Capítulo 41
Me han encerrado en un bonito cuarto de princesas.
Es irónico, estoy a punto de morir por tratar de rescatar a mis princesas, y lo último que veré es un cuarto lleno de las princesas de Disney. Ahí están Aurora, Cenicienta —que no recuerdo cómo es que se llama en realidad—, Bella, Merida, Ariel, Pocahontas, Blancanieves, Mulan —mi favorita— Jazmín y no recuerdo a la otra. Creo que es la del sapo.
Sólo espero que mi muerte sea rápida.
Aunque analizando bien la estúpidez que acabo de cometer... lo dudo. Lo bueno, si es que puedo llamarlo así, es que las niñas serán rescatadas, por su corrupto y perverso abuelo. Pero él reconoció que su hija es una loca y se veía realmente furioso cuando se enteró que Alexia las tenía.
La esperanza nunca muere.
Por favor que estén bien y que las devuelvan a Pablo.
Me paseo por la habitación y noto que casi todo en ella está sin usar. Algunas cosas incluso tienen su empaque. Y entonces lo comprendo. Esta es la habitación de las niñas.
O para ellas.
Mierda. ¿Y si el señor Montana las secuestra y obliga a vivir aquí? Tengo que hacer algo, no importa qué, igual voy a morir. Mi bolso fue arrebatado por uno de los hombres del abuelo asesino.
—¡Abran! —grito, golpeándo la puerta de entrada—. Tengo que ir al baño. —Es la excusa más estúpida, teniendo en cuenta que el cuarto donde estoy tiene su propio baño privado así que...—. El baño de aquí está cerrado.
Corro hacia el baño y pongo el seguro de adentro para luego cerrarlo. Muevo la manija y sí... no se abre. ¡Bien hecho!
Vuelvo a gritar pero nadie viene o responde.
—Si no me llevan al baño, juro que rociaré el liquido que sale de mi cuerpo por todas estas lindas y nuevas cosas para niñas.
Y eso hace el efecto, la puerta se abre y Carlos entra.
—Vamos —gruñe, le doy una mueca de sonrisa y camino delante de él. Salimos y pasamos a la siguiente habitación, abre la puerta y espera que entre para él también hacerlo. Lo primero que veo al entrar es una estatua pequeña en la cómoda a un lado, la tomo y sin pensarlo dos veces, me arrojo hacia Carlos. El tipo no se lo espera, así que el primer golpe logro acertarlo en su cabeza. Se tambalea y cae, tratando de cubrirse de mi segundo golpe.
—Hijo de puta, no se los pondré fácil —gruño. El pobre tipo manotea y logra arrebatarme la estatua. Intenta ponerse de pie pero lo pateo y corro.
Bajo las escaleras y me percato que en esta enorme —y bonita cabe decir— casa, no haya nadie. Las escaleras son muy bonitas, de marmol y la baranda es de hierro pintado de dorado. Obstentoso pero le queda. El primer piso es el vestíbulo que da a la entrada. Frente a mí está la puerta que sé, está custodiada por fuera, a mi lado derecho la entrada a la sala principal y a la izquiera un cuarto donde vi que arrojaron mi bolso.
Giro hacia mi izquierda y abro la puerta para buscar mi bolso, pero apenas y doy un paso, freno en seco. Es la biblioteca y no está vacía. El señor Giovanni está sentado detrás del escritorio hablando por teléfono y en las dos sillas frente a él están mis niñas.
Tomando un helado.
—¿Niñas? —chillo. Ambas se vuelven hacia mi y grita.
—¡Susana!
Mi corazón late frenéticamente al verlas. Todas estas horas pensando y temiendo lo peor y aquí están. Me dejo caer en mis rodillas cuando ambas corren hacia mí. Abro mis brazos y las acojo. Las abrazo con fuerza y balbuceando, me aseguro de que estén bien.
—¿Cómo están? ¿Les hicieron daño? ¿Están lastimadas?
—Estamos bien —responde Marcela—. Estabamos asustadas antes, pero ya el abuelo nos trajo aquí y dijo que venías pronto por nosotras.
En ese momento, Carlos entra a trompicones por la puerta, hago una mueca cuando veo un hilillo de sangre correr desde su frente hasta su barbilla.
—¿Debo preguntar qué pasó? —dice el señor Giovanni, enviándome una mirada desaprobadora.
—Se me arrojó, dijo que iba al baño y simplemente saltó sobre mí —Carlos se encoje de hombros y sonríe—, no imaginé que tuviera tanta audacia.
—Arremetió en mi oficina sin más, amenazó y apuntó al Luis con un arma, me amenazó a mí, juro acabar con nosotros en mis narices y me disparó, es obvio que tiene más huevos que muchos de mis hombres —comenta el señor Montana con el ceño fruncido, suspira y me mira—. Debería dejar de atacar a las personas, podría ganarse enemigos poderosos.
