expresión aburrida al ir de camino, saltando con cada piedra en la vía, provocaba un ambiente sombrío en el automóvil, que se desplazaba levantando una capa de polvo. El viaje era el mismo, lo único diferente, era la posición del sol escondido en una capa de colosales algodones hechos de gases.
— Entonces — Jayce llevaba el ritmo de la música en la punta de los dedos, golpeando el volante — ¿Qué fue eso de atrás? — Girar solo segundos no era suficiente para resolver el rompecabezas que Asher solía ser.
— Un árbol — respondió aburrido del mismo panorama, su voz golpeó su mano, mientras se mantenía inmerso en el mundo de la ventana — ¿También necesitas gafas nuevas? Puedo recomendarte un especialista —
— Puedo verlo, Ash — el enojo desbordó desde sus cuerdas vocales — Hablo de tu aparente escenita de antes — dijo lo obvio, a sabiendas de lo ridículo que era ponerlo en palabras. El rugir del motor de su auto fue la única contestación que recibió.
Asher estiró el cinturón de seguridad, queriendo eliminar la presión contra su pecho. La punta de sus cabellos golpeaba sus pestañas, el aire golpeando su pecho, le asfixiaba. Por dentro era la víctima de un poderoso terremoto, sacudiendo sus sentidos. Por fuera estaba tan petrificado como una roca.
— ¿Aún te acuestas con ella? — Musitó, uno de sus tantos pensamientos salió a flote sin su permiso. No necesitaba una confirmación, su mente solo podía decirle lo decepcionado que estaría Dante de su mejor amigo.
Huxley bufó ruidosamente, aunque en sus labios sonrieran en burla, de su boca no provenía ningún sonido de risa, era más un chillido de indignación — A ti no te interesa lo que haga en mi vida privada, Ash —
Asher rascó la cabecita de Leopoldo echada en su regazo, el can alzó las orejas, pidiendo en silencio un poco más de aquel confort, siendo ajeno al encontronazo de sus dueños. Su ignorancia le permitía gozar de la dicha de la felicidad.
— O... ¿Acaso estás preocupado por mí? —
— Los corazones rotos pueden matar — sus azules orbes se fijaron sobre el tenso hombre a su lado, su mandíbula yacía firme de tanto apretar los dientes — A mí me mató —
Las llantas rechinaron en un chillido de dolencia por el repentino parón, Jayce presionó el pedal de los frenos de improvisto, obligando a los cinturones de seguridad a fungir por primera vez. Ash se movió hacia adelante, sosteniendo a Leopoldo contra su pecho, con el corazón acelerado del susto.
— Imbécil, ¡¿qué mierda te pasa, Idiota?! — Los improperios se le salieron desde lo más profundo de su garganta, su blanquecino rostro se encendió en una roja llamarada de ira. Sus cejas fruncidas creaban unas futuras arrugas, marcadas por furibunda emoción.
Jayce salió del coche dejándolo encendido, el golpe de la puerta hizo saltar al otro humano y al can, ambos confusos por los actos de Huxley, quien dio la vuelta al vehículo. Asher se aferró a su asiento, listo para expulsar en una explosión, la maraña de sensaciones en su pecho.
Jayce le abrió, su silencio sepulcral causó el silencio de Asher, quien no pudo responder cuando le desprendió del cinturón y le bajó de un tirón del automóvil.
— ¿Enloqueciste, Tarado? — Espetó antes de encontrarse atrapado entre el fornido cuerpo del contrario, y la carrocería del carro, el metal caliente pegado a su piel, le hizo buscar más hacia el frente. Los momentos que más odiaba, eran esos donde estaba en desventaja por la diferencia de alturas y contexturas.
La mano sujetando sus cachetes le hizo alzar la cabeza, al hacerlo solo encontró su propio reflejo, detallado en el par de iris cafés de Huxley. El hombre parecía desconocer la definición de espacio personal y respeto.
— A mí me parece que sigues respirando — Examinó cada centímetro de su rostro, delineando con especial atención el contorno de sus pálidos y temblorosos labios apretados por sus dedos — Me pareces muy vivo —
— Tú no sabes lo que es el amor — Colocó su mano contra el pecho de Jayce, poniendo distancia entre ambos. La cercanía consumía sus exhalaciones — No sabes lo que es un corazón roto, y quizá nunca lo entiendas —
Huxley rió socarrón, aquellos dedos, trémulos y pequeños contra él, no impidieron su avance, lo instaron a seguir — ¿Acaso soy un demonio sin sentimientos? ¿Cómo me ven tus ojos, Asher? — En aquel profundo mar, no podía ver ni un solo atisbo de luz.
— Me estás sofocando, Jay... — Incapaz de moverse por su propia voluntad, cerró sus párpados, escapando de la realidad por un segundo. El aire atrapado en su garganta escapó cuando dejó de sentir la presión del cuerpo de Jayce sobre él.
Se petrificó al sentir una desconocida respiración contra su cuello, Huxley apoyaba su frente contra su hombro, mientras le estrechaba en sus brazos, deteniendo el tiempo por un segundo. Aquellas manos acariciaron el contorno de su espalda con firmeza, sacudiendo su alma sin siquiera darle permiso de negarse.
— Jayce —
Sus piernas temblaron, por el golpe de frío que la ausencia que su calor le dejó, cuando le concedió la libertad.
— ¿Viste la palanca en la puerta de entrada del taller? — Le cuestionó al observar el horizonte, allá donde las olas danzaban bajo el sol — Si la jalabas, pudiste hacer que el auto en el que trabajaba, me cayera encima —
Asher no tuvo un instante para inhalar, Jayce se había marchado hacia el otro lado del vehículo, sin escuchar su respuesta.
— No la vi — susurró. Solo su mano apoyada contra la puerta, podía hacerlo soportar su propio peso. Batalló por abrir, pues sus húmedos dedos se deslizaban por la manija — No la vi — repitió más encolerizado, removiéndose de mala gana, una repentina capa de lágrimas nacidas de la frustración.
El cuerpo del animal encima de él, le sacó un par de gemidos plagados de quejas. Las maldiciones quedaron en maldiciones, mientras se deshacía de la fina capa de sábana enredada entre sus piernas. Leopoldo soltó un potente y feroz bostezo perezoso, movió juguetón su cola, golpeando la espalda del hombre sentado en la cama, ansioso por salir a dar una vuelta.
Asher, levantándose con el crujido de sus adoloridas extremidades, rozó con la yema de sus dedos las cortinas, comprobando la hora con la salida del sol. La estación había cambiado, pero el calor seguía siendo el mismo.
Las pesadas patas de Leo retumbaron en la habitación, cuando el can saltó de la cama al suelo, siguiendo de cerca los pasos de Asher. El cachorro ya no era un niño pequeño, su altura sobrepasaba la del dueño de la propiedad al ponerse en dos patas, sin embargo, era un niño revoltoso en el exterior.
— Leo, me vas a botar — Le regañaba, como era usual, su día siempre iniciaba con una silenciosa e inútil discusión con el perro. Los lentes en el puente de su nariz, se deslizaron un milímetro más, del cansancio se había olvidado quitárselos.
El salón de estar era un campo de batalla, bolsas, telas, hilos y agujas conformaban todo un desastre artístico. Caminó encorvado, sin aguantar el tormentoso dolor en su espalda baja, provocado por las largas horas de trabajo en su máquina de coser. El aroma del café inundó sus pulmones, brindándole tranquilidad, pues el agotamiento le tenía aún adormecido.
Leo salió corriendo de su lado, apresurándose a recibir a Jayce, quien apenas entraba por la puerta principal, secándose el sudor del rostro con una toalla de algodón, mientras se relamía los labios, degustando un sabor salado en su paladar.
— ¡Oye! Buenos días a mi lindo cachorrito — se acuclilló alzando ambos brazos, sujetando al emocionado can, que batía su colita para él — ¿Cómo durmió mi niño? El perrito más dulce del mundo. Sí, ese eres tú —
Asher batalló al alzar los pies, daba un paso y arrastraba el otro, escapando de caerse en cada avance. Cabeceando, se tiró sobre la silla, haciendo sus patas tambalearse.
El plato estaba lleno de tostadas embarradas de mantequilla, mermelada o Nutella. Las frutas se escapaban del tazón y, la miel se derramaba de los panqueques apiñados en una torre que un suspiro podría botar.
Su dulce aperitivo, era el cóctel de pastillas junto a su comida. Su expresión se arrugó en disgusto, empujó la medicina con los nudillos, apartando el rostro hacia el lado contrario.
Jayce pretendió mantenerse atento al amoroso can lamiendo su mejilla, sin embargo, sus ojos jamás se despegaron de Asher. Contó sus pasos, escuchó sus respiraciones y cálculo el ángulo de cada movimiento. Le había estudiado con una precisión digna de un profesional.
— Asher, la medicina — Señaló con su mirada la esquina de la mesa, consciente de la próxima discusión — Bébela —
El contrario torció los labios, e ignorándole se llevó el primer bocado, comiendo exageradamente ruidoso, enseñando los dientes triturando el pedazo de panqueque.
— Asher — repitió con firmeza, cual si tratase con un niño pequeño y malcriado. Suspiró pesadamente, el aire se había ensañado con sus pulmones.
Sus pesados pasos hicieron rechinar el piso, el sudor se desprendía hasta caer y su imponente figura transpiraba su propio calor. Juntó al hombre sentado, se quedó ordenándole sin decir una sola palabra.
— No eres mi jefe — se defendió, acongojado por el gigante a su lado — No las voy a tomar, Jay. ¡Jódete! — insistió, el dulce de la miel se deslizaba por sus labios, maquillándolos con una capa brillante y, aunque luchó, sus orbes se mantuvieron fijos sobre la mesa.
Nervioso, giró la cabeza escapando de la presión de aquella penetrante mirada sobre él. Sus tiritantes dedos jugaron con los cubiertos, ordenando y desordenando, cualquier excusa para no verlo servía.
— Las tomarás, por las buenas o las malas, pero las vas a tomar. Elige — Apoyó su mano en el respaldar de la silla, consiguiendo inclinarse sobre el menor, invadiendo su espacio.
Asher dio un respingo cuando una gota de sudor cayó sobre su brazo. Apretó los labios cuando el chillido nació en su garganta — ¿Me vas a forzar? — Envalentonado, alzó la cabeza, encontrándose con aquellos ojos marrones encima suyo.
— ¿Las buenas o las malas, Asher? Es una respuesta de una palabra —
Aunque tentado en tirar las medicinas al suelo, jaló con sus dedos la primera pastilla. Sosteniendo el contacto visual, sus labios presionaron la píldora antes de tomarla.
— Tienes una pizca de encanto cuando eres obediente. Una pizca del tamaño de un granito de arena — Se echó en la silla de al lado, bastante relajado tras el tenso intercambio entre ambos.
Leopoldo, a sus pies, se echó debajo de la mesa, buscando satisfacer su pereza.
Asher no replicó, yacía ocupado tomando las siguientes dosis. Estar enfermo de por vida, conllevaba a medicarse hasta la última exhalación.
— Tú no tienes ningún encanto — Se tragó las ganas de maldecirlo cuando comenzó a pinchar su desayuno con sus dedos.
— Gracias, las personas de buenos gustos saben que soy encantador — encogiéndose de hombros, le restó importancia a su ataque.
Asher le picó el dorso de la mano con el tenedor, sin ejercer demasiada presión, solo la suficiente para asustarlo.
— ¿Buenos gustos? ¿Hablas de tu ex, señor cornudo? — Inquirió alzando la ceja, recostando su pecho un poco contra el borde de la mesa, inclinándose hacia él — Cuidado con los cachos, casi me golpeas —
Aquello provocó una gran y campante risa divertida — ¿Vas a seguir jodiendo con eso? — Lamió sus dedos, antes de volver a cortar un pedazo de panqueque — No, Asher. No fornico con mi ex. ¿Contento? Está conversación la tuvimos hace semanas —
— Exacto. Ya hablamos, y te lo dije, no me importa — dijo, con el lado derecho inflado por la comida, mientras hablaba con la boca llena.
— Asher, primero traga —
— Que no me hable de modales, el idiota que come con los dedos — se atragantó con la comida, al sentir sobre su cachete el paso húmedo de las yemas empapadas en miel.
— Cierto — Ignorando la rabia del otro, se inclinó sobre la silla, elevando las patas delanteras — Hoy vamos a salir. Ponte decente, porque bonito es imposible —
Restregó bruscamente la servilleta sobre su mejilla, hasta pintarse de rojo — ¿Quién dijo que saldría contigo? — Renegó, sintiendo su piel pegajosa.
Jayce le arrancó el papel de las manos, echándolo lejos al hacerlo bolita, impidiéndole lacerarse — No te pongas de cascarrabias, es tu cumpleaños, saldremos —
— ¿Mi cumpleaños? —
— Feliz cumpleaños número veinticuatro, Ash —
Recostado sobre el barandal, acariciando al can recostado en el mismo escalón donde él yacía sentado, Asher miraba el horizonte. Los años eran traicioneros, pasaron con prisas sin dejarle respirar.
Debería rebosar de felicidad, porque era un año más cerca de encontrarse con Dante, sin embargo, aquellos aires de melancolía no le abandonaban. No había tanto oxígeno para sus suspiros.
— Se te escapa la felicidad, hijo —
Asher le vio por el rabillo del ojo, el sonido de sus pasos contra la tierra ya le habían contado de un invitado.
— La juventud, la vida y el alma, eso se me escapa — Refutó, sin perder el pesimismo pese a la sonrisa del sacerdote — Y la paciencia, en especial la paciencia —
El anciano se echó una portentosa carcajada. Tomó asiento a su lado, sosteniendo su espalda contra sus manos. Si alguien quería hablar sobre el envejecimiento, él era un experto con años de práctica sobre el tema.
— No seas desagradecido, hijo... Jay cuida bien de ti, gracias a él, la casa no se cae a pedazos — Le señaló con la mirada, sin escapar de la inherente necesidad de Leopoldo de ser acariciado, el can pidió mimos al restregar la punta de su nariz con su mano — Es un buen muchacho —
Asher se resintió, apretó los labios, disconforme con Thomas. — Yo no le pedí ser mi niñera, no le debo nada — respondió de forma altanera, evitando el contacto visual. El reflejo del sol contra el agua, ya acaparaba su mirada.
— Tú no, pero Dante sí... Y Jayce es hombre de palabra, está aquí, cuidándote — Le señaló con el dedo, interrumpiendo su campo de visión. Cada palabra era pronunciada con un toque de exasperación y molestia, la indignación no se borraba de sus facciones — En vez de hacer su propia familia —
— Es un asesino —
El hombre mayor refutó de inmediato, acallando las ideas de Asher — Los dos sabemos que no es así — Él, un hombre calmado, estaba perdiendo la paciencia con rapidez — Deja de echarle la culpa para tener una excusa de odiarlo —
— ¡Dante estaría aquí! — Insistió alterado, su respiración empezó a acelerarse. Las palpitaciones de su corazón se agitaron, pese a mantenerse en reposo — Mi Dante... —
— No lo sabes. Quizá él hubiese encontrado otro amor. No estaba escrito en piedra —
— Dante lo adoraba más que a Dios — Jayce apareció, recostado en el marco de la puerta, secando sus manos, porque su ropa pringada no tenía otro arreglo más allá de tomar sol. Había estado arreglando las tuberías de la encimera — Padre, me alegra verlo por aquí... Solo una petición, háblele con tacto, no llevo dos años cuidando de él para que me lo mate de un disgusto —
Asher soltó un profundo bufido, volvió a recostar su peso contra el barandal, decidiendo ignorar a ambos hombres, quienes compartían una charla amistosa entre ellos.
— Disgusto el mío, tener que verte todos los días — murmuró, sin apartar la mirada sobre Leopoldo, esa era la única compañía que anhelaba. El dulce, cariñoso y obseso de atención, Leo. Sus dedos se enterraron entre su pelaje, levantó un par de pelos en el aire.
— Crio a una ternurita — Respondió Jay, escuchando los cuchicheos de Asher. Con los dedos sobre su frente, empujó a Asher contra la baranda — Te vas a enfermar si te tragas todos esos pelos —
Ash le dio un manotazo, no quería sentir ni el más mínimo roce de su piel contra la suya — Pregúntame si me importa —
El eclesiástica suspiró al negar con su cabeza, completamente derrotado. Los años no parecían pasar para aquel par de muchachos que conocía desde su niñez. ¿Eran amigos o enemigos? Quizá la combinación de los dos. Ya no tenía veinte años menos, no podía seguir correteándolos para que hicieran las paces. A veces ellos desbordaban tanta vida, que era agotador solo ser espectador.
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