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Mi muñeca

Un ruido estremecedor me obliga a despertarme. Abro los ojos en total confusión, estoy acostado sobre el suelo en un lugar desconocido. No sé cómo llegué ahí, tal vez aún estoy soñando, mi vista esta borrosa. Me intento tallar los ojos y enfocar, pero mi cuerpo no reacciona y todo esta tan oscuro que ni siquiera logro ver mi mano. No me es posible saber si es de día o de noche, tampoco recuerdo qué día es. Lo más seguro es que siga soñando. ¿Dónde esta mi muñeca?

Aunque no logro reconocer el lugar, lo siento familiar, mas sé que nunca antes había estado aquí. Siento que es realmente un sueño. Muchas veces personas importantes en mi vida aparecen en mis sueños con otra cara, pero no me cabe la menor duda de que son ellos, tal vez pasa lo mismo con este lugar. La habitación es muy pequeña, tanto que no cabría nadie más. Me rodean unos grandes ventanales, pero no puedo ver hacia afuera, está demasiado oscuro, mi visión sigue nublada como cielo de otoño y no hay nada a mi alrededor. Me comienza a invadir una sensación de miedo. El lugar está totalmente vacío y un silencio total lo envuelve por completo. La sensación incrementa y se sigue esparciendo, tengo miedo. ¿Dónde esta mi muñeca? Trato de levantarme varias veces, pero mis movimientos son torpes y en cuestión de segundos caigo al suelo nuevamente, no logro mantener el equilibrio. Mas que dolor, siento que una guerra mundial estalla dentro de mí.

No sé dónde estoy, ni dónde esta mi muñeca. No sé qué me pasa, no sé cómo llegué aquí ni por que estoy solo, hace mucho mucho tiempo no estaba solo. Tengo miedo.

Recuerdo haber despertado con la misma sensación en innumerables ocasiones en el pasado, sin saber en dónde estaba o cómo es que había llegado ahí. Con un terrible dolor invadiéndo mi cabeza y apoderándose de mis sentidos, una insaciable sed y una peculiar mezcla de tabaco y whisky en mi paladar. Sin embargo, en esos momentos de desconcierto normalmente encontraba a mi lado a una mujer hermosa que resolvía con gusto mis dudas, algunas veces tenía que pedirles con mucha delicadeza —mientras acariciaba su suave piel y les recordaba su belleza— que me dijeran su nombre, pero de eso ya hace mucho tiempo. Desde que encontré a mi muñeca sólo ella ha despertado a mi lado y desde entonces hasta ahora ha estado siempre conmigo. ¿Dónde esta?

La encontré una tarde de noviembre del primer año del segundo milenio. Salí del trabajo completamente agobiado por los conflictos internos de la oficina. Durante años, los constantes cambios en las políticas de la empresa y las eternas juntas ineficientes, me habían teñido de gris el poco pelo que aún se aferraba a mi cabeza. No hacía mucho tiempo que había celebrado mi cumpleaños número treinta, pero el ligero abultamiento en mis abdominales y los delgados surcos alrededor de mis ojos confabulaban con mi pelo haciéndome lucir una década mayor. 

Decidí ir a correr por la playa para relajar mi cuerpo y mi mente antes de ir a casa. La suave brisa fresca de otoño refrescaba el calor que emanaba mi cuerpo, mientras que el azul turquesa inigualable del mar Caribe salpicaba a las turistas extranjeras en sus trajes diminutos dejando muy poco a la imaginación y arrastrando con él mi estresante día. 

Me senté a pocos metros de la orilla para calmar mi respiración. Dejé que la arena blanca y suave cual harina, se colara entre los dedos de mis manos,  mientras admiraba un par de pieles bronceadas lucir su espalda dorada muy cerca de mí. 

Justo a un lado donde se encontraban las chicas dejándose besar por los últimos rayos del sol, alcancé a ver una pequeña mano saliendo de entre la arena, como si pidiera ser rescatada. Esperé a que la noche ahuyentará al sol y con ello a las rubias de piel canela para acercarme a ella. Un miedo incomprensible se adueño de mis pensamientos cuando las vi pasar por encima de su pequeña mano un par de veces mientras levantaban sus toallas del suelo. Temía que si la veían pudieran robármela, pero al parecer nadie la había notado antes.

Me quedé mirándola un largo rato. No sabía bien cual sería el siguiente paso, pero sabía muy bien que mi vida estaba a punto de cambiar. 

Pasados varios minutos, me acerqué hasta ella. Tomé suavemente su mano y la desenterré por completo. Los colores pastel del atardecer del cielo se reflejaron en su cuerpo revelándo su perfección. Era preciosa, era única, era mía. 

Se notaba a leguas su largo recorrido, hasta el día de hoy no sé si alguien la perdió o si el mar me la regaló trayéndola de algún lugar lejano. 

Comencé a quitar con delicadeza la arena que cubría su piel morena. Era una muñeca de trapo, artesanal, rara en su especie por haber sido elaborada a mano por algún indígena mexicano.  Simplemente hermosa.

Tomé con mis dedos las pequeñas partes sobrantes de la ropa que la cubría con el fin de sentir su gruesa textura, me parecía que intentaba impedir que el frío se interesara en ella. Lo que antes era un vestido combinaba a la perfección colores azules, rojos y rosas destacando su piel morena.  

Me fue imposible despojarla de la gran cantidad de arena que cubría el estambre negro asemejando su cabello trenzado, estaba enredado y pequeñas hebras se asomaban por doquier cubriendo entre cada filamento millones de  granos blancos microscópicos. 

Al posar mi mirada en sus grandes ojos negros me enamoré en segundos. Dos pequeños botones sin perforar me miraban brillando cual diamantes gracias a la luz del crepúsculo posando en su rostro y a la humedad que su cuerpo conservaba. Me enamoré de ellos en cuestión de segundos. 

Me quedé ahí sentado en el mismo lugar donde la encontré hasta muy entrada la noche, no podía dejar de admirar su belleza. Su ropa estaba deshecha, su pelo completamente enmarañado e incluso uno de sus cortos brazos estaba a punto de desprenderse, se notaba tan débil e indefensa que mi yo protector invadió mis entrañas. 

Acaricé su sonrisa tejida en un rojo carmín perfectamente arqueada, era lo único que conservaba intacto. Simulaba una felicidad completa y desinteresada. Cuanto más la miraba, más feliz me sentía.

Después de un largo rato con ella, la llevé a casa con la mejor intención. En mis treinta y tres años nunca había sentido nada igual, por nadie, me sentía eufórico, como un niño esperando la navidad. Me invadieron las ganas de saltar, bailar y reír a carcajadas. Precía un loco. 

Yo había estado enamorado antes, muchas veces, pero esto no se parecía en lo absoluto a lo anteriormente experimentado. Esto era pura y auténtica felicidad.

¿Dónde esta mi muñeca? Sigo con una sensación de mareo y no puedo moverme. Comienzo a darle vueltas a mi cabeza intentando armar una teoría que le de razón a esta parodia. Tal vez he sido secuestrado por mis amigos, tal vez me administraron alguna droga que me impide recordar, razonar y moverme con destreza. Pero ¿dónde está mi muñeca? ¿Por qué me la quitaron? Si ella estuviera aquí me sentiría más tranquilo, ella me da paz con sólo mirarla y sin importar la situación en la que me encuentre. 

A lo lejos alcanzo a ver una luz, pero no puedo enfocar bien, todo está muy borroso.

—¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude por favor! —Creo que estoy gritando, pero no logro escuchar mi voz. ¡¿Qué me pasa?! Alguien se acerca, escucho unos pasos pero no logro ver nada. No entiendo nada. ¿Será que las predicciones de mis amigos se volvieron ciertas y he perdido la razón por completo?  

Poco tiempo después de que encontré a mi muñeca, me dejé absorber por ella y todo su encanto. Cuando la llevé a mi casa por primera vez pasé días y días cosiendo sus heridas. Con mi escasa experiencia en el tema de la costura reparé —muy a mi modo— su pequeño brazo a punto de desprenderse; le compré vestidos nuevos de tela fina con encajes y colores brillantes; tardé semanas en quitar la infinidad de arena de entre sus cabellos de estambre, entretejí listones de colores a su pelo azabache para darle volumen y luminosidad a sus dos trenzas; limpié con cariño y mucho cuidado su cara de piel morena. Y besé con suavidad los estragos de su corazón. Quedaron unas pequeñas manchas imborrables en la suave tela que representaba su piel, pero opté por no seguir frotando, pues cada marca podría ser un recuerdo de su mundo anterior y ante mis ojos lucía más que perfecta.

Cada vez que se me presentaba un problema acudía a ella y con sólo mirarla mi mundo en guerra se volvía un paraíso, los problemas cotidianos de la oficina no eran más que polvo en el viento. Entraba en un trance hipnótico y sólo sentía serenidad, paz y equilibrio. Le preguntaba cosas y me las respondía en mis sueños, siempre con una palabra acertada o un sabio consejo. Al poco tiempo dejé de hablar con la gente, no tenía caso gastar tiempo en los demás, nadie me entendía como ella.

Mis amigos preocupados por mí, trataban constantemente de convencerme de que no era más que un juguete y que ni siquiera era apto para mí. En ocasiones salía solo con ellos para callarlos un poco, pero me sentía triste e incómodo por no poder estar con ella, me hacía falta, así que un buen día decidí no salir sino era con ella. En varias ocasiones, escuché a la gente cuestionando mi cordura, pero me importaba muy poco la opinión de los demás, yo sabía bien lo que tenía con ella, sólo yo sabía lo que me hacia sentir y lo mucho que había cambiado gracias a ella. Lo demás carecía de importancia, era como si el mundo desapareciera ante mis ojos dejándonos completamente solos, pero felices. 

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?¿Dónde esta mi muñeca?

Es extraño como mis palabras gritan en mi cabeza, pero no salen de mi boca. Esto sólo me había pasado en sueños. Pero hace tanto que no me sueño sin ella.

Siento una mirada fija por uno de los grandes ventanales, estoy seguro que hay alguien ahí afuera, pero entre la oscuridad y la neblina en mis ojos no logro darle forma a nada. Sigo en el suelo, pues mis intentos por levantarme me han hecho caer dejándome en una posición totalmente incómoda. Mis movimientos lerdos y pausados no me permiten hacer lo que quiero, pareciera que no me responden. Pero mi cuerpo y mi falta de dominio en él no es lo que me preocupa, me preocupa ella. ¿Estará bien? Es tan frágil. Me tranquilizaría saber que la dejé bien resguardada en su pequeña caja, pero no puedo recordarlo.

Un buen día, un amigo irrumpió en mi casa con el pretexto de sacarme de mi locura y mi encierro.

—¡Despierta José! —me gritó Alberto furioso— ¡Estás desperdiciando tu vida en ella, es sólo una muñeca! 

Trató de arrebatármela de mis brazos y estuvimos forcejeando con cuerpo y mente por más tiempo del que me hubiera gustado. Hasta el día de hoy estoy convencido de que su intención era robármela, siempre había notado envidia en sus ojos cada vez que hablaba sobre ella y no sólo él, durante años pude ver esa mirada destellando envidia en todo el que lograba comprender la magnitud de su poder. Era mágica.

Desde entonces, no volví a saber de mis amigos. El desafortunado forcejeo trajo sus consecuencias, mi muñeca perdió una pierna. Un terrible sentimiento de culpa y vergüenza irrumpió en mi ser. 

Amorosa y torpemente remendé el daño causado en su cuerpo y para evitar un suceso parecido compré una pequeña caja de cristal en donde decidí atesorarla para no volver a lastimarla jamás. 

Pasaba horas contemplándola, la liberaba de vez en cuando del castillo de cristal que decoré para ella, pero sólo cuando sabía que no corría ningún peligro. Prefería mantenerla dentro y a salvo, no acostumbro a repetir viejos errores. Me aterraba la idea de perderla. 

Tenerla cerca era más que suficiente. Ella estaba segura y protegida ahí dentro, yo le daba todo lo que necesitaba e impedía que alguien se la llevara lejos ocasionándole algún daño. Nadie más podría darle lo que yo le daba, nadie más la había visto cuando yo la vi. Era mía.

Con el tiempo dejé de salir con ella, los recuerdos del enfrentamiento me atormentaban día y noche. Prefería que se quedara en su pequeño palacio de cristal y así evitar tentaciones y ahorrarnos disgustos. Se veía tan feliz entre sus cuatro paredes... y todo gracias a mí. 

Cuando la encontré pensé que su sonrisa sería eterna, era simétricamente perfecta con un color radiante, pero con el pasar los años sus hilos comenzaron a desteñirse y su sonrisa pálida dejó de provocar esa impresión alegre. Varias veces perfilé de un rojo fuego las delgadas hebras que arqueaban su sonrisa para que se notara nuevamente su felicidad a distancia. Le había prometido hacerla feliz cada día.

¿Dónde esta mi muñeca?

Puedo ver una sombra acercándose a mí lentamente. 

—¿Alberto, eres tú? —¡¿Qué hago aquí?! ¡¿Dónde está mi muñeca?! ¡Puedo verte, contéstame!

Una mano gigante está levantando el techo de mi habitación, el miedo se ha apoderado de mí. Imposible describir el pánico aniquilador al ver una mano cubrir mi cuerpo con su sombra.

—¡Déjame ir! ¡Me estás lastimando! 

En realidad no siento dolor sólo terror. Las palabras se forman en mi mente sin emitir sonido alguno.

La mano que me sostiene en su palma gira mi cuerpo y por fin logro ver su cara. Mi visión sigue borrosa, pero reconozco esos ojos. Ese par de botones negros brillan como un par de estrellas y su sonrisa expresa más felicidad que nunca, es ella. Jamás la había visto tan hermosa. El miedo que siento se torna incertidumbre.

Una gran aguja se acerca a mi cara entrando y saliendo con un ritmo imparable, no siento dolor, siento una tristeza melancólica en el fondo de mi ser. Sus ojos no dejan de mirarme y con cada puntada siento que su sonrisa se expande acrecentando ese rojo carmín. 

Mi cuerpo es de trapo, no soy dueño de él. Mis ojos apenas pueden ver a través de un par de botones negros y sin brillo; tengo más pelo que antes y mucho más oscuro y mi sonrisa pende de un hilo. 

 —Prometo hacerte feliz por siempre muñeco —me dice con desprecio mientras me guarda nuevamente en mi pequeña caja de cristal. Su mano cierra suavemente la tapa dejándo mi sonrisa sin hilar. 

Siento su mirada observandome sin parpadear y su sonrisa extendiéndose por todo lo ancho.

Me he convertido en el juguete de mi propia muñeca.

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