—Sus amenazas no me intimidan.
El señor Montana resopla y niega con la cabeza. —Definititivamente el pez muere por su propia boca.
Sus palabras hacen que mi cuerpo se tense. Me pongo de pie y atraigo a las niñas tras de mí. —Daré una buena pelea si les hace daño a las niñas.
—Son mis nietas, ¿De verdad cree que les haría daño?
—Su hija es la madre de ellas, y mire a lo que ha llevado eso.
—Mi hija es cuento aparte. Ella no soy yo.
—Pero es parte de usted, tienen la misma sangre, además, no es que se escuchen bonitas referencias suyas.
Suspira y se vuelve a sentar en su asiento. —Ve a que te limpien eso, Carlos. Yo me encargo.
—Señor, no creo que deba quedarse solo con ella —responde el hombre y resoplo una risa. Él cree que soy un peligro para su jefe cuando ellos tiene toda la posibilidad de acabar conmigo y arrojarme a un río... o una alcantarilla.
—La señorita Susana sólo está asustada porque cree que les haremos daño. Estoy seguro que ahora que sabe que no corre peligro alguno... —Me mira y levanta una de sus cejas blancas—, dejará de atacarnos como una bestia salvaje. —Vuelvo a resoplar y la boca del señor Montana se tuerce un poco. No sé si es una sonrisa o está molesto—. ¿Verdad?
—Por supuesto —respondo con una dulce sonrisa de mierda.
—Gracias. —Asiente hacia Carlos y éste sale para ser atendido. Me vuelvo hacia las niñas y las beso y abrazo de nuevo.
—Dios niñas, estaba tan preocupada. Lo siento mucho, lamento haberlas puesto en esta situación.
—Fue nuestra culpa Susy, sólo queríamos dejarte un regalo sorpresa en tu casa, para agradecerte por lo buena que eres con nosotras —dice Marcela con sus ojitos llenos de culpa.
—No te preocupes cariño, nada de esto es culpa de ustedes. Los adultos somos los responsables de los niños. No al revés.
—Es bueno saber que mis nietas tiene alguien más, aparte del salvaje de su padre, para que cuide de ellas; y después de lo que acabo de presenciar que eres capaz de hacer —Hace una pausa y sonríe abiertamente—, estoy muy seguro que están en buenas y apropiadas manos.
—Tiene suerte de que haya estado su hijo allí, mi plan era ir primero por usted.
—Y no lo dudo —responde—, pero igual no hubieras logrado nada. Pero el esfuerzo vale y cuenta para mí. ¿Estás buscando un empleo? Dijiste que destruyeron tu negocio. Podría ponerte a cargo de mi seguridad —Mi mueca de desprecio debe decirlo todo porque rompe a reír—. Está bien, no sigas aniquilándome con tu mirada.
Suspiro y el junta sus manos observándome todavía. Es inquietante.
—Ahora, vamos a ponernos serios. —dice y toda la diversión abandona su rostro. Sus ojos se tornas fríos y calculadores y su expresión refleja todos los rumores sobre lo despiadado que puede ser—. Es la primera y última vez que acepto una falta de respeto como esta, sé que ha escuchado rumores acerca de mí, y créame, se quedan cortos en algunos casos. No tolero que nadie me amenace a mí o a mi familia, ni que apunten o disparen un arma hacia mí y sigan viviendo para contarlo.
Trago y estrecho las manos de las niñas que miran entre su abuelo y yo, confundidas.
—Sin embargo, reconozco que hay mucho valor en usted y soy testigo de lo que es capaz de hacer por una parte de mi familia, porque esas niñas, también llevan un poco de mi sangre; creo que sólo por eso usted es la única persona que, tras cometer una afrenta contra mí, sigue respirando.
Levanto mi menton y lo miro, aunque por dentro estoy cagada del miedo, no le demostraré nada. Ya casi que he hecho todo para que este señor me corte la cabeza o me arroje desde un puente de 1000 metros, así que simplemente asumiré las cosas y enfrentaré todo con actitud.
Tenemos una batalla de miradas entre los dos. Toma su teléfono mirándome todavía y marca algún número.
—Pablo —dice y respingo. Oh mierda celeste—, creo que tengo tres cositas aquí en mi casa que tal vez buscas. —Se ríe de lo que posiblemente responde Pablo y suspira—. Aquí te veo.
Cuelga y vuelve a reír. Se recuesta en su silla y escribe en su celular. Levanta su mirada y nos sonríe.
—¿Tienen hambre? Porque yo sí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro