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Capítulo 7


—¿Por qué estamos aquí?

—Porque necesito buñuelos, no alcancé a desayunar —respondo y aparco el auto.

—Mira la fila tan enorme —se queja Jenny. La ignoro y salgo del auto para ponerme al final de la fila—. De todas maneras, ¿por qué no desayunaste? Tú no sales de casa sin desayunar.

—No dormí muy bien anoche —contesto y mis mejillas se sonrojan.

—Oh, oh, oh —canta mi hermana con una de sus estúpidas sonrisas de metiche—. ¿Qué o quién no te dejó dormir?

—Nadie —respondo y me encojo nos segundos después al darme cuenta que nuevamente me he descubierto a mi misma.

Jenny sonríe a sabiendas. —Entonces es alguien.

Suspiro y ruedo los ojos. El hombre frente a nosotros nos revisa de arriba abajo, sonríe y nos cede su lugar.

—Gracias —murmuro. Jenny le da una sonrisa y lo ignora después.

—Probablemente lo hizo para ver nuestro trasero —susurra lo suficientemente alto, como para que el hombre que efectivamente estaba viendo nuestro trasero, se avergonzara y decidiera irse—. Uno menos. –Se encoje de hombros y regresa al ataque—. ¿Entonces? El vecino aterrador cara de limón, no te dejó dormir.

—¿Cómo sabes que fue él? —Mierda, otra vez lo hice—. No fue de esa manera, borra tu tonta sonrisa.

—¿Entonces cómo fue?

Resoplo y mientras la fila avanza, le cuento lo que sucedió ayer con Pablo y sus hijas. Jenny también flipa cuando descubre que eran sus hijas y no sus sobrinas. Termino por decirle sobre la nota, y como tuve el sueño más caliente y vergonzoso con mi vecino como protagonista; después de eso, estaba demasiado asustada y avergonzada para volver a dormir. Así que encendí mi laptop y entre a Wattpad.

—Así que... ¿Estás caliente por el vecino? —Se ríe Jenny—. Déjame decirte que tienes un gusto extraño en hombres.

Levanto una ceja y murmuro—: ¿Lo dice la chica que ha salido con chicos que coleccionan bragas de chicas o huevos de avestruz? Oh, y no olvidemos a ese chico que llevaba su manta de bebé a todas partes, y se negaba a tener sexo antes de esconder muy bien la manta.

—Bueno, esos son chicos excéntricos —dice con una mueca.

—Lo que sea.

Llegamos al mostrador y ordeno suficientes buñuelos para todos en la tienda. Pagamos y regresamos al auto.

—Bueno, cuéntame el sueño.

—Ni hablar –espeto fuertemente. El sonrojo regresa ferozmente.

—Así de caliente ¿eh?

—Olvidemos el tema.

—Está bien —dice y la miro de reojo—. Por el momento no te daré mierda, pero tarde que temprano tendrás que contarme.

—Nunca.

—Aja.

Llegamos a la floristería y somos recibidas por Simón y Yami, le entrego a cada uno sus buñuelos y tomamos un desayuno exprés antes del empezar con las labores del día.

Cerca de las cinco, regreso a casa. Jenny se marchó después de almuerzo a trabajar. Es diseñadora de medios, así que trabaja desde casa y le va muy bien. Aparco el auto y suspiro satisfecha por lo hecho en el día.

—Hola Susana.

Me vuelvo hacia la voz de Marcela. La veo junto a su hermana y Pablo en el camino de entrada de su casa.

—Hola niñas —Sonrío y agito mi mano hacia ellas. Ignoro a Pablo, intencionalmente.

—La abuela nos compró flores hoy.

—Así es —Lo sé, porque fue a mí a quien las compró.

—Son muy bonitas, Sami y yo las dejamos en agua y le aplicamos las gotas que le dijiste a la abuela, ¿tres verdad? —Al oír su nombre, Samanta sonríe abiertamente y saca pecho.

—Sí, muy bien chicas.

Pablo se mueve un poco sobre sus pies, pero sigo ignorándolo. Él fue muy grosero ayer, su nota de disculpa no es suficiente.

—Vamos a comprar unas tartas, a papá le gustan pero la abuela y Vanesa no saben hacerlas.

—Oh, bien. Que encuentren las tartas que buscan. Buenas noches a todos. —Agito mi mano y sigo caminando. Pablo se mueve rápidamente y me llama.

—Susana.

—¿Sí? —respondo con fingida indiferencia.

—¿Estás bien?

—Claro.

Ladea su cabeza, estudiándome. Levanto una ceja. Se endereza y suspira, muerde su pulgar y vuelve a suspirar.

—Estás molesta, conmigo.

—Para nada. ¿Tengo algún motivo para estarlo?

—Bueno —Rasca la parte trasera de su cabeza y debo morder mi mejilla para no reírme de lo incomodo que se ve. Esto es nuevo en él—, ayer fui muy... brusco contigo.

—¿En serio? No me di cuenta —respondo con sarcasmo, pero entonces, sucede lo más increíble.

Pablo me rueda los ojos.

Rueda los benditos ojos. A mí.

¡Extra, extra! El vecino aterrador cara de limón —como lo llama Jenny— quien se creía era una especie de bestia ciborg, acaba de mostrar una expresión exasperada, característica del mundo humano. ¡Extra, extra!

Estoy tan impresionada que mi boca se abre.

—Me disculpé ayer.

