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Capítulo 10

La guerra no era tan cruel como la imaginaba, era peor. Caminar junto a la muerte todos los días, enloquecía al más formidable. Solo Dante mantenía su cordura tranquila, tras tanta desolación a su alrededor. Los momentos de paz eran igual de aterradores que los instantes de batalla. La información básica no era suficiente para hacerlos soldados.

El paso del tiempo era difuso, era hoy o mañana. En realidad, no importaba, porque el amanecer solo traía el doloroso recuerdo de seguir en el infierno. Si al morir tuviese que pagar condena, merecía una reducción luego de vivir aquel suplicio.

— Lo que daría por un cigarrillo — Jayce susurró, golpeando su cabeza pausadamente contra la pared en la que yacía recostado. La oscuridad reinaba, sin importar la hora del día. Ver el cielo no calmaba el temblar de su cuerpo, adolorido, hambriento y apestoso — Solo una calada — imaginó el tabaco entre sus labios, aquel manjar podría apaciguar el ardor de su lacerada piel. La sangre empapaba su mano, mientras más fuerte presionaba la herida en su costado.

— Tengo algo mejor, y útil — Dante le dio una ligera trompada con un pedazo de gasa — Déjame revisarte, te lo debo por cubrirme — su amable tacto, pudo contra la terquedad de su mejor amigo. Elevó la sucia camisa, escondiendo su sorpresa por el nuevo corte. Temía acostumbrarse a la barbarie.

Jayce no reparó en guardar los quejidos de dolor, al ser limpiado en demasía con suavidad con la gasa humedecida con un poco de alcohol. Las nubes grises en lo alto, le contaban sobre la tristeza de su alma. Mirar hacia abajo, causaba un dolor mortal al corazón. Solo había muerte y miseria, en el rostro de sus compañeros de pelotón, igual de cansados que él.

— Cuando volvamos — eran palabras repletas de esperanza, aunque la ilusión perecía a cada día — debes casarte con Asher, no importa si no puedes ofrecerle nada... Hermano, solo hazlo — suplicó, anhelando aferrar su vida al mismo deseo de Dante, cualquier pequeña fantasía a la cual sujetarse.

Impotente, Dante guardó su frustración por no poder ayudarle más, que con una sonrisa. Se desplomó a su lado, contra el montículo de escombros de la destrozada casa. Los únicos ahí, además de ellos, eran los fantasmas nacidos de los recuerdos de la deshabitada ciudad en ruinas. La vida parecía haberse extinguido desde hace mil años, sin embargo, apenas hace una semana algunas familias le llamaban hogar.

— Solo si tú eres mi padrino. Quizá seas nuestro único invitado — Compartió el mismo paisaje que su amigo, ignoró el dolor de sus tripas, rugiendo por un bocado de pan — Nadie más celebraría nuestra boda — rascó detrás de su cabeza, no queriendo sonar tan apesadumbrado como se sentía.

Jayce le dio un empujón juguetón, la risa proveniente de su boca fue sincera — ¿Qué importa lo que digan los demás mientras ustedes se amen? — Sus antebrazos descansaban sobre sus rodillas, mientras jugaba a entrelazar sus dedos, sucumbiendo al cansancio poco a poco.

Dante agradeció su apoyo, su corazón rebosó de alegría, al imaginar la dulce sonrisa de su amado al volver por él. Su imaginación le hizo recordar su gustoso aroma, su peso contra su cuerpo y la calma de su calor. El sueño no duró lo suficiente, las pringas de sangre del compañero a su lado izquierdo, le manchó el rostro.

Jayce fue el primero en responder, se arrojó sobre él, haciéndole agacharse, cubriendo su cabeza con su mano, obligándole a permanecer en el suelo. El grito rugiendo la palabra "emboscada", bien pudo provenir de su amigo o de algún otro compañero. El intercambio de balas fue precedido por el ruido de un par de explosiones.

La confusión reinó durante aquel intercambio en el que no se diferenciaban aliados de enemigos. Ambos hombres terminaron separándose en el furor del ataque. Cubriéndose las espaldas con uno de los infranqueables muros acribillado de plomo, Jayce se mantuvo recuperando el aliento en soplos desbocados, aferrándose con ímpetu a su arma de fuego.

Intentó arrimar su rostro, a sabiendas del riesgo. Un par de ráfagas de disparos le hizo recuperar su posición, revisó el cartucho, palmeando con una de sus manos los bolsillos, contabilizando mentalmente el número de proyectiles a su disposición. Las cuentas no estaban a su favor, Dios había dejado de reírse a su favor.

Las nubes de polvo no le dejaban corroborar en donde estaba Dante, el sudor cayendo por sus pestañas hacia sus ojos, ardió. Relamió sus labios, pero ni la saliva alivió su sed, solo saboreó en su lengua, mugre. Las cenizas revoloteando le hicieron toser desde el fondo de sus pulmones.

Aquel debía ser su final, sin embargo, la bala que la parca destinó para él, otro la recibió. Dante decidió pagarle en el peor momento, interponiéndose. Se desplomó de rodillas frente a él, apretando su pierna hasta blanquear sus dedos.

— Dante... — Pronunció su nombre, catatónico. La negación le mantuvo cautivo, antes que su impulsividad le hiciera desplazarse sobre el asfalto hasta el cuerpo de su mejor amigo, tras mirar al soldado enemigo caer lejos de ellos por el disparo de un aliado — Dante —

— Asher va a enojarse conmigo — balbuceó antes de soltar un desgarrador quejido, cuando Jayce empezó a poner presión en la herida. No podía pasar la guerra, siendo protegido eternamente por el contrario, ambos debían sobrevivir a ese infierno.

— A mí me va a odiar — Vociferó al no medir el tono de su voz. Rebuscó en los bolsillos de su compañero alguna medicina, rindiéndose casi enseguida al comprender que la última gasa la desperdició con él. Partió rápidamente un pedazo de su camisa, empezando a hacer un torniquete — Así que será mejor que salgas de está, no te vayas a dormir, Dante — palmeó con dureza su pómulo, impidiéndole cerrar los ojos — El día de tu boda, tu prometido va a matarme, amigo —

— Te perdonará... — Posó su mano sobre el brazo de su camarada, tirando de su ropa, manchándola con su sangre — le agradas... —

Jayce no pudo responder, uno de sus compañeros de pelotón jaló del cuello de su uniforme, llevándoselo a rastras, pues desde su perspectiva, Dante era un moribundo que pronto caería a los brazos de la muerte. Las manecillas del reloj estaban por detenerse.

— ¡No podemos llevarnos al cabo Thatcher! — Gritó en la cara, forcejeando con él para llevárselo lejos, mientras el retumbar de su voz sacudía el tímpano del contrario — ¡Desista, Huxley! — insistió, sucumbiendo a la desesperación del asfixiante momento, solo anhelaba salvar a todo aquel compañero que pudiese — ¡No podemos cargar cuerpos, debemos guardar recursos! —

La explosión cercana de una granada les mandó a ambos a volar por los aires. Aturdido, Jayce intentó agarrarse del aire, sin embargo, cayó de rodillas, sosteniéndose la cabeza, perdiendo el equilibrio. El pitido insistente en sus oídos, le mantuvo desestabilizado, hasta que un nuevo compañero le jaló hacia arriba, llevándose junto a él, al desorientado hombre.

Con una nueva motivación, la vida volvió a florecer en su pecho. Quizá la venganza no fuese el sentimiento más noble, sin embargo, aquel odio enterrado profundamente en su corazón, le dio una razón a Asher.

El tiempo detenido, había empezado a moverse.

La estación volvió a cambiar, el invierno parecía igual que el verano, por ello su llegada fue bastante imperceptible.

El aire del exterior, durante las noches, era mucho más fresco. Sacudía una estela fría, no lo suficiente para buscar el abrigo en una hoguera, pero sí para airearse por un rato hasta conseguir un resfriado.

La luz artificial proveniente desde la casa, salía a través de la puerta entreabierta, golpeando su espalda, mientras gran parte de su cuerpo yacía en penumbras. El foco roto en el pórtico llamó su atención por segunda ocasión aquella noche, Asher no le había dejado cambiarlo. Le gritó cuando quiso deshacerse de él por uno nuevo, recordaba el enojo y la tristeza en su mirada, y aunque era ignorante de sus motivos, decidió respetarlas.

— ¿Debería felicitarte por aprender a caminar y hablar por tu cuenta? — Murmuró su pregunta al escuchar el crujido de la madera tras él. El cigarrillo en sus labios se deslizó por su boca, acariciando sus suaves labios. Desde lejos, el pequeño punto de fuego apenas se vislumbraba.

— Ya está lista la cena — Asher respondió sin caer en sus provocaciones, sus orbes se quedaron fijos en el tabaco, escondiendo su curiosidad al apretar sus labios, frustrado por su inexperiencia.

Jayce no se enfadó por su indiferencia, caló profundamente el humo, sacándolo de su sistema en una lenta exhalación. Jugó con el cigarro al balancearlo entre sus dedos, su cuerpo adolorido tras las pequeñas reformas que hizo en la casa, le suplicaba por un descanso.

— ¿Qué cenaremos? ¿Espaguetis de nuevo? ¿Ese es tu plan de venganza, aburrirme con la comida? — Exaltado por el agotamiento de comer cuatro noches seguidas el mismo platillo, quiso desquitarse con burlas.

Asher era inmune, el tiempo le había otorgado la cura. Se sentó junto a él en el primer escalón del pórtico, rehuyendo de rozarse, resguardándose al recostarse contra el barandal — Si no te gusta, cocina tu propia comida —

El mayor le examinó cuidadosamente en completo silencio. Su imagen raquítica y descuidada era un viejo recuerdo. Su piel, aunque aún pálida, se notaba más tersa y delicada. Se mantenía delgado, pese a las cantidades insanas de comida que ingería a lo largo del día, tras mil años en cautiverio sobreviviendo con pan y agua, sus huesos se perdieron entre la carne. Elevó sus manos, sus dedos rozaron uno de sus cortos mechones azabaches, sin embargo, retrocedió al recobrar la compostura.

— Lo haría, si me dejaras —

— No somos ricos — bufó, manteniendo sus brazos aferrados a su cuerpo, abrazándose a sí mismo — No podemos hacer dos cenas diferentes porque eres un quisquilloso —

— Entonces, déjame a mí hacer la cena — Intentó negociar, restregando su mano entre las hebras de su propio cabello. El cigarrillo se consumía entre las llamas, sin que volviese a tocar sus labios.

Asher se apresuró a refutar. Tembloroso, no dejó a los nervios apoderarse — Ya haces de desayuno todos los días, no quiero sentir que le debo un favor a un asesino — dijo al apoyar su mano en el hombro de Jayce, tirando de él hacia abajo, arrebatándole el cigarrillo antes que se lo volviese a llevar a la boca.

Jayce no reaccionó, miró absorto al menor examinar el tabaco antes de darle una desastrosa primera calada, tosiendo al no saber cómo inhalar o exhalar el humo correctamente, mientras soltaba improperios al ahogarse.

— Veintidós años y no sabes fumar — musitó para él, sin sentir el impulso de reírse de su ignorancia. Rodeado de un aparente desinterés, se encorvó hacia adelante, sujetando su barbilla contra sus dedos.

Asher se encogió, intimidado por la vergüenza — No debería fumar, no es bueno para mi corazón... O eso me dijeron — renegó entre dientes, manteniéndose a la defensiva, frunciendo el ceño al no comprender cómo hacerlo. Pensó que solo bastaba replicar a Jayce.

Hizo el ademán de devolverlo, ofuscado por fallar, sin embargo, Jayce le dio un empujón a su mano, animándolo a hacerlo de nuevo. Si nadie se enteraba, no debería librar ninguna culpa por enseñarle sobre vicios al menor.

— El cigarro no es tu enemigo, solo debes aspirar suavemente sin miedo, sostener el humo en la boca, saboréalo y luego... suéltalo — Explicó vagamente, retándolo con la mirada. Dante se enojaría con él si supiese lo que estaba haciendo.

Asher no se perfeccionó en un par de caladas, echó la colilla contra la tierra a poca distancia de las escaleras, murmurando maldiciones. Olfateó su camisa impregnada en el aroma del humo, provocándole arcadas de asco.

— Fumar es una mierda — dijo, queriendo autoconvencerse de ello. Se limpió la broza inexistente en su ropa, antes de levantarse al echar un profundo suspiro — La cena debe estar fría —

Jayce le siguió unos segundos después, yendo tras el eco de las pisadas de Asher, cerrando la puerta contra su espalda. Viendo la figura del chico revoloteando por la cocina, provocando estruendos al abrir las porras.

La apesadumbrada noche, aún debía guardar un secreto.

Luego de la cena, no hubo ningún sentido en encontrar un tema de conversación, como dos extraños, vagaron por las habitaciones, preocupándose por sus propios menesteres. La brisa fresca, soplaba al entrar por la ventana, sosteniendo su consciencia mientras tenía pesadillas con los ojos abiertos. Quizá, lo peor de la guerra, era sobrevivir, porque los fantasmas te perseguían por la eternidad.

La luna, en lo más alto del cielo, brillaba hermosa, regalando una sensación melancólica que apretujaba su pecho. Jayce buscaba refugio en la soledad, esperando acallar a los demonios sentados a su lado, en su lecho. La fina sábana de algodón se enredaba entre sus piernas, cayendo del sofá hacia el suelo. La almohada no era suficiente soporte, por lo que, usaba su brazo como segundo apoyo.

Casi todas las noches, enfrentaba una odisea para conciliar el sueño. Tantas noches en vela, le hicieron anhelar los recuerdos en donde descansaba plácidamente sin contratiempos. Mantener los ojos cerrados, no era dormir, pero era lo único que podía hacer durante sus súplicas al aire.

El rechinido de una puerta, le puso alerta. Cerró los ojos, expectante. A lo lejos escuchó un par de pasos dirigiéndose en su dirección, eran lentos y pesados, tan enigmáticos, provocándole curiosidad cuando se detuvieron a su lado. La espera de segundos se sintió un martirio de mil años. El filo de la daga ni siquiera llegó a rozarlo, atrapó con su mano la muñeca del contrario, evitando ser apuñalado al dormir.

— ¿En serio, Asher? ¿Este es tu plan de venganza? — Le cuestionó al abrir los ojos lentamente, el filo del cuchillo se iluminó por la luz de la luna atravesando la ventana abierta de par en par. La hoja temblaba en resonancia de los nervios de Asher. En esos preciosos y profundos mares solo encontró tinieblas de miedo y coraje — No eres lo suficientemente fuerte para ganarme en una lucha física —

Intentó empujar por segunda vez, antes de rendirse. Sus dedos gélidos, dejaron caer la daga al suelo — Debía intentarlo — murmuró antes de caer de rodillas al suelo. Si se movía por su cuenta, podría orinarse encima del terror clavado en sus entrañas. No era un asesino, ni siquiera agitó la hoja con fuerza, las dudas no le dejaron atacarlo a sangre fría.

Jayce soltó su mano, permitiéndole descansar en el piso. Se sentó frente a él, sujetando el cuchillo clavado en el piso, haciendo un pequeño huevo imperceptible. Trazó su índice por el filo, provocándose un diminuto corte superficial.

— Si quieres matarme, te aconsejo envenenarme, sería menos agotador que apuñalarme al dormir — dejó el arma en la mesita entre los sillones, admirando desde arriba, el titileo del cuerpo del menor a sus pies. Deslizó su dedo ensangrentado sobre la mejilla del chico, deteniéndose en su mentón, obligándole a alzar la cabeza.

— Lo tendré en cuenta la próxima vez — se aferró desesperadamente al borde de su camiseta, buscando un soporte en esos momentos de debilidad, en los que podría romperse como el cristal. Su blanca piel se pintaba en rojo, por los dedos de Jayce — ¿Debería darte las buenas noches o una advertencia? —

— Buenas noches, Ash — 

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