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Capítulo 18


La noche llegó pronto.

Después de jugar en el agua, correr por el jardín y perseguir a Pablo, las tres estamos agotadas. Edith, Claudia y Saúl decidieron sólo observar como los cuatro nos divertíamos.

La sonrisa cálida en los labios de Edith nunca vaciló.

Cuando el agua se puso muy fría, las niñas me pidieron que las acompañara a su cuarto para cambiarse las ropas mojadas. Mi boca cayó, al ver la majestuosidad de su habitación.

El tema de princesas subió a niveles inalcanzables, y se ve que fue hecho por profesionales, comparado al vago intento de hacer un castillo dentro de nuestra habitación, cuando Jenny y yo teníamos nueve años.

Las ayudé con sus vestidos, y bajamos a cenar en el patio. Pablo me prestó de su ropa, no me dejó ir a casa para que yo evitara la "fatiga", sus palabras, no las mías; y la ropa de Claudia era demasiado chica para mis "curvas". Así que, luzco un enorme pantalón de pijama y una camiseta de Aerosmith. No es mi momento más sexy, pero Pablo está encantado de verme vestida con sus ropas. Lo sé, por la manera en la que me abraza ahora que estamos recostados en uno de los futones, después de que la cena se termina.

—Ha sido un día bueno.

—Sí, —responde y pasa sus labios por la piel de mi cuello—. Realmente disfruté estar con tu familia.

—Y yo con la tuya.

—Las chicas están muy apegadas a ti —dice, y aunque su voz es suave, siento la forma en la que su cuerpo se tensa con esa afirmación. También me tenso, y él lo nota. Deja escapar un suspiro—. Empiezan a amarte.

—¿Es malo que yo también empiece a amarlas? —Levanto mi mirada de su pecho y le miro a los ojos.

Su boca se tensa y veo como trabaja el músculo de su mandíbula. Mi corazón se detiene un segundo.

—No —responde—, no lo es. —Suspiro y le regalo una sonrisa—. Malo sería que rompieras su corazón.

—¿Yo? —chillo, sorprendida por sus palabras—. Jamás haría algo así.

—A veces, el amor puede ser la causa de mucho dolor. Amar demasiado, duele y lastima.

—El amor no causa dolor. Es el ser humano quien lo hace, cuando comete errores y no es lo suficientemente humilde y valiente para reconocerlos y hacerse cargo —digo. Sus ojos se abren un poco, sorprendidos por mis palabras.

—Puede que tengas razón, o puede que yo la tenga.

—Yo no le haría daño a las niñas, no puedes pensar eso.

—Eres buena, Susana, lo sé. Sólo... ellas no pueden apegarse a ti y luego verte partir como si nada.

—¿Partir? —Suspiro frustrada y empezando a irritarme—. ¿A que te refieres? Se claro. Porque si estás amarrando los perros conmigo de una vez, para que me quede claro que contigo no pasará nada más de aquí; tenlo por seguro que —Aunque me duela y me gustes demasiado como para creer que tengo un enamoramiento por ti—, jamás ignoraría a las chicas. Soy su amiga, y una amistad está por encima de cualquier hombre, en mi vida.

—¿Qué? ¿Amarrar, que no pasara nada conmigo?

—Sí.

—¿A dónde demonios se fue tu mente? —gruñe y se endereza en el futón.

—A donde tus palabras la dirigen.

—Yo no he hablado de terminar las cosas. Apenas y logré que salieras conmigo y quisieras besar mi existencia.

—Entonces, ¿Por qué me adviertes de herir a las niñas cuando decida irme sin mirar atrás?

Se frota el rostro, claramente frustrado, suspira de nuevo y me atrae hacia su pecho.

—Lo siento, sólo estoy siendo un idiota. Tú no tienes la culpa por cosas del pasado.

Muerdo mi labio y me debato en si debo preguntar sobre su pasado si mejor me lanzo por su boca y permito que mi cuerpo se fusione con el suyo.

—Lo sé —dice y lo miro confundida—, sé que quieres saberlo, pero no puedo hablar sobre ello ahora.

—Entiendo. —Me levanto de su regazo, lista para alejarme y decepcionada por no poder conocer más sobre él, su historia y que lo hace de esa manera.

—¿A dónde vas? —pregunta, antes de empujarme a su pecho y besarme como si no hubiera un mañana.

Mis labios se fusionan con los suyos y mi cuerpo se despierta con cada movimiento de su boca sobre la mía. Mis manos van a su cabello y tiran de él, en el afán de obtener un poco más. Sólo un poco más.

Para mi gusto y sorpresa, Pablo deja que sus manos se aventuren bajo la camiseta que llevo puesta, la piel de mis costados se calienta al toque de sus dedos. Muerde mi labio inferior y jadeo. Desciende y también muerde la piel de mi cuello y clavícula. Ahogo un gemido y dejo que mis manos se aferren a esos músculos que vi antes, cuando nos deleitó con su cuerpo casi al desnudo. Tomo el lóbulo de su oreja entre mis dientes y succiono, un gruñido bajo escapa de sus labios y su boca se vuelve posesiva sobre mi piel.

Me aventuro y tiro del dobladillo de su camisa, sus manos viajan hasta mi trasero y me empujan sobre su entrepierna, abro mis muslos para poder acomodarme mejor, gimo fuerte, al sentir su dureza en mi centro. Sólo cuatro capas de tela nos separan.

Hay que hacer algo al respecto.

Dejo que mis manos caigan hasta la pretina de su pantalón y tiro del cordón que lo mantiene sobre sus caderas.

—Susana —gruñe Pablo. Intento halarlo más fuerte para sacar ese jodido pantalón del medio, pero sus manos dejan mi trasero y retienen las mías—. No.

—¿Qué? —Mis ojos se elevan para mirar a los suyos. Se ve sonrojado, sus labios hinchados y sus ojos de un verde demasiado oscuro como para darle un nombre.

Suspira y acaricia mi espalda. —Yo...

—¡Papá! —grita Marcela saliendo al patio, santo del regazo de Pablo y el toma un cojín rápidamente del suelo, y lo acomoda en el lugar donde hace poco me encontraba—. ¿Susana puede contarnos el cuento para dormir?

¿Cuento para dormir?, ¿qué hora es?

—Pasadas las nueve —dice Marcela. Le miro y me doy cuenta que mis pensamiento no fueron sólo míos.

—Oh, ya veo —Me levanto del futón y le sonrío—. Me encantaría leerles un cuento.

Tomo la mano de Marcela y camino con ella dentro de la casa, le doy una mirada a Pablo sobre mi hombro y lo encuentro observándonos con intensidad. Le sonrío y me guiña, arrebatando el aliento de mí.

Ya en el cuarto, ayudo a las niñas a subir a sus camas y las arropo. Edith me sonríe desde el marco y se marcha para darnos privacidad. Tomo uno de los cuentos de la repisa y me siento en el suelo, entre ambas camas de doncellas y empiezo a leer.

Es uno de mis cuentos favoritos cuando era más pequeña, el Toro Fernandino.

Empiezo la lectura y sólo me detengo cuando la pequeña Sami se ríe, es una risa realmente hermosa, así que termino por reírme junto a ella. Cuando estoy casi por finalizar. Ambas niñas bostezan y se acurrucan más en sus camas. Para el final, están felizmente dormidas.

Beso a cada una en la frente y acaricio los rizos de ambas. Una mano se posa en mi hombro, y me vuelvo para ver a Pablo, sonriéndome con ternura.

—Gracias.

—No tienes que agradecerme.

Me levanto y lo dejo a solas con sus hijas para que pueda darles el beso de buenas noches. En la sala, espero por él.

—Esas nietas mías te aman.

—Y yo a ellas.

—Puedo verlo. De verdad Susana, eres un ángel.

—No, ángeles son esas pequeñas de allá arriba.

—También. Bueno querida, esta vieja ya se va a su cuarto también. ¿quieres leerme un cuento a mí? —pregunta y sonrío—. Creo que ya estoy demasiado mayor para eso. Descansa cariño.

Besa mi mejilla y pasa a Pablo, que viene hacia mí. Le murmura algo que lo hace colorearse un poco.

—Vamos, te acompaño a casa.

—Claro.

Pone su mano en mi espalda y mi cuerpo empieza a zumbar con energía. De sólo imaginar las cosas que quiero hacerle una vez que lleguemos a mi casa. El aire es frío, por lo que me atrae a su costado y me acurruco en su cuerpo, buscando más calor. Llegamos a mi puerta y me vuelvo expectante hacia él.

El deseo se asienta en mis huesos y las ganas de tomarlo y tocarlo son, intensas.

Decido arrojarme a él y besarlo hasta el cansancio, pero él tiene otros planes. Un casto y simple beso es depositado en mis labios, dejándome confundida, frustrada e irritada.

—Ten una buena noche. Descansa.

No quiero descansar. Y tendría una buena noche, si decidieras pasarla conmigo.

Estrecho mis ojos hacia Pablo y dejo escapar un resoplido. No puedo creer que realmente no quiera entrar a mi casa y dejar que me arroje sobre sus huesos. Lo que yo podría hacer o dejarme hacer si...

¿Pero qué...?

Creo que juntarme demasiado con mi hermana, me está afectando.

—Buenas noches, Pablo. —Le doy una sonrisa que trato de hacer parecer sincera y me adentro a mi lugar.

Pateo la alfombra y maldigo al cielo, camino frustrada hacia mi cuarto y entro al baño para darme una ducha.

Una fría ducha.

Hoy no es el día, frijol, no lo es.

—¿A dónde vamos?

—Es una sorpresa.

—Hmm, no estoy segura de que eso me agrade.

Frunce el ceño y me mira preocupado. —¿Acaso a las mujeres no les gustan las sorpresas?

—A la mayoría —Me encojo de hombros y aprieta la pata del conejo—, pero a mí, me ponen de los pelos. Y sí no estoy preparada adecuadamente para la sorpresa.

—Estás perfecta —dice y me guiña un ojo.

Esto es irreal. Pablo guiñándome.

Primero, apareció esta tarde en mi casa para invitarme a salir, nunca dijo a donde, simplemente me preguntó si estaba disponible y si saldría con él. Me abrió la puerta del auto y me encontré con el conejo de peluche que estoy estrechando en mis manos, su mano siempre procura tocar alguna parte de mí y no ha dejado de sonreírme y coquetear conmigo.

En serio, no estoy preparada para esto.

Me tiene totalmente desarmada.

—Sí tu lo dices —murmuro y continua mirando por la ventana.

Hace un giro en la siguiente esquina y nos detenemos en un centro comercial.

—¿Vamos de compras?

—No.

Baja del auto y me ayuda a hacer lo mismo. Me toma de la mano y caminamos dentro del centro. Caminamos hasta el siguiente nivel y luego hacia las salas de cine.

—¿Veremos una película?

—Sí —responde entusiasmado. Lo miro y me asombro por la luz que veo en sus ojos y lo hermoso que luce en este momento.

¿Cicatriz?, ¿Dónde?

—¿Qué sucede? ¿No te gusta el cine? —Preocupado se acerca y me toma de ambas manos—. Lo siento, pensé que eso hacían los novios. Podemos ir a otro lugar, si quieres.

—¿Qué?, no, no es eso. Por supuesto que quiero ir a cine. —Sonrío ampliamente—. Me encanta. Amo las crispetas con queso.

Sus hombros se relajan, estaba tenso y ansioso, sonríe de nuevo y me besa en la frente.

—Bueno, si alguna vez te molesta algo, me lo dices. No soy muy bueno en estas cosas. A veces sólo tengo que preguntarle a Saúl o Claudia y sufrir sus burlas.

—La próxima vez, podrías sólo preguntarme a mí. Prometo que no me burlaré.

—Trato. —Vuelve a besar mi frente—. ¿Qué película quieres ver?

—Hmm —Tomados de la mano, caminamos hasta la pantalla donde se exhiben las películas y sus horarios—, ¿Qué tal...

—Pablo —exclama alguien tras de nosotros. El cuerpo de Pablo se congela y lo escucho jadear un poco.

Lenta y tortuosamente, se vuelve hacia la voz. Hago lo mismo, más rápido, y mis ojos se encuentran con dos pares más oscuros que los míos. Una hermosa y angelical mujer junto a un espectacular hombre. Él mira de forma brusca y amenazante a Pablo y ella, ella está mirándome con dolor.

—Alexia —gruñe Pablo, antes de halarme del brazo y arrastrarme fuera del cine, como si una bomba estuviera a punto de estallar.

¿Qué en nombre de Dios?

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