Capítulo 1
El primer recuerdo de aquel verano, fue el calor.
El segundo, el ruido de las cigarras cantándole al sol.
Sentado en el suelo, meciéndose al compás del abanico giratorio, solo podía quejarse del dolor en la punta de sus dedos vendados por los pinchazos y el abrumador aliento del aparato alborotando sus azabaches cabellos. El bullicio de la máquina de coser retumbaba en sus oídos, avivando el estruendo de su estómago, rogando por comida.
— Margot — su voz entorpecida por su cercanía contra el abanico, sonaba como un eco divertido, caricaturesca de la real — Margot, me muero. ¿Ya terminamos? — Sus mejillas yacían rojas, igual a un fruto codiciado. Las gotas de sudor se desprendían de su piel, acariciando su cuerpo, antes de impregnarse en su ropa.
— Sor Margot — La dulce mujer, ya no era tan amistosa cuando la presión del trabajo la tenía unas quince imparables horas cosiendo, con tal de llegar a la fecha estipulada — Sor Margot, no te olvides, Asher — secó su propio sudor con un paño, antes de ajustarse el velo del hábito.
— ¿Pero ya terminaste? — Cuestionó, sin darle la debida importancia a las exigencias de la mujer. El golpe en su cabeza le hizo irse hacia adelante, mientras se cubría la cabeza con las manos, queriendo rehuir de Margot — ¡Creí que Dios prohibía la violencia! — Lloriqueó al girarse, encarando a la fémina.
— Y a los niños maleducados — Replicó al señalarlo con el dedo índice, resopló un par de murmullos de quejas, guardando la última falda en una bolsa negra — Listo, ya puedes hacer la entrega —
Ni bien terminó de hablar, Asher se levantó del suelo con una sonrisa eufórica. En una descarga de energía, se metió los zapatos sin desenredar las agujetas, dando pequeños saltitos para encajar su pie en el calzado.
— ¡Te veo después, Margot! — Tras palmearse las manos, sacudiéndose cualquier rastro de suciedad, tomó a la mujer de los hombros, atinando darle un beso en la mejilla — Volveré a ayudarte con la cena — El crucifijo en su cuello siguió sus desenfrenados movimientos, antes de atarse contra la bolsa que cargaba en brazos.
La Hermana Margot negó al suspirar pesadamente, pidiéndole al Señor, perdón por sus pensamientos contra el revoltoso adolescente. Criar a un niño no había sido fácil, enderezar el camino de un jovenzuelo rebelde de dieciséis era todo un reto. La pubertad no era una teoría que se podía explicar en los libros de texto.
Aunque batallando, Asher consiguió salir del pequeño taller propiedad de la iglesia, hacia su vieja y maltrecha bicicleta. Un regalo del Padre Thomás para su anterior cumpleaños. Arrojó su equipaje sobre la canasta del frente, secándose el sudor de la frente con su antebrazo, orgulloso de su fuerza física, ya no se sentía tan enclenque.
La propiedad a unos metros lejos de la parroquia del pueblo, eran dos pequeños cubos unidos en uno. Las paredes de concreto yacían descuidadas, requiriendo un poco de pintura, pese a los esfuerzos de Asher por mantenerlas pulcras. Las láminas de zinc del techo estaban picadas, por lo que, cuando el invierno llegaba con gran apogeo, el piso de madera solía estar abarrotado de baldes debajo de las goteras.
Apresurado, Asher escondió algún par de mechones bajo su gorrito de popa, antes de subirse a su transporte. Las calles más lejanas al área principal poblado, seguían siendo de tierra, unas más inaccesibles a otras por las piedras desperdigadas en medio del sendero.
— Asher, ve con cuidado. Podrías tener un accidente — Recostada sobre el marco de la puerta principal, temerosa de lo intrépido que solía ser el chiquillo, le advirtió como siempre hacía.
— ¿Accidente? — Bufó, mofándose de las ocurrencias de la monja — Margot, conozco este camino como la palma de mi mano, nunca tendré un accidente — respondió con orgullo y bastante altanería.
Tenezburgh era un pueblecito olvidado por Dios, rodeado de una gigantesca costa. La pesca era la principal fuente de trabajo. Solo había un hospital, una escuela y una iglesia, pero al menos unos ocho bares en los que sucumbir a las adicciones, las apuestas y el sexo casual. Las prioridades eran un tanto extrañas.
Aunque al ser una comunidad pequeña, muchos cuidaban su imagen, por la facilidad de conocer la historia de cada quien. No se necesitaban teléfonos celulares, para compartir chismes. Podrías gritar, y tu voz cruzaría el pueblo y más allá. Los forasteros no eran bienvenidos y la sensación de comunidad les permitía ser bastante amistosos. Las cerraduras en las casas eran solo una leyenda.
El clima solía ser bastante caluroso, siendo recompensado por la facilidad de refrescarse en las frías aguas del mar. Asher, solo Asher, era un huérfano. Su madre lo había abandonado en las puertas de la iglesia, antes de escapar del pueblo por miedo al escrutinio público. Solo existieron rumores acerca del padre del bebé desamparado a las puertas de la parroquia, quizá era un vecino, el maestro... Incluso se llegó a sospechar del padre de la chiquilla.