Dice "disculpé" como si hubiera recibido una patada en el hígado. Eso hace que me vuelva a irritar.

—Bueno, no fue suficiente. Ayer te portaste como un completo idiota y no lo merecía. Así que... —Me encojo de hombros.

—No sabes lo que me costó escribir esa nota.

—Ofrece disculpas ahora.

—Pero ya lo hice, no veo el punto de hacerlo de nuevo.

—Te disculpaste con una nota.

—Así es, lo importante es que lo hice. Ofrecí disculpas

—¿Por qué arrugas la frente cuando lo dices?

—Porque me parece que era innecesario hacerlo.

—¿Entonces por qué lo hiciste?

—Mamá me dijo que debía hacerlo.

Hombre, Pablo es realmente frustrante. Ruedo los ojos y respiro profundo.

—No te vuelvas a disculpar si no lo sientes en tu corazón. Buenas noches.

Entro rápidamente a mi casa, pero antes de cerrar la puerta, escucho a Marcela decirle a su padre que es un Tontin.

Estoy totalmente de acuerdo.

—¡Susy!, necesitamos más gazanias.

Dejo de cortar las rosas y miro hacía Simón que está en la puerta del taller. —¿Más gazanias? Pero, ¿para qué?

—Para comer con café, pues para un ramo, tonta.

—Sé que es para un ramo, no entiendo es... ¿Un ramo de gazanias? Eso es inusual. ¿No alcanza con las que tenemos?

—No, el cliente solicitó el ramo más grande de gazanias.

—Vale, combina las gazanias amarillas con las purpuras, un poco de monte casino y azucenas. Yo me encargaré del resto.

—Vale.

Termino el ramo de rosas que estaba haciendo y continuo con el ramo de gazanias. Es extraño, recibir pedidos con este tipo de flores no es muy frecuente. La mayoría pide rosas, girasoles, margaritas, alstroemerias, lirios o claveles; pero gazanias.

Tomo uno de los jarrones más grandes y lo lleno de bolitas de gel y un poco de agua. Empiezo a organizar el ramo dentro del jarrón. Quedará hermoso para regalar.

Amarro una cinta fucsia, alrededor del jarrón y listo. Está terminado.

—Simón, puedes decirle al cliente que está listo.

—Vale, ya mismo me pongo en contacto.

Limpio mi área de trabajo y estiro mi espalda. Tomo un poco de mi jugo en botella y me preparo para ir a casa.

—Nos vemos chicos. Cualquier cosa, me llaman.

—Claro que si jefa —responde Simón. Yami, que está concentrada en un ramo, agita su mano en mi dirección.

Les doy un beso a ambos y salgo derecho a mi casa.

Al llegar, saludo a Edith que está recibiendo un paquete en la puerta de su casa. Corro a la ducha para lavar el día de mi cuerpo, me relajo en la tina y bebo un poco de vino mientras leo un poco en mi Kindle.

Estoy terminando mi segunda copa, y el timbre de la puerta interrumpe mi momento. Resoplando y gruñendo, salgo de la tina y cubro mi cuerpo para atender.

Estoy segura que jamás hubiera pensado que me encontraría algo así en mi puerta.

Hay un chico, de no más de quince años en mi puerta, sosteniendo un ramo de flores. Gazanias para ser precisos y, si yo no hubiera hecho ese mismo ramo esta tarde, diría que la que lo armó es una genio.

—¿Susana Cruz?

—Sí, soy yo.

—Esto es para usted —Extiende el jarrón con las flores y lo acepto—. Tenga un buen día.

—¡Espera! —grito cuando lo veo correr calle arriba—. ¿No debo firmar algo?

—¡No!, alguien me dio unos pesos por entregarlo. Hasta luego.

Me quedo contemplando el ramo que hice.

¿Qué carajos?

Cierro la puerta con mi pie y dejo el ramo en la mesa. Mis ojos vagan por todas las flores y es imposible no reconocerlo.

Es mi ramo, y sea por lo que yo lo hice o porque ahora soy la destinataria del mismo.

Tomo la tarjeta que hay a un lado, tarjeta que no escribí, y la leo.

La letra es familiar...

Esta vez, las disculpas si son de corazón.

Lamento ser un completo imbécil.

Te envío tus flores favoritas, espero pueda enmendar mi error.

Pablo.

Me quedo observando la nota intensamente. Una sonrisa se dibuja en mis labios y no puedo evitar el ritmo acelerado de mi corazón. Mordiendo mi labio, busco un lugar en donde acomodar mi regalo, mi habitación es la mejor opción. Voy hasta ella y lo coloco en la mesa de noche al lado de mi cama.

Sonriendo, voy hasta mi armario y busco mi pijama. Un golpe en la ventana me hace sonríe todavía más. Es él. Me apresuro para poder interceptarlo antes de que regrese a su casa, pero cuando abro la ventana no hay nadie y una nota ha sido pegada en el vidrio.

La abro, esperanzada y noto que la letra es diferente, más infantil.

Papá tiene una rara enfermedad que no lo deja escribir bien, o eso es lo que dice la abuela. La nota que te escribió ayer le costó mucho más tiempo y esfuerzo que esta, no importa que me haya ayudado la abuela. A papá él toma el doble escribir cualquier cosa.

Que él te haya escrito, dice la abuela que es algo importante.

Marcela y Edith.

Por todos los cielos, ¡Qué idiota soy!

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