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Capítulo 21

—¿Quizás es impotente? —Escupo mi agua y volteo a ver a Simón—. ¿Qué?, esa puede ser una de las razones por las cuales te ha rechazado.

Desde que llegué a la tienda y me la pasé todo el día de malas pulgas, Simón y Yami sospecharon que algo pasaba. No dudaron en llamar a Jenny, y la sapa de mi hermana no tardó en venir y sacarme toda la sopa.

Por supuesto, a mis amigos y mi hermana les interesó más la parte del rechazo, los amé cuando no indagaron más en la vida de Pablo, sino que se conformaron con lo poco y nada que les conté.

—Puede ser —concuerda Jenny y mi mirada se dirige a ella—. Es una opción Susy, el tipo cada vez que ustedes están en el tintindeo se echa para atrás.

—No es impotente —digo, recordando lo rápido que se endurece debajo de mí. Mis recuerdos me hacen sonrojar y Jenny sonríe perversamente.

—¿Precoz? —agrega Yami y debo suspirar. Jamás debí contarles nada a ellos. Con Jenny tengo más que suficiente, no debía agregar a Simón y a Yami a la mezcla.

—Tal vez no me desea —gimo y me dejo caer sobre la silla del mostrador. Mi hermana y mis dos amigos se miran entre ellos y luego a mí.

—¿Estás loca?

—¿Acaso te escuchas?

—Idiota. —Jenny viene y posa su brazo sobre mis hombros—. ¿Cómo si quieras puedes pensar que un hombre no te desearía? —Hala un mechón de mi corto cabello, con su mano libre—. Eres irresistible y totalmente hermosa. —Simón y Yami asienten—. Y ya que todos pensamos lo mismo, creo que Pablo debe ser el del problema ¿cierto?

Mis dos amigos murmuran sus afirmaciones, pero yo sigo confundida y dolida. Nunca, nadie, jamás, me habían rechazado tantas veces, como lo ha hecho Pablo.

—Creo que iré a trabajar —murmuro sobre mi hombro—. Hoy cierro yo, así que pueden irse chicos. Jenny, por favor, no vayas a comerte mi lasaña. Llegaré a casa a las nueve.

—¿Vas a quedarte sola?

—Sí, Yami. Tengo muchas cosas que hacer... y que pensar.

—Bien, sólo cuídate. —Acepto el beso de mis amigos y el abrazo de oso de mi hermana. Regreso al taller en la parte de atrás y suspiro.

No tengo ganas de nada.

—Recuerda... —grito al escuchar la voz de Jenny, se supone que ya se habían ido—, que eres irresistible.

—Vale —respondo y desaparece de la puerta—. Ahora somos...

—Y que cualquier hombre...

—¡Jenny! —Salto y fulmino a mi hermana y a su tonta sonrisa.

—... estaría encantado de tenerte a su lado, o debajo de él, encima... donde sea. —Se encoje de hombros y me lanza un beso—. Adiós.

Estrecho mis ojos hacia el lugar vacío que ocupó hace poco. Me quedo en silencio, escuchando sus pasos al caminar hacia la puerta, luego la campañilla y... me quedo sola.

Por fin.

Ahora si puedo dejar a mi mente pensar en cualquier razón o motivo que tiene Pablo para rechazarme. Por más que pienso, la inseguridad se apodera de mí y empiezo a creer que no quiere trazar esa línea conmigo. Ha tenido un feo pasado con las mujeres, la loca de Alexia ha sido la única mujer en su vida y fue una lunática, ¿Y si él cree que yo también soy así?

Tal vez tiene miedo, miedo de involucrarse y que yo me vuelva una loca obsesionada con él.

Bueno, ya estaba obsesionada con él.

La campanilla de la tienda suena y ruedo los ojos

—No me interesa saber si soy o no irresistible —grito desde el taller—, hay un hecho aquí y es que Pablo no quiere estar conmigo; puede ser que no me desea o puede que simplemente no esté preparado para algo más allá conmigo... y no me importa. No voy a matarme la cabeza pensando si pasara o si... —Me detengo de hablar cuando veo a la persona, de pie, frente al mostrador de la tienda—. Hola Pablo.

—Estabas hablando de mí. —No es una pregunta, es una afirmación, y por la mirada dura y el músculo de su mandíbula tensionándose, no le gusta de a mucho la idea.

—Yo eh... sí.

—Sobre lo que pasó anoche, ¿crees que no te deseo? —pregunta y dejo caer mi rostro, avergonzada.

—Hmm, sí.

—¿Por qué? —Muerdo mi labio y froto mis manos, nerviosa. Sus dedos se apoyan en mi mentón y levanta mi rostro, cuando llega hasta mí. Sus ojos verdes lucen preocupados—. ¿Por qué?

—Bueno, porque no quieres... no hemos... —Resoplo al sentir mi rostro calentarse—, porque no quieres estar conmigo —murmuro rápidamente.

Su mano cae de mi rostro y se une a su costado. Puedo ver como empuña ambas y como su cuerpo parece tensarse. Sus ojos se tornan oscuros de nuevo y muerde el interior de su mejilla, contemplándome atentamente. Resopla y niega, dando un paso hacia atrás, alejándose de mí.

Mi corazón se estremece y el golpe del rechazo hace mella en mí. Soy yo.

Es obvio que Pablo no quiere estar conmigo.

La sensación de hundimiento se acrecienta en mi estómago y mis ojos se humedecen, también doy un paso hacia atrás, para intentar ocultarme y no dejarle ver cuánto me afecta.

—Tengo que... —intento decir y alejarme a la vez, pero los brazos de Pablo me detienen, atrayéndome a su duro cuerpo.

—¿A dónde vas? ¿Por qué vas a llorar?

—No estoy llorando —grazno, una lágrima traicionera baja por mi mejilla. Pablo la sigue con su mirada, jadeo cuando siento sus labios sobre mi mejilla, absorbiendo la gota que se derramó.

—Sí, lo estás. ¿Dije o hice algo que te molestará?

—No, no —Me apresuro a decir—, es sólo que...

—Yo sí te deseo —brama, acercando sus labios a mi boca, rozando mi piel y dejando un camino de fuego—, y muero por estar contigo.

—Pero... ¿por qué me rechazas? —susurro, sintiendo el temblor en mis palabras.

Su cuerpo vuelve a tensarse y se aleja, llevándose consigo el calor y apagando las mariposas en mi estómago.

—Susana, yo... —Deja caer su cabeza y frota la cicatriz de su mejilla. Suspira y me mira preocupado, ansioso y avergonzado—, ¿Y si no soy suficiente? —Abro mi boca para decir algo pero se adelanta—. Yo sólo he estado con una mujer, y desde que Alexia se fue, yo... yo no he acariciado el cuerpo de ninguna otra. No sé qué ofrecerte Susana, tengo miedo de no poder ser lo que esperas, de que lo que me gusta y aprendí no sea suficiente, de que...

—Tú eres suficiente para mí —murmuro provocando que sus ojos se traben en los míos. Aspira el aire y sus manos acunan mi rostro, mientras que su cuerpo arrincona al mío contra la pared del mostrador.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque cada vez que tu boca toma la mía, cada vez que tu piel roza mi piel, despiertas en mí los sentimientos más profundos. —Dejo que mis ojos capturen los suyos, con la intención de que pueda ver la verdad en mí, la sinceridad y la desesperación por que entienda la necesidad que tengo de él—. Porque siempre estás en mis pensamientos. Porque cada vez que me miras es como si el mundo girara y cuando me besas siento que pierdo el rumbo.

—Yo también siento... siento todo eso por ti.

—Entonces somos suficientes el uno para el otro.

Sonríe y acerca sus labios a los míos. —Lo somos —dice, antes de capturar mi boca en la suya.

El beso es salvaje, justo como lo necesitaba. Me aferro a su traje y tiro de él, para sentir su piel caliente. Peleamos por el control del beso y por alejar cualquier distancia y acabar con cualquier espacio entre su cuerpo y el mío.

Muerdo su cuello y gimo cuando levanta mi cuerpo del suelo, me estrella contra la pared y siento su erección en mi centro, al envolver mis piernas alrededor de su cintura.

—Me encanta ese sonido que haces —gruñe y muele sus caderas sobre mi centro, haciéndome jadear y gemir su nombre—. Justo ese sonido. Así.

—No se te ocurra apartarte de mí, Pablo. Juro que te asesinaré si no me dejas terminar lo que empezamos.

—No creo que pueda resistirme más, Susana. Te quiero a ti, aquí, ahora. Quiero escucharte gritar mi nombre cada vez que empuje dentro de ti —Se mueve de nuevo y ahogo mi gemido en sus labios—, y quiero que arañes mi espalda cuando alcances el pico más alto de placer.

—Deja de quererlo y has que pase.

—Como ordene, señora. —Sonríe y camina conmigo, aferrada a su cintura, hacia el taller. Apenas y hemos cruzado la puerta, y soy presionada de nuevo contra la pared—. Ahora serás mía.

Estrella su boca en la mía, y con sus manos desgarra mi falda. Sus mano derecha baja mi blusa y la copa de mi brasier, dejando mi seno expuesto para que su boca descienda y lo tome entre sus labios. Aferro mis manos a su cabello y tiro de él, moliendo mi centro contra su dureza y disfrutando de la sensación de su boca en mí pecho.

—Pablo —chillo al sentir su dedo frotando mi sexo, sobre la tela de mis bragas. Estoy tan húmeda, que si no estuviera tan excitada y necesitada de su toque justo ahora, moriría de vergüenza.

Su boca sube para volver a fusionarse con la mía, sus dedos siguen trabajando mi sexo y yo cada vez más me derrito entre sus brazos. Lo beso frenéticamente, mis manos tiran de su ropa y me ayuda a despojarse de ella, lloro por unos minutos, mientras sus manos se alejan de mi cuerpo, para desnudar el suyo. No es lo suficientemente rápido, y yo estoy demasiado impaciente.

—Por favor —clamo—, te necesito, ahora.

—Lo sé, cariño, lo sé.

Levanta mis piernas un poco más y desgarra mis bragas, su dedo se introduce sin permiso y sin delicadeza dentro de mí y jadeo. Escucho la cremallera ser abierta y cierro mis ojos cuando un segundo dedo se une al primero.

Siento como poco a poco mi orgasmo se construye, jadeo y me remuevo intentado alcanzar la gloria, mis ojos se toman la molestia de abrirse y ver el rostro del hombre que está llevando a mi cuerpo al otro nivel. La mirada en el rostro de Pablo me deja sin aliento, y hace que mi cuerpo se estremezca, es intenso, hambriento, necesitado y feroz. Miro hacia donde su otra mano se encuentra, y veo su erección apuntar hacia mi entrada.

—Por favor —ruego de nuevo. Captura mi boca en la suya justo cuando empuja dentro de mí. Ambos gemimos al unísono por el placer y la fricción.

¡Por fin!

—Joder —brama. Sale de mí totalmente y vuelve a arremeter. Grito, con cada uno de sus empujes, araño su espalda cuando el placer amenaza en romperme en mil pedazos. Su boca no deja de sabotear a la mía y sus manos se aferran a mi muslo y mi cadera para abrirme de la manera más deliciosa y producirme las mejores sensaciones. Con cada golpe, su pelvis frota mi clítoris, enviando una corriente a cada célula de mi cuerpo.

Nuestra piel se cubre de sudor, mis uñas continúan perforando la carne en su espalda y eso lo motiva a arremeter con más fuerza, con más ahínco, excitándome y llevándome al borde.

Su nombre sale de mis labios antes de que mi cuerpo estalle de placer. Cierro mis ojos y dejo caer mi cabeza, estremeciéndome brutalmente. Sus dientes se aferran a la piel de mi hombro y lo siento temblar cuando también alcanza la cima.

Respiramos agitados, mi cabeza en su pecho y la suya en mi hombro; sale de mí y cuando intento ponerme de pie, las rodillas me fallan y me tiembla todo. Sonrío, atontada y satisfecha, y permito que Pablo me sostenga. Sus manos acunan mi rostro de nuevo, permitiéndome ver la sonrisa en sus propios labios. Deposita un tierno beso sobre mi boca antes de murmurar:

—Definitivamente, lo somos.

No tengo duda de ello.

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