Asher no estaba interesado en saber quiénes eran sus padres. La Hermana Margot y el Padre Thomás cuidaron de él, eran su única familia, no necesitaba a nadie más.
Hasta que, su camino chocó abruptamente con el de otro chico.
Tras dejarse la respiración en una empinada subida, Asher sonrió ampliamente en la cima, echándose sin vacilar a la caída, las sombras de las copas de los frondosos árboles alrededor del camino de tierra, tatuaban momentáneamente su piel y su ropa. Esquivando magistralmente las pequeñas piedras en el camino, se dejó acariciar por el aire, sintiéndose volar a través del cielo. La bolsa de plástico llena de faldas para entregar a la escuela como un acto de caridad, saltaron fuera de la cesta cuando el chiquillo no pudo esquivar uno de los baches.
Y aunque recuperó el control de la situación, duró solo un momento. Sus ojos se encontraron con el sol, dos hermosos y resplandecientes orbes parecidos a esa lejana estrella, del susto de encontrarse frente a frente con un muchacho en el sendero, cargando dos pesados baldes llenos de pescado, le hizo estrellarse contra el suelo.
— ¡A-Asher! ¿Estás bien? — Su voz era dulce y profunda, encantadora. Podría cantar una nana para dormir, aliviando el corazón del más herido — ¿Asher? — El sonido del metal resonó al soltar los baldes, por salir corriendo a socorrer al chico bañado en polvo.
Irritado, Asher se sentó en el suelo, comprobando con una mirada el estado de la bolsa y su bicicleta. Estiró su blanca camisa de botones, asqueándose por la suciedad pegada en la tela — No, no estoy bien — respondió malhumorado, abrazando su pierna para soplar el raspón en su rodilla. Los pantaloncillos cortos fueron una mala elección.
— Lo siento tanto... Tanto, perdón, lo siento — Su tono plagado de culpa, sus amables dedos alrededor de su pierna, casi dudando en tener permiso de tocarlo, le hacían verse celestial. El chiquillo era un manojo de nervios y repeticiones — No me fije, me distraje, perdóname —
Por el rabillo del ojo, observó al tembloroso adolescente, expresando una y mil emociones con su rostro — ¿Dante?, te llamas Dante, ¿verdad? — Si su memoria no le mentía, ese era el hijo de una conocida familia de pescadores, devotos creyentes de la religión, personas íntegras y almas bondadosas que ofrecían un poco de su trabajo al Padre Thomás.
Dante sonrió gratamente, asintió con un toque de euforia. Aunque fuese un año mayor que Asher, parecía más joven por su aura de ingenuidad.
La sonrisa de Asher no nacía de la amabilidad, su mente solo pudo pensar en un plan macabro para utilizar a Dante — Fue tu culpa, me caí por tu culpa, debes hacerte responsable. Conozco a tus padres, no puedes escapar — Le sostuvo con fuerza del cuello de su camisa, tirando del castaño hacia él, arrugando su ropa.
Su gorrito terminó por deslizarse por su cabeza, dándole libertad a sus cabellos de moverse a voluntad del viento. Se reflejó en los orbes de Dante, eran iguales al color de la miel, acorde a su dulce personalidad. Los nervios del contrario le provocaron una risa que se guardó en la garganta.
Desde su posición, Dante podía contar las pestañas de Asher. Tragó con dificultad, consiguiendo aclararse la garganta tras tanta vacilación por los nervios de aquellos penetrantes ojos azules, se sentía siendo devorado por el mar — Me haré responsable — murmuró, acongojado por la belleza del chiquillo frente a él.
— ¡Perfecto! Debes ayudarme a llegar a la escuela, llevo un encargo importante de vida o muerte — La genuina alegría de molestar a otro, le dio la fuerza para levantarse. Sacudió su ropa al palmearse el cuerpo con las manos, procurando no dejarle caer el peso a su adolorida pierna. Se sorprendió cuando Dante, firme a su lado, le hizo rodear sus hombros con su brazo, mientras su mano se afianzaba a su cintura, ayudándole a llegar al otro lado de la vereda, junto a la sombra.
Sentado en la espesa grama, bajo el cuido de un árbol. Asher se abanicó con su camisa, tirando de la tela hacia afuera, refrescándose perezoso, admirando a Dante batallar por arreglar la cadena de la bicicleta, acomodar la bolsa en la cesta y apoyar los baldes en cada manubrio. Aunque tembloroso y sin aliento, la alegría reflejada en sus labios, avergonzó un instante a Asher.
Soltando un resoplido, se levantó del suelo, renqueando hacia su bici, dejándose caer en la parrilla de atrás, apoyando su peso contra Dante, al yacer espalda contra espalda. La risa del chico le hizo relajarse.
— Vámonos, no debemos llegar tarde —
El viaje era agradable, la brisa fresca borraba el calor, y aunque Dante fuese torpe al principio, cuando llegaron al camino pavimentado, su pedaleo mejoró. La sensación de libertad volvió, provocándole una inigualable paz. El ferviente deseo de permanecer allí, no llegó a asustarle. El sol parecía brillar con mayor esplendor, el viento agitaba con énfasis las olas, llevando el ruido hacia ellos y, las nubes no dejaban de correr tras su bicicleta.
La sencillez del momento, causaba magia. La perfección podría definirse como ese instante.
— Es agradable, Asher, ¿no lo crees? —
— Lo es —
Aquel sería el inicio de una amistad, destinada al amor... Un trágico amor.
Frente al espejo de la pequeña recámara, cepillaba su melena, luchando arduamente con algunos mechones rebeldes. Derrotado, se dejó caer en la cama, haciendo volar un par de páginas de la biblia que fingía estudiar. Consciente de su propia respiración, se aferró a una de sus almohadas, decidiendo echarse de dormir.
La madera crujió bajo el peso de Margot en el otro lado de la propiedad. Cada paso rechinó hasta detenerse en la puerta del único espacio separado por paredes. Le llamó con un golpeteo rítmico de sus nudillos contra la madera.
— ¡Ash, el chico de los Thatcher vino a buscarte! — dijo al abrir, dejando entreabierta la puerta. Suspiró, la actuación del muchachito fingiendo leer no iba a convencerla — Apresúrate, no sería bueno dejar esperando a tu primer amigo —
Un par de hebras azabaches se desprendieron de detrás de su oreja para acariciar dulcemente su mejilla. Su profunda mirada se desvió hacia la mujer, una sonrisa burlona apareció. Tratando con dulzura el separador, lo metió en una página al azar.
— No somos amigos, solo es un esclavo. Me debe un favor por lastimarme — respondió, orgulloso de la fidelidad que Dante parecía ofrecerle. Si pudiera describirlo, era igual a un cachorrito moviéndole la cola a su dueño.
Margot arqueó una ceja, confusa por la repentina relación de ambos muchachos — ¿Esclavitud? ¿No la abolieron hace décadas? —
— ¿Entonces por qué yo tengo uno? — acomodó las almohadas en su lugar, asegurándose de no dejar arrugas en su cama. Thomas y Margot siempre le enseñaron del buen aseo. Miró la gasa alrededor de su rodilla, la risa de sus labios fue fácilmente malinterpretada por la mujer.
— Cada día entiendo menos a la juventud — resopló, rindiéndose a los inventos del chico. Se aseguró de concentrarse en la prenda entre sus manos, volviendo a tejer otro gorrito para Asher, ignorando al chico adelantándose a sus pasos.
Asher, fingiendo desinterés, se apresuró a acercarse a Dante. Le saludó estrellando su dedo contra la espalda del curioso muchacho, quien no había tenido timidez al momento de curiosear la máquina de coser en el salón, junto a las gigantescas ventanas con vista hacia el cercano mar.
Dante pegó un grito junto a un brinco, provocado por el susto. Parándose firme frente al menor. Sus alturas, casi similares, le permitían perderse en un mar mucho más enigmático que el que yacía a sus espaldas.
— Llegas tarde, Dante. Debías estar aquí a las dos — señaló con la mirada el reloj en la pared, marcando la prueba de su falta — ¿Qué te distrae tanto? —
— Lo siento — rió avergonzado, llevándose una mano a su cabeza, encogiéndose por su falta de puntualidad — Tuve deberes extra en la escuela. No podía irme sin terminar —
Que Asher le tomase de la punta de su camisa se le hizo adorable, el chico tiró de él hacia el pequeño pórtico del lugar. En la esquina, había una silla mecedora, aunque durante los días en que había ido a visitar a adolescente, nunca lo vio usarla. Siempre se sentaba en las escaleras de afuera, apoyándose contra el barandal.
— ¿Deberes? ¿Eres un ratón de biblioteca? — Cuestionó, en medio de una risa burlona, ocultando la idea en su cabeza.
Dante asintió, sin ofenderse por la aparente actitud de superioridad de Asher, desde su punto, él era solo un chico solitario, viviendo casi a las afueras del pueblo. Seguía sin entender, por qué el Padre Thomas lo mantenía encerrado en aquella propiedad muy cerca de la iglesia.
— Quiero ser profesor, es mi sueño, debo estudiar mucho si quiero lograrlo —
Estudiar no le llamaba la atención. Margot ya le enseñaba un oficio, sabía coser piezas desde cero. Planeaba tener una tranquila vida produciendo dinero a través del taller de costura, sin embargo, seguía intentando descubrir el por qué Dante le regalaba paz con solo su presencia... La excusa del raspón en su rodilla se le estaba acabando, porque ya no había herida en su piel, más allá de una gasa de recuerdo y una mentira con fecha de caducidad.
— ¿Por qué no practicas conmigo? — Asher abrazó sus piernas, admirando con curiosidad a Dante — Solo sé leer, escribir y sumar... Yo podría ser tu primer alumno —
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