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Capítulo 11

El viento agitando las copas de los árboles, refrescaba el caluroso ambiente. Los soplidos se colaban a través de la puerta abierta de par en par, y una que otra hoja se asomaba por la entrada.

Los anteojos se le deslizaron por el puente de su nariz. Insistente, enfocó la mirada en la tela atrapada contra la máquina. Ofuscado por los problemas a la hora de coser, porque el hilo escapaba de la aguja, suspiró derrotado en su quinto intento por terminar la pieza.

Se abanicó con la camiseta, admirando receloso, la gota que se deslizó por su frío vaso de limonada, servido desde hace 5 minutos por Jayce, quien batallaba su propia lucha.

— No está envenenado, Ash. Puedes beber todo lo que desees — dijo, elevando su propio vaso vacío, tras contemplar su reticencia de beberlo.

— Quizá — Renegó entre dientes al echarse hacia adelante, buscando mayor consuelo en el abanico, cuyo aliento era una llamarada intensa de candor — Pero pudiste escupirle —

Jayce resopló al darse por vencido, bufó antes de entrar de nuevo a la propiedad. Sus pesados pasos resonaban con fuerza en la habitación. Se guardó los comentarios al apretar los dientes.

Asher solo le siguió de reojo, fingiendo ignorarlo hasta que sus pasos volvieron a desaparecer por la puerta abierta. Contempló la soledad en el silencio, antes de darse por vencido al darle un manotazo a la prenda en la máquina de coser. Se estiró perezoso, antes de levantarse. Tomó el vaso con recelo, la humedad le hizo luchar por sostenerlo.

Relamió de sus labios el sabor del limón, dando pasos indecisos alrededor de su propiedad, hasta cruzarse con el destartalado auto de colección, que Jayce había llevado remolcado a un costado de casa, con la excusa de arreglarlo. Pateó con el pie descalzo una de las llantas, ignorando al hombre sumergido en la cajuela, buscando una herramienta.

— ¿Cuánto te vas a rendir con está basura? — Le cuestionó, examinando los nulos avances con el auto, desde su ignorante perspectiva.

— Sol del mediodía — se fijó por el lateral de la cajuela, dándole un rápido vistazo al contrario — ¿Se te ofrece algo? ¿más escupitajos en tu limonada? — Remarcó entre dientes, seguía notablemente ofendido por las palabras de Asher.

Él solo sonrió ladinamente, complacido con provocar su enojo. Se acuclilló, admirando su distorsionada imagen por el aro metálico del neumático.

— Quizá más tarde, ahorita estoy lleno con este vaso — Lo zarandeó, provocando el choque de un par de hielos contra el vidrio.

Jayce rodó los ojos al cerrar con cuidado la cajuela, sosteniendo una llave entre sus manos llenas de suciedad entre el aceite y la tierra — Por cierto, aún no escucho tu disculpa... — con el dorso, se limpió el sudor en su mejilla, manchando su piel — Cuando termine con él, nos llevará a donde queramos —

— ¿A la tumba cuando le corte los frenos? —

El cruce de miradas duró un segundo, lo suficiente para expresar más allá de las palabras.

— A la playa, porque tú ni siquiera sabes cómo se ven los frenos —

Asher no replicó, decidió volver a ignorarlo. Abrió las puertas de los asientos traseros y se arrojó encima de ellos, sintiendo el dolor en su espalda acrecentarse. Largas horas de jornadas laborales cuando su cuerpo había descansado por meses, mermaba su cuerpo con dolor y agotamiento.

Acabó durmiendo toda la tarde en los asientos traseros del vehículo, sosteniendo contra su mejilla el vaso vacío de limonada, con los anteojos chuecos y un leve rastro de babas. Jayce abrió ambas puertas, dejando al viento refrescarlo en aquel caluroso día, mientras él continuaba laborando en su trabajo personal.

Con la llegada del atardecer, la luz amarillenta inundó el salón. El ruido de los utensilios de cocina, empezaron a despejar su sueño, pero fueron los lametones en su mano, los que terminaron de despertar al menor, quien se incorporó de un sentón, provocándose un terrible mareo.

— ¡Donatello! —

El chillido de Jayce le hizo apretar los párpados, mientras se sostenía las sienes entre las manos, sintiendo el golpe constante de una cola peluda contra su pierna. Entreabrir los ojos le hizo encontrarse con el semblante risueño de un tembloroso can a sus pies.

— Me duermo un segundo y metes a un perro en mi casa, ¿cuándo vas a dejar de recoger basura? — Cuestionó tras un intenso choque de miradas con el peludo animal.

— ¿Basura? — Echó las cucharas contra las porras creando un estruendo agobiante — Discúlpate con Donatello. Eres feo por dentro y por fuera, Ash —

Asher alcanzó a sacarle el dedo medio, antes de volver a derrumbarse contra el sillón. Su cabeza rebotó contra la almohada, la tela tenía impregnado el aroma de Jayce.

— Tú no eres precisamente Miss Universo o el premio nobel de la paz — refutó, rehuyendo de los lametones del animal. Parecía que éste entendía quien era el dueño — ¡Eh! Leo cálmate, no te voy a echar —

Jayce frunció el ceño. El cucharón se quedó a centímetros de su boca, la salsa roja se desbordó hacia su mano — ¿Leo? ¿Qué clase de ridículo nombre es ese? Mejor que sea Leopoldo —

Había recogido al can abandonado junto a la vereda, cuando bajó del pequeño reino de Asher, hacia el pueblo a conseguir una pieza faltante para el auto. Si el amor a primera vista existía, él se había enamorado de ese pequeño y peludo cachorro de pastor alemán. Un ladrido sonó a un te amo.

La decisión de llevarse la caja con el animal ni siquiera fue dura. Aún con el sol en la espalda, caminando el pedregoso trecho, tomó al perro junto a él hacia la casa de Asher.

— Jay, es un perro. No necesita un nombre largo — murmuró, sintiendo la suave caricia entre sus piernas, sus ojos viajaron hacia el suelo — En realidad, ¿por qué trajiste un perro? —

Dante siempre quiso cuidar de una mascota junto a él. ¿Cuándo la vida dejaría de reírse a su costa?

— Me recordó a ti. Feo, solo y triste — dijo, queriendo ocultar su risa detrás de la espátula — No pude abandonarlo. Míralo, todo pequeño e indefenso — su atención volvió al sartén, procurando no quemar los huevos.

Asher sintió una ligera incomodidad por sus palabras, le tiró la almohada, sin embargo, está cayó hacia el suelo a mitad del salón. El can se asomó por el filo del sillón, queriendo curiosear más allá, pero su diminuta altura no le dejaba.

— Mueve más las manos antes que la boca — Renegó al fruncir los labios, sus llorosos ojos dejaron escapar un par de lágrimas. La vida sería colorida si su Dante estuviera con él. Sobrevivir de recuerdos y promesas incumplidas le estaba matando.

— Lo siento, Leopoldo. Te traje a la casa de un dictador —

Asher golpeó su nariz con la punta de su dedo índice, la respuesta del cachorro fue echarse tras soltar un ladrido, esperando jugar mientras agitaba la cola. El hombre dejó su brazo caído, permitiéndole al animal acariciarse a sí mismo.

— Es lindo — murmuró desganado, añorar lo que hubiese sido de su vida era agotador — Parece obediente y dulce, a diferencia del dueño —

Jayce bufó al negar tras escucharlo, pretendiendo no ponerle atención — ¿Quieres que sea dulce y obediente? ¿También debo moverte la cola y pedir caricias? —

Ambos cruzaron miradas a la distancia, el aroma de la cocina inundaba el ambiente, revoloteando por los rincones, invadiendo profundamente la nariz. El retumbar de un trueno sacudió el cielo, cuya luz se cubría poco a poco de grandes y espesas capas de nubes.

— Sería asqueroso. Te echaría a patadas ese día — acomodó la almohada en su cabeza, se recostó perezoso, queriendo evitar un nuevo contacto. Solo había un motivo palpable por el cual no había sacado a Jayce de su hogar.

La soledad.

— Entonces no uses esa boca tuya, si no dirás nada coherente — espetó al apagar el fuego de la cocina. Se secó las manos en una toalla colgada en la pared y rebuscó en la alacena los tratos — Pon la mesa, la cena está lista —

— No eres mi jefe — respondió de inmediato, sintiendo a la pereza guiar sus palabras. Admirando a Leo agitando su cola, esperando impaciente por su tazón de comida.

— Pues no cenes, mejor para mí si mueres de hambre — el golpe de la cuchara contra el plato le hizo suspirar pesadamente, dejarse llevar por el enojo no era parte de él. Quizá Asher sabía tocar los botones correctos con su actitud de adolescente malcriado.

El padre Thomas y su manso carácter habían moldeado a un adulto desagradable y caprichoso.

De mala gana, Ash se sentó encorvado, murmurando improperios al jalar sus zapatos, se ofuscó por no poder ponérselos. Arrastrando los pies, enfundados en calcetines, caminó hacia la mesa para limpiarla.

— ¡Uy, Flor! Que delicada que eres — Asher renegó entre dientes al acomodar el mantel y colocar los vasos. Una de las mangas de su ancha camisa se deslizó por su hombro, sus mechones alborotados obstruían su visión y el can jugaba contento al enredarse entre sus piernas, haciéndole trastabillar — Se te están cayendo los pétalos —

— Deja de maldecirme entre dientes y siéntate — Jayce acomodó los platos frente a frente, se aseguró de no olvidar nada y acomodó la prenda de Asher en su lugar — No sabía que eras masoquista. ¿Te encanta que te hable duro? —

Ash le fulminó con la mirada antes de sacarle el dedo medio. Enrojeció de la cólera, pisó estruendosamente para soportar su enfado y se echó a la silla de mala gana.

— Como todo un bebito malcriado y llorón — dejó el tazón del cachorro a sus pies. La sonrisa en sus labios se acrecentó por la juguetona lamida del animal, quien trataba de agradecerle a su manera — Tú no, Leopoldo. Tú eres un buen chico —

— Asqueroso —

— Tú come — Le fulminó con la mirada. Ahí, arrodillado, mirándole desde abajo, era intimidante por su gran tamaño.

Asher se mordió el interior de la boca — Voy, papá — desahogando su rabia con los cubiertos, provocó un molesto ruido contra el choque del plato de vidrio — ¿Así te gusta? —

Jayse se sentó en su silla, frente a él, custodiando cuidadosamente sus acciones. Sus hipnóticos orbes cafés perseguían el movimiento de sus dedos hacia su boca — No tengo ese fetiche. Además, me gustan las mujeres —

— Tranquilo. Jamás tendría sexo contigo — con su lengua limpió todo el gusto de la comida en la cuchara. La ligera incomodidad por la penetrante mirada del mayor, decidió ignorarla — No eres mi tipo, eres mi anti-tipo —

Su atención se desvió hacia la ventana al lado, la cortina se zarandeaba por el susurro del viento entrando por una pequeña apertura.

— Va a llover — dijo, dejando caer su mejilla contra su puño, cambiando abruptamente el tema. Las estrellas habían sido tragadas por las nubes. La oscuridad presagiaba una larga noche de miseria.

— ¿No serás el más listo del pueblo? — Jayce inquirió en forma sarcástica, fijando su mirada únicamente en su plato — Solo come y ve a la cama —

— Sí, papá — respondió condescendientemente, aburrido de pelear contra Jayce.

La cena siguió sin mayores percances. Lo único entre ellos, era el ruido de la llave de la encimera y el escándalo de un par de truenos cercanos. Asher descansaba cómodo, derrumbado en todo el sillón, con la mirada perdida y Leopoldo recostado sobre su vientre.

— Vaya sorpresa, hay alguien al que le agradas — Escurriendo el agua de sus manos al zarandearlas, Jayce dio por acabada su labor del día.

— Hay tormenta eléctrica — susurró, obviando el claro intento de molestarle. Sus orbes azules no se apartaban del techo, como si intentase comunicarse con su amado.

— ¿Y qué? — Jayce arqueó una ceja. Se acercó furtivo hacia el hombre recostado en su cama — ¿Tienes miedo de los rayos? ¿Quieres un peluche? —

Asher jugó con las orejas de Leo, sus manos se deleitaron con su suavidad — ¿No se supone que debes cuidarme? — Fingió prestarle más atención al can, que a él.

Jayse pasó sus manos contra su rostro. ¿Qué tanto se había equivocado en la vida para acabar de niñera de un adulto? — Desgraciadamente hice una maldita promesa de mierda —

— Entonces cuídame, Jay — cargó a Leopoldo con un brazo, la nariz helada del perro le hizo cosquillas — Yo odiaría ser tú — con la otra arrastró la almohada de Jayce hacia su habitación.

— De todos los hombres, ¿por qué Dante se fue a fijar en ti? — Cuestionó al aire, a sabiendas en que nadie le contestaría. Arrastrando los pies apagó las luces de la casa y se aseguró de tener las puertas con seguro y las ventanas cerradas.

Obligado, se internó en la habitación de Asher, quien descansaba plácidamente entre las sábanas de la cama, compartiéndola con Leo. El cachorro agitó la cola al verlo entrar, emitiendo un sonido de alegría por su presencia.

Jayce se quedó en el marco de la puerta, se rascó entre los cabellos, respirando profundamente para no tener un ataque de rabia — ¿Me harás dormir en el puto suelo? —

Las sábanas de seda se deslizaban por su piel, adhiriéndose a su cuerpo — ¿Ves algún lugar para ti? — Se giró, dándole la espalda — ¿Acaso crees que compartiré mi cama contigo? —

Huxley se tragó un par de maldiciones, echó sus sábanas al piso, antes de recostar su cuerpo en aquella dureza. Golpeó la almohada repetidamente, cual felino que prepara su pecho, dejó caer su cabeza contra la esponja, mientras se acostaba boca abajo, con la tela enredada entre sus piernas.

El silencioso y tenso ambiente en la habitación, fue embriagado por la lluvia. 